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La hipocresía de criticar la bandera confederada al tiempo que se encubre la política exterior estadounidense

Fuentes: Truthout

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Cuando el supremacista blanco que estaba detrás de la masacre en Carolina de Sur planeaba su crimen probablemente no previó que una de las principales consecuencias de su acto sería dañar más la popularidad de la bandera confederada. En no pequeña parte, gracias al sospechoso de haber efectuado los disparos, Dylann Roof, el prestigio del símbolo confederado se encuentra en su punto más bajo a ojos de la corriente dominante estadounidense.

Cuanto más bajo sea el estatus de la bandera confederada, mejor. Una vez dicho esto, el debate interno en Estados Unidos sobre la aceptabilidad de diferentes insignias políticas es absorbente no solo por aquello en lo que se centra, sino también por lo que omite.

¿Cómo se valora si una bandera se puede considerar legítima? Con los símbolos oficiales de Rhodesia, la Sudáfrica de la era del apartheid y la Confederación (todas ellas claramente abrazadas por Dylann Roof), el factor determinante parece ser las atroces violaciones de los derechos humanos cometidas por estas entidades en combinación con sus abiertamente racistas sistemas legales. Está bien, son criterios razonables. Entonces, ¿qué ocurre con otros símbolos nacionales?

Si los factores determinantes para la legitimidad de un símbolo político o nacional es o bien el historial de derechos humanos de esa entidad o bien el apoyo de la entidad a sistemas legales abiertamente racistas, quizá los liberales estadounidense podrían llevar su descontento desde la bandera confederada hasta insignias más ampliamente usadas y actuales. Para empezar, puede que quieran reflexionar sobre su propia visión de la actual bandera estadounidense.

Cuando se trata de colaborar a toda máquina con sistemas racistas legales, Estados Unidos y su bandera son casi impolutas. Estados Unidos fue un aliado fundamental de Sudáfrica durante el apartheid y sigue siendo el partidario internacional primordial de Israel. El sistema legal que Israel ha construido en la ocupada Cisjordania es el último régimen de apartheid que sobrevive en el mundo.

Por otra parte, a la inmensa mayoría de los ciudadanos estadounidenses que están ansiosos por sustituir la tristemente célebre bandera confederada por la más respetable bandera de las Barras y Estrellas no parece preocuparles mucho el carácter violento de la política exterior estadounidense.

Cuando se trata de países cuya cultura política tiene una relación casi patológica con la bandera oficial, no muchos países se clasifican por encima de Estados Unidos. Desde organizaciones radicales de derecha y grupos fundamentalistas cristianos a una considerable proporción de las muchas subcorrientes del liberalismo estadounidense, raramente dejan pasar una oportunidad de desplegar las Barras y Estrellas. Para valorar la historia de amor de la mayoría de las tradiciones políticas estadounidenses con la bandera del país uno acude a los mismos criterios que con Rhodesia, la Sudáfrica de la era del apartheid y la Confederación.

Incluso una rápida revisión del historial de derechos humanos de Estados Unidos da poco pie a la interpretación. Aunque se puede alegar que la mayoría de las naciones (si no todas) tienen algunos problemas con la observancia de los principios de derechos humanos, hay un espectro que va desde violaciones a escala relativamente pequeña hasta violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad cometidos en proporciones colosales. Al evaluar el continuo posterior a la Segunda Guerra Mundial se encuentra a Estados Unidos en el último extremo de ese espectro.

Pensemos únicamente acerca de un solo caso de agresión militar ilegal de Estados Unidos, la guerra estadounidense contra Vietnam. Durante la guerra de Vietnam Estados Unidos arrojó más del doble de bombas que el total de las bombas arrojadas por todas las partes juntas durante la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos arrasó 25 millones de acres de la tierra cultivable de Vietnam y 12 millones de acres de bosque, y arrojó más de 70 millones de litros de agentes herbicidas extremadamente venenosos por todo el país. El ataque estadounidense hirió a 5.3 millones de civiles vietnamitas y unos 4 millones de vietnamitas cayeron víctimas de los defoliantes tóxicos utilizados por Estados Unidos en gran parte del país. Finalmente, cuando Estados Unidos fue obligado a retirarse, Vietnam quedó con 879.000 huérfanos, 1 millón de viudas y 11 millones de refugiados . Todo ello además de al menos 3.8 millones de vietnamitas muertos por la agresión estadounidense.

