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La «industria del holocausto» después del genocidio de Gaza

Fuentes: Rebelión

A la memoria de los miles de palestinos que han muerto desde 1948 enfrentando el genocidio sionista perpetrado por Israel.

“Hasta que nos hemos dado cuenta de que esa ‘religión civil’, convertida en dogma imperativo impuesto desde el poder, estaba a su vez avalando la perpetración de un genocidio. Como en una broma macabra de la historia, los que se consideran herederos de las VÍCTIMAS con mayúsculas de nuestra cultura memorial, se han mostrado como lo que ya eran desde hace mucho tiempo: perpetradores de los mismos crímenes, paradójicamente avalados por su herencia de víctimas que, según el marco discursivo del sionismo, les otorga el derecho a abusar de otros. De repente, la carga de todas las lágrimas vertidas ante los testimonios y los zapatos infantiles de Auschwitz se nos aparece en su cara más siniestra: la herramienta de un chantaje político-emocional de la propaganda del Estado de Israel y de sus aliados, que permea en todos los debates públicos, e incluso privados, sobre el sionismo y el genocidio en curso”.  -María Chiara Bianchini, ”Memoria en tiempos de genocidio”, El Salto, agosto 25 de 2025. Disponible en: Memoria en tiempos de genocidio  

El genocidio de Gaza no deja en pie nada de lo que el occidente imperial había construido a lo largo de los últimos 80 años, después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Una de las cosas que ha quedado enterrada es la que alguna vez fue la próspera industria del holocausto. Ese genocidio ha roto de manera definitiva con la narrativa sionista e imperialista que colocó a Israel como la víctima suprema y portadora privilegiada de la memoria del genocidio nazi. Todo eso ha quedado hecho añicos con la masacre de Gaza. De este no salen indemnes ni la memoria como campo de reflexión, ni Auschwitz como ejemplo prototípico de esa memoria, ni el culto a las víctimas.

En este ensayo examinamos la forma cómo el genocidio en curso está minando las bases políticas sobre las que se sustentó esa industria y la crisis de hegemonía, hasta no hace poco indiscutible, de la memoria sionista como relato dominante sobre el genocidio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial (II GM).

LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO, UN BREVE REPASO

“La anormalidad del holocausto nazi no deriva del hecho en sí mismo, sino en la industria que se ha montado a su alrededor para explotarlo”. -Norman Finkelstein, La industria del holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío, Siglo XXI Editores, Madrid, 2002, p. 163.

El término «industria del holocausto» fue acuñado por Norman Finkelstein en un libro con ese mismo título, cuya primera edición en inglés apareció en el 2000. Su tesis central sostiene que Israel y el lobby judío de los Estados Unidos construyeron un negocio muy rentable después de 1967, tras la Guerra de los Seis Días, cuando quedó en evidencia el poderío militar del ente sionista que derrotó a los países árabes y ocupó los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania. Con dicha victoria, se hizo evidente para Estados Unidos la importancia estratégica de Israel en el dominio geopolítico del oriente medio, en momentos de emergencia nacionalista en el mundo árabe. Como resultado de ese “descubrimiento geopolítico” cobró fuerza en forma paralela el impulso de una nueva narrativa que se centraba en el sufrimiento judío durante la Segunda Guerra Mundial como la razón de ser del estado de Israel.

Así, en forma aparentemente imperceptible surgió la «industria del holocausto». Y eso lo confesó en su momento Elie Wisel, superviviente de la Shoá, y en el futuro inmediato uno de los principales industriales del tema, tanto que Norman Finkelstein lo catalogó de “payaso en nómina” del circo del holocausto y el “Director Ejecutivo” de esa industria. Ese mismo individuo fue el que dijo estas palabras el 27 de junio de 1967, a escasos quince días del fin de la Guerra de los Seis Días (5-10 de junio):

¿Por qué deberíamos pensar en el holocausto con vergüenza? ¿Por qué no reivindicarlo como un capítulo glorioso de nuestra eterna historia ideal? Después de todo, el holocausto cambió al hombre y al mundo, o, mejor dicho, no ha cambiado al hombre, pero si al mundo. Representa aún el acontecimiento mayor de nuestra historia. ¿Por qué motivo, pues, nos avergonzamos de él? Ha tenido incluso el poder de influir en el lenguaje. Los barrios negros se llaman guetos, Hiroshima se explica a la luz de Auschwitz y el Vietnam se describe con unos términos que fueron utilizados por una generación anterior. Hoy todo gira alrededor de la experiencia del holocausto[1].

Esta afirmación es muy reveladora de lo que estaba cambiando, porque, antes de 1967, el vocablo holocausto era poco mencionado, ni siquiera en Israel, e incluso producía vergüenza nombrarlo, porque los líderes sionistas consideraban que a los judíos que construyeron brutalmente el Estado de Israel no se les podía presentar como famélicos, desnutridos, derrotados y encarcelados ‒imágenes que quedaron luego de la liberación de los campos de concentración en 1944-1945‒ que fueron como mansas ovejas al matadero, porque eso daba la sensación de que eran unos fracasados. No, los sionistas consideraban hasta antes de 1967 que, por el contrario, a los judíos que llegaban a Palestina había que mostrarlos como pioneros que estaban llenos de vida, eran emprendedores, valientes y con un futuro radiante. Para el naciente Estado de Israel lo que luego se va a llamar holocausto al principio les producía vergüenza y por eso en Estados Unidos, Israel y Europa occidental no se les concedía atención a los supervivientes de los campos de concentración o del Gueto de Varsovia. Además, no era conveniente hablar del tema apenas terminó la II GM para reincorporar a Alemania ‒y a miles de nazis‒ en la órbita del “mundo libre” como parte de la cruzada anticomunista de la Guerra Fría.

Eso cambió en 1967 y a quienes hasta ese momento no se les había tenido en cuenta (los supervivientes de los campos de concentración nazis) pasaron a ser protagonistas, pero no por ellos mismos, sino porque eso ahora convenía a Israel y el lobby sionista de los Estados Unidos y algunos países de Europa Occidental. En los años transcurridos entre el juicio de Eichmann, en 1961 y la Guerra de los Seis Días (1967),

“un trastorno tectónico sustrajo a los testigos de la penumbra en que yacían para proyectarlos al centro del escenario, convirtiéndolos ya no sólo en testigos, sino en jueces […] en depositarios de una palabra de verdad, de sabiduría, de amaestramiento. Una palabra que ya no estaba desnuda, sino enmarcada y resignificada por un dispositivo de poder, pedagógico, penal, militar que la adopta como portavoz permanente”[2].

El holocausto se convirtió en una “religión cívica” y en una industria, y no solo cultural, sino vulgarmente económica y eso sucedió tras la victoria militar de Israel en 1967, la cual vino acompañada de la explotación del sufrimiento judío durante la II GM, con el fin de justificar su acción bélica que formaba parte del “derecho irrenunciable a defenderse” de sus enemigos árabes y palestinos.

A partir de ese momento empezó a usarse el vocablo holocausto para referirse a lo acontecido en la II Guerra Mundial. El apelativo se escribe con mayúscula [en inglés y hebreo] para dar a entender un significado religioso, asociado a los judíos, que quiere decir “sacrificio religioso en que se quema a la víctima”. En hebreo el holocausto es la Shoá, término que empezó a emplearse como expresión de lo acontecido con los judíos, a lo cual se le concibió como un evento excepcional e incomprensible. Desde cuando fue construida la industria del holocausto comenzó a decirse que ese crimen no tenía parangón en la historia de la humanidad y no había nada que lo superara.

La industria del holocausto es una perversión de la historia del genocidio ocurrido en Europa en la década de 1940, puesto que solo involucra al pueblo judío, pero niega el de los otros pueblos que fueron exterminados por la barbarie nazi. Con esto, Israel se proclama como el heredero legítimo del holocausto.

Como toda industria, la del holocausto ha sido fomentada por grandes corporaciones judío-estadounidenses, con nexos directos con Israel, que tiene una doble tasa de rentabilidad: económica y política (a menudo disfrazada de cultural):

Económica: Genera grandes sumas de dinero que proceden principalmente de indemnizaciones que ha pagado el estado alemán desde la década de 1960 y que son canalizados para beneficio propio por esas empresas judías de la memoria. También obtiene grandes ganancias a partir de industrias derivadas del holocausto, entre ellas la producción editorial, televisiva cinematográfica y memorialistica. Así, se instauraron en Estados Unidos y en otros países del mundo occidental emporios editoriales que producen literatura referida de manera exclusiva al holocausto y premian y promocionan a autores y “víctimas” que den a conocer sus historias de dolor, a menudo inventadas y falsas. En la televisión se presentan series, algunas convertidas en éxitos “mundiales” [como Holocausto, 1978], una simple pieza de propaganda. Para Hollywood el holocausto devino en uno de sus nichos más rentables y produce películas, mediocres y propagandísticas, que obtiene premios Oskar y reconocimiento internacional, siendo un ejemplo La lista de Schindler.  En cuanto a la prensa, el principal divulgador del holocausto ha sido el New York Times en los Estados Unidos, pero ese modelo de periodismo, incondicional a Israel, se encuentre en todo el mundo occidental. No sorprende, para citar un caso de Colombia, que, cuando el genocidio de Gaza es un hecho incontrovertible, el diario El Tiempo esté promocionando la colección bibliográfica Auschwitz nunca olvidar, compuesta por 11 volúmenes, auspiciados por Planeta y otras editoriales[3].

