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La intervención etíope en Somalia: mirando atrás en la historia

Fuentes: Sodepaz

Editado por el Centro de Estudios sobre África y Medio Oriente (La Habana)

Aunque tras la reciente intervención etíope en Somalia se mueven intereses globales, sus motivaciones primarias responden a arraigados intereses históricos etíopes que no se pueden pasar por alto.

Aunque tras la reciente intervención etíope en Somalia se mueven intereses globales, sus motivaciones primarias responden a arraigados intereses históricos etíopes que no se pueden pasar por alto.

A lo largo de la milenaria historia etíope, desde tiempos del Reino de Axum, las amenazas a la seguridad del estado establecido llegaban por vía marítima, provenientes del norte, sobre las costas y tierras bajas de lo que hoy es Eritrea. Después del advenimiento del Islam, que liquidó los reinos cristianos de Nubia, la frontera noroeste con lo que hoy es el Sudán se volvió muy sensible.

Sin embargo, Etiopía nunca se sintió realmente amenazada desde las direccioneseste y sudeste hasta el empuje colonial, inglés e italiano, desde el Golfo de Adén y el Océano Índico, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Las poblaciones que habitaban los extensos territorios al este y sudeste de Addis Abeba, en su mayoría oromos, nunca habían dado muchos problemas y reconocían algún tenue sometimiento al poder central amárico casi siempre mediante el pago de tributo. Las fronteras del reino no eran fijas, y más bien se iban desdibujando en la medida en que se adentraban en el desierto del Ogadén, adonde en determinada época del año las tribus nómadas somalíes que poblaban territorios más cercanos a la costa iban desde siempre a pastar sus rebaños.

Todo esto cambió cuando el Emperador Menelik II percibió que los europeos hacían avanzar sus tropas desde la costa en dirección al Ogadén para fijar fronteras que patentizaran la ocupación efectiva de los territorios africanos según dictara la Conferencia de Berlín de 1885-1886. Comprendiendo la amenaza, Menelik envió a sus legiones para hacer frente a la penetración, y justo en el sitio en que toparon los ejércitos adversarios se fijó la frontera definitiva de Etiopía con las Somalia italiana y la Somaliland inglesa. La primera consecuencia de ello fue que amáricos y tigriños pasaron a ser minoría dentro de las nuevas fronteras del reino etíope, que perdió la costa eritrea a manos de Italia. La segunda fue que los somalíes se sintieron desmembrados y despojados de sus tradicionales territorios de pastoreo.

Pero, dentro de Etiopía, las amenazas y presiones del exterior indujeron al emperador a buscar la coexistencia entre etnias y religiones diversas, sobre todo ahora que cristianos y musulmanes, sumaban cifras más o menos iguales dentro del reino. Esto fue facilitado por el hecho de que Menelik II fue el primer emperador proveniente de Shoa, provincia central etíope muy mestizada étnicamente y diversa desde el punto de vista religioso. Ese fue un factor que le facilitó derrotar en Adua, en 1896, el intento italiano de colonizar todo el país, con lo cual Etiopía -único caso en África- conservó su independencia política en aquella coyuntura.(1)

Por breves que fueran los decenios de ocupación colonial efectiva, estos crearon realidades diferenciadoras en cada territorio, de modo que tanto la reincorporación de Eritrea a Etiopía en 1956 como la unificación (negociada entre élites) de las antiguas Somaliland inglesa y Somalia italiana en 1960 fueron incómodas y efímeras.

Tanto el gobierno de Mengistu como el de Siad Barre no solo fracasaron en sus inútiles afanes por -respectivamente- conservar intactas las fronteras del viejo régimen etíope y reunificar territorios ancestrales somalíes (que la llevaron a invadir el Ogadén en 1964 y 1977), sino que estos provocaron además peligrosos estallidos nacionales en el tránsito del decenio de los 80 a los 90 en una zona de fronteras sensibles: ambos países quedaron sumidos en encarnizados conflictos internos que conmovieron a ambas naciones y más allá de sus fronteras.

Etiopía consiguió resurgir del caos pero reducida en dimensiones y sin costas, y con un gobierno centrado en la minoría tigriña, lo que retrotrajo al país a la situación de fines del siglo XIX. Eritrea logró su independencia, pero afectada por el aislamiento internacional y por antagonismos fronterizos con Etiopía. Somalia se desmembró en sus partes originales, con un norte (Somaliland) pacífico pero sin reconocimiento internacional, y un sur desprovisto de gobierno central y sumido en la anarquía desde 1991. En los tres últimos lustros, el Cuerno Africano ha sido la región más volátil del África, con una paradoja especial: la desmembrada Somalia es (en su etnia, su lengua y su religión) el país más homogéneo de África, al tiempo que las enfrentadas Etiopía y Eritrea tienen una composición étnica muy similar, y proporciones casi idénticas entre cristianos e islámicos -divididos a partes iguales en ambos países.

Mientras Etiopía y Eritrea iniciaban periódicamente hostilidades, la comunidad internacional se preocupaba solo en determinados instantes por devolver la paz y el orden a Somalia. El estrepitoso fracaso de la Operación «Restauración de la Esperanza» condujo en 1994 al rápido retiro de las tropas de la ONU y de toda atención internacional. En los convulsos años que siguieron, no hay que olvidar la derrota de combatientes islámicos en el poblado somalí de Luuq (1996) a manos de fuerzas etíopes, los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Nairobi y Dar-Es-Salaam (en 1998, reivindicados por Al Qaeda, y cuyos autores, según Washington, podían refugiarse en Somalia) y el conflicto fronterizo Etiopía-Eritrea (1998-2000). El gradual encarnizamiento de las relaciones con Eritrea ha conducido incluso a muchos analistas a interpretar hoy la intervención etíope en Somalia desde ese ángulo.

Más avanzado en el nuevo milenio, la fijación de la administración Bush con Al Qaeda a raíz del 11 de septiembre volvió a poner a Somalia en la mirilla de Washington. Los Estados Unidos parecieron al borde de una nueva intervención, alimentados por información de inteligencia etíope que tendía a exagerar el «peligro somalí» como real o potencial refugio del llamado «terrorismo islámico»(2). Pero la intervención no tuvo lugar, y el problema quedó en manos de la organización regional, la IGAD, que tras catorce largas series de negociaciones entre los distintos clanes y señores de la guerra consiguieron componer un gobierno provisional generalmente aceptado por todas las partes en pugna.

Pero el problema sobrevino cuando se trató de mudar al gobierno provisional somalí de Nairobi (donde fue compuesto) a Mogadiscio. A lo largo de las negociaciones, y como consecuencia sobre todo de los renovados enfrentamientos entre los jefes de clanes y los señores de la guerra en procura de mejor posicionamiento para las tajadas que se repartían del gobierno provisional, un nuevo poder había ido ganando fuerza en el terreno dentro de Somalia: las llamadas cortes islámicas, de bastante popularidad en tanto lograban pacificar, poner orden y suministrar servicios a una población civil harta de la guerra. De hecho, los señores de la guerra y los jefes de clanes habían perdido el poder en el terreno en la mitad sur del país a mano de las cortes islámicas.

El gobierno provisional, establecido precariamente en Baidoa, a medio camino entre Mogadiscio y la frontera etíope, y apoyado apenas por las magras fuerzas militares de algunos jefes de clanes, comenzó a negociar con las cortes, con la esperanza de llegar a alguna forma de reparto de poder, pero varias rondas de negociaciones no produjeron resultados. Además, las fuerzas del gobierno provisional a menudo entraban en conflicto entre sí, y no podían hacer frente con efectividad al avance de las cortes, de modo que en el verano pasado, Etiopía comenzó a introducir soldados en Somalia con la idea de apuntalar al gobierno provisional y proteger su propia frontera, aunque arguyendo que solo se trataba de unos pocos centenares de asesores militares. No obstante, en respuesta a esa presencia, algunas figuras de las cortes islámicas amenazaron -una vez más en la historia- con «liberar» las zonas de Etiopía pobladas por somalíes y sublevar a todos los musulmanes etíopes. La prensa norteamericana filtró la información de que el Premier etíope habría dicho a funcionarios norteamericanos que sus fuerzas podían barrer a los islamistas «en una o dos semanas». Las cosas subieron de tono, sobre todo luego que funcionarios de la ONU aseguraran que en Somalia había unos 2,000 soldados de Eritrea, a los que se estaban sumando cada vez más «combatientes irregulares» de Yemen, Egipto, Siria y Libia, y que su intención era «convertir a Somalia en el tercer frente de la Guerra Santa, después de Irak y Afganistán»(3).

Al margen del grado de legalidad internacional o de popularidad interna de que pudiera disfrutar el gobierno provisional somalí, y del grado de arraigo que hubieran podido conseguir las Cortes Islámicas en el terreno, el gobierno de Addis Abeba podía tener razones para sentir intranquilidad ante amenazas formuladas por fuerzas hostiles en buena parte de su periferia y que son muy similares a las que en el pasado aislaron a la nación etíope y desencadenaron enfrentamientos muy costosos para el país. Recordemos que la relativa tranquilidad alcanzada en las relaciones entre cristianos e islámicos dentro de Etiopía, no excluye conflictos localizados.

Tampoco puede olvidarse que el actual gobierno etíope tuvo su origen en un movimiento enraizado en el Tigray, no solo la región originaria de la cultura, la lengua y la religión cristiana etíopes, sino tradicionalmente la más expuesta a los embates de los adversarios extranjeros, y también aquella en la que radicó el poder del imperio desde tiempos inmemoriales y hasta hace poco más de un siglo, por ser la cuna de casi todos los emperadores etíopes. Valdría la pena repasar, precisamente en el momento actual, las circunstancias en que el poder pasó de la nobleza del Tigray a manos de la nobleza de Shoa en aquel entonces.

El emperador Yohannes, que sería el último de origen tigriño, hacía frente a una difícil situación internacional como consecuencia de las apetencias imperiales europeas, estimuladas por la reciente Conferencia de Berlín, y también por losavances de las fuerzas islámicas mahdistas que habían lanzado una «guerra santa» contra Etiopía y, procedentes del Sudán, avanzaban en el Tigray. Yohannes consiguió derrotar a los mahdistas en la batalla de Metemma en 1889, pero al costo de su propia vida y de la devastación material y política del Tigray, que fuera teatro de los enfrentamientos(4).

Pero la historia no solo nos lega pasajes que nos facilitan a veces la interpretación del presente y la previsión del futuro. También nos lega en ocasiones un cúmulo de problemas a desenredar y resolver. Y en ese sentido, la guerra en curso pudiera estar recordándonos que todo el Cuerno Africano es hoy un activo laboratorio político donde se están retrazando fronteras y rediseñando formas y relaciones de poder. Todo ello nos aconseja suma prudencia al interpretar los acontecimientos y, sobre todo, al señalar críticas o atribuir culpas entre sus actores del Cuerno Africano.

Referencias:

(1) González, D.: Etiopía, la oposición contrarrevolucionaria, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 41-45.

(2) González, D.: «Somalia en la mirilla», Problemas actuales de África y Medio Oriente: Una visión desde Cuba, CEAMO-CLACSO, 2003, p. 53-76.

(3) Gettleman, J.: «Ethiopia Hits Somali Targets, Declaring War», The New York Times, 12-25-06

(4) González, D.: Etiopía, la oposición contrarrevolucionaria, p. 40-41

http://www.sodepaz.net/modules.php?name=News&file=article&sid=3803