Izquierda es un concepto muy amplio. Tan amplio que en él cabe todo. Hay casos verdaderamente grotescos: el gobierno de Blair es de izquierda, ya que representa al partido laborista; el gobierno de izquierda chileno firma un tratado de libre comercio (¿o de libre colonización?) con los Estados Unidos. Cualquier sector de clase media que […]
Izquierda es un concepto muy amplio. Tan amplio que en él cabe todo. Hay casos verdaderamente grotescos: el gobierno de Blair es de izquierda, ya que representa al partido laborista; el gobierno de izquierda chileno firma un tratado de libre comercio (¿o de libre colonización?) con los Estados Unidos. Cualquier sector de clase media que se oponga al neoliberalismo es de izquierda, aunque sus aspiraciones se reduzcan al retorno de los años dorados. El simple reformismo hoy se considera de izquierda. Y dentro de esa caja de Pandora también se encuentra, hoy casi invisible, la izquierda revolucionaria, la que busca la superación definitiva del régimen capitalista.
La izquierda (en sentido amplio) hoy está de duelo por el resultado de las elecciones estadounidenses, lo que parece extraño ya que cualquiera de los dos candidatos que ganara encabezaría un gobierno de ultraderecha con un programa imperialista y militarista, represivo, oligárquico y antidemocrático. La única diferencia entre uno y otro era el matiz de hipocresía o de cinismo con que se presentara. La izquierda no tenía nada que hacer allí y su toma de partido en esa contienda se agrega al inventario de lo grotesco.
Lo verdaderamente deplorable de dichas elecciones (si pueden llamarse así) es lo que revelan acerca de la izquierda. En los Estados Unidos, ésta había tenido un fuerte avance con los enfrentamientos en Seattle, las manifestaciones contra la guerra, las denuncias cada vez más frecuentes y los diversos movimientos contestatarios. La derecha, representada por los dos partidos tradicionales, tiene una agenda de guerras y ocupaciones coloniales, de actuar por encima de las organizaciones mundiales desconociendo todos los principios universales, de imponer al interior una dictadura de la que la Patriot Act no es más que el comienzo, de redistribución de la riqueza a favor de los grandes capitales, de precarización del trabajo, de reducción y privatización de los servicios públicos, de exclusión de las llamadas minorías (que en realidad constituyen la gran mayoría fragmentada), etc. Una izquierda en ascenso, organizándose y creciendo en las luchas de oposición a las diversas medidas del gobierno, podría retrasar el avance de un proyecto que les urge sacar adelante por la crisis de hegemonía imperial en que se encuentran y era, por lo tanto, un obstáculo que había que eliminar.
La derecha se cohesionó en un frente único, con un programa único, para mantener el gobierno republicano, evitando así cualquier perturbación en la implementación de un plan que ya estaba en marcha. Si el partido demócrata hubiera querido ganar la presidencia, hubiera buscado un candidato con un perfil diferente, hubiera planteado un programa reformista radicalmente opuesto al de los republicanos y finalmente habría puesto objeciones a una elección preñada de irregularidades. El papel que jugó el partido demócrata, con su campaña apoyada en un elemento subjetivo (el rechazo a Bush, que centró en su persona ambos discursos), fue el de atrapar a la izquierda para neutralizarla, desprestigiarla y desarticularla, estando previsto que si con su apoyo Kerry ganara la elección gobernaría con el mismo equipo político, continuando el programa emprendido por su antecesor. La izquierda estadounidense perdió la gran oportunidad que se le presentaba, que era la de constituirse en una fuerza política capaz de crecer y de hacer oír su voz. Después del avance que estaba experimentando, una estrategia de apoyo electoral a Nader le hubiera permitido fortalecerse en las luchas de oposición, denunciando el verdadero carácter de los partidos tradicionales y proponiendo una alternativa real. Ahora tendrá que reconstruirse desde una posición debilitada frente a un gobierno fortalecido que responderá con mayor represión.
