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La Intifada del Muro

Fuentes: Rebelión

Jerusalén. La segunda Intifada, la de Al Aqsa, está agónica. Se ha transformado en un vivo recuerdo que de vez en cuando lanza lo que parecen sus últimos coletazos. La gran lápida de los más de 900 muertos israelíes y de los 3000 palestinos que han perdido la vida, pesa más que nunca tras casi […]

Jerusalén. La segunda Intifada, la de Al Aqsa, está agónica. Se ha transformado en un vivo recuerdo que de vez en cuando lanza lo que parecen sus últimos coletazos. La gran lápida de los más de 900 muertos israelíes y de los 3000 palestinos que han perdido la vida, pesa más que nunca tras casi cuatro años de ocupación, detenciones y operaciones militares del Ejército de Israel. El pueblo palestino está exhausto, hundido en el desánimo y atrapado entre unas organizaciones armadas muy debilitadas y una Autoridad Palestina en la que no confían. A pesar de todo el grito de la resistencia ha vuelto. Y se ha escuchado primero en pequeños pueblos, en la Palestina profunda. La construcción de la Valla de defensa según Israel y Muro de la Vergüenza para los palestinos ha provocado una revuelta de origen campestre. Una Intifada rural con más rabia que medios y experiencia para enfrentarse a la maquinaria de guerra israelí. Y con una novedad importante, en muchos casos las mujeres palestinas marchan a primera línea.

Budrus, el inicio de la Intifada

Los soldados israelíes y la policía de frontera miran incrédulos y se sienten cómodos. A pesar de formar parte de uno de los mejores Ejércitos del mundo, tener casco, chaleco antibalas y cargar las mejores armas con munición y proyectiles de todo tipo para dispersar la protesta, tienen el rostro desencajado y no saben que hacer. El comandante se quita el casco, se rasca la cabeza y mira a sus compañeros arqueando las cejas. Delante de ellos y en medio de las obras de construcción del Muro hay un grupo de mujeres que les desafían enarbolando banderas palestinas y les ensordecen con gritos y chillidos en contra del primer ministro israelí, Ariel Sharon, y en contra del Muro. Plantando cara está todo el sector femenino del pequeño pueblo de Budrus. Las más ancianas, vestidas con el traje tradicional palestino, intentan controlar a las más jóvenes que encolerizadas quieren estar lo más cerca posible de los hombres uniformados para decirles que se vayan de sus tierras.

Budrus era un pequeño y tranquilo pueblo rural cerca de Ramala. Rodeado de mares de olivos y con unos 1400 habitantes muy hospitalarios, en este casi idílico y verde enclave no había muchas cosas por las que preocuparse. Pero el 31 de diciembre del 2003 llegaron los soldados con la orden de confiscar 1000 dunums de tierra, la mitad de la superficie agrícola del pueblo, y arrancar unos 1500 olivos. Detrás arrastraban toda la maquinaria para seguir con la construcción de la barrera que anexiona territorio, proporciona seguridad para Israel y deja una cicatriz amarga en su tierra y en sus vidas. La gente de Budrus no se quedó en casa.

Pronto empezaron los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes que acabaron con detenciones y más de 40 heridos. Las obras se iniciaron y el Ejército decretó zona militar cerrada en algunas áreas del pueblo. Pero Budrus no se rindió. Cada semana se organizaban protestas de forma pacífica pero que acababan en enfrenamientos desiguales entre pedradas y las balas y gases lacrimógenos israelíes. A pesar de que había sucedido lo mismo en otros pueblos palestinos afectados por la construcción del muro, la resistencia inesperada de Budrus, quizá más fuerte y más persistente, se convirtió en un estandarte de la lucha contra el coloso de cemento y alambre de espino y donde también participaban activistas internacionales y pacifistas israelíes. Pero cansados de detenciones y heridos los habitantes de Budrus organizaron una nueva táctica: las mujeres delante y los hombres detrás. Y nada de lanzar piedras.

