Como nunca antes en la historia, la humanidad está en una encrucijada. Uno de los caminos lleva a la desesperación y a la total desesperanza; el otro a la extinción completa. Oremos para que sepamos tomar la decisión correcta. — Woody Allen La acción de cuatro supuestos bombarderos suicidas, tres británicos de […]
Como nunca antes en la historia, la humanidad está en una encrucijada. Uno de los caminos lleva a la desesperación y a la total desesperanza; el otro a la extinción completa. Oremos para que sepamos tomar la decisión correcta.
— Woody Allen
La acción de cuatro supuestos bombarderos suicidas, tres británicos de nacimiento y uno nacido en Jamaica, quienes supuestamente se inmolaron el 7 de julio para matar a civiles en el sistema de transporte público de Londres, dramatiza la globalización de la resistencia. Su número puede que aún no sea muy grande, escribió Patrick Cockburn, pero ya son lo suficientemente numerosos como para crear el caos en Irak y en cualquier otro lugar que ataquen, sea en Londres o en Sharm el Sheikh (Independent, 24 de julio).
Sin embargo, detrás de los actuales titulares se esconde la tercera ley de Sir Isaac Newton: «A cada acción le corresponde una fuerza igual de reacción en sentido opuesto.»
La decisión de Bush de invadir y ocupar Irak, al mismo tiempo que buscaba instaurar la democracia e instigar el cambio de régimen, requería de la violencia y de la manipulación no violenta. La resistencia -la otra cara de la ecuación newtoniana- también contiene elementos violentos y no violentos.
El sector no violento se opuso a las políticas de la OMC, FMI y a los tratados de libre comercio desfilando por las calles de Seattle y otros lugares donde los ricos y poderosos toman decisiones que afectan la manera en que el resto del mundo vive.
Este movimiento diverso agrupa a religiosos musulmanes, estudiantes contrarios al sistema, pequeños agricultores europeos, obreros fabriles norteamericanos y campesinos indígenas latinoamericanos. El 11/9 en Nueva York y más recientemente en Irak, Afganistán, Bali, Madrid, Londres y Egipto, la horrible violencia suicida respondió a políticas estatales violentas. El lado irracional de la resistencia a la globalización imperial -«bombarderos suicidas»- no comparte los valores morales de su país de origen, Inglaterra y Jamaica, en el caso de los atacantes del 7 de julio.
El choque de valores entre los globalizadores corporativos y sus oponentes también tiene lugar en el reino de las ideas. Thomas Friedman presenta una defensa liberal del nuevo orden en sus columnas moralistas de The New York Times, su libro de 1999, El Lexus y el olivo y su puesta al día de 2005, El mundo es plano. Este nuevo mundo consiste en mercados con velocidad relampagueante, dinero, información y rápida transformación de la política y la cultura. La globalización de Friedman es tanto positiva como inevitable. Los que se benefician de este proceso que incluye el «outsourcing» ( [*] ) por parte de compañías transnacionales de EE.UU., Gran Bretaña y otras naciones ricas y modernas, comparten un relación simbiótica con el militarismo. McDonald’s necesita de McDonald Douglas, que es parte del complejo militar-industrial, para hacer respetar las reglas de propiedad y asegurar la expansión de mercados, incluso en lugares donde no los quieren: estados delincuentes que ni aceptan ni obedecen la reglas del nuevo orden corporativo transnacional.
Sin embargo, Ronald McDonald y el asexuado Mickey Mouse de cuatro dedos apenas revelan el salvajismo con el que la Administración Bush ha buscado la extensión del nuevo orden que Friedman alaba. Los residentes de la devastada Faluya y las decenas de miles de familias de civiles iraquíes y afganos muertos son testigos de eso. Paul Bremer, el hombre de Bush en Irak durante los dos primeros años de la ocupación, impuso la cláusula de la privatización en la constitución iraquí «para poner la verdadera huella norteamericana en la invasión». La visión de Friedman de la cultura abierta y consumista norteamericana en Bagdad ya ha costado más sangre y destrucción de la que se esperaba.
Sin embargo, McDonald’s es más que un icono de Estados Unidos. Las amadas tecnologías de Friedman también han ayudado a extraerle más trabajo a los seres humanos. Junto con los hornos de microondas, McDonald’s permite a la mujer sobredimensionar a su familia en minutos, y de esa forma dedicar más tiempo a la oficina o la fábrica
El cambio tecnológico ocurre ahora en semanas, así que una pregunta que Friedman utilizó en 1999 como ilustración (¿Qué velocidad tiene su módem?) se ha hecho obsoleta. Gracias a Internet y al correo electrónico, el concepto del tiempo y del espacio también ha cambiado. Pero Friedman se deja llevar por el entusiasmo ante las posibilidades, sin analizar objetivamente el lado más oscuro.
Sólo el código de barras ha reemplazado a millones que en otra época realizaban el inventario; el correo electrónico y los teléfonos-robot han tomado el lugar de millones de mujeres que en otra época trabajaban como secretarias y operadoras de pizarra telefónica. Gran parte del progreso reciente ha significado la suplantación de trabajadores por máquinas o la exportación de la producción a lugares con costos de fuerza de trabajo mucho más bajos, ausencia de protección al medio ambiente o de supervisión de los lugares de trabajo y de impuestos, como México, Honduras y, por supuesto, China y sus vecinos.
La fibra óptica y las innovaciones digitales, junto con las comunicaciones por satélite, también han incrementado la productividad. Esto significa que los vendedores y los ejecutivos, personal de reparación y técnicos ya no disfrutan de tiempo «muerto».
