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La huelga del 29-S, una grieta en la formación del pensamiento sumiso

Fuentes: Rebelión

Desde que el capitalismo especulativo en su versión salvaje, nada de disimulos edulcorantes, campa a sus anchas por el mundo y nuestro país aniquilando resistencias en nombre del » pensamiento único», lo «políticamente correcto» o » un gobierno responsable » (en otros momentos históricos del pasado siglo XX, la uniformidad impuesta y la obediencia al […]

Desde que el capitalismo especulativo en su versión salvaje, nada de disimulos edulcorantes, campa a sus anchas por el mundo y nuestro país aniquilando resistencias en nombre del » pensamiento único», lo «políticamente correcto» o » un gobierno responsable » (en otros momentos históricos del pasado siglo XX, la uniformidad impuesta y la obediencia al líder infalible tuvo una definición más sencilla: fascismo), en pocas ocasiones ha mostrado su verdadera ralea, la cosmovisión inquisitorial que lo sustenta, como en la reacción de sus órganos armados de difusión ideológica (irónicamente autoproclamados » medios de comunicación»), jaleados por acólitos y paniaguados, ante la convocatoria y desarrollo de la pasada huelga del 29 -S.

Firmemente convencidos de que estaban ante una oportunidad de oro para romper el espinazo a los últimos reductos del pensamiento izquierdista e instaurar, por los siglos de los siglos, el reino de la mentalidad sumisa ( en el frontispicio, un luminoso gigante con la proclama » Borregos del mundo¡ balad!»), no han dudado en utilizar toda la potencia de su propaganda, para – eso sí con la inestimable colaboración del manijero miedoso del cortijo liberal que atiende al nombre de PSOE o Socialdemocracia, aunque también agitaría el rabo si le llamaran Toby – demonizar a todos quienes han osado plantarse y decir un » hasta aquí hemos llegado en la resignación».

Y gracias a su particular periodismo de investigación, toda España ha podido conocer la impostura de un secretario general de CC.OO. capaz de gastarse varios miles de euros en sus vacaciones, el apego a la buena mesa del jefe de la UGT si se trata de celebrar un cumpleaños, a las hordas de liberados o las subvenciones recibidas a cargo de los presupuestos del Estado… Pese al regodeo que a muchos les ocasione ver la somanta de palos que han llovido sobre unas cúpulas sindicales partidarias de un sindicalismo burocratizado, refractarias a todo lo que pueda sonar a movilización desde la base , complacientes con el poder económico y político hasta el punto de tragarse sin rechistar, diciendo amén, todo el entramado que desde Maastricht a la mal llamada Constitución Europea han preparado el terreno a la actual situación, debería preocuparnos y mucho, el nada disimulado intento capitalista de imponer un » lavado de cerebro colectivo», que no se arruga ante ningún obstáculo que lo aparte del objetivo último ( anular de un plumazo los derechos adquiridos durante siglos de movimiento obrero), aunque para ello deba utilizar la calumnia, la falsedad o la media verdad.

Y cuando decimos media verdad nos estamos refiriendo a la capacidad demostrada para poner el foco en un solo aspecto, sin alumbrar toda la escena. Así hemos podido comprobar que la diligencia puesta para airear las subvenciones sindicales, se ha tornado negligencia al ocultar a la opinión pública que también la CEOE y la CEPYME son destinatarias de cantidades similares de fondos públicos, que en los consejos de administración de las empresas dedicadas al negocio de la comunicación ( Antena 3 , Telecinco, Cuatro, Vocento, Prensa Española, radios…) confluyen los mismos grupos, los mismos bancos, multinacionales o, lo que es más grave, los apellidos perennes y repetidos de una oligarquía a veces centenaria que ha jugado sin despeinarse a ser restauradora, franquista o demócrata de toda la vida ( tras colocar en el armario, bien planchada por si acaso, la camisa azul), eso sí, siempre que se mantuvieran intactos sus intereses.

Y han sido los títeres de esta plutocracia quienes han criminalizado, por cable, palabra, onda y escritura, la respuesta sindical a la agresión -sin equivalente en decenios- contra los trabajadores, convertidos, pese a no haber participado en la pasada orgía de especulación, corrupción , fiebre del ladrillo y exorbitantes beneficios, en los «paganos» de una crisis extrema del entramado capitalista.