La resistencia pacífica, no violenta, fue la nueva forma de lucha, la nueva Intifada, a pesar de que muchas veces acababa a pedradas. «A los hombres los empezaron a arrestar cuando se iniciaron los enfrentamientos. Pero en el momento de resistir todos somos iguales. Y creemos que nosotras estando delante podemos proteger a los hombres». Lo dice Iltezam Mollar que se coloca entre las primeras y enarbola la bandera palestina como si fuera una espada delante de los soldados. Es una estudiante, tiene sólo 15 años pero habla con gran seguridad y con la experiencia que le ha aportado crecer y vivir en una tierra ocupada. Mira a los ojos a los hombres que tiene delante y que empuñan armas de fuego y chilla hasta que se queda afónica. Siempre le recuerdan que no se acerque tanto hasta que entre dos o tres se la tienen que llevar casi a rastras. «Todas las mujeres del pueblo de todas las edades están aquí. De hecho todos, niños, mayores de edad, ancianos vienen a protestar. Pero para nosotros lo que es importante es ver como gente de otros países y algunos israelíes están con nosotros y se ponen delante de los soldados a nuestro lado». Al final la persistencia de Budrus dio resultado. No se pudo evitar la construcción del Muro pero a base de protestas al final, el Ejército decretó retirarlo casi hasta la Lina Verde, frontera fijada tras el armisticio de 1949. Budrus se convirtió en el ejemplo a seguir y el espejo donde se reflejarían los pueblos que les tocaría sufrir el avance implacable de la Valla de Seguridad o del Muro del Apartheid, según desde el lado desde de donde se mire.

Deir Qaddis, Midya y Beit Duqqu: la consolidación de la Intifada Rural

A la mayoría de las 200 comunidades que están afectadas directamente por las obras de construcción del Muro, a todas, un día les llegarán los soldados marcando el terreno y cortando y arrancando olivos. Esto es lo que les pasó a Deir Qaddis, Midya y Beit Duqqu, tres pequeños pueblos de la Palestina profunda, con gente de campo, que por la imposibilidad de trabajar en Israel, por ser palestinos y vivir en Cisjordania se dedican prácticamente a la agricultura y la ramadería. Si pierden la tierra, lo pierden todo. Y en los campos palestinos la mujer tiene un papel muy importante, por esta razón el día que los soldados llegaron con los bulldózer y las escavadotas toda la gente del pequeño pueblo de Deir Qaddis salieron a protestar, tanto mujeres como hombres. Una hilera de agentes de la policía de frontera israelí marcaba una línea imaginaria que la gente no podía traspasar, si no, amenazaban con cargar. Chillidos y llantos por parte de los palestinos y tensión entre los soldados que apretaban con nerviosismo sus armas. Intento de diálogo entre unos y otros pero poco se puede dialogar si se está colérico porqué te quitan las tierras y enfrente tienes a hombres armados que lo único que hacen es cumplir ordenes. La protesta coincidió con la hora de salida de la escuela y el instituto. Cuando un grupo de estudiantes cargados con sus carteras y libros estaban a unos 500 metros de la policía de frontera, uno de sus miembros, de gatillo fácil, disparó un cartucho de gases lacrimógenos. Sus compañeros le increparon y le pidieron que se calmara. El disparo se convirtió en el detonante para que los habitantes de Deir Qaddis gritaran más que nunca y quisieran llega r a sus tierras. El choque estaba servido y automáticamente explotaron bombas de gases lacrimógenos sin respetar ni edad ni sexo. Ancianos, jóvenes, niños, padres, madres todos se agachaban tapándose la nariz y la boca para no respirar los gases y lanzaban piedras. Un chico del pueblo intentaba contrarrestar el efecto de los gases lacrimógenos lanzando agua con una botella de plástico a los proyectiles que todavía expulsaban gas, pero la cosa no funcionaba. Una mujer a falta de máscaras, intentando utilizar un remedio palestino, repartía cebollas y las aplicaba a la nariz y cerca de los ojos a los que estaban más intoxicados para intentar reanimarlos. La resistencia casera empezaba a organizarse pero poco podían hacer porqué las escavadoras israelíes seguían trabajando.

En Midya la Intifada contra el Muro ha vivido momentos de exaltación y euforia colectiva. Los trabajadores de las obras y los soldados fueron sorprendidos por más de doscientas personas y de todas las edades que invadieron las obras y resistían los gases lacrimógenos y las balas de goma. Aguantaban estoicamente, llorando y utilizando también cebollas como máscaras anti gas. Hasta que la lluvia de piedras empezó a caer. Los jóvenes se habían organizado para la lucha y se habían parapetado en dos terraplenes desde donde acribillaban a pedradas a los soldados por dos bandos. Los soldados aguantaron protegidos entre dos vehículos militares blindados hasta que las excavadoras se retiraron. Durante unos minutos los habitantes de Midya entraron en éxtasis, cantaron himnos de Palestina libre y se sintieron héroes. Pisaban otra vez lo que antes eran campos de olivos y ahora era un solar donde construían lo que podía significar su ruina y aislamiento. La batalla se había ganado pero no la guerra. Omar, un chico de 19 años sonreía y alzando el puño todavía con algunas piedras en la mano gritaba: «¡los hemos echado! ¡Son nuestras tierras y no podemos permitir que nos las roben! Pero la guerra siguió y los soldados judíos no tardaron en volver con más refuerzos y en formación avanzaron de forma imparable. En menos de un minuto los disparos y más gases hicieron que toda la gente se retirara hacia el pueblo. Las máquinas volvieron a trabajar pero la gente de Midya miraba hacia atrás y sin desánimo pensaban cómo intentar recuperar sus tierras.

