El episodio que se está viviendo en Torre Pacheco, Murcia, debe ser entendido no como un hecho aislado, sino como un síntoma de un fenómeno político más profundo que amenaza la convivencia democrática en Europa. Frente a la convivencia cotidiana de una comunidad plural y mestiza, se impuso momentáneamente una narrativa del odio cuidadosamente construida. Una agresión individual fue convertida en un casus belli para una campaña de agitación ultraderechista que instrumentalizó el miedo, sembró el odio y trató de fracturar lo que durante décadas se ha construido en silencio: una comunidad multicultural que trabaja, estudia y vive junta.
En este análisis pretendemos desentrañar los mecanismos ideológicos, mediáticos y económicos que se ocultan tras los episodios de señalamiento digital, criminalización y linchamiento del migrante y auge del discurso fascista, señalando los intereses que se benefician de esta división artificial. Porque si la multiculturalidad es real, también lo es la maquinaria que busca convertirla en conflicto. Frente a ella, urge una respuesta política y cultural que no solo defienda la convivencia, sino que ataque las raíces estructurales del odio.
El mecanismo del linchamiento digital
Los hechos recientes comenzaron con una agresión violenta entre jóvenes. Sin embargo, el tratamiento mediático no se centró en esclarecer las causas del conflicto, ni en promover la justicia, sino en alimentar una narrativa deformada. En apenas horas, redes sociales y medios afines a la ultraderecha transformaron lo ocurrido en una historia de “invasión”, “delincuencia importada” y “guerra de culturas”. Las imágenes, editadas y descontextualizadas, circularon en canales de Telegram y cuentas influyentes, generando indignación selectiva y dirigida.
El objetivo no era buscar justicia, sino construir un enemigo. El juicio paralelo no se interesó por los hechos, sino por los nombres, los apellidos y el color de piel de los presuntos agresores. Como en los viejos linchamientos del sur de Estados Unidos, lo que se juzgaba no era el acto, sino el origen. El derecho fue sustituido por el prejuicio, la presunción de inocencia por la condena mediática.
Este mecanismo no es accidental. Es parte de una estrategia que busca deshumanizar al otro, convertirlo en chivo expiatorio y justificar así políticas represivas y discriminatorias. La desinformación no es un error, es un arma.
La maquinaria política de la ultraderecha
La ultraderecha no actúa desde la indignación espontánea, sino desde una estrategia meticulosamente diseñada. Utiliza episodios de malestar social —inseguridad, desempleo, desigualdad— para canalizarlos hacia un único culpable: el inmigrante. Así convierte el miedo en capital electoral. Lo que vende no es una solución, sino un relato. Y lo hace con eficacia publicitaria: slogan breve, enemigo visible, y promesa de “mano dura”.
Esta maquinaria necesita combustible, y lo encuentra en cada tensión social que pueda amplificar. La xenofobia se convierte en un producto electoral rentable. Y partidos como Vox, en lugar de atacar las causas reales de la precariedad —reformas laborales regresivas, recortes sociales, especulación urbanística—, ofrecen una narrativa simplificada donde el problema son “los de fuera”.
Este populismo reaccionario no solo no soluciona nada, sino que agrava todo. Porque divide a la clase trabajadora, distrae de los verdaderos responsables de la explotación y facilita que los mismos poderes económicos sigan extrayendo plusvalía de una población dividida y enfrentada. Como decía Galeano: “Nos mean y los medios dicen que llueve”.
Odio importado vs. convivencia real
Una de las dimensiones más perversas de esta estrategia es su carácter artificial e importado. No surge de la realidad local, sino que se impone desde fuera. En Torre Pacheco, los vecinos conviven, trabajan juntos, sus hijos comparten aulas, sus problemas son comunes.
Pero irrumpen actores ajenos al municipio: grupos neofascistas como Desokupa, agitadores como Alvise Pérez, o paramilitares disfrazados de patriotas. Importan modelos de confrontación racial como Charlottesville (EE.UU.), Brixton (UK) o Rostock (Alemania), buscando replicar en España un conflicto étnico que aquí no existe, pero que les resulta políticamente útil.
La realidad, sin embargo, desmiente esa narrativa. En los barrios, en las escuelas, en los campos, la convivencia es la norma. El conflicto no nace de la diferencia cultural, sino de su instrumentalización política. Si hay tensión, es por la falta de vivienda digna, por la precariedad laboral, por la marginación territorial. No por el color de piel o la religión del vecino.
Raíces económicas del conflicto
La xenofobia, como toda ideología reaccionaria, tiene una base material. El mito de que los migrantes “roban trabajo” o “colapsan servicios” es falso y funcional. Funciona para ocultar a los verdaderos responsables: empresarios sin escrúpulos que contratan en negro, políticos que recortan sanidad y educación, medios que desinforman. El trabajador migrante no precariza, precariza quien lo explota.
La ultraderecha lo sabe, pero calla. Porque detrás del discurso de “orden y seguridad” está el pacto con los sectores que se benefician de la economía sumergida. Quienes exigen “mano dura” contra los migrantes son los mismos que se enriquecen con su sobreexplotación.
En Torre Pacheco, como en muchas zonas agrícolas del sur de Europa, los migrantes sostienen la producción alimentaria. Trabajan en condiciones de semiesclavitud, mientras la sociedad que se beneficia de su trabajo los criminaliza. Es una contradicción que debemos desenmascarar.
La paradoja fascista
El fascismo se presenta como promesa de orden, pero produce caos. Se presenta como defensor de la patria, pero divide a su pueblo. Habla de seguridad, pero siembra miedo. Su lógica es perversa: crea el problema que dice querer resolver. Porque sin conflicto, no hay enemigo; y sin enemigo, no hay justificación para el autoritarismo.
Por eso es una amenaza no solo para los migrantes, sino para toda la sociedad. El sur de Europa, con sus tradiciones solidarias, su historia de emigración, su mezcla cultural, es particularmente vulnerable a este modelo de odio importado. Si no se contiene, corremos el riesgo de convertir nuestras ciudades en campos de batalla simbólica, donde la mentira sustituya a la convivencia y el miedo a la esperanza.
Claves contextuales y alertas necesarias
No estamos ante un fenómeno local, sino ante una estrategia continental. En Rostock (1992), en Brixton (1981), en Charlottesville (2017), se demostró que cuando se permite a la ultraderecha ocupar el espacio público con impunidad, las consecuencias son devastadoras. Lo mismo ocurre cuando plataformas como Telegram se convierten en canales de propaganda y coordinación sin control. Y lo mismo se repite en España, donde Vox se presenta como defensor del “orden”, mientras protege a los explotadores que alimentan el desorden social.
Frente a esto, es urgente desarmar la economía política del odio:
• Leyes efectivas contra el discurso de odio.
• Control de plataformas digitales que amplifican bulos.
• Políticas de integración real, con inversión social, educativa y laboral.
• Mediación comunitaria y participación ciudadana.
• Responsabilidad política y mediática en el tratamiento de los hechos.
La batalla por el relato
La multiculturalidad no es el problema. El problema es el uso político del miedo a lo diferente. El fascismo necesita enemigos para sobrevivir, y los fabrica cuando no los tiene. Hoy son los migrantes, mañana serán las mujeres, los sindicalistas, los disidentes.
Defender la convivencia es defender un proyecto de sociedad basado en la justicia y en la verdad. Significa señalar a los verdaderos responsables de la precariedad: los de arriba, no los de al lado. Como decía el filósofo Slavoj Žižek, “el populismo de derechas busca que los de abajo se peleen entre sí, mientras los de arriba se frotan las manos.”
Por eso, frente al intento de hacer que los de la planta baja se enfrenten con los del sótano, recordemos quién vive en el ático. Y trabajemos juntos para que, algún día, toda la casa sea digna de habitar.
Fuente: https://mundoobrero.es/2025/07/13/torre-pacheco-la-diversidad-nos-enriquece-el-odio-nos-deshumaniza/