En el plano económico es notable que en los Estados y en países de Europa occidental se hayan instaurado como fechas conmemorativas algunas referidas a la persecución de los judíos, se hayan construido museos exclusivamente dedicados al asunto y en el plano escolar los planes, programas y textos escolares estén directamente influidos por lo que dicen los industriales del holocausto. En 1979, en Estados Unidos se estableció una conmemoración anual de ocho días, para que los gobiernos locales, las escuelas y centros laborales realicen eventos conmemorativos sobre el holocausto. Como si faltara, la ONU instauró en el 2005 el 27 de enero como el Día Internacional de la Memoria del Holocausto. De la misma manera, en Estados Unidos se han construido museos conmemorativos, el principal de ellos en Washington, que recibe millones de visitantes al año, con enormes ingresos económicos que acumula el lobby sionista de los Estados Unidos.

Las conmemoraciones y museos sirven para lavar la imagen de Israel, como un engranaje de su “guerra cultural y simbólica” encaminada a imponer la hegemonía de la memoria sionista de lo acaecido durante la II GM. Estos dispositivos producen enormes ganancias al lobby judío, y por encima de todos al de los Estados Unidos. En síntesis, la memoria del holocausto se explota con el fin de obtener dividendos económicos y por eso ha sido una prospera industria, con una elevada tasa de rentabilidad.  

Rentabilidad política [a veces disfrazada de cultural]: A diferencia de industrias corrientes del capitalismo (petrolera, química, automovilística…), la del holocausto tiene un componente político explícito, puesto que su objetivo consiste en apoyar en forma irrestricta al estado genocida de Israel. Esto implica el respaldo de sus crímenes contra los árabes y palestinos e inmunizar a ese país de cualquier tipo de crítica. Para ellos Israel se autoproclama el heredero legítimo de las judíos de todos los tiempos y, en especial, de los de la II GM, y eso se le confiere el carácter de eterna víctima. A partir de dicho carácter se enfatiza que Israel tiene el derecho para hacer lo que se le venga en gana cuando y donde quiera porque está dotado de un estatuto especial de protección, gracias al holocausto.

Como parte de esa rentabilidad política y cultural se destaca el surgimiento de los Estudios del Holocausto y de la Memoria, primero en los Estados Unidos y luego en otros países de Europa. Esos Estudios del Holocausto se centran de manera preferencial en la experiencia judía en la II Guerra Mundial, cuentan con grandes fondos de financiación que el lobby judío y los Estados Unidos e Israel les proporcionan a las universidades y centros de investigación. Sus investigadores son, generalmente, empleados a sueldo de esos poderes y por eso la mayor parte de ellos son perros guardianes que defienden incondicionalmente a Israel. 

En este caso, no hay un uso de la memoria sino un abuso, porque la industria del holocausto pretende reducir la memoria de la humanidad a lo acontecido con los judíos en la II Guerra Mundial, negar la historia del colonialismo (y a Israel como la última encarnación de ese colonialismo occidental), justificar los crímenes del sionismo… Como dice Norman Finkelstein, lo único excepcional del holocausto es que ningún otro genocidio se ha convertido en una próspera industria, eso es lo único que lo hace diferente.

Un elemento central para imponer la hegemonía de la industria del holocausto en términos culturales y políticos radica en el poder del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC). Este poderoso lobby sionista impone los intereses de Israel en Estados Unidos en todos los planos, incluyendo la Industria del Holocausto. Influye directamente en el aparato político de los Estados Unidos, Senado y Presidencia, para que asuma las políticas que favorecen a Israel y se condene a todo aquel que se le oponga, al que se descalifica como peligroso antisemita. Para convencer a los remisos emplea grandes sumas de dinero, viajes a Israel y otras formas de chantaje. Así, ese poderosos lobby logró que el Parlamento aprobara las leyes que conmemoran el holocausto y la apertura de museos alusivos en diversos estados de los Estados Unidos.

La AIPAC opera como grupo de choque que patrocina en las Universidades a sectores de estudiantes que se encargan de denunciar y acallar a profesores y estudiantes que denuncien a Israel. Para el efecto, publican listas de “enemigos” de Israel con el fin de intimidar a profesores universitarios, periodistas, diplomáticos y personalidades públicas (artistas, escritores, actores…). Esos grupos de estudiantes son adiestrados para mantener fuera del campus a los críticos de Israel y acosar a los conferencistas que hablen mal del sionismo[4].

En últimas, la industria del holocausto tiene un objetivo central de índole político, que es impulsado por el lobby sionista para derrotar “las aspiraciones nacionales palestinas, negando sus exigencias, y controlando el relato histórico en el ámbito internacional. Logró asegurar un Estado, y ser absuelto de la limpieza étnica que cometió en 1948 y de la ocupación que data de la guerra de 1967 […]. Con esa ocupación y el sitio de la Franja de Gaza, el estado de Israel conculca a diario el derecho internacional, y sin embargo sigue perteneciendo a la comunidad de ‘naciones civilizadas’”[5].

LA HEGEMONIA DE LA MEMORIA SIONISTA

“La distorsión y la instrumentalización de la memoria del holocausto, y su pasterización en la cultura occidental, hicieron que esta acabara puesta exclusivamente al servicio de Israel”. -Maciek Wisniewski, “Netanyahu, Auschwitz y el genocidio en Gaza, La Jornada, enero 25 de 2025.

Mientras que fuera de Israel prosperaba la industria del holocausto, convertido en mercancía de exportación desde los Estados Unidos e impuesta con fines económicos, políticos, culturales e históricos, en Israel opera la memoria higienizada del holocausto, que impulsa fechas conmemorativas, la apertura de museos, la imposición de cátedras con la finalidad de adoctrinar a la población en el culto auto reverencial de la superioridad victimista de los judíos. Mientras tanto, a no mucha distancia, y como la otra cara de la moneda de la memoria del holocausto, se lleva a cabo la limpieza étnica y el genocidio de los palestinos. Esto viene sucediendo desde la misma fundación del Estado de Israel, pero cobro más fuerza después de 1961, el juicio a Adolf Eichmann, y 1967, tras la Guerra de los Seis Días.

Auschwitz, conmemoraciones, museos… concentraban la atención de los estudiosos de la memoria a nivel internacional, mientras que sobre la masacre de los palestinos no había ningún foco de atención ni interés. Pocos han podido afirmar abiertamente –a nivel académico y público– lo que hoy parece obvio, que “la memoria del holocausto ha sido la piedra de toque del supremacismo sionista y del estado de excepción constante que este ha impuesto en Palestina durante décadas”[6]

El abuso de la memoria sionista impedía criticar a Israel porque hacerlo se consideraba como una licencia para matar judíos. Se exaltaba que Israel le había cumplido de forma ejemplar a los seis millones de judíos muertos durante el holocausto al instaurar una democracia liberal, con desarrollo tecnológico, con modernización en el desierto, con una sociedad woke, con una moralidad superior … En ese cuadro idílico y mentiroso, nunca se mencionaban los crímenes de Israel, ni se nombraba al pueblo palestino, como si nunca hubiese existido.

Un elemento de fondo que muestra la tendencia dominante entre los holocaustologos de apoyar sin cortapisas a Israel y nunca criticarlo y menos calificarlo como un Estado genocida, radica en que ellos asumieron la definición de antisemitismo que tiene la Alianza Internacional para la memoria del holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés). Para esta criticar a Israel es una expresión de antisemitismo, con lo cual se confunde de manera deliberada, el antisemitismo con el antisionismo, una falacia argumentativa porque los judíos no son los únicos semitas que existen (los árabes también son semitas) y muchos judíos son antisionistas y críticos furibundos de Israel[7].

Después de la Segunda Guerra Mundial, pero en mayor medida luego de 1967, cuando apareció en público la industria del holocausto, fue evidente la hegemonía de la memoria sionista sobre el genocidio de la II GM, que impuso una forma particular de abordar la guerra en su conjunto, que quedó reducida a la denominada “cuestión judía” y se dejaron de lado el anticomunismo, las pretensiones nazis de destruir a la URSS, la conquista brutal de territorios del centro y este de Europa, la esclavización y asesinato de millones de seres humanos, aparte de los judíos, y el intento de imponer un tipo particular de dominio capitalismo (terriblemente racista) por los alemanes… La complejidad histórica de la II GM ha desaparecido y en su lugar se impuso el relato trunco, mentiroso y acomodado de la memoria sionista, personificado en el Estado de Israel y amplificado a nivel internacional por los diversos lobbies sionistas, en el cual cumple un papel central el de Estados Unidos.