En el pequeño pueblo de Beit Duqqu la táctica a seguir fue muy distinta. Sus habitantes eran muy conscientes de que casi nada podían hacer contra la construcción del Muro en sus tierras. Sin ningún plan y con la incógnita de qué pasaría se organizó una marcha para enfrentarse, sin saber cómo, a las escavadoras y a los que las protegen. Al llegar enfrente de los soldados la idea surgió al ver un grupo de fotógrafos de prensa. Con un terreno nada favorable para el enfrenamiento a pedradas y con una gran desigualdad de fuerzas, las mujeres de Beit Duqqu se lanzaron a los soldados para intentar llegar a sus tierras pero sobretodo con el objetivo de provocar la instantánea, la foto de los soldados apartándolas, golpeándolas o impidiéndoles el paso. Con la ira de ver como arrasaban sus tierras las mujeres palestinas se abalanzaban una y otra vez a los soldados chillando «Mirad lo que me están haciendo, haz un foto, muestra que nos maltratan y nos están robando». Algunas mujeres caían a los pies de los soldados pero seguían allí, casi agarradas a las botas militares y pidiendo una instantánea. Entre las mujeres pero, al final se alzó una voz que dijo:»a los palestinos nos han hecho más fotos que en ningún otro conflicto y no ha servido de nada. Cada año que pasa nuestra situación empeora».

Biddu, Betunia y los mártires de la Intifada del Muro

Mohamed Qndeec una semana antes de que las obras del Muro llegaran al pueblo de Biddu decía: «tenemos miedo que alguien vaya a morir. Quien te quita lo que es tuyo de forma ilegal es un ladrón y nosotros vamos a defender lo que es nuestro. Si hace falta con nuestras vidas». Mohamed, con cuarenta años es uno de los líderes del pueblo y aseguraba que ellos sólo eran gente del campo, sin armas y con únicamente sus manos para trabajar la tierra. Si la perdían no sabrían cómo ni con qué podría alimentar a sus hijos. Dos semanas después en Biddu ya habían muerto 5 personas por disparos de munición real. La mayoría eran chicos jóvenes que habían intentado enfrentarse a los soldados a pedradas con sus ondas. A pesar de todo siguieron manifestándose, eso si, esta vez de forma pacífica y intentando evitar que los jóvenes volvieran a levantar la mano. «Estamos artos de estas muertes. No queremos que otro joven pierda la vida inútilmente. Lanzar piedras no sirve de nada». Por esta razón Abu Abed, otro de los líderes de la zona, organiza rezos y marchas en el área afectada por la construcción del muro cada viernes, cuando no hay ni soldados ni escavadoras por ser día festivo en Israel.

En Beitunyia las protestas contra la construcción del Muro acababan siempre con lanzamiento de piedras. A pesar de que los soldados estaban bastante lejos y las piedras casi no llegaban los chicos del pueblo, la mayoría entre 10 y 18 años, quemaban neumáticos y hacían silbar sus ondas en un ambiente que se mezclaba, la rabia, el juego, el miedo y la emoción. Lo que también producía un silbido eran las balas israelíes, a veces de goma y a veces de munición real. Cada vez que sonaba un tiro una ola de chicos se agachaba al unísono de forma casi intuitiva. Mahmoud de 16 años, con la cara sucia del hollín del humo de los neumáticos y empapado de sudor contaba que «agacharse cuando suena el disparo es una tontería ya que la bala es más rápida que el movimiento de agazaparse». Lo decía sonriendo. Para él lanzar piedras era casi un juego, un día emocionante que rompía con su vida rutinaria en un territorio ocupado. A Mahmoud pero se le apagó la sonrisa cuando a su amigo Hussein Shuaini de 17 y años le pegaron un tiro en la cabeza cuando iba a lanzar una piedra a los soldados. El enfrentamiento acabó automáticamente. Cuando la ambulancia se alejaba con el cuerpo si vida de Hussein, Mahmoud al igual que la mayoría de chicos lloraba mirando los restos de sangre que habían quedado en el suelo. La Intifada del Muro tenía sus primeros mártires.