La nueva tecnología también ha incrementado el grado de trivialidad cultural y la soledad institucionalizada. La publicidad ofrece a los consumidores nuevos juguetes, como el teléfono celular, laptop, Blackberry e I-pod -posesiones con los cuales se pueden tener nuevas experiencias. Es más, estos graciosos aparaticos hacen a la gente más productiva -y les causan mayor estrés. Millones de individuos experimentan la soledad de las horas atrapados en su auto en embotellamientos diarios y hablando con la oficina por el móvil; los muchachos cierran la puerta y juegan con la computadora. ¡Ah, la gloria de la vida occidental!
Friedman plantea las posibilidades de desarrollo gracias a la tecnología que permite al capital invertir en todo el mundo en nanosegundos -sin restricciones. Pero estas nuevas oportunidades también han eliminado los límites de la avaricia. Sin considerar las consecuencias, los especuladores arruinan o construyen economías, lo cual Friedman cambia por medio de su sensibilidad moralmente relativista en un proceso que «convierte a todo el mundo en un sistema parlamentario, en el cual cada gobierno vive bajo el temor de un voto de no confianza». Ciertamente gobiernos latinoamericanos han caído -por ejemplo, Argentina- gracias a tales actividades económicas. Más importante aún, los especuladores vieron las ganancias que había en la compra de propiedades públicas como el agua en Bolivia y Detroit, haciendo que subiera el precio de una necesidad humana, como si fuera un artículo de lujo.
Los que buscan incesantemente mayor comodidad y conveniencia también tienden a despreciar la historia como sentimentalismo indigno. Para Friedman, el «olivo» significa un tradición cuya época ya ha pasado -piensen en el aceite de oliva creado en el laboratorio. Las antiguas culturas tuvieron su era histórica y ahora debieran moverse como viejos elefantes en camino a su cementerio.
La parte del mundo que cree en el olivo ha sido testigo de un enorme incremento de la pobreza a medida que la globalización distorsiona más aún la distribución mundial de los ingresos. El 26 de julio, la UPI reportó que la crisis del hambre en Níger también ha tenido su impacto en las naciones vecinas, lo que afecta al menos a 2,5 millones de personas en Mali, Burkina Faso y Mauritania. La Oficina de la ONU para la coordinación de Asuntos Humanos dijo el lunes que 1,1 millones de personas en Mali necesitarán ayuda en alimentos este año, principalmente en las regiones de Moptu, Tombuctú y Gao.
De manera similar, Friedman tiende a pasar por alto la agresión al medio ambiente debido al incremento en la quema de combustibles fósiles. Los científicos que monitorean un glaciar en Groenlandia emitieron urgentes advertencias acerca del dramático encogimiento de un borde del glaciar, probablemente debido al derretimiento provocado por el cambio del clima. Los expertos creen que cualquier cambio en el ritmo al cual el glaciar transporta hielo desde el manto de hielo hacia el océano tiene importantes implicaciones para los incrementos del nivel del mar en todo el mundo. Si todo el manto de hielo de Groenlandia se derritiera y fuera al océano, el nivel del mar aumentaría hasta 7 metros, lo que inundaría enormes áreas de tierras bajas, incluyendo Londres y gran parte del este de Inglaterra (Steve Conner, Independent, 24 de julio).
Sin embargo, Friedman vislumbra certeramente que la transferencia del viejo orden mundial al nuevo no ocurrirá pacíficamente. Como muestran los bombardeos de objetivos civiles por parte de EE.UU. y sus aliados, la resistencia a la globalización incluye a aquellos que ven al suicidio como su arma de resistencia. Él los considera reaccionarios e ignorantes que tratan de impedir lo inevitable.
Compárese el fanatismo de los bombarderos suicidas con un etnocentrismo de Friedman que lo lleva a creer que poner en la balanza a un Lexus en contraposición a un olivo es algo que cada sociedad tiene que hacer todos los días. Millones en las áreas pobres del mundo no tienen el menor interés en balancear el Lexus con su versión de los olivos. Ya no tienen olivos. Es más, los israelíes -gente del nuevo orden- derriban rutinariamente los árboles de los palestinos, pertenecientes a un orden más antiguo.
Pero Friedman, el firme vendedor del progreso megacorporativo, piensa que nuestra propia sociedad ha llegado al balance apropiado. Estados Unidos, en su mejor aspecto, se toma muy en serio las necesidades de mercados, individuos y comunidades. Y por eso Estados Unidos, en su mejor aspecto, no es sólo un país. Es un valor espiritual, un modelo a imitar -la nación que inventó el ciberespacio y la parrilla en el patio, Internet y la red de seguridad social, la SEC y la ACLU.
En mis Estados Unidos, ir de compras es el valor espiritual universal. Agreguen quizás agitar la bandera y asar a la parrilla. Pero la globalización significa extender una cultura de marcas corporativas y labia de ventas las 24 horas, siete días a la semana. Los estados delincuentes que se niegan a abrazar este orden son blancos para el cambio de régimen. Pero si Cuba y Siria, por ejemplo, se adaptan a las exigencias del orden McDonald’s-Disney no serán como nosotros. Sencillamente perderán su cultura, se harán más pobres y sufrirán más de estrés.
Los que se resisten de forma violenta y no violenta a la globalización aún no tienen alternativas claras, pero están absolutamente justificados en gritar: ¡BASTA YA!
Landau es miembro del Instituto para Estudios de Política.