La memoria sionista exalta como si fuera el único suceso digno de recordar lo acontecido con los judíos en la Segunda Guerra Mundial, pero ni siquiera con todos los judíos, porque no se reconoce el papel de los judíos comunistas y los luchadores antifascistas, sino de los judíos que “construyeron” el Estado de Israel.

Esa exaltación oculta el carácter colonialista de estirpe europea en la implantación de Israel en Palestina a partir del sofisma de que los judíos regresaron a su tierra sagrada luego de dos mil años de ausencia y allí no encontraron a nadie, porque era una “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Para esa memoria sionista, Israel es un resultado exclusivo de la persecución nazi en las décadas de 1930 y 1940, pero olvida la intromisión de colonos judíos en la Palestina histórica desde finales del siglo XIX, en un proyecto de colonización de asentamiento europeo patrocinado por Inglaterra. Esa memoria sionista desconoce la historia milenaria de los palestinos y se limita a decir que los palestinos nunca existieron[8].  Como complemento, esa memoria sionista niega la nakba, la limpieza étnica de la década de 1940, y la expulsión brutal de los habitantes originarios, como mecanismo brutal de la creación del Estado de Israel.

La memoria sionista no solo se hizo hegemónica en Israel, sino que se implantó en otros lugares del mundo, teniendo una particular influencia en los Estados Unidos. Así, se da la aparente paradoja que muchos judíos estadounidenses que nunca experimentaron el holocausto son más sionistas y defensores de Israel que aquellos que vivieron en carne propia la barbarie de los nazis. Esta memoria sionista se sustenta en un victimismo hereditario, puesto que los descendientes de los que fueron asesinados durante la II GM a manos de los nazis dicen mantener una conexión emocional con Israel, supuestamente el encargado de preservar los derechos de los judíos del mundo.

A partir de ese supuesto, se justifican las atrocidades de Israel a nombre de la defensa del territorio que, desde siempre, por ley divina, les pertenece a los judíos.  En este sentido, Israel privatizo el dolor que produjo la Shoá y lo transmitió a los hijos y nietos de aquellos que fueron perseguidos o asesinados en la II GM pero que asumieron el discurso victimista y la herencia del trauma, de donde Israel sería el depositario de un pretendido derecho moral, porque al proclamarse víctima universal por excelencia el mundo siempre le debe algo. Este aspecto de la memoria sionista es una de las fuentes que nutre la cultura genocida de Israel, que es profesada por la mayor parte de sus habitantes y que despliegan con crueldad contra los palestinos.

La memoria sionista, que constituye el soporte ideológico e interpretativo de la poderosa industria del holocausto, tiene unos componentes básicos, entre los que sobresale el papel atribuido a la víctima, el grito del Nunca más, y el rol que se le confiere a Auschwitz como lugar emblemático del sufrimiento. Esos aspectos son examinados a continuación.

El victimismo lacrimógeno

La memoria sionista le asigna un papel central a la víctima. Este término es uno de los pilares de la memoria, el cual, en muchos lugares del mundo, e imitando a Israel, ha devenido en un asunto mercantil y ramplón. Por eso, es necesario realizar algunas consideraciones sobre esa ideologizada noción de víctima y la forma cómo se ha convertido en la figura emblemática, artificialmente inflada, de nuestro tiempo. Hasta no hace mucho tiempo, en concreto hasta la disolución de la URSS, a nivel mundial no se exaltaba a las víctimas, sino que se glorificaba la lucha, la resistencia y la rebeldía. No se hablaba de víctimas, sino de luchadores, esto es, de sujetos con conciencia que enfrentaban la opresión y explotación.

Pero cuando el siglo XX empezó a ser leído, según la imagen de los vencedores de la Guerra Fría, no como el momento en que importantes porciones de la humanidad fueron dueños por primera vez de su historia e intentaron tomarse el cielo por asalto, sino como el siglo de los horrores y de la culpa, eso significó el fin de los luchadores y revolucionarios y el surgimiento de la víctima. Ya no tenían cabida los militantes comunistas y los luchadores antifascistas que enfrentaron, en forma organizada, al nazi-fascismo, sino que emergieron las víctimas, que pasivamente aceptaron ser llevadas al matadero en los campos de exterminio. A los primeros se les enterró en el olvido, y a los segundos se les glorificó.

Ese modelo de víctima es un subproducto derivado de la industria del holocausto y es un resultado de la hegemonía de la memoria sionista, impulsada por el Estado genocida de Israel, que se presenta como una víctima transhistórica durante los últimos milenios. Ese victimismo llorón de Israel está ligado a la idea de que el holocausto es un hecho único, irrepetible e incomprensible. Nada mejor que ilustrar esa concepción ahistórica con las palabras de uno de los principales industriales del holocausto, Elie Wisel, quien en 1978 afirmó: “El holocausto trasciende la historia […] Los muertos poseen un secreto que nosotros, los vivos, no somos dignos ni capaces de penetrar […] El holocausto [es] el acontecimiento definitivo, el misterio definitivo, imposible de ser comprendido o transmitido”[9].

Es evidente que los judíos ‒y, más particularmente, los sionistas que se autoproclaman los herederos del holocausto‒ son unas víctimas especiales, diferentes a todas las que han existido. Peor aún, son las únicas víctimas, porque aparte de los judíos nunca han existido otras que merezcan tal calificativo. De ahí que, en la memoria sionista, cuyo componente central es el holocausto, exista un abierto negacionismo con respecto a otras víctimas en el pasado y en el mundo actual.

Lo más importante y crucial en términos políticos y prácticos para la contemporaneidad radica en que al proclamarse como víctima eterna, ahistórica, el Estado de Israel se arroga el derecho de hacerle a todos los vecinos, empezando por los palestinos, lo que le venga en gana, porque siendo víctima no estaría sometido a ningún escrutinio público. Todo se le permite porque los judíos fueron víctimas de los nazis hace 80 años y, en consecuencia, nada se les puede reclamar ni exigir. En otros términos, Israel se ha convertido en un victimario permanente, cuyas acciones genocidas se amparan con el carácter de víctima eterna que a sí mismo se atribuye.

Recalquemos algunos de los aspectos por los cuales entra en crisis, afortunadamente, la noción de víctima, algo que no opera solo para el caso de Israel y la memoria sionista, sino para el victimismo en cualquier lugar del mundo, incluyendo a Colombia.

A toda víctima, a partir de la construcción sionista de Israel que se ha difundido por el mundo occidental, vía lobby de los Estados Unidos, se le atribuye una pretendida superioridad moral, a partir de ciertas características que se asumen como si fueran verdades indiscutibles.

Para empezar, la víctima no se equivoca nunca, goza de un sentido de realidad que nadie puede cuestionar ni poner en duda. La víctima es irresponsable, esto es, nunca debe responder por nada, solo basta con que se autoproclame como una persona sufriente. La víctima padece, soporta y sufre por un pasado que la destruyó y no tiene ningún futuro. La víctima es un ente pasivo, y nunca un sujeto activo, que sólo quiere generar lastima y conmiseración. La victima derrama muchas lágrimas, pero no esgrime muchas razones para justificar su condición. La víctima forma parte de la “aristocracia del dolor” y de “la meritocracia de la mala suerte” (Daniele Giglioni) e incluso llega a reivindicar como positivo el odio que puede generar, porque eso sería una expresión de su pretendida superioridad moral.

Una de las cosas más detestables de Israel es proclamarse el heredero supremo del victimismo, una postura abusiva y chantajista con quienes de verdad fueron perseguidos por los nazis en Europa. En efecto, 

“La posición de víctima se vuelve más chantajista a medida que desaparecen sus titulares efectivos. Generalmente, son los descendientes, de los muertos o los sobrevividos, quienes se arrogan un reconocimiento que sus antepasados nunca habrían soñado con demandar. Un reconocimiento obtenido a través de una prestación lógicamente imposible, aunque retóricamente eficaz. ¿Cómo se puede heredar un dolor? Lo absurdo emerge sin duda en cuanto invertimos la perspectiva: ¿Alguien sano de mente y de corazón puede prescribir a sus descendientes que sigan sufriendo por él? Tragedias por procuración, resentimiento por subcontrato […] Heredar una intensidad no vivida es una ventaja aparente, índice de atrofia más que de riqueza. Triste destino de quien se reduce a usurpar a los muertos el suplemento de vitalidad que les falta”[10].

Adicionalmente, la víctima es inocente en sí misma y tiene una obsesión compulsiva por la culpa de los otros, de aquellos que aparecen como sus victimarios reales o supuestos. La víctima no tiene ninguna deuda con el pasado, solo tiene créditos para gozar de todos los privilegios que le confiera esa condición de un ser sufriente. La víctima no tiene, no puede tener, contradictores y si alguien se atreve a asumir ese papel se convierte en un victimario porque, por principio, no puede criticársele, solo debe creérsele sin ninguna duda. Esto les confiere el derecho absoluto, incluso ratificado en los tribunales judiciales, a inculpar y condenar a todos los que considere enemigos o victimarios. Por definición axiomática, la víctima es inocente y al serlo goza de completa impunidad, para decir, hacer, condenar y, en el caso de Israel, torturar, matar, masacrar, bombardear y llevar a cabo un genocidio. Cuando la víctima se proclama portadora de una moral superior eso le permite actuar sin ninguna empatía con los demás, de lo cual Israel es el más claro ejemplo, porque para los sionistas los palestinos (sean niños o mujeres) no son seres humanos y no merecen existir.  De esta manera, su impunidad perpetua se apoya en un victimismo exculpatorio sin ninguna empatía con sus vecinos, los cuales son por definición enemigos inferiores que deben ser eliminados de la faz de la tierra.