Estremece pensar lo que habría pasado si en la Gurtel, Malaya y demás cloacas estuviesen pringados líderes obreros y no empresarios / políticos del bipartidismo, o las manos en alto que hubiesen pedido lapidación sumaria si al frente de la Izquierda Obrera (por favor, sean serios y absténgase de vindicarse como tal los que mantienen unas siglas pero realizan una política económico- social que no se aparta un milímetro de los intereses del amo) se encontrasen personas que tuvieran encima una trayectoria la mitad de turbia que el señor Díaz Ferrán. O lo que pasaría en este país si la misma lupa enfocara la realidad cotidiana de las jerarquías políticas, empresariales, judiciales o eclesiásticas del Estado.

Por eso consideramos exitoso el desarrollo de la huelga., Pararon los sectores productivos pese a las limitaciones impuestas por unos servicios mínimos abusivos o el gran piquete del chantajismo ( ¡ qué curioso!, a los voceros que se han rasgado las vestiduras por el ataque a la libertad de trabajar que, para ellos, suponían unos piquetes informativos, convenientemente apaleados y hasta estimulados con tiros al aire, también se les ha escapado este detalle ) encarnado por un empresariado amedrantador, capaz de poner sobre la mesa lo barato que está el despido o lo fácil que resulta deshacerse de un empleado sólo con esperar a la finalización de un contrato y no renovarlo y que no titubeaba al pronunciar un » si no vienes el miércoles, no lo hagas el jueves».

Y esos sectores que siguieron masivamente el paro, provocaron la caída del consumo eléctrico y trasmutaron el día en inesperado domingo, aglutinándose el obrerismo tradicional, el proletariado consciente, decenas de miles de jóvenes sin empleo y una parte significativa del sector servicios, en unas manifestaciones de rechazo que nos recordaron, por la dignidad y número de asistentes, a las que muchos de los participantes engrosamos cuando la locura del militarismo aznariano y sus delirios de grandeza, nos llevó a la guerra de Irak.

Repasado el paisaje político-social de finales de septiembre, cabe volver a nuestro clásico ¿qué hacer? y empezar la parte propositiva.

En primer lugar, (ahora sí tocaría, no en las semanas previas a la huelga), deberíamos preguntar a los dirigentes sindicales que han coqueteado (por acatamiento o mutismo, apenas unas tibias palabras pese a la contundencia de los ataques sufridos) con las propuestas que el capitalismo ha ido realizando siempre bajo las coartadas de responsabilidad, exigencia europea, gobernabilidad o paz social, si han tomado nota y son conscientes ya de que también iban a por ellos, siendo la movilización y el combate de ideas la única forma de parar los pies a los agresores y para ello se necesita una unidad de acción desde la base que incluya a los sindicatos alternativos y a los que, ante la deriva y la falta de claridad, se marcharon asqueados a sus casas o hacen la guerra por su cuenta, refugiados en los problemas de su sector o su empresa, En el haber tienen una constatación: pese al miedo de fracasar que hizo dilatar hasta el último momento la convocatoria de una huelga general, ante la desmesura de las propuestas gubernamentales dictadas por el poder financiero, el pulso se ha mantenido y la mano no se ha roto.

En segundo lugar, caer en la cuenta de que la respuesta sindical debe tener su correspondiente respuesta política, intentando configurar un movimiento político de Izquierdas en el que puedan verse representados los humillados y ofendidos por las reformas laborales y la desvergüenza de quienes las defienden y aplican, bien de forma activa o con el silencio cómplice y para ello la Izquierda, movilizada en la calle, debe ocupar de forma simultánea una parcela de poder institucional -siempre que ésta sirva de altavoz y palanca y no un fin en si mismo-, articular un bloque social alternativo acorde con su peso real.

No caben por tanto discusiones bizantinas sobre si se es o se parece, ni establecer un paréntesis tipo «una vez cumplido el expediente, pelillos a la mar que aquí no ha pasado nada.» Quienes practican las más rancias políticas conservadoras en su actuación económica han quedado deslegitimados para enarbolar el gastado discurso del «que viene la derecha», ya que pese a ser muy torpes alumnos de teoría socialista , si saben el abecé: que la economía es el motor de la historia y que si se gobierna favoreciendo a la oligarquía es a ésta a la que se le entrega el poder que no les dio las urnas.

La recuperación de un discurso creíble, capaz de frenar el desprestigio de la palabra Política y a la vez poner freno al incipiente fascismo vestido de xenofobia , racismo y nacionalismo rancio con una pizca de clericalismo de la vieja escuela nacionalcatólica, sólo lo pueden articular quienes reclamen una democracia participativa en la que las propuestas y los programas se eleven a la categoría de Contrato Social y por lo tanto, se exija el cumplimiento.

Cuando gobierne la Derecha nominal, gobernará -como lo ha hecho siempre y por ello se le podrá tachar de malévola no de incoherente- defendiendo sus intereses. La Izquierda debe de empezar a perder el miedo de gobernar para sus votantes cuando estos articulen una mayoría social suficiente, No vale pues , sacar de la chistera los conejos gastados y escenificar encuentros y «acuerditos» tipo «mantengo integra una reforma laboral que ha borrado de un plumazo derechos duramente conseguidos y a cambio reduzco seis meses mi propuesta de ampliación de la edad de la jubilación o acorto los años necesarios para establecer la base de cotización de las pensiones y así aparento que me has arrancado una concesión, pero a cambio entráis nuevamente en el juego de si son galgos o podencos, trinidades o gómeces y eleváis la ceja y me dejáis decir que soy progresista…» Quien entre en ese cuento de la lechera después de haber estado en la orilla roja del 29- S, corre el riesgo del abucheo, de recibir definitivamente el hispánico «… y no más».

En tercer lugar, la huelga nos puede servir para tomar conciencia de una nueva situación: el capitalismo que nos ha ido laminando derechos como ciudadanos nos abre sin querer una rendija y nos da poder como consumidores. Por ello los millones de personas que mostramos nuestro enfado con la situación, deberíamos empezar a practicar el principio de pensar globalmente y actuar localmente y en las ocasiones similares que, por desgracia, vendrán, devolver el desaire al Corte Inglés, a las grandes superficies que abrieron, a los tenderos, dueños de bares o taxistas copeadictos que pregonan su no a huelgas y movilizaciones y hacerles en la próxima una de billetes o tarjetas de crédito, tocándoles donde únicamente les duele, el bolsillo. Esto nos permitiría beneficiar a la vez a los autónomos y pequeños comerciantes que estuvieron en su sitio bien por sentirse coprotagonistas y afectados, bien por solidaridad con quienes contribuyen a darles de comer. Internet hace milagros y las consignas circulan con rapidez.

Por ello era tan importante el miércoles llevar la coherencia huelguista al límite y no comprar o entrar en el bar abierto -por mucho que nos apeteciese la charla y la cervecita-, pues al esquirol no se le puede dar de premio una recaudación mayor.

El pasado 29-S quienes participamos en las movilizaciones recuperamos un sentido de lo colectivo y lo público que no deberíamos echar a perder. Apartando miedos y ambientes hostiles nos negamos a creer en el paraíso dibujado por los medios de difusión, a golpes de partidos de fútbol y chismorreos de programas del corazón y desempolvando el «Proletarios de todos los países, unios», intuimos que una parte importante y esencial de la sociedad española se negaba a acatar las viejas servidumbres.

Asistimos en nuestros días a una fase extrema del capitalismo salvaje, caracterizada por una acumulación sin precedentes de la riqueza en manos de la minoría oligárquica debido a la transferencia de rentas de la clase trabajadora por desregulación laboral, pérdida del carácter progresivo de los impuestos, inyección del dinero público para solventar problemas de gestión empresarial, pérdida de derechos o socialización de pérdidas frente a privatización de las ganancias. En este contexto cobra aún mayor capacidad simbólica el que, frente a la unanimidad impuesta y al intento de uniformarnos, desde las aceras de nuestra indignación, nos negásemos a ver el traje de humo y gritásemos, conscientes de su miseria: » el Rey-Capital está desnudo».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.