Recomiendo:
0

Sobre el cierre del centro de RTVE en Canarias

La hipocresía del tripartito canario

Fuentes: Rebelión

En una época en que se habla tanto de identidades que fragmentan y tan poco de las relaciones sociales que impone el capital que maltratan por igual a los trabajadores de Euskal Herria, Cataluña, Madrid o Canarias, el desmantelamiento de los centros de radiotelevisión española (RTVE) en Canarias irrumpe como un volcán capaz de sepultar […]

En una época en que se habla tanto de identidades que fragmentan y tan poco de las relaciones sociales que impone el capital que maltratan por igual a los trabajadores de Euskal Herria, Cataluña, Madrid o Canarias, el desmantelamiento de los centros de radiotelevisión española (RTVE) en Canarias irrumpe como un volcán capaz de sepultar inteligencias e intenciones. La legítima defensa de unos puestos de trabajo, la verdadera democratización de los medios de comunicación públicos y su necesaria protección e independencia en un sector fuertemente privatizado, no significan nada para los que de antemano habían convertido el conflicto en un ultraje a esa canariedad inventada a fuerza de «Tenderetes» y «Luchadas».

Los mismos que apoyaron y firmaron el plan de Cafarell han desvirtuado la lucha de los trabajadores al encabezar las manifestaciones de supuesto apoyo popular -los lobos cuidando el rebaño-. A pesar de que el representante de Coalición Canaria en el Consejo de Administración de RTVE, Jorge Bethencourt, votara a favor del proyecto de reestructuración de la cosa radiotelevisiva, las huestes de Paulino Rivero y Adán Martín no dudaron ni por un instante en criminalizar a La Sepi, la maldita Sepi, porque quiere acabar con un servicio público esencial para Canarias, y en su victimismo instintivo aparece Madrid, siempre Madrid, como cielo protector de las tropelías indiscriminadas de esos que se apropian de «Lo nuestro».

Pretenderán, incluso, hacernos creer que su televisión, esa a la que llaman «la nuestra», es un ejemplo de objetividad, pluralismo y democracia, de servicio público. A pesar de que siempre han controlado los medios públicos y privados, fueron más allá. La TV autonómica, la de Prisa, sí es paradigma de cómo tratar la información cuando el objetivo verdadero es el contrario, una manipulación informativa que alimente el control de clase: un cóctel de desinformación política, unos telediarios convertidos en crónica de tribunales y de sucesos cuanto más escabrosos mejor, mañanas y noches de prensa rosa, una copiosa y aletargante programación deportiva; y todo aderezado con un ramillete de intelectuales del tres al cuarto para cuando sea necesario sepultar ineptitudes y connivencias, amaños y apaños, o silenciar luchas ciudadanas -Vía de Ronda, Pto. de Granadilla, PGOU, playa de Valleseco-. Es tan independiente que, como diría Saramago, sólo informa de lo que le da la gana y no de lo que es noticia.

La des-facha-tez e hipocresía con que ha actuado el tripartito canario sólo es comparable con la de aquellos empresarios, acompañantes en la caminata sabatina, a los que no les tiembla la mano cuando despiden a sus trabajadores o los precarizan de por vida y, sin embargo, son capaces de salir a la calle sintiéndose ultrajados. Entre ellos Ignacio González en plena faena, rapiñando votos para su candidatura a la Cámara de Comercio, el mismo personaje que días antes del revocatorio contra Hugo Chávez erigió un monumento a la manipulación informativa y a la mentira al realizar aquel «documental» que se repitió insistentemente en Canal Azul, por entonces de su propiedad. La convocatoria acabó siendo un sonado fracaso a pesar de la insólita y machacona campaña que, utilizando los propios medios públicos, realizaron los trabajadores con la extraña anuencia y permisividad de los rectores del centro. Probablemente, la percepción de que la movilización no era parte de una lucha laboral, un conflicto de clase, sino una cuestión de «dignidad» nacional manipulada a su antojo por la cúpula nacionalista y sus inseparables compañeros de viaje -PP Y PSOE- no estimuló suficientemente las conciencias. Tampoco ayudó la escasa y esporádica solidaridad mostrada a lo largo de sus 42 años de historia -salvo honrosas excepciones individuales- en la lucha social, laboral o política de los trabajadores y del pueblo canario. Quizás el miedo a perder su medio de vida les hizo olvidar que la lucha de los trabajadores poco tiene que ver con la de unos privilegiados que desde siempre han vivido estupendamente a la sombra de la oligarquía. Por eso pocos, muy pocos, se creyeron que las estrellas televisivas canarias que pusieron rostro a la convocatoria iban a convertirse de la noche a la mañana en abanderadas de la justicia social, plenamente identificadas con la lucha de sus compañeros.

La externalización de la producción radiotelevisiva, en un marco de constantes ataques a la propiedad comunal, no es menos evidente que la producida en la sanidad, la educación o en los servicios, ni la precariedad laboral existente en la empresas mediáticas es más intensa que en cualquier otra, o el férreo control político que sufre es ajeno a otros espacios de la Administración; por tanto, la construcción de unos medios de comunicación públicos, plurales y democráticos debe ser una más de las reivindicaciones ciudadanas en materia de derechos sociales universales, es más, las organizaciones políticas, sindicales, vecinales, etc. que apuestan por cambiar el actual marco de relaciones económicas, sociales y políticas deberían considerarlo como una tarea necesaria e ineludible.