La víctima precisa de un deseo abierto de reconocimiento, de ahí, que se haya convertido en un componente central de los discursos identitarios, para los cuales la pregunta no radica en ¿Qué hacer?, de índole política y leninista en sentido estricto, sino en ¿Quién soy?, cuya respuesta inmediata es “Soy una víctima” y padezco múltiples traumas que merecen ser reparados y ojalá con dinero. Lo que se buscan son compensaciones individuales, pero ha desaparecido cualquier lucha política de índole colectiva, con proyectos y propuestas que buscan transformaciones que vayan más allá de lo puramente personal.

Un elemento central del victimismo de Israel está referido a los vínculos directos que se establece con la muerte, porque “Si la verdad está en los ojos de la víctima, la verdad coincide con la muerte”. Esto tiene la consecuencia, que Israel representa en forma palpable, que “la ideología victimista es una religión de la muerte”[11]. Por ello, Israel es una “nación necrófila, obsesionada y poseída por la muerte y, particularmente, por los campos de exterminio del holocausto: incapaz de comprender la atrocidad y, sin embargo, lo suficientemente capaz de usar y abusar de sus recuerdos en nombre de sus objetivos políticos”[12].

Para concluir, podemos resumir los elementos negativos en términos políticos que suponen centrarse en la víctima, un modelo que se ha originado desde Israel (que profesa un victimismo intoxicante) y hoy influye en diversos lugares del mundo occidental:

“La prosopopeya de la víctima refuerza a los poderosos y debilita a los subalternos. Vacía la agency. Perpetúa el dolor. Cultiva el resentimiento. Corona lo imaginario. Alimenta identidades rígidas y a menudo ficticias. Hinca el pasado e hipoteca el futuro. Desalienta la transformación. Privatiza la historia. Confunde la libertad con la irresponsabilidad. Enorgullece la impotencia o la encubre con una potencia usurpada. Se las entiende con la muerte mientras finge compadecerse con la vida. Cubre el vacío que subyace a toda ética universal. Obvia -o incluso rechaza- el conflicto y se escandaliza de la contradicción. Impide captar la verdadera falta -o carencia- que es un defecto de praxis, de política, de acción común”[13].

Israel sacó provecho durante muchas décadas con la falacia de presentarse como la víctima ejemplar y el heredero legitimo del genocidio de los judíos en la II GM y eso le confería una superioridad moral sobre el resto de los mortales. Al final, hoy eso es claro, Israel acabó siendo el victimario perpetuo, cuyos crímenes quedan grabados en la memoria colectiva de la humanidad en este siglo XXI.

La falacia eurocéntrica del Nunca más

Una vez terminada la II GM se impuso la consigna Nunca más, para recalcar que no se debería repetir la historia del genocidio nazi, que debería quedar grabado en la memoria de la humanidad como un período funesto que no debería volver a ocurrir. El anuncio, desde un comienzo, tuvo una gran dosis de eurocentrismo por varias razones: fue formulado por juristas, pensadores y filósofos europeos (lo cual en sí mismo no sería el problema) que consideraban que el viejo continente seguía siendo el faro moral, intelectual, cultural y civilizatorio del mundo; a la consigna se le pretendía conferir un carácter universal (esto es, que en ningún punto del planeta tierra se repitiera un genocidio), pero era muy localizada, porque no ponía en cuestión los crímenes del colonialismo europeo en todo el orbe ni de sus herederos “naturales”, los Estados Unidos (que no eran una cosa pasada en ese momento, puesto que todavía existían imperios coloniales y estaban germinando luchas de liberación nacional); era una consigna provinciana que se basaba en la traumática experiencia de una población blanca que, por primera vez, había sufrido y en propio suelo europeo el tratamiento brutal y criminal que Europa le había dado, y le estaba dando, a las “razas oscuras y salvajes” de varios continentes desde el siglo XV. En tales condiciones, el grito de Nunca más, con todo lo desgarrador que pudiera ser, estaba referido a una experiencia histórica particular, la de los judíos durante el período nazi y ni siquiera se incluía a los otros pueblos que soportaron ese genocidio.

Esto explica que los numerosos crímenes, perpetrados tras la finalización de la II GM, de los decadentes imperios coloniales (inglés, francés, belga, portugués) y de la primera potencia del mundo, los Estados Unidos, pasaran de agache para quienes proclamaban el Nunca más y lo que es peor, en algunos casos, los llegaran a justificar. Con raras y notables excepciones, en Europa el Nunca más no tenía en cuenta los crímenes de Francia en Argelia, o de Inglaterra en Malasia, o de Holanda en Indonesia, o de Estados Unidos en Corea o Vietnam y, mucho menos, los del naciente y artificial Estado de Israel en tierras palestinas.

Cuando la memoria sionista hereda el Nunca más, esa consigna está fuertemente contaminada con el eurocentrismo que, en el caso de Israel, se refuerza, puesto que los sionistas se consideran como el portaestandarte de la civilización occidental en el mundo árabe. Y los sionistas asumen el Nunca más con toda la carga eurocéntrica de origen: ellos son las eternas víctimas del holocausto, no admiten que hayan existido otros genocidios y, mucho menos, que ellos sean genocidas.

El pretendido universalismo del grito Nunca más terminó siendo en manos de Europa occidental, Estados Unidos e Israel un dicho muy provinciano y localizado (aunque presentado como universalismo genuino), puesto que solo se le atribuía humanidad a los judíos que soportaron el genocidio nazi, pero esa humanidad se les negaba a todos los otros pueblos no occidentales (entre ellos los palestinos) que habían soportado históricamente el dominio colonial europeo y sufrían en carne propia persecución, racismo, crímenes y exterminio.

El Nunca más desde cuando fue secuestrado por Israel para servir a los propósitos racistas y genocidas del sionismo dejo de tener un carácter universal para convertirse en un Nunca más restringido, de índole etnonacionalista, que sirvió para encubrir la limpieza étnica y la masacre de los palestinos. En últimas, el Nunca más en el discurso sionista que justifica el colonialismo, la limpieza étnica y el genocidio determina “que si bien las víctimas judías del nazismo deben ser conmemoradas, las vidas palestinas pueden ser borradas”[14].

En concreto, “La alegórica consigna ‘Nunca más’ presente en toda la conmemoración del holocausto ha sido degradada al demagógico ‘nunca más cederemos los territorios palestinos conquistados’”[15].

Y la replica de esa memoria sionista, genocida, se capta ahora cuando los medios de desinformación en el mundo occidental derraman lágrimas de cocodrilo por Auschwitz en su ochenta aniversario, pero maquillan el genocidio de Israel al que presentan como una guerra de autodefensa legitima o sencillamente ni de eso hablan. Y por ello, prolifera la literatura sobre el holocausto y Auschwitz. Una muestra palpable es la Biblioteca sobre Auschwitz que publica el diario El Tiempo, de Bogotá, mientras que ese periódico ni nombra el genocidio que Israel perpetra contra los palestinos.

Auschwitz como epicentro de la memoria sionista

Los nazis en su política exterminadora en Europa construyeron campos de concentración, siendo el más tristemente célebre de todos Auschwitz, situado en territorio de la actual Polonia. Fue descubierto el 27 de enero de 1945 por las tropas del Ejército Rojo (de la URSS). En realidad, Auschwitz era un complejo compuesto por varios campos, de concentración, de trabajo y de exterminio. El campo había sido construido en 1939 en un lugar del centro de Europa, que contaba con trenes que facilitaban la comunicación, usada en ese caso para transportar seres humanos y conducirlos al matadero. Se calcula que 1.3 millones de personas fueron llevadas allí entre 1940 y 1945, de los cuales más de un millón fueron asesinados. Representaba, en términos de Primo Levi, «la industrialización de la muerte a una escala inimaginable». Con esto se hacía alusión al hecho de que fueron aniquilados en forma planificada seres humanos, que soportaban agotadoras jornadas de trabajo, eran ejecutados a sangre fría, en cuyos cuerpos se aplicaron experimentos raciales de eugenesia y sus restos eran utilizados como fertilizantes. En forma sádica a la entrada del campo se encontraba un aviso en el que se decía: Arbeit macht frei (“El trabajo os hará libres”).

Uno de los soldados soviéticos, de nombre V. Letnikov, en una carta describió el campo en estos términos:

“Ayer examinamos un campo de exterminio para 120.000 prisioneros. Postes de dos metros de alto con alambrada electrificada encierran al campo. Además, los alemanes pusieron minas en todos lados. Hay torres de vigilancia con guardias armados y ametralladoras cada 50 metros. No muy lejos de las barracas hay un crematorio. ¿Puedes imaginar cuántas personas deben haber quemado los alemanes ahí? Al lado de este crematorio destruido, hay huesos, huesos y pilas de zapatos que llegan a varios metros de altura. Hay zapatos de niños en la pila. El horror es total, imposible de describir”[16].