Por desgracia, las historias desagradables no acaban aquí. Estados Unidos nunca ha formulado una disculpa por nada de todo esto y menos aún ha pagado indemnizaciones. Con todo, puede que la parte más preocupante de la herencia de la guerra es que este crimen incalificable sigue siendo elogiado profusamente en la corriente dominante de Estados Unidos.

Con esta perspectiva general del historial estadounidense en Vietnam en mente, tengan ustedes en cuenta estas observaciones del premio Nobel de la Paz, el presidente Obama. El discurso se pronunció en 2012 durante las ceremonias del Memorial Day [en que se recuerda a los caídos en guerra. N. de la t.] ante el Monumento a la Guerra de Vietnam en Washington, DC. La audiencia estaba compuesta fundamentalmente por soldados estadounidense que habían estado directa o indirectamente implicados en las ilegalidades cometidas por Estados Unidos en Vietnam, así como por sus familias.

Dirigiéndose a ellos y refiriéndose al Muro Conmemorativo de los Veteranos de Vietnam, Obama afirmó:

«Cincuenta años después acudimos a este muro, a este lugar sagrado, a recordar. Podemos caminar hacia su pared de granito, extender la mano y tocar un nombre. Hoy es Memorial Day, cuando recordamos a aquellos que dieron todo en la oscuridad de la guerra para que nosotros pudiéramos estar aquí en la gloria de la primavera. Y hoy empieza el 50 aniversario de nuestra guerra en Vietnam. Honramos a cada uno de esos nombres grabados en piedra, 58.282 patriotas estadounidenses. Saludamos a todos los que sirvieron con ellos».

Deshaciéndose en elogios sobre la actuación general de Estados Unidos y su ejército, Obama llegó a afirmar:

«A menudo se os culpó por las fechorías de unos pocos, cuando se debería haber alabado el honorable servicio de muchos. Volvisteis a casa y a veces fuisteis denigrados cuando se os debería haber elogiado. [… ] Porque todos vosotros sois verdaderos héroes y todos seréis recordados.»

Una ilegal invasión generalizada, una campaña de bombardeos de proporciones sin precedentes, una destrucción apocalíptica, millones de personas masacradas, todo el país destruido. Ninguna disculpa. Ninguna indemnización. Después de la retirada de Estados Unidos una glorificación desenfrenada de los crímenes estadounidenses año tras año, década tras década.

Esto no es Rhodesia ni la Sudáfrica de la era del apartheid. Esto no es la Confederación. Esto es Estados Unidos de América.

Para la mayoría de la comunidad internacional el estatus interno del símbolo confederado en Estados Unidos probablemente no es un problema más pertinente que el daño de la realpolitik estadounidense. A finales de 2013 una encuesta masiva de WIN/Gallup International planteó la siguiente pregunta a más de 66.000 personas en 65 países: «¿Qué país considera usted que supone actualmente la mayor amenaza para la paz en el mundo?». El ganador no fue Corea del Norte, Pakistán, Israel o Irán. Con tres veces más votos que los obtenidos por Pakistán, que obtuvo el segundo lugar, el país identificado como la mayor amenaza para la paz mundial fue Estados Unidos.

Esta percepción no carece de fundamento. La voluntad y capacidad de Estados Unidos para utilizar su poderío militar para favorecer sus intereses es una de las cuestiones más recurrentes de la historia mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial. Además del uso de la fuerza militar o de la amenaza de usarla, Estados Unidos ha utilizado y sigue utilizando una plétora de otros instrumentos (la guerra por intermediación, los golpes de Estado, programas descomunales de ayuda exterior) para determinar la realidad política internacional con el fin de servir a su agenda.

No es raro que una sociedad empiece a reconciliarse totalmente con fases históricas trágicas del pasado sólo después de que haya transcurrido un período importante de tiempo. El hecho de que vastos sectores de la sociedad de Estados Unidos aboguen por acabar con todas las formas de afiliación oficial estatal a la bandera confederada no es sino un signo saludable. Con todo, desde la perspectiva de los derechos humanos sigue siendo tan alarmante como siempre que el liberalismo estadounidense siga tratando de justificar la injustificable realidad de la política exterior estadounidense.

Copyright, Truthout.org. Traducido con permiso de Truthout.

Fuente: http://www.truth-out.org/opinion/item/32656-the-hypocrisy-of-criticizing-the-confederacy-while-whitewashing-us-foreign-policy