Neil Clark es un periodista independiente, escritor, locutor y bloguero inglés que publica en diversos medios de prensa en el Reino Unido, como The Guardian, el Morning Star, el Sunday Express, la BBC y medios de otros países, incluyendo Russia Today, y varios más de Estados Unidos. Confiesa que él fue uno de los que […]
Neil Clark es un periodista independiente, escritor, locutor y bloguero inglés que publica en diversos medios de prensa en el Reino Unido, como The Guardian, el Morning Star, el Sunday Express, la BBC y medios de otros países, incluyendo Russia Today, y varios más de Estados Unidos.
Confiesa que él fue uno de los que ingenuamente creyó hace dos años que Trump sería preferible a Hillary Clinton debido al historial belicista de ésta como canciller de Obama. Pero la triste verdad resultó ser que no había ninguna diferencia. Durante la campaña electoral, Trump se refirió repetidamente a su oponente como «la sinuosa Hillary» y prometió que, si él ganaba, la Clinton sería investigada por un fiscal especial. Sin embargo, tras ser elegido, cambió el discurso: «No quiero hacerles daño (a los Clinton). Son buena gente.»
Hillary ha hecho nuevas trastadas desde entonces y Trump ya está en la Casa Blanca, pero la Clinton, ¿acaso ha sido procesada?
Las recientes elecciones de medio término no despertaron mucho interés en Estados Unidos. ¿Por qué? La realidad es que las elecciones en Estados Unidos no cambian mucho, si es que algo cambian, porque allí la democracia es apenas una ilusión.
«Cada dos años se celebran elecciones en Estados Unidos y se nos ofrece el mismo espectáculo. Gente ordinariamente inteligente hace el ridículo defendiendo la idea de que las elecciones son muy importantes. ¿Cuándo aprenderán que lo mejor que se puede hacer en Estados Unidos en noches de elecciones es acostarse temprano con una botella de agua tibia y un buen libro?», ironiza Clark.
En 1992, William Clinton fue electo presidente tras 12 años de republicanismo en la Casa Blanca. Bill Clinton desreguló el sector financiero en beneficio de Wall Street que, gracias a ello, disfrutó de una gran bonanza. En el 2000 George W. Bush proclamó que «no se entrometería en los asuntos internos de otros países aludiendo en contraste al hecho de que William Clinton había bombardeado Yugoslavia, Irak y Sudán… Pero Bush invadió Afganistán e Irak.
Su sucesor, Barack Obama, iba a detener las guerras, incluso aceptó el Premio Nobel de la Paz. Seguidamente, bombardeó Libia y ayudó a avivar el fuego de la guerra en Siria. La reestructuración de las relaciones con Rusia terminó convirtiéndose en aplicación de sanciones a Rusia. El cierre de la ilegal prisión de la Bahía de Guantánamo en Cuba, nunca ocurrió.
Entonces, en 2016, Donald Trump dijo que iba a ser él quien «secaría el pantano», pero lo que ha hecho es nombrar a gente del pantano para su círculo íntimo. También iba a dejar de bombardear países y a reconstruir las relaciones con Rusia. Pero lo que hizo fue seguir bombardeando países y llevar las relaciones ruso-estadounidenses a su punto más crítico. El presidente que iba a poner es su lugar a los neoconservadores en inequívocos términos, les ha dicho: «¡Únanse a mi equipo, hagamos lo de Irán!»
El poder político no reside en los votantes, sino en los poderosos grupos de presión que «compran» a los representantes electos, que luego actúan en su propio interés, y no en el del pueblo. «No son aquellos que vemos en tiempo de elecciones los que realmente toman las decisiones, sino los que no se ven. Los que están escondidos detrás de la cortina y escriben los cheques».
Es difícil escapar a la conclusión de que todo ha sido una farsa, como todo lo demás relacionado con la política estadounidense. Los ricos, que se atacan unos a otros en público para el disfrute de los votantes, se conocen entre sí y con sus familias, son todos amigos. Asisten a las mismas bodas, duelos y celebraciones.
En los recientes comicios parciales se vio nuevamente cómo la gente invierte una enorme cantidad de energía emocional en tratar de «detener a Trump», como si se tratara de una aberración- en vez de reconocer que Trump es un típico presidente de Estados Unidos. «Los demócratas, la otra mitad un poco más liberal del sistema, fueron aclamados hace dos semanas como «salvadores de la democracia» por haber dominado en la Cámara, pero a sabiendas de que en los temas que más importan no habrá cambios importantes. Porque si en Estados Unidos las cosas pudieran ser cambiadas de manera significativa con elecciones, éstas no se efectuarían.
Las elecciones desempeñan una valiosa función de válvula de seguridad, en la medida que brindan una ilusión de democracia a quienes sin tal recurso estarían marchando ante el Capitolio con antorchas y carteles, a gritos de ¡Ya basta!,
Algunos se esfuerzan por convencernos de que los demócratas se están «moviendo a la izquierda». Falso. Es solo que se necesitan radicales con licencia para mantener a bordo a los radicales genuinos. Los que se esconden detrás de la cortina lo saben. Pero nunca dejarán que los radicales con licencia tengan éxito, concluye el periodista Neil Clark.
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