El horror generado por la existencia de Auschwitz originó testimonios, reflexiones y análisis de exprisioneros y sobrevivientes del campo, y por filósofos y pensadores europeos del momento. Se hicieron famosas las afirmaciones de Theodor Adorno en el sentido de que era imposible pensar, hacer poesía o generar cultura después de Auschwitz.

Y, en la misma tónica, empezó a plantearse, y eso es lo que nos interesa resaltar, el carácter único, inexplicable e incomprensible de lo que allí había sucedido, un flojo argumento que fue retomado por la memoria sionista, como pauta explicativa dominante, después de 1967. Esta tesis de la singularidad incompresible de Auschwitz fue propuesta por gran parte del pensamiento eurocéntrico de la II GM y del análisis del nazismo y la va a asumir la memoria sionista que encarna Israel. En gran medida, los filósofos europeos, al estilo de Adorno, proporcionaron la munición intelectual y simbólica para considerar a Auschwitz como algo único, no comparable con nada más que hubiera vivido la humanidad antes y que pudiera vivir después.

Esas reflexiones filosóficas le cayeron como anillo al dedo a Israel. Sus ideólogos y memoriologos se encargaron en lo sucesivo, después de 1961 con el juicio a Adolf Eichmann, pero con más fuerza después de 1967, cuando se crea la industria del holocausto, de resaltar que el genocidio de la II Guerra Mundial era una experiencia única e incomprensible. Por eso, no debería compararse con nada, porque era la prueba reina del “mal absoluto” que los judíos habían padecido, cuya expresión más evidente fueron los campos de concentración y exterminio, y el principal de todos Auschwitz.

Resulta discutible señalar que lo acontecido alrededor de ese campo, su construcción y macabro funcionamiento, es algo ilógico e incomprensible, porque en realidad forma parte de la modernidad capitalista, de la industrialización más avanzada en términos técnicos, tanto que industrializa la muerte, de la racionalización burocrática y es una continuación de los campos de concentración que los europeos en su proceso de expansión colonial habían organizado en varios continentes, para someter a pueblos que eran considerados inferiores. Los ejemplos son numerosos, aunque solamente baste recordar el caso del Congo, bajo el dominio del rey de Bélgica Leopoldo II, cuando fueron esclavizados para extraer caucho, torturados y ejecutados unos diez millones de nativos en un breve lapso temporal, entre 1885 y 1908, que soportaron el hambre y las enfermedades que les ocasionaron las terribles condiciones a que fueron sometidos por los civilizados europeos[17].

Una cosa que sí queda clara es que los horrores del nazismo están ligados a los del colonialismo y el imperialismo, siendo uno de sus emblemas el campo de concentración, que fue inventado casi al mismo tiempo en la guerra de España contra los independentistas de Cuba y en Sudáfrica en la guerra contra los Boers por el imperio británico.

Negar esos antecedentes es pretender que un acontecimiento histórico, con lo terrible que haya sido, es único y no existen ningún hecho similar, lo cual equivale, entre otras cosas, a desconocer al colonialismo europeo, del cual Israel es una de sus últimas expresiones, pero tan brutal como sus antecesores alemanes, franceses o belgas[18]

Además, en Auschwitz se encerraron, torturaron, desaparecieron y mataron en forma industrial y cruel a judíos, pero también a otros grupos humanos, entre ellos militantes comunistas y antifascistas. Pero la memoria sionista de Auschwitz, selectiva étnicamente e higienizada, impuso la idea de que ese campo de concentración fue construido exclusivamente para albergar judíos.  Así, en un principio, lo que se intentó por parte de Israel fue integrar Auschwitz “en la secuencia histórica de las catástrofes judías que desembocan en el nacimiento redentor de un Estado judío”[19].

Auschwitz se ha convertido en un suculento negocio, el del turismo “cultural”, o mejor el del Turismo Oscuro o Tenebroso, en el cual se ofrece un recorrido confortable al visitante, que se paga en dólares o en euros, para supuestamente rememorar la tragedia de los prisioneros. La marea de turistas es tal, que compite con la Torre Eiffel o monumentos parecidos. En 2024 asistieron casi dos millones de turistas. Eso indica que el símbolo del “mal absoluto” terminó convertido en un centro turístico comercial que produce “ganancias absolutas”, en el que se puede comer, beber y tomarse una infaltable selfi al lado del lugar donde estaban los hornos crematorios. 

Como parte de la industria del holocausto proliferan las películas, la bibliografía no cesa de crecer y aparecen todo tipo de títulos de índole comercial: La bailarina de Auschwitz, La huérfana de Auschwitz, Los amantes de Auschwitz, La enfermera de Auschwitz, El tatuador de Auschwitz, Las hermanas de Auschwitz, El fotógrafo de Auschwitz, El ajedrecista de Auschwitz, La bibliotecaria de Auschwitz, Las modistas de Auschwitz, y, agregamos nosotros, las “Estupideces sobre Auschwitz”.

La afirmación de Theodor Adorno en el sentido de que no puede pensarse después de Auschwitz no tiene ninguna validez, primero porque los horrores genocidas no terminaron con lo acaecido en la II GM y segundo porque el terror no puede paralizar la reflexión ni el análisis crítico, propio de cualquier juicio racional, para comprender las causas que explican cualquier proceso histórico y, como en el caso actual de Gaza, evitarlo o detenerlo.

SE DERRUMBA LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO Y LLEGA A SU FIN DE LA HEGEMONIA DE LA MEMORIA SIONISTA

El genocidio en curso de los palestinos por parte de Israel, transmitido en vivo y en directo y en tiempo real ‒una diferencia evidente con los otros genocidios de la historia‒ tiene un gran impacto sobre la industria del holocausto y la hegemonía de la memoria sionista.

El abuso de la memoria del genocidio de judíos durante la II GM se entiende hoy en retrospectiva como un dispositivo central de legitimación del Estado sionista de Israel y como un mecanismo que facilita y legitima el genocidio y la limpieza étnica de los palestinos. Durante décadas se desplegó, con la participación cómplice de académicos, gobiernos, periodistas…, la memoria sionista, que se constituyó en el eje obligatorio de todo lo referido a la memoria en el mundo occidental. Como parte de su influencia surgieron los Estudios sobre el Holocausto como un campo especializado, que ha gozado del apoyo de universidades, centros de investigación y ciertos Estados (Israel, Estados Unidos, los países que forman la Unión Europea). La memoria sionista impuso calendarios, lugares, rituales, bibliografía, un tipo de cine, unos sacerdotes que despliegan una liturgia conmemorativa… todo lo cual se replicó a lo largo y ancho del mundo occidental.

La memoria sionista del holocausto se convirtió en una instrumento genocida por parte de Israel, siendo fundamentales dos aspectos: trauma y víctimas. El trauma porque en Israel se impuso la lógica de que el sufrimiento ocasionado durante la II GM no tenía parangón en la historia humana y además se heredaría a las nuevas generaciones de judíos, que serían los portadores del trama de sus padres o abuelos. Esto ha llevado a que “los israelíes abrigaban un sentido exagerado de sí mismos como víctimas y esa autoimagen, que en sí misma era el resultado de lecciones erradas aprendidas del holocausto, les impedía ver a los palestinos bajo una luz más realista y obstaculizaba toda solución política razonable al conflicto árabe-israelí”[20].

Las víctimas, únicamente los judíos, terminan siendo los santos a los que se les rinde devoción en esa religión civil que se llama holocausto, y a los que además se les esencializa a partir de un criterio racista invertido, por su origen étnico. Las memorias de los otros, los comunistas, gitanos, homosexuales, soldados rusos, intelectuales polacos…se han negado o no se les ha reconocido ninguna importancia, sencillamente porque las únicas víctimas eran los judíos. Lo más perverso radica en identificar cualquier crítica a la memoria sionista como antisemitismo y peor aún suponer que alguien por declararse antisionista es antisemita, y eso se llegue a considerar, incluso en términos judiciales, como un delito racista.

Superación de la pretendida singularidad de Auschwitz

“Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con Internet, porque la noticia se habría difundido viralmente”.

Umberto Eco contra las redes sociales: “Es la invasión de los idiotas” – La Tercera

El pretendido carácter único e irrepetible de Auschwitz ya no tiene sentido, porque ante nuestros ojos discurre un genocidio que comparte elementos comunes con lo sucedido durante la II GM y en otros momentos de la historia, pero que tiene características especiales: es el “primer genocidio inteligente”, contemplado en forma directa por gran parte de la humanidad; Europa occidental y Estados Unidos lo apoyan y toleran; quienes pregona de ser víctima ejemplar, el Estado sionista de Israel, se convirtió en un cruel genocida, que replica las lógicas del nazismo. Además, como es un asunto que se lleva a cabo en estos mismos momentos, a diferencia de otros genocidios gran parte de los habitantes de Gaza todavía están vivos, por lo que aún es tiempo para detener el genocidio en marcha.

Por todo ello, ya no puede seguirse sosteniendo que lo vivido en Auschwitz es único e irrepetible. Por ejemplo, en Gaza la población es diezmada en un campo de concentración, aunque no de trabajo, y que el Estado de Israel ha convertido en un campo de exterminio, al que somete de manera cotidiana a bombardeos planificados para masacrar la mayor cantidad de seres humanos y a otros miles matarlos de hambre. 

Tampoco resulta válido seguir enfatizando lo propio de la II GM a partir de la afirmación de que fue la máxima expresión de la mezcla de barbarie con racionalidad tecnológica, como uno de sus elementos distintivos. Eso es cierto, pero, a la luz de la aplicación de la ciencia y la tecnología por parte de Israel para matar a miles de seres humanos, debe relativizarse y contextualizarse lo de la II GM, y entenderlo como el comienzo de una época de barbarie, en la cual se une lo más avanzado de la producción capitalista con la criminalidad genocida. Eso es lo que sucede hoy, porque Israel posee una maquinaria asesina con un gran nivel de sofisticación tecnológica, como puede verse con el uso de IA, drones, aviones, bombarderos, tanques…que emplea a diario para masacrar palestinos.

Adicionalmente, los propios políticos sionistas son los que se han encargado de demostrar lo que para ellos representa Auschwitz, como lo ha puesto de presente un político de Israel, un genocida de nombre David Azoulai, cuando sostuvo que a los palestinos debe expulsárseles de la Franja de Gaza y convertirla en un museo como el del campo de concentración de Auschwitz en Polonia. Con cinismo genocida afirmó:

“Después del 7 de octubre, en lugar de instar a la gente a ir al sur, deberíamos dirigirlos a las playas. La Marina puede transportarlos a las costas del Líbano, donde ya hay suficientes campos de refugiados. Luego, debería establecerse una franja de seguridad desde el mar hasta la valla fronteriza de Gaza, completamente vacía, como recordatorio de lo que alguna vez hubo allí. Debería parecerse al campo de concentración de Auschwitz”[21].

Con tamaño despropósito se evidencia que los mismos sionistas, que tanto se quejan de la banalización del holocausto, pretenden reeditar con los habitantes de Gaza lo acontecido en Auschwitz, como campo de concentración y exterminio. Ellos mismos hacen añicos la pretendida singularidad Auschwitz y echan por la borda el Nunca más, al que reemplazan con el Siempre más…, más muerte y desolación para los palestinos y que reaparezcan otra vez los campos de concentración y de muerte, tipo Auschwitz, siempre y cuando sean los sionistas los que los gestionen y administren con sus métodos de odio y deshumanización.

Por todo lo anterior, queda en evidencia la demagogia que caracteriza a las celebraciones de falso victimismo de Auschwitz, cuando cada 27 de enero al lugar asisten los gobernantes de Europa y en el desfile ritual siempre aparece en primera fila de honor los genocidas de Israel. Este año hubo una rara excepción, cuando el asesino Benjamin Netanyahu no fue a la celebración oficial del 80 aniversario de la liberación del campo, porque tenía miedo de que el gobierno polaco lo fuera a detener por crímenes de lesa humanidad, según la orden de detención de la Corte Penal Internacional que, por lo demás, es puro papel higiénico.

Aunque en la celebración, más bien anodina, desfilaron figuras de la extrema derecha mundial, afirmando cínicamente que esperaban que Nunca más se repitiera lo que se vivió en Auschwitz, en el trasfondo del asunto resonaban los crímenes de Israel, aunque nadie los nombrara. Esto significa que, en medio del genocidio de los palestinos, “La referencia a Auschwitz ha perdido el significado de referencia a un acontecimiento histórico preciso y se ha convertido en un salvoconducto metahistórico destinado a exonerar la gobernanza israelí de toda critica, externa o interna”[22].

O, para recordar las palabras de Włodek Goldkorn, hijo de sobrevivientes del genocidio de la II GM: “Si Auschwitz no sirve para defender a los más débiles [las minorías, los migrantes, los colonizados], ¿entonces para qué sirve?”[23]. Es evidente que, bajo la hegemonía de la memoria sionista, no sirve para ninguna causa justa, solo ha beneficiado a Israel como una tapadera falsamente moralista de sus crímenes y de su impunidad.

El (ab)uso de la memoria por el sionismo

Una de las cosas que enseña la industria del holocausto y la memoria sionista está referida a los riesgos que engendran los abusos de la memoria. Y esto es importante decirlo, porque ni en Europa ni en Estados Unidos, con contadas excepciones, se mencionaba el caso de Israel como el ejemplo prototípico de abuso de la memoria. Israel estaba exento de cualquier crítica y eso le permitió consolidar su memoria sionista como un modelo hegemónico, con sus rituales, celebraciones, conmemoraciones, museos… del cual se excluye toda otra memoria, empezando por la de los palestinos, y ha sido burdamente empleada para justificar los crímenes de Israel.

Con la tesis de la singularidad de lo acontecido con los judíos durante la II GM se ha abusado de la memoria, con una visión al servicio de Israel y el sionismo. Esto ha llevado al extremo de afirmar que el holocausto sería el único genocidio que verdaderamente merezca tal denominación y, en consecuencia, el término no debería utilizarse jamás a la hora de examinar otros crímenes en la historia, con lo que se derivaba la falacia que Israel representaría al único pueblo que en la historia humana ha sido sometido a un genocidio y eso le otorgaba una credencial moral de superioridad victimista, única e incomparable.

Adicionalmente, y esto está en consonancia con la crisis terminal de Europa, la industria del holocausto y la memoria sionista tienen una fuerte dosis de eurocentrismo, con lo cual se desconoce una larga historia de genocidios en los últimos cinco siglos, entre ellos el que se produjo con los indígenas en América y la población negra de África durante la expansión europea por el mundo desde mediados del siglo XV.

Tampoco es cierto, en vista del genocidio en Gaza, que Auschwitz haya sido la expresión máxima del “mal absoluto”, en sí mismo inexplicable, porque lo que se desenvuelve en la Palestina histórica no tiene nada que envidiarle como expresión del mal, encarnado ahora en las pretendidas víctimas de ayer. No es sino ver todo lo que hace y profesa Israel: odio, racismo, culto a la muerte, apología de la violencia y de la tortura, deshumanización de los palestinos, bombardeo criminal contra mujeres y niños, matar por hambre a miles de seres humanos, destruir todo lo que se encuentre en Gaza… De esta forma, el pretendido monopolio del mal absoluto de Auschwitz ha desaparecido ante nuestros ojos, porque ahora ese mal absoluto lo encarnan Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, de lo cual debe tomarse nota porque este debe ser un parámetro de la memoria y del conocimiento histórico para las generaciones del presente y del futuro.

Además, el genocidio es un crimen contra la humanidad, sin importar ni el lugar ni el momento en que se haya presentado y eso puede y debe ser dilucidado con indagación histórica para los genocidios de otros momentos y mediante la denuncia pública y directa de los de ahora, como en el caso de lo que acontece en Palestina. 

En estas condiciones, ya no tiene mucho sentido seguir afirmando que Israel, con base en la memoria sionista, tiene derecho a existir y a defenderse, porque hoy lo podemos ver de manera clara: la industria del holocausto ha sido una empresa económica, política y cultural y está relacionada con una empresa criminal, la que encarna Israel, estado que es una aberración histórica y está habitado por una sociedad asesina. Las mercancías que produce son banales y triviales, al punto que puede catalogarse como un espectáculo propio de una Dysneilandia de la memoria, acompañada de los campos de exterminio de Gaza, algo que ni los más sádicos dirigentes nazis concibieron ni soñaron, pero que Israel ha hecho realidad en nuestros días.

Crisis de la centralidad de la víctima

La crisis de la industria del holocausto, con el desprestigio irreversible de su casa matriz (Israel y el lobby judío de Estados Unidos) tiene consecuencias directas sobre el victimismo que se ha impuesto en los últimos años y sobre la noción ideológica de víctima que se construyó en el mundo occidental. Después del Genocidio de Gaza lo central ya no son las víctimas, que en los procesos históricos reales nunca lo fueron, sino que vuelven a recuperar importancia los sujetos sociales y políticos que conscientemente luchan y hasta mueren por la defensa consciente de su propia vida y un determinado proyecto. Si algunos seres humanos son un claro ejemplo de ello son los propios palestinos, que no sobreviven por ser víctimas sino por encarnar la lucha anticolonial contra el sionismo ocupante y genocida. Y a ellos deben agregarse los Hutíes de Yemen, los únicos que, sin aspavientos retóricos, han apoyado a los palestinos de la única forma efectiva, mediante la acción armada contra el estado genocida de Israel.

Adicionalmente, el victimismo, cuya encarnación suprema es Israel, ha caído por la pendiente irreversible del descrédito absoluto, en la medida en que reclamarse víctima de un acontecimiento de hace casi un siglo (victimismo heredado) no le impide ser un genocida de los palestinos en la actualidad. Después de Gaza el victimismo sionista es una burda mascarada, que solo pueden portar los propios genocidas, sus cómplices y apologistas en el mundo occidental, que cada vez son menos.

