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La guerra de los váteres

Fuentes: Bloc de Joan Canela i Guillem Sánchez

Ciudad del Cabo es uno de los destinos favoritos de la jet set global. Hay tiendas de las marcas internacionales de ropa y coches más exclusivas, actores de Hollywood y millonarios anónimos acuden a sus restaurantes de lujo y se bañan en piscinas privadas colgadas de acantilados sobre el Atlántico. Su inigualable emplazamiento natural -entre […]

Ciudad del Cabo es uno de los destinos favoritos de la jet set global. Hay tiendas de las marcas internacionales de ropa y coches más exclusivas, actores de Hollywood y millonarios anónimos acuden a sus restaurantes de lujo y se bañan en piscinas privadas colgadas de acantilados sobre el Atlántico. Su inigualable emplazamiento natural -entre una magnífica bahía y la inmensa roca de la Table Mountain- ayuda a que sea, probablemente, la ciudad más bonita de todo el continente africano. También es la más rica.

Pero este ambiente convive a pocos kilómetros de un enorme cinturón de chabolas de cartón y hojalata que se extiende en un semicírculo que, literalmente, rodea la ciudad formal. Es un espectáculo dantesco que empeora a medida que uno se acerca y conoce alguna de las centenares de miles de personas que viven sin agua corriente, alcantarillas, luz eléctrica, transporte público ni calles asfaltadas.

La guerra de los baños

Es en Khayelitsha, el mayor y más conocido de estos barrios, donde se ha desatado lo que la prensa sudafricana ha llamado «la guerra de los baños». En áreas súper pobladas y sin alcantarillas no es fácil encontrar un sitio donde hacer las necesidades más íntimas. Mucha gente opta por los orinales que luego vacían al río y las pocas casas que tienen baño lo alquilan a los vecinos por dinero o a cambio de la limpieza. El resto tiene que hacer larguísimas colas para usar los retretes comunitarios a una ratio habitual de uno por cada 200 habitantes.

Precisamente los baños es una de las reivindicaciones de la oleada de revueltas que vienen afectando estos suburbios desde el invierno pasado. Para resolver las peticiones vecinales sin gastar mucho dinero el gobierno regional del Cabo Occidental decidió suplir Khayelitsha con los llamados «retretes sin muros», en los que no hay nada que tape quien hace sus necesidades de las miradas de los transeúntes. La medida ha tenido la ventaja de disminuir las colas, pues la mayoría de residentes se niegan a usarlos. Los que se atreven tienen que improvisar pequeñas cabañas con mantas y sábanas.

Pero, obviamente, la medida no ha servido para disminuir las críticas sino al contrario. La activista vecinal Mzonke Poni, ha descrito la situación como una «grave violación de los derechos humanos» y su grupo, Abahlali Basemjondolo, ha prometido elevar una queja a la Alta Comisión de Derechos Humanos de Sudáfrica. El Congreso Nacional Africano, en la oposición en esta provincia, ha tildado la medida de «racista».

Por su parte un portavoz del gobierno asegura que los baños solo se instalaron con el compromiso que «los propios residentes construirían los muros». Algo difícil de conseguir en unas zonas donde la mayoría de los ocupantes son ilegales y que, «con el miedo a un desalojo inmediato, difícilmente van a invertir» en este tipo de infraestructura, responde Mzonke Poni

Preocupación política

Con este paisaje de fondo, Ciudad del Cabo visualiza de manera práctica los resultados del informe que el Parlamento sudafricano encargó al profesor de economía de la Universidad de Ciudad del Cabo, Haroon Bhorat, y que presentó la semana pasada. «Somos la sociedad más desigual del mundo» resumía lacónicamente Bhorat. El estudio aplica el llamado Coeficiente Gini que calcula la diferencia de rentas en una escala del 0 al 1. Un 0 sería una sociedad idealmente igual y un 1 la máxima diferencia. Por encima de 0,5 se considera «inaceptablemente alto». Según el trabajo de Bhorat, Sudáfrica se encuentra en un 0,679, superando por primera vez al Brasil, que ha reducido sustancialmente su desigualdad gracias a «una política de becas y de apoyo a los pequeños emprendedores» destaca el estudio.

«A largo plazo estas diferencias son malas para el crecimiento económico y una amenaza a la estabilidad» advertía Bhorat a los diputados. Y a corto plazo suponen un grave problema intestinal, seguramente agregarían muchos habitantes de Khayelitsha.

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