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La mayor traición de Obama: su inminente rendición ante los archirricos y lo que eso significa para el resto

Fuentes: Sin Permiso

Traducción de Xavi Fontcuberta

Ahora que el presidente Obama está casi celebrando sus renovadas ganas bipartidistas de reeditar los recortes de impuestos a los super-ricos que puso en marcha George Bush hace diez años, es la hora de que los Demócratas se planteen hasta qué punto van a oponerse a una administración que parece más bien algo del estilo Bush-Cheney 3ª Parte. ¿Es esto lo que esperaban de la promesa de Obama de estar por encima de la política de partidos, cuando ahora gobierna en nombre de Wall Street – quien es además el principal contribuyente a las campañas de ambos partidos?

Se trata de un ejemplo de cómo la actual guerra de clases llevada a cabo por sólo una de las partes se ha convertido precisamente en esa ocurrencia de Warren Buffet de que su «bando» está ganando sin que se libre una verdadera lucha. Nadie ha lanzado realmente el guante cuando el presidente y su asesor David Axelrod han soltado un globo sonda las dos últimas semanas, insinuando que los recortes de impuestos de Bush al 2% de los más ricos van a prolongarse «solamente» durante los próximos dos años. A todos los efectos, el eufemismo «durante los próximos dos años» significa en realidad para siempre – o al menos lo suficiente para que los super-ricos tengan tiempo de movilizar los recursos necesarios, y financiar a los Republicanos suficientes, para que éstos una vez elegidos hagan de los recortes algo permanente.

¡Es como si Obama estuviese haciendo campaña para su propia derrota! Gracias en gran parte al rescate de Wall Street de 13 billones de dólares – mientras la deuda de los EEUU seguía creciendo para el resto del «98% más pobre» del país – este agraