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La esclavitud: el imperio y el trabajo

Fuentes: La Jornada

Mientras en uno de sus libros pasados (Empire’s workshop: Latin America, the United States and the rise of new imperialism, 2007) Greg Grandin analizaba cómo la política de Estados Unidos (EU) en la región -desde los primeros intentos de supeditar a Cuba hasta el apoyo a las dictaduras centroamericanas- le servía como un ensayo para […]

Mientras en uno de sus libros pasados (Empire’s workshop: Latin America, the United States and the rise of new imperialism, 2007) Greg Grandin analizaba cómo la política de Estados Unidos (EU) en la región -desde los primeros intentos de supeditar a Cuba hasta el apoyo a las dictaduras centroamericanas- le servía como un ensayo para su posterior estrategia global (Afganistán, Irak, etcétera), en su nueva obra (The empire of necessity: slavery, freedom, and deception in the new world, 2014) muestra cómo la esclavitud y los intereses de los dueños de esclavos ayudaron a dar forma al imperialismo estadunidense como tal.

Al final, la esclavitud estuvo allí desde el principio: según Gerald Horne, la Guerra de Independencia (1776) no fue una revolución por la libertad sino una contrarrevolución de los colonos que, ante la ola abolicionista de la metrópoli, querían proteger los beneficios provenientes del trabajo y comercio de esclavos (Democracy Now!, 26/6/14).

También Walter Johnson (River of dark dreams. Slavery and empire in the cotton kingdom, 2013) ve al imperialismo yanqui como un derivado, entre otros, de las estrategias de los esclavistas, que querían prolongar su modelo de negocio ante la abolición de la esclavitud en las colonias inglesas (1834) y en casa (1865).

Lo intentaban tratando de formar una alianza regional por ejemplo con Brasil (donde la esclavitud imperaba hasta casi finales del siglo XIX), pero sobre todo conquistando nuevos territorios, financiando las expediciones filibusteras a Cuba (Narciso López, 1851) y a Nicaragua (William Walker, 1855), que iba a ser su tierra prometida.

Como bien recordaba Juan José Arévalo, humanista y presidente de Guatemala tras la Revolución de Octubre (1944) -que eliminó el trabajo forzoso del campesinado indígena e incorporó los derechos laborales en la Constitución-, haciendo un recuento de hazañas imperialistas yanquis en Centroamérica, una de las primeras medidas de Walker, efímero presidente de Nicaragua, fue restablecer la esclavitud -¡sic!- (La fábula del tiburón y las sardinas, 1956).

La historia del afán de los esclavistas de abrir nuevas fronteras y buscar un desplazamiento territorial (spatial-fix) como una solución provisional para la crisis de su modelo de acumulación se inscribe en el clásico análisis marxista del imperialismo (desde Lenin y Rosa Luxemburgo hasta Henryk Grossman) y pone al desnudo las raíces del imperialismo estadunidense y su trasfondo ideológico: orientado a prolongar la esclavitud, el filibusterismo fue un claro modelo para el aventurismo militar de EU en la región, calculando diseminar el libre mercado; John O’Sullivan, que acuñó el término » manifest destiny», fue involucrado en el filibusterismo en Cuba.

Pero, sobre todo, resulta instructiva hoy. Se vincula con los procesos contemporáneos y parece tener un denominador común: la cuestión de trabajo. Es que los viejos fantasmas siguen rondando.

La figura y las prácticas coloniales de Walker fueron resucitadas en Honduras en el -aún no concretado- proyecto de Ciudades Modelo/Zonas de Empleo y Desarrollo (ZEDE), enclaves financieros y grandes maquilas calculadas para bajar los estándares laborales y maximizar las ganancias del capital, tal como lo ha venido denunciando, entre otros, la Organización Fraternal Negra Hondureña del pueblo garífuna descendiente de los esclavos sobrevivientes de barcos naufragados en las costas caribeñas (véase: Ofraheh, 26/6/14, et al.).

También resucitó Sam Zemurray, que en 1909 con el ejército de mercenarios de Nueva Orleáns invadió Honduras, edificando en el trabajo de la mano de obra semiesclava su reino del banano; ahora resulta que era un genio de negocios cuyas lecciones pueden servirnos en tiempos de crisis -¡sic!- (The Wall Street Journal, 1/6/12).

Así, no extraña que reaparecieran incluso espíritus de los esclavistas (junto con símbolos y lenguaje racistas), tal como lo observó en las protestas del Tea Party contra Obama y analizó al margen de su libro Grandin (The New York Times, 18/1/14).

Además, en EU, donde aún no se destruyeron suficientes lugares de trabajo para restablecer el deseado nivel de ganancia, el problema del desempleo va acompañado por un contrataque ideológico que culpa a la misma gente por no conformarse con el poco y precario empleo disponible (¡Los buenos plantadores sabrían cómo ponerlos a trabajar!).

Aquí entra también el tema de la migración desencadenada por la política imperial, terrorista y neoliberal de EU en Centroamérica (sobre todo desde los años 80 del siglo XX), cuya genialidad reside en que ahora quienes requieren de mano de obra barata no se molestan en ir y explotarla in situ, sino que solita viene, aceptando además, a raíz de la aparente desregulación, cualquier salario.

Si bien los dueños del capital en EU se pronunciaron recientemente a favor de la reforma migratoria de Obama (La Jornada, 12/7/14) -claramente porque ven allí futura ganancia-, nada dijeron de que la verdadera fuente de sus fortunas o de la competitividad de la economía estadunidense son los salarios esclavistas (no su genio o nuevas tecnologías).

Después de haber abierto The empire of necessity… con la historia del capitán Amasa Delano (véase La Jornada, 4/7/14), un personaje histórico retratado por Melville en Benito Cereno (1855), Grandin se sintió tentado a compararlo con otra, más famosa -y ficticia- figura melvilliana: capitán Ahab (Moby Dick, 1851). Aunque Ahab con su persecución de la ballena blanca a cualquier costo se volvió una cara del poder imperial estadunidense y de sus excesos (Vietnam, Irak, etcétera), Amasa, cazador de focas, parte de la gran maquinaria ecocida del siglo XIX, representa otra, quizás más temible: la del capitalismo extractivista que sigue con nosotros, llegando a representar hoy el decadente poder imperial estadunidense en tiempos de menguantes recursos naturales (Tom Dispatch, 26/1/14).

He aquí un memento: cuando ya no había más focas para matar y convertir en más dinero, Amasa, urgido por la búsqueda de ganancia y forzado a reafirmar su autoridad en la tripulación, se volcó al negocio que sin falta iba a rendirle: la trata de esclavos, cuyo trabajo movía la economía mundial.

*Periodista polaco

Twitter: @periodistapl

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/07/18/opinion/024a2pol