Deir Ballut, los novatos de la Intifada

En Deir Ballut la mayoría de chicos no saben lanzar con ondas porqué nunca las han usado. Al intentarlo las piedras salen disparadas hacia atrás y la gente del pueblo se ríe de quién ha intentado tocar a los soldados con tan mal atino. Deir Ballut es un pequeño pueblo en el corazón de Cisjordania que si no fuera por el control militar que tiene en la entrada, parecería que en la región no ha existido nunca ningún conflicto. El día que los soldados confiscaron sus tierras por la construcción del Muro Deir Ballut se revolucionó. Se intentó organizar una marcha para protestar y pedir a los soldados el acceso a las áreas donde tenían olivos y no estaban construyendo la valla de separación. Delante iba el alcalde, Abu Feroz, y detrás la mayoría de la gente del pueblo. A medio camino los soldados israelíes lanzaron gases lacrimógenos y casi todos se retiraron corriendo. Sólo un pequeño grupo intentó avanzar un poco más hasta que desistieron. Abu Feroz no contaba con el inconveniente del gas y tras el primer intento de marcha toda la gente de pueblo se puso a discutir qué se tendría que hacer. Un grupo de mujeres hablaban entre ellas. «Cuando han lanzado los gases he seguido andando hacia delante», otra contestaba: «¡Pero qué dices! Yo he aguantado y he avanzado con los hombres y no te he visto». Otro hombre del pueblo gritaba a todo el mundo «si no vamos ahora o hacemos algo, después será demasiado tarde y luego si que nos vamos a lamentar de verdad. ¡Que me sigan los valientes!». Abu Feroz, con cara de estresado al final se impuso: «un momento, como mínimo esperad a que llegue una ambulancia de otro pueblo que aquí no tenemos ninguna». Algunos chicos, hombres y mujeres no tuvieron paciencia y se dirigieron hacia dónde estaban los soldados para iniciar lo que parecía el juego del gato y el ratón. La mayoría de la gente pero se había quedado en la entrada del pueblo, algunos hasta se habían llevado sus sillas y alguna sombrilla de sus casas para verlo todo como si se tratara de un espectáculo. Al final llegó la ambulancia y un grito de júbilo se levantó. Yad de 18 años se dirigió a sus amigos «venga, ahora ya podemos ir a por los soldados». El pueblo se reunió por segunda vez dispuestos a marchar pero al caer del cielo los cartuchos de gases lacrimógenos la mayoría de la gente se volvió a retirar. Las discusiones se repitieron mientras los que habían intentado aguantar utilizaban los servicios sanitarios de la ambulancia. Abu Feroz volvió a pensar y al final pidió ir el solo a parlamentar con los soldados. La cosa funcionaba y llegó hasta dónde estaban los militares israelíes. Mientras estaba negociando se dio cuenta que los soldados cargaban las armas y repartían granadas de gases y sonido. Se giró y vio atónito como la gente no le había hecho caso y en pelotón se dirigía hacia donde él estaba. Al final les tocó a todos correr y respirar gases por tercera vez. Abu Feroz, se torció el tobillo saltando entre las piedras. Al preguntarle que es lo que iban a intentar hacer a partir de ahora respondió: «Resistir, aguantar. Pero de esta forma seguro que no».

Az Zawiye, el recuerdo de la primera Intifada y el gas siniestro

Si hace unos meses el estandarte, la punta de lanza de la resistencia contra el Muro era el pueblo de Budrus, ahora lo es Az Zawiye. Entrar en sus calles es hacer un viaje en el tiempo y trasladarse al año 1987, a la primer Intifada, cuando surgió una explosión espontánea de la resistencia popular contra la ocupación israelí que duró hasta el año 1993. Desde que el Tsahal, el Ejército de Israel, confiscó sus tierras e inició las obras del Muro, prácticamente cada día, los niños y jóvenes de Az Zawiye han salido a la calle para enfrentarse a los soldados a pedradas. Mohamed se cubre la cara con una camiseta enroscada. Siempre está entre los primeros a la hora de lanzar piedras e intenta organizar a los que les siguen. Se ha convertido en el líder de las expediciones para apedrear a los soldados. Siempre pasa lo mismo. Niños y jóvenes marchan juntos gritando libertad para Palestina y Alá es grande. Y al mínimo intento de acercarse a los soldados estos los gasean y les disparan. Se retiran y vuelven a intentar acercarse hasta que el Ejército contraataca entrando en el pueblo. Los más valientes se resisten a entrar en sus casas e intentan hacer frente escondiéndose entre las callejuelas y patios de las casas. Mohamed es de estos. De vez en cuando se acerca a su casa y pide a su madre que le de un poco de agua. Ella le pide que tenga cuidado y lo mira entre preocupada y orgullosa. Todo parece un remake de la primera Intifada. Lo único distinto son los gases. ONGs y organizaciones de salud palestinas han acusado al Ejército de Israel de usar «unos gases químicos muy siniestros» para dispersar las manifestaciones que se estan produciendo contra el Muro en Cisjordania. Docenas de palestinos han sido afectados por un nuevo tipo de gas lacrimógeno que deja serios síntomas durante barias horas, incluso días, de spués de inalarlo. Según Bassam Abu Madhi, jefe del Departamento de Salfid de sanidad, los gases que se estan usando estan creando incluso convulsiones en algunas personas.» Esto podría demostrar que este nuevo gas podría afectar al sistema nervioso». Otros síntomas descritos son visión borrosa, confusión mental y dolor de estómago y escozor en la piel. Tanto Mohamed como sus amigos, a pesar de las molestias que les producen el gas, siguen con su guerra de guerrillas con piedras como munición por las calles de Az Zawiye. Hasta que se hace tarde y la gente mayor del pueblo les dicen que ya está bién por hoy.

La Intifada del Muro llega a Jerusalén

La Intifada del Muro ha llegado del campo a Jerusalén. El Muro de cemento y de ocho metros de altura ya se había erguido en algunas partes de la ciudad tres veces santa pero su creación no había causado muchas protestas y casi ningún enfrentamiento. Pero quando empezaron las obras en el área de Ar Ram la gente empezó a mobilizarse más seriamente. El Muro en esta zona supondría una catástrofe política, social y económica para sus habitantes y el aislamiento total de Jerusalén con Cisjordania. El Muro encerraría a unas 60.000 personas en un gettho conectado con Ramallah, dividiría e incomunicaría a la población de sus actuales centros educativos y sanitarios y acabaría con la importante vida comercial de uno de los puntos más importantes de distribución de productos hacia Cisjordania. Centenares de palestinos con documento de identidad israelí empezaron a buscar casa al otro lado, en el Jerusalén de Israel, para no quedar aislados. Palestinos e israelíes también se dieron prisa a intentar organizar lo que fuera para demostrar su desacuerdo. El 26 de junio se proponía hacer una manifestación donde palestinos e diversas organizacions pacifistas israelíes marcharían juntos de Ar Ram a Ramallah. Pero no había ni empezado que la tensión saltó e iniciaron los enfrentamientos entre la Policía de Frontera y jóvenes palestinos que lanzaban piedras. La Intifada del Muro llegaba a Jerusalén. Pero la policía cargó con fuerza. Sobretodo con la ayuda de agentes encubiertos entre los manifestatnes, los llamados mistarabim, que en medio de la confusión se encapucharon, sacaron las pistolas y empezaron las detenciones mientras la policía uniformada dispersaba la manifestación, hería a un fotógrafo palestino e incluso llegó a disparar con munición real.

Mientras esta nueva Intifada poco a poco va levantando la cabeza el Tribunal Supremo del Estado de Israel dictaminó que El trazado establecido por el mando militar para la valla de seguridad en la zona del noroeste de Jerusalén daña de manera severa y aguda a los residentes locales. El trazado causa tanto daño a la población local que el Estado debe encontrar una alternativa que quizás ofrezca menos seguridad pero perjudique menos a la población. El dictámen ordena modificar el trazado del Muro de Cisjordania en los 30 kilómetros que rodean ocho aldeas palestinas al noroeste de Jerusalén. Otra lucha a distinto nivel, el legal, también ha empezado ahora, en un momento en que esta decisión podría crear jurisprudencia. Lo mismo Hizo el tribunal de la Haya que declaró ilegal y en contra de los derechos humanos la construcción del coloso de cemento. Después de estos dictamenes las organizaciones pacifistas y humanitarias, y sobretodo los palestinos directamente afectados por el Muro, se preguntan: ¿Si el Tribunal Supremo de Israel ha dictaminado que hay que modificar 30 quilómetros del trazado por violar los derechos de los habitantes según las leyes internacionales y humanitarias, que pasa con los otros 730 quilómetros? De momento el Primer Ministro isrealí, Ariel Sharon, y su gobierno respondieron diciendo que habría modificiaciones al proyecto simpre y cuando el Tribunal Supremo lo pidiera. Pero que la decisión de la Corte de la Haya era inmoral y tenía que desaparecer del mundo. El Muro seguirá creciendo.

Texto original y completo del reportaje publicado en el Magazine de la Vanguardia el 1 de agosto del 2004.