En el resto del mundo gran parte de la izquierda (en sentido amplio) adhirió a la agenda estadounidense: el mismo programa con Bush o con Kerry. Si entre imperio y colonias hay una contradicción irreductible ¿es posible compartir el objetivo político de la colonización? Lamentablemente, la izquierda no fue capaz de hacer un análisis serio y las diferencias de forma le impidieron ver la identidad del contenido. Lo subjetivo, la repugnancia hacia Bush (todo lo que ha hecho, todo lo que representa), prevaleció sobre lo objetivo, la falsa alternativa de esas elecciones. Sin ningún elemento de juicio y sólo por sus buenos deseos, llegó a crearse la ilusión de que habría un cambio de política con un gobierno demócrata. Hace más de un siglo Marx combatía los programas reformistas del socialismo utópico alegando que la transformación social sólo puede impulsarse a partir de una conciencia superior, sobre la base científica del análisis de la sociedad real, de sus contradicciones y tendencias. Pero la izquierda de hoy pierde de vista la contradicción, confunde forma y contenido, sustituye lo objetivo por lo subjetivo y lo real por lo ilusorio.
Dejando de lado los sentimientos, el análisis más elemental lleva a la conclusión de que lo peor que pudo haber ocurrido en las elecciones del norte era el triunfo de un partido oligárquico con el apoyo de la izquierda. Eso no hubiera alterado sustancialmente la agenda de la derecha pero habría frenado por mucho tiempo toda posibilidad de oposición interna y habría neutralizado en alguna medida a la izquierda en el exterior. Por el contrario, lo mejor que podía haber ocurrido, que no ocurrió gracias a los demócratas, era que ese proceso electoral espurio desembocara en un caos prolongado de conflictos y disputas acelerando la división interna y debilitando a la metrópoli frente al exterior (no olvidemos que a comienzos del siglo XIX un conflicto por el trono español nos dio a los latinoamericanos la oportunidad para la independencia). Lo que ocurrió no fue ni lo mejor ni lo peor, pero sí lo más impactante, como un golpe en plena cara. Ya lo asumimos y hay que dejar de llorar.
Coincidiendo con la elección estadounidense ocurrieron otras que son de mayor interés para la izquierda. La más importante dio un triunfo sin precedentes a la coalición que apoyaba a Tabaré Vázquez en Uruguay. Además están las elecciones menores que en Venezuela reafirmaron a la revolución bolivariana, en Chile marcaron la emergencia de una izquierda propiamente tal y la más reciente de Nicaragua que dio un triunfo importante al Frente Sandinista. Las posibilidades y los límites de los procesos que se están dando en América Latina constituyen un tema de verdadera importancia que merece mucha más reflexión y discusión, sobre todo porque incide en la práctica y tendría que traducirse en definir líneas de acción.
La contienda electoral del norte sólo vino a confirmar algo que ya sabíamos, que es la profunda decadencia y la situación de crisis en que se encuentra de la metrópoli. La continuidad de su gobernante sólo puede traer la extrema agudización de sus contradicciones que probablemente desembocará, más temprano que tarde, en el derrumbe del imperio, provocando una catástrofe descomunal en todo el mundo. Cuando ello ocurra, nuestras naciones (lo que de ellas sobreviva) quedarán acéfalas puesto que sus gobiernos se reducen a meras administraciones coloniales. Ahora la izquierda tendría que estar preocupada por organizarse, buscando cómo aprovechar los resquicios que abre la crisis y delineando estrategias para que la sociedad pueda asumir el control cuando sobrevenga el caos. Si en ese momento no pudiera tomar el control, el capital volvería a reestructurarse, más concentrado y más letal que antes, a través de un holocausto inimaginable, tal como lo hizo en ocasiones anteriores.
Hoy necesitamos con urgencia una izquierda responsable, consecuente y revolucionaria porque nos encontramos en la misma alternativa que Rosa Luxemburgo planteó con tanta lucidez apenas unos años antes de que estallara la primera guerra mundial: Socialismo o Barbarie.