Ha caído estrepitosamente el cuento del supuesto excepcionalísimo del holocausto, del que se derivaba el excepcionalísimo moral de Israel, con lo que de antemano era absuelto por todos sus crímenes, empezando con la limpieza étnica de 1948. Ha muerto el cuento de vaqueros de que del “mal absoluto”, el de los nazis en la II GM, habría surgido el “bien absoluto”, personificado en Israel y el que debía resguardarse como heredero legítimo y al que debía protegerse a toda costa, como lo ha hecho en efecto el Occidente imperial.

La crisis terminal de los Estudios sobre el Holocausto

Con el genocidio en marcha en tierras palestinas, ha salido a la palestra pública un asunto que permanecía encerrado en la torre de marfil académica del mundo universitario e investigativo. Nos referimos al hecho de que hace ya varias décadas surgió una corriente de estudios referidos de manera exclusiva al holocausto (Holocaust Studies) Es obvio, que detrás de esa corriente académica se encuentran Israel y Estados Unidos, países que proveen los fondos para que haya surgido una corriente de estudiosos que se dedican única y exclusivamente a estudiar el holocausto de los judíos durante la II Guerra Mundial.

Una parte significativa de esos expertos en el holocausto (holocaustologos podríamos llamarlos), tras el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, tuvo dos actitudes políticas bastante claras:

Primera, condenaron los ataques de la fecha indicada recurriendo a un argumento, esbozado por Israel, de que ese día se había intentado llevar a cabo un segundo holocausto, que estaba inscrito en el odio eterno a los judíos y fue un pogromo propio de la “solución final”, es decir, de la pretensión de exterminar a los judíos. Tras los sucesos del 7 de octubre de 2023, el discurso ideológico que propugnan los Estudios del Holocausto terminó justificando la militarización de Israel y el genocidio de los palestinos. En ese discurso se replicó el cuento de que Israel ha sido una mansa paloma que fue atacada de manera cobarde y sorpresiva por un terrible enemigo y, en esa medida, Hamas representaría a los nuevos nazis con sus respectivo Hitler e Israel seguiría siendo la eterna víctima.

Segunda, en forma marcial se alinearon con Israel y en apoyo al genocidio contra los palestinos, señalando que era una guerra e Israel tenía derecho a defenderse y a utilizar todos los medios bélicos de que dispone[24].  Esta es una falacia, porque Israel es un poderoso Estado, armado hasta los dientes y que cuenta con el apoyo de Estados Unidos y Europa y, por tanto, es un despropósito presentarse como víctima, cuando es un poder ocupante, un colonialismo de asentamiento.  Además, catalogar a Hamas y a los palestinos como nazis contribuye a su deshumanización y es una de las justificaciones que se esgrime para exterminarlos.

El asunto que debe plantearse es por qué razones a los ocupantes colonizadores que resguardan un campo de concentración no se les puede atacar o, como lo ha preguntado con sarcasmo Norman Finkelstein, luego del ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, si es que los guardias en los campos de concentración “tenían el derecho a defenderse”[25].

No todo fue unanimidad en los estudiosos del holocausto, porque unos cuantos denunciaron el genocidio y han señalado que la crisis que estalló en el seno del campo puso de presente la forma cómo de ese tema siempre se excluyó a los palestinos, los cuales prácticamente no existían. Algunos estudiosos del asunto declararon que esa crisis se explicaba por varias razones: el temor a acusar a un Estado, Israel, de comportamiento genocida cuando una de las características intrínsecas del mismo se basa en la premisa que ese mismo Estado surgió para proporcionar un refugio seguro a los judíos que habían huido del genocidio nazi y, por definición axiológica es inconcebible que pueda cometer crímenes y mucho menos incurrir en genocidio en tierras palestinas; negar que lo que hace Israel es una política genocida, porque siempre se toma como punto de referencia el holocausto y se supone que un genocidio debe coincidir casi al pie de la letra con lo que allí aconteció; acusar a Israel de genocidio sería incurrir en antisemitismo y equivale a equipararlos moralmente con los nazis en cuanto perpetradores de un crimen de lesa humanidad; y otro está referido a que se niega el carácter de una entidad ocupante y colonialista de Israel, como un asentamiento europeo que profesa el sionismo, una ideología racista y supremacista[26].

En resumen, lo que resulta ser un anatema para el campo de los Estudios sobre el holocausto radica en acusar a Israel de genocida, cuando se parte del axioma de la superioridad moral de ese Estado, como producto del holocausto y de la víctima ejemplar, que surgió supuestamente para proteger a los judíos.

De ahora en adelante, ya les resulta muy difícil a los académicos que se dedican al holocausto como tema de estudio seguir como si nada hubiera pasado e investigar de manera aséptica y nada comprometida, cuando ha quedado claro que los sectores dominantes en ese campo de estudios ha apoyado abiertamente la política genocida de Israel. Ahora sí que adquiere actualidad la denuncia que hace un cuarto de siglo realizó Norman Finkelstein cuando afirmó que “el campo de los estudios del holocausto está repleto de disparates, cuando no de simples falacias”[27].

Una de las cosas más terribles de la manera como el holocausto se ha usado para legitimar los crímenes de Israel, se percibe en la actualidad, cuando son masacrados miles de palestinos y se mata de hambre a muchos más y, al mismo tiempo, académicos y expertos sobre ese tema afirman que no está ocurriendo genocidio, lo cual supone que incurren en un negacionismo interesando que justifica los crímenes del estado sionista.

El asunto no es de un debate metodológico o historiográfico entre estudiosos del holocausto, sino que pone de presente el papel político de los académicos en el mundo actual (aunque lo nieguen porque dicen ser “científicos puros”) y su postura frente a asuntos directamente relacionados con sus objetos de investigación, como un genocidio en curso. Gran parte de esos investigadores asumen un principio político normativo que exonera a Israel y justifica el genocidio de los palestinos. Esto implica que, si un campo de estudios pretende alinearse en contra de las atrocidades que realiza un Estado, con independencia de la identidad de los perpetradores, debe denunciar ahora a Israel, y al no hacerlo demuestra que el campo ha operado siempre, desde su fundación, a favor del sionismo de Israel y de sus prácticas genocidas. Lo que pasa es que ahora eso ha quedado claro de una vez por todas, ante la magnitud del genocidio en Gaza.

LAS CONSECUENCIAS POSITIVAS DEL FIN DE LA INDUSTRIA DEL HOLOCAUSTO Y DE LA CRISIS DE LA HEGEMONIA DE LA MEMORIA SIONISTA

“[…] el genocidio en Gaza, desencadenado intencionalmente por Netanyahu −y facilitado por Estados Unidos y buena parte de Europa−, destruyó […], la propia utilidad de la memoria de Auschwitz, como las herramientas para medir al mismo”. -Maciek Wisniewski, “Netanyahu, Auschwitz y el genocidio en Gaza”, La Jornada, enero 25 de 2025.

El genocidio de Gaza ha significado la crisis irreversible de la industria del holocausto como empresa económico, política, cultural y académica, y también ha contribuido a develar los intereses en juego que escondía la hegemonía de la memoria sionista de la II GM (a partir de la misma imposición del vocablo holocausto), en Israel, Estados Unidos y en algunos países de la Unión Europea. Esta crisis afecta los Estudios sobre el Holocausto, cuya misma existencia ha quedado seriamente cuestionada por el genocidio, en la medida en que un campo disciplinar pierde sentido al exaltar al Estado de Israel, como supuesto heredero moral del holocausto, mientras este lleva a cabo el crimen supremo en pleno siglo XXI y eso lo aplauden y legitiman gran parte de esos especialistas en el holocausto.

Esta triple crisis abre un espacio para que, de ahora en adelante, la memoria y la historia se liberen de la tutela sionista y esto va a permitir el examen de otros genocidios de diversas épocas, sin el peso agobiante y dictatorial (por parte de Israel y el Occidente imperial) del holocausto y de Auschwitz. Esto no quiere decir que el genocidio de la II GM ni los campos de concentración vayan a dejar de ser historiados ni deje de ser reconocida su importancia como terribles acontecimientos en la historia del siglo XX. Lo que pasa es que, de ahora en adelante, esos temas van a dejar de ser vistos bajo el prima estrecho de la memoria sionista, es decir, no pueden seguir siendo considerados hechos excepcionales e inexplicables, en virtud del “mal absoluto” que padecieron los judíos.

Esto supone, para empezar, y sin temor de ser acusados de negacionistas, que se cuestione el uso del mismo vocablo holocausto (que es una construcción ideológica), utilizado con un carácter de excepcionalidad inexplicable sobre un hecho histórico concreto. En lugar de eso, se debe hablar de genocidios y masacres en diversos momentos de la historia humana, y uno de ellos es el que aconteció durante la II Guerra Mundial, impulsado por la Alemania nazi. Pero este hecho, con lo terrible que ha sido, no puede implicar que se dejen de estudiar otros momentos de la historia de la humanidad, sobre todo en los últimos cinco siglos, en los que la expansión europea generó genocidios de gran alcance, entre ellos el exterminio de los pueblos indígenas del norte de América por los Estados Unidos.

Se deben incorporar en la reflexión los otros genocidios de la II GM, como el de los gitanos, los homosexuales, los prisioneros soviéticos, los intelectuales polacos…, cuya suma en términos cuantitativos es de cinco millones, solamente en los campos de concentración, mientras que recordemos que en la guerra murieron 28 millones de soviéticos. Ante el reconocimiento de esa realidad histórica, oscurecida y negada por el holocausto, queda claro el sentido restringido e interesado de ese término, que forma parte del abuso de la memoria sionista. Y es necesario mencionar estos datos cuantitativos, no porque unos muertos cuenten más que otros o algo por el estilo, sino porque la memoria sionista impuso la cifra, que repiten hasta la saciedad, de seis millones de judíos asesinados.

Y la crítica al abuso de la memoria por parte del sionismo supone abandonar el culto a la víctima y centrarse más en los procesos de resistencia, rebelión y lucha que encarnan sujetos de carne y hueso, con sus sueños y expectativas, que nunca son entes pasivos, ni víctimas indefensas… para exaltar el coraje, la solidaridad, la fraternidad, el espíritu de lucha de importantes sectores de la humanidad, incluso en las situaciones más terribles, como las que hoy soportan y enfrentan los palestinos.

Hay que cuestionar esa apología acrítica a la memoria y politizarla, en el sentido de dejar de considerar que la “problemática de la memoria” es el centro del análisis social, desprovisto además de cualquier concepción política en aras de fortalecer falsas identidades y darle un protagonismo excesivo al testigo-víctima y no a sujetos políticos de tipo colectivo.

En pleno genocidio de Gaza quedan en el aire muchas preguntas que atañen directamente a la crisis de la industria del holocausto y a la perdida de hegemonía de la memoria sionista. Entre ellas pueden formularse algunas: ¿Cuál es el sentido ideológico y político del término holocausto? ¿Es este vocablo el más adecuado para comprender el genocidio nazi durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Para qué y por qué seguir enseñando el holocausto, visto como evento axial de la historia del siglo XX, mientras se masacra al pueblo palestino? ¿Qué razón tiene seguir visitando museos y monumentos alusivos al holocausto en tiempos de un genocidio televisado en tiempo real? ¿Se puede seguir hablando del holocausto sin hacer referencia al genocidio que adelanta Israel en tierras palestinas? ¿Qué queda de la imagen de Israel como víctima eterna y pretendido heredero legítimo del genocidio de los judíos perpetrado por la Alemania nazi enfrentado a la realidad genocida en Palestina? ¿Qué nos revela el genocidio de Gaza sobre el colonialismo europeo y el de Israel como una de las últimas expresiones del colonialismo de asentamiento?

Hay una pregunta más específica, que es fundamental por lo que se construyó en el mundo occidental en los últimos 80 años: ¿Qué queda de la memoria después del genocidio de Gaza? Esta cuestión puede parecer extraña a primera vista, puesto que el asunto de la memoria se ha extendido como una mancha de aceite en las últimas décadas en diversos lugares del mundo, convirtiéndose en uno de los temas que más tinta y saliva están generando en el ámbito de las ciencias sociales y de ciertas luchas políticas. Nada haría pensar, en consecuencia, que la memoria sale resentida con el genocidio en general, pero si queda seriamente cuestionada por los crímenes sionistas.

Para que la memoria siga siendo útil como instrumento de reflexión y, sobre todo, de lucha política es necesario descolonizarla, liberarla de la prisión del sionismo y eso supone abandonar muchas de los lugares comunes que a partir de dicha hegemonía sionista se han construido y que hoy son dominantes en los estudios de la memoria en diversos lugares del mundo occidental. Entre ellos la centralidad de la víctima, el mito de la herencia del trauma, el culto a algunas identidades restringidas a partir del pretendió privilegio que concedería cierto tipo de memoria, el atribuirles una importancia especial y excepcional a unas memorias, para de allí derivar una empresa de manipulación que se reproduce desde la historia que se enseña, hasta las conmemoraciones y lugares de la memoria.

Hacer este tipo de preguntas y consideraciones no supone el desprecio de la memoria ni la negación de su importancia, pero si se plantea la reivindicación de la historia como conocimiento para juzgar de manera independiente, más allá de intereses diversos sobre esta o aquella memoria, todo lo que desnude las falacias de cierta memoria, como es el caso de la memoria sionista, que había sido hegemónica en el mundo occidental después de 1967.

Ahora, con el genocidio de Gaza queda en evidencia la bancarrota moral política, cultural, simbólica de la memoria sionista del Holocausto. Un término en sí mismo que debe volver a discutirse por su indudable carácter ideológico a favor de los genocidas de Israel.

La bancarrota de la memoria sionista y de la industria del holocausto son una expresión de la crisis de la dominación del Occidente imperial, y de Europa y Estados Unidos en particular, y eso abre la oportunidad para que otros mundos y otros pueblos, como se había presentado, en la época del derrumbe de los imperios coloniales después del fin de la Segunda Guerra Mundial, emerjan y muestren otras historias y memorias de una forma no victimista sino como un proyecto de sujetos colectivos que hagan posible construir y soñar con nuevos mundos. Y entre esas historias y memorias en el futuro inmediato hay una que tiene mucho que decirnos, es la del pueblo palestino, por sus extraordinaria lucha contra el colonialismo en pleno siglo XXI. Eso va a perdurar en el tiempo, mientras que Israel, y su memoria sionista, rápidamente van a pasar al estercolero de la historia y solo será recordado por sus crímenes contra la humanidad.

NOTAS


[1]. Citado en Daniele Giglioni, Critica de la víctima, Herder, Barcelona, 2020, pp. 56-57. [Énfasis nuestro].

[2]. Ibid., pp. 57-58.

[3]. Ver al respecto: AUSCHWITZ NUNCA OLVIDAR COL T1 AL T11

[4]. Ilan Pappé, El lobby sionista. Una historia a ambos lados del Atlántico, Akal, Madrid, 2025, pp.  479 y ss.

[5]. Ibíd, p. 602.

[6]. María Chiara Bianchini, “Memoria en tiempos de genocidio”, El Salto, agosto 25 de 2025. Disponible en: Memoria en tiempos de genocidio 

[7]. Ver al respecto: Definición del Antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto – IHRA

[8]. Meir Margalit, El eclipse de la sociedad israelí, La Catarata, Madrid, 2024, pp. 23 y ss.

[9]. Elie Wiesel, “La trivialización del holocausto”, New York Times, abril 16 de 1978.

[10]. D. Gilioli, op. cit., pp. 39-40.

[11]. Ibíd., pp. 108-109.

[12]. Ilan Pappé, La idea de Israel. Una historia de poder y conocimiento, Akal, Madrid, 2014, p. 214.

[13]. D. Giglioli, op. cit. p. 109.

[14]. Palabras de Enzo Traverso, citadas en Maciek Wisniewski, “Buchenwald, Gaza y el fin del universalismo”, La Jornada, junio 14 de 2025.

[15]. M. Margalit, op. cit., p. 152.

[16]. Citado en: HISTORIA.- El ejército soviético liberó Auschwitz el 27 de enero de 1945 – Quisqueya Será Libre

[17]. Ver al respecto: Peter Forbath, El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, Turner-FCE, Madrid, 2002; Roger Casement et al., La tragedia del Congo, Alfaguara, Madrid, 2011.

[18].  Sven Lindqvist, Exterminad a todos los salvajes, Turner, Madrid, 2004.

[19]. Citado en Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Herder, Madrid, 2001, p. 36.

[20]. I. Pappé, La idea de Israel, p. 202. 

[21]. Disponible en: [https://www.aa.com.tr/es/mundo/david-azoulai-propone-convertir-gaza-en-un-museo-como-el-campo-de-concentraci%C3%B3n-de-auschwitz-en-polonia-/3086166].  

[22]. D. Giglioli, op. cit., p. 59.

[23]. Citado en Maciek Wisniewski, “Netanyahu, Auschwitz y el genocidio en Gaza, La Jornada, enero 25 de 2025. La Jornada: Netanyahu, Auschwitz y el genocidio en Gaza

[24]. Abdelwahab El-Affendi, “The Futility of Genocide Studies After Gaza”. Disponible en:
Journal of Genocide Research, junio 18 de 2024. Disponible en: Full article: The Futility of Genocide Studies After Gaza

[25]. Citado por Maciek Wisniewski,  “Masacre en Gaza y comparaciones que salvan vidas”, La Jornada, diciembre 23 de 2023. Disponible en: https://www.jornada.com.mx/noticia/2023/12/23/opinion/masacre-en-gaza-y-comparaciones-que-salvan-vidas-807 .

[26]. The Death of Holocaust Studies (w/ Raz Segal) | The Chris Hedges Report

[27]. N. Finkelstein, op. cit., p. 62.

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