En esta metrópolis del jazz, en el delta del Mississippi, persisten una mezcla de esfuerzos por reconstruir la devastada ciudad, trágicos recuerdos y una esperanza de poder superarlos junto con heridas aún no cicatrizadas.
Estados Unidos sufre aún trastornos políticos y sociales a causa del huracán Katrina, cuyos vientos no sólo devastaron el sudeste estadounidense (el domingo se cumplen cinco años), sino también la credibilidad de su antecesor George W. Bush. La tragedia, que había sido prevista por las autoridades estadounidenses, está fresca en la memoria de los norteamericanos en momentos en que otro desastre natural -el derrame de una plataforma de petróleo en el Golfo de México- salpica políticamente a Obama.
Entre las hileras de casas de la barriada del Lower Ninth Ward, en Nueva Orleáns, se abren muchos huecos, a menudo la naturaleza ha reconquistado su terreno inundándolos con una densa maleza. Sobre las puertas, muros y ventanas tapiadas se siguen viendo los restos de señales y fechas escritas con spray, que recuerdan que en esos lugares se buscó a sobrevivientes o se alertó de dónde había muertos. El Lower Ninth Ward está a apenas unos minutos de distancia en coche del bullicioso centro de Nueva Orleáns, pero a cinco años del devastador paso del huracán Katrina, esta zona de la sureña ciudad estadounidense sigue siendo un mundo aparte.
Cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visite este domingo 29 de agosto Nueva Orleáns, en el quinto aniversario de su peor catástrofe natural, le esperan en esta metrópolis del jazz en el delta del Mississippi una mezcla de esfuerzos por reconstruir la devastada ciudad, trágicos recuerdos, una esperanza de poder superarlos junto con heridas aún no cicatrizadas del todo. Y es que los cinco años que han pasado desde Katrina no han sido nada fáciles para esta ciudad. Nuevos huracanes amenazaron toda la región y, este mismo año, la azotó una nueva catástrofe, esta vez provocada por la mano humana: la peor marea negra de la historia de Estados Unidos tras la explosión de una plataforma petrolera en el Golfo de México.
«Es como si nos hubieran marcado con una cruz en la espalda», se lamenta Brittanie Bryant, que gestiona una de las numerosas tiendas de souvenirs en la ciudad. Aun así, «Nueva Orleáns ha vuelto a levantarse», sostiene KimAmoss, redactor jefe del diario local TimesPicayune. «Hace cinco años nadie hubiera pensado que la ciudad volvería a estar como ahora», asegura.
Con unos 355 mil residentes, Nueva Orleans recuperó apenas el 80 por ciento de sus antiguos habitantes. La otra cara de la moneda: «Todavía no regresamos a la normalidad porque algunos barrios siguen sin estar tan habitados como lo estaban», explica Amos.
El mejor ejemplo: el Lower Ninth. En ningún lugar como en éste arrasó la monstruosa tormenta y la masiva inundación que provocó, que se abatieron sobre Nueva Orleáns y toda la costa del Golfo. De los más de 1800 muertos, casi la mitad vivía en el Lower Ninth, cuyos habitantes son en su mayoría afroamericanos y pobres. Tan sólo una cuarta parte de sus residentes vuelven a vivir en este lugar cinco años más tarde.
Muchas de las imágenes que estremecieron al mundo fueron tomadas en el Lower Ninth, cuando el ciclón dejó bajo el agua al 80 por ciento de Nueva Orleans, dañando o destruyendo 134 mil viviendas después de haber provocado la huida de 1,3 millón de personas.
Cuando Katrina tocó tierra, en la madrugada del 29 de agosto y con vientos de más de 200 kilómetros por hora, Nueva Orleáns estaba terriblemente mal preparada para una amenaza de tal magnitud. La ciudad del jazz está rodeada de agua, y en buena parte se encuentra por debajo del nivel de mar. Graves fallos de construcción en los diques de contención que la protegen se convirtieron en una trampa mortal cuando Nueva Orleáns pasó a ser una gigantesca bañera.
Y eso que las catastróficas consecuencias no constituyeron una sorpresa total. Años antes de Katrina, los expertos habían advertido que los diques no resistirían un huracán de categoría 3 o mayor. A ello se sumó la tardanza con que las autoridades locales implementaron los planes de evacuación. Y que también Washington, y sobre todo la autoridad encargada de administrar y prevenir catástrofes, FEMA, carecía de planes y actuó de forma lenta y caótica. La coordinación de la ayuda tardó días. El estadio de la ciudad, el Superdome, se convirtió en un refugio de última hora para 30 mil personas y, además, en un símbolo de la vergüenza. Pasaron días hasta que empezaron a llegar al estadio los primeros alimentos, mientras que las condiciones higiénicas eran infrahumanas.
La catástrofe se convirtió para el entonces presidente George W. Bush en un desastre político. Se estima que los daños en toda la zona de Nueva Orleáns ascienden a 151.000 millones de dólares, convirtiendo a Katrina en el huracán más caro de la historia del país, además del más mortal en 75 años.
Disparidad racial
«El renacimiento de Nueva Orleáns es la historia de dos renacimientos distintos», dijo James Perry, director ejecutivo del Greater New Orleans Fair Housing Action Center, la más importante asociación de la ciudad que reconstruye viviendas. Según Perry, quienes estaban bien financieramente antes de Katrina volvieron a sus casas y trabajos y tienen acceso a una buena asistencia sanitaria. Los más pobres, que estaban en dificultades antes, lo siguen estando ahora. Los que estaban bien son en su mayoría blancos, y los segundos son en su gran mayoría negros, reproduciendo una escala de separación que es típica y se mantiene en el país, aunque un negro haya llegado a la presidencia, sostiene Perry. La disparidad es tan evidente que un juez federal de Louisiana calificó de «discriminatorio» un programa de subsidios preparado por el estado para aquellos cuyas casas resultaron dañadas o destruidas.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-152140-2010-08-28.html