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La marcha de los camisas naranja

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis

Desde hace algunas semanas, una luz roja ha estado fluctuando en mi mente, iluminando una palabra en grandes letras góticas: Weimar.

Como niño de 9 años de edad, vi con mis propios ojos el derrumbamiento de la república alemana que entró tras la Primera Guerra Mundial. Generalmente conocida como la República de Weimar, porque su constitución fue escrita en el pueblo de las dos sobresalientes figuras de la cultura alemana, Goethe y Schiller. Algunos meses después de su caída, huimos de Alemania y, así, salvamos nuestras vidas.

Desde entonces, las imágenes y sonidos del derrumbamiento de la república se grabaron en mi mente. He leído centenares de libros sobre este hecho. La gran pregunta que ha estado frecuentándome desde entonces y qué ha permanecido sin contestar hasta el momento es: ¿Cómo pudo pasar semejante cosa? ¿Cómo pudo una banda de camorristas con una ideología inhumana tomar un estado que, por aquel tiempo, era quizás el del país más culto del mundo?

En la víspera del proceso a Eichmann, en 1960, escribí un libro sobre esto y concluía con la pregunta: ¿Puede pasar aquí?

Hoy, no hay escapatoria a la terrible respuesta: Sí, puede pasar aquí. Si nos comportamos como el pueblo de Weimar, sufriremos el mismo destino que el pueblo de Weimar.

En el pasado he dudado a menudo de usar esta analogía. Tenemos un tabú acerca de la Alemania Nazi. Puesto que nada en el mundo puede compararse con el Holocausto, ninguna comparación debe hacerse con la Alemania de ese tiempo.

Sólo raramente ha sido roto este tabú. David Ben-Gurion llamó una vez a Menachem Begin «un discípulo de Hitler.» Begin por su parte llamó a Yasser Arafat «el Hitler árabe», y antes de eso, a Gamal Abd-el-Nasser se referían en Israel como «Hitler en el Nilo.» el profesor Yeshayahu Leibowitz, en su modo provocativo usual, habló sobre los «Judeo-Nazis» y comparó a las unidades especiales del ejército israelí con las SS. Pero éstas fueron excepciones. Por el general, el tabú fue mantenido.

Ya no más. En su lucha contra la «podrida» democracia israelí, los colonos han adoptado los símbolos del Holocausto. Llevan la Estrella Amarilla que fue impuesta por los nazis a los judíos antes de su exterminio, sólo han sustituido el naranja por el amarillo. Se inscriben en el antebrazo su número de identidad, como los números tatuados por los nazis a los prisioneros de Auschwitz. Llaman al gobierno el «Judenrat», en referencia a los consejos judíos nombrados por los nazis en los guetos, y comparan la evacuación de los colonos de Gush Katif con la deportación de los judíos a los campos de la muerte. Todos esto en directo por la televisión.

Así que no hay ya ninguna razón para no llamarle azada a una azada: un gran campo fascista está amenazando ahora a la democracia israelí.

Lo que pasó la semana pasada en Israel no fue una «protesta» legítima, ni un intento democrático por influir en la opinión pública para cambiar las decisiones del gobierno y de la Knesset. Ni siquiera fue una campaña de desobediencia civil por una minoría que intenta forzar la revocación de una decisión de la mayoría.

Es mucho más: el principio de un intento de derrocar, a través de la fuerza, el propio sistema democrático.

La confrontación con la democracia israelí está ahora en el núcleo duro de los colonos que prácticamente todos aceptan como sus portavoces. Esta semana nosotros vimos decenas de miles de ellos, y no hay podemos eludir el darnos cuenta que éste es un movimiento revolucionario con una ideología revolucionaria que usa medios revolucionarios.

¿Cuál es esta ideología? Fue proclamada ruidosamente, una y otra vez, por los portavoces centrales del movimiento: Dios nos dio este país. Toda la tierra y sus frutos nos pertenecen. Alguien que les regale siquiera un metro cuadrado de ella a los extranjeros (es decir a los árabes que han estado viviendo aquí durante muchas generaciones) está violando los mandamientos de la Torah. La Torah es deslumbrante. Todas las decisiones gubernamentales, leyes de la Knesset y sentencias judiciales son nulas e inválidas si contradicen la palabra de Dios, como nos ha sido transmitida por los rabinos que están por encima de los gabinetes ministeriales, de los miembros de la Knesset, de los magistrados del Tribunal Supremos y de los mandos militares. Como en el Irán fundamentalista de Jomeini.

Una gran parte grande de este campo se adhiere abiertamente a las enseñanzas de Meir Kahane cuya cara fue desplegada por todas partes por los colonos que marchaban con sus camisas, banderas y carteles. Kahane predicó públicamente lo que muchos de los colonos, quizás la mayoría de ellos, dicen en privado: que Dios no sólo nos prometió este país, sino que también nos ordenó (en el libro de Joshua) erradicar a los habitantes no-judíos. Ellos no tienen lugar aquí. Si aterrorizándolos no salen por si mismos («traslado voluntario»), deben ser eliminados. En palabras de uno de los rabinos esta semana por televisión, si ellos no salen, deben «pagar el precio.» Esto incluye, por supuesto, también al millón y cuarto de los propios ciudadanos árabes de Israel.

Uno de los líderes de la marcha, Tsviki Bar-Hai, declaró en televisión: » La lucha es sobre el carácter del estado.»

El noventa y nueve por ciento de los muchos de miles vistos esta semana en televisión, llevaban kippas, muchos de ellos con barbas y trenzas. Las mujeres llevaban faldas largas y tenían su pelo cubierto. Todos ellos son «judíos renacidos» o pertenecen al campo «nacional-religioso» – una secta nacionalista-mesiánica que cree que está pavimentando el camino a la «redención.» Debe entenderse claramente: en Israel, la religión judía ha sufrido una mutación que ha cambiado su cara completamente.

 No hay ningún acuerdo de definición científica del «fascismo.» Yo lo defino por tener los atributos siguientes: la creencia en un pueblo superior (master Volk, pueblo escogido, raza superior), una ausencia completa de obligaciones morales hacia los otros, una ideología totalitaria, la negación del individuo excepto como una parte de la nación, desprecio por la democracia y culto de la violencia. Según esta definición, una proporción grande de los colonos es fascista.

Se ha dicho que la República de Weimar no fue derrocado por los «camisas pardas», sino que se derrocó a si misma, porque en el momento de la verdad casi nadie había sido preparado para ponerse de pie y defenderla.

La semana pasada, los miles de «camisas naranjas» marcharon hacia Gush Katif, en un eco distante de la «Marcha sobre Roma» de los «camisas negras» de Benito Mussolini de 1920 que derrocó la democracia italiana. Unos 20 mil soldados y policías fueron movilizados para detenerlos. A primera vista, el ejército y la policía ganaron, puesto que las camisas naranjas no alcanzaron la Franja de Gaza. Pero durante tres días, bajo el sol abrasador, los rebeldes mostraron en público su determinación, unidad y disciplina.

Había una cacofonía de voces. Los hombres y mujeres colonos gritaron, sus niños de cerebros lavados gritaron, los bebes sudorosos y de cara enrojecida lloraron en los brazos de sus madres, los líderes hicieron discursos, el ejército y la policía gritaron órdenes. Sólo una voz estuvo ausente: la voz del público israelí.

Durante estos tres días fatales, ninguno de los principales intelectuales, ningún escritor como S. Yishar, Amos Oz, A.B. Yehoshua o David Grossman, ningún importante profesor, ningún poeta o artista levantó su voz contra los colonos y sus aliados. Las muchas personalidades que en el pasado habían caído en la trampa de la «conciliación» con los colonos y en los «pactos culturales» con el extremista derecho religioso, no se atrevieron a desembarazarse ahora y señalar el gran peligro para el estado democrático. Una de sus excusas fue que no deseaban ser vistos como un apoyo a Ariel Sharon.

Ninguna de las grandes organizaciones públicas – desde la Asociación de la Abogacía y las Cámaras de Comercio, a la Asociación de los Periodistas y cuerpos académicos – halló necesario levantar su voz en defensa de la democracia, mientras los militantes naranjas estaban inundando todos los canales de televisión, que no hicieron ningún esfuerzo por presentar otras vistas. El Silencio de los Corderos. El silencio de Weimar.

Espero que todos esto cambiará cuando la confrontación se acerque a su clímax. Espero que la democracia israelí encontrará en sí misma la fuerza oculta que tan trágicamente le falló a la república de Weimar. Pero esto no sucederá si las personas valerosas no hacen sonar la trompeta, y si la mayoría silenciosa no abandona su silencio y muestra su posición con voz y color.

De otro modo, la «macha sobre Gush Katif» será sólo un anticipo de la «marcha sobre Jerusalén.»