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La guerra es un estado de la mente

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión Carlos Sanchis

Disertación en Berlín, 20.10.05. Conferencia sobre «Criando a los Niños sin Violencia»

Hace algunos años hablé con una joven escritora israelí. Me chocó el hecho que a pesar de tener mucho éxito y ser aclamada por los críticos, a una edad relativamente temprana, de algún modo, exudaba un aire de inseguridad.

Cuando le pregunté por ello, se vino abajo. » Nunca se lo he dicho a nadie. Toda mi niñez fue un infierno. No sabía que mis padres habían estado en Auschwitz. Jamás hablaron sobre eso. Sólo sabía que había un terrible secreto pendiendo sobre mi familia, un secreto tan horrible que me prohibieron incluso que preguntara por él. Viví en un miedo constante, bajo una amenaza constante. Nunca tuve un sentimiento de seguridad.»

Esto es violencia; no violencia física, pero violencia no obstante. Muchos niños israelíes lo han experimentado, incluso cuando el Estado de Israel se volvió más poderoso, y la Seguridad – con un S mayúscula- se convirtió en su fetiche.

Nosotros, israelíes y palestinos, estamos viviendo en una guerra permanente. Ha durado más de 120 años hasta ahora. Una quinta generación de israelíes y palestinos ha nacido en la guerra, así como sus padres y maestros. Toda su perspectiva mental ha sido formada por la guerra desde la niñez más temprana. Todos los días de sus vidas, la violencia ha dominado las noticias diarias.

En muchos sentidos, el conflicto Israelo-palestino es único. Poniendo un proceso histórico complejo en sus términos más simples, es así:

Hace 120 años, muchos judíos en Europa comprendieron que el creciente nacionalismo de varios pueblos, casi siempre acompañado por un antisemitismo virulento, les estaba llevando hacia una catástrofe. Decidieron ellos mismos convertirse en una nación y preparar un estado para los judíos. Escogieron Palestina, la antigua patria de su pueblo, como el lugar para realizar su sueño. Su eslogan era: «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra.»

Pero Palestina no estaba vacía. El pueblo que allí estaba viviendo puso objeciones, por supuesto, al otro pueblo que llegaba desde cualquier parte exigiendo su país.

El historiador Isaac Deutscher ha descrito el conflicto de esta manera: Una persona vive en el piso de arriba de un edificio que se ha prendido fuego. Para salvarse, salta por la ventana y aterriza sobre un transeúnte que está debajo, hiriéndole gravemente. Entre los dos se genera una enemistad mortal. ¿Quién tiene razón?

Cada guerra crea miedo, odio, desconfianza prejuicios, demonización. Más si la guerra se perpetúa durante generaciones. Cada uno de los dos pueblos ha creado una narrativa para sí mismo. Entre las dos narrativas – la israelí y la palestina – no hay el parecido más insignificante. Lo que un niño israelí y un niño palestino aprenden sobre el conflicto desde sus primeros años – en casa, en el jardín de infancia, en la escuela, en los medios de comunicación – es totalmente diferente.

Tomemos a un niño israelí. Aun cuando sus padres o abuelos no fueran supervivientes del Holocausto, aprende que los judíos han sido perseguidos a lo largo de la historia – de hecho, él aprende que la historia no es nada más que una historia interminable de persecución, inquisición y pogromos que llevan a la terrible Shoah.

Leí una vez los informes de una clase de escolares israelíes a los que les había sido pedido apuntar sus conclusiones después de haber visitado Auschwitz. Sobre un cuarto de ellos dijeron: Mi conclusión es que después de lo que los alemanes nos han hecho, debemos tratar que las minorías y extranjeros mejoren más que nadie. Pero tres cuartos dijeron: Tras lo que los alemanes nos han hecho nuestro deber más alto es salvaguardar la existencia del pueblo judío, por todos y cada uno de los medios posibles, sin limitación alguna.

Este sentimiento de ser la víctima eterna todavía persiste, aun después de que nos hayamos vuelto una nación poderosa en el Estado de Israel. Esta profundamente impregnado en nuestra conciencia.

Ya en el jardín de infancia, y después todos los años de escuela, un niño judío en Israel experimenta una serie anual de fiestas nacionales y religiosas (no hay ninguna diferencia real entre ambas) conmemorando eventos en los que los judíos eran víctimas y tenían que luchar por sus vidas:

– Hannuka, conmemora la lucha de los macabeos contra los opresores griegos,

– Purim, la victoria sobre los persas que intentaron exterminar a todos los judíos,

– Pascua, la huída de los israelíes de la esclavitud en Egipto

– Día del Recuerdo, consagrado a los soldados israelíes muertos en nuestras muchas guerras contra los árabes

– Día de la Independencia, nuestra lucha desesperada por la supervivencia en la guerra de 1948, en la que nuestro estado fue fundado;

– Día del holocausto

– El 9 del mes Av, cuando el templo judío fue destruido dos veces, una vez por los babilónicos y cinco siglos después por los romanos

– Día de Jerusalén, cuando nosotros conquistamos la parte Oriental de la ciudad, y mucho más, en la guerra de los Seis Días.

– Solamente el Yom Kippur es una fiesta completamente religiosa, pero en nuestra mente vinculada irrevocablemente con la terrible guerra de 1973.

En cada uno de estas ocasiones, año tras de año, hay clases especiales que explican su significado e imprimen su importancia. El clímax es el Seder en la víspera de Pascua que conmemora el éxodo de Egipto, cuando en cada casa judía de todo el mundo una ceremonia idéntica tiene lugar. Cada miembro de la familia, del más viejo al más joven, tiene un papel y cada sentido – vista, oído, gusto, olfato y tacto – está implicado. Ningún judío, por muy seglar que pueda ser, está jamás libre de recordar este evento hipnotizante en su niñez, experimentado en el calor de la familia reunida.

En la mente del niño, todos estos eventos se entremezclan. Mi esposa Rachel que durante muchos años ha sido maestra de primero y de segundo en la escuela primaria, dice que los niños realmente no entienden quién vino antes de quien – los romanos o los británicos, los babilónicos o los árabes.

El efecto acumulativo de esto es una visión del mundo en la que los judíos, en cada período y en cada país, han sido amenazados con la aniquilación y han tenido que luchar por sus vidas. El mundo entero está, ha estado y estará siempre, «contra nosotros». Dios – tanto si existe como si no – nos prometió nuestro país, y nadie más tiene derecho alguno sobre él. Esto incluye a los árabes palestinos que han vivido aquí durante por lo menos 13 siglos.

Con semejante actitud, es difícil hacer la paz.

Ahora tomemos a un niño palestino. ¿Qué aprende él?

– Que pertenece al pueblo árabe que tenía un imperio glorioso y una civilización floreciente en la edad media cuando los europeos todavía eran bárbaros, y que enseñó la ciencia a Europa a la que trajo la ilustración.

– Que los bárbaros Cruzados perpetraron un horrendo baño de sangre en Jerusalén y secuestraron Palestina, hasta que fueron expulsados por el gran héroe musulmán, el Salah-al-Din (Saladino).

– Que los palestinos fueron humillados y oprimidos durante muchos siglos por extranjeros rapaces, primero los turcos y después los colonialistas europeos que le trajeron a los sionistas a Palestina para suprimir toda la esperanza de los árabes para lograr la libertad en sus propios países.

– Que en la gran Nakba (desastre) de 1948, la mitad del pueblo palestino fueron arrojados de sus hogares y de su país por los sionistas, y que desde 1967 todos los palestinos han estado vegetando o como refugiados o como víctimas de una ocupación interminable, cruel.

Cada niño palestino crece con un sentimiento profundo de resentimiento y humillación, el sentimiento de ser la víctima de una injusticia terrible, que sólo puede redimir su pueblo mediante la lucha violenta, heroísmo y auto-sacrificio.

¿Cómo hacer la paz entre dos pueblos asidos a dos narrativas contradictorias, aparentemente irreconciliables?

Ciertamente no con maniobras diplomáticas. Éstas pueden aliviar la situación temporalmente, pero no pueden acabar con el conflicto. La historia de los acuerdos de Oslo muestra que sin tratar la raíz de las causas del conflicto impregnadas en las mentes de los pueblos, un acuerdo no es nada más que un alto el fuego efímero.

La Paz es un estado de la mente. La tarea principal de la construcción de la paz es mental: para conseguir que los dos pueblos, y cada individuo, ver su propia narrativa en una nueva luz, y – aun más importante – para entender la narrativa del otro lado. Para interiorizar el hecho que las dos narrativas son dos caras de la misma moneda.

Ésta es principalmente una tarea educativa. Como tal, es increíblemente difícil, porque tiene que ser absorbida primero por los maestros, que a su vez han sido imbuidos con una u otra visión del mundo.

Permítanme contarles una pequeña historia. Rachel estaba enseñando la historia Bíblica a su clase de cómo Abraham compró una parcela en Hebrón a Efrón, su dueño, para enterrar a su esposa, Sarah. Primero Efrón ofreció la parcela gratis, y sólo después de muchas súplicas determinaron un precio, 400 shekels de plata, diciendo «Eso es entre usted y yo»? (Génesis 23.)

Rachel explicó a sus niños que ésa es la forma de hacer negocios que aun ahora se efectúa entre los beduinos en el desierto. Es burdo salir directo con el precio, uno tiene que ofrecerlo primero como un regalo. Así la transacción se vuelve cortés y la vida más civilizada.

En el recreo, Rachel le preguntó a la maestra de la clase de al lado, cómo les había explicado el capítulo a sus alumnos. «Simple,» contestó, «les dije que éste es un ejemplo típico de hipocresía árabe. No puedes creer una palabra de lo que ellos dicen. ¡ Te ofrecen un regalo y exigen un alto precio!»

Para que la paz se torne posible, se necesita cambiar una mentalidad completamente. Eso es eso lo que mis amigos y yo, en el Bloque Israelí por la Paz, Gush Shalom, estamos intentando hacer.

¿Es esto, en absoluto, posible?

Hablar aquí, en el centro de lo que era la capital de Prusia, me recuerda mi niñez, cuando yo era un alumno en lo que era entonces Prusia, la cual estaba entonces gobernada todavía por los Social- Demócratas

Una vez, cuando yo tenía 9 años, en la Hannover pre-hitleriana, la maestra estaba hablando sobre la estatua de Hermann el Cherusker en el bosque de Teutoburger. «Hermann está de pie con su cara hacia el arco-enemigo (Erzfeind),» dijo. «Niños que es el arco-enemigo»? Todos los niños contestaron al unísono: «¡Francia! Francia!»

Hoy, tras siglos de guerra, Alemania y Francia no sólo son aliados, sino compañeros en la empresa gloriosa de una Europa unida.

Si esto pudiera pasar aquí, la paz es posible en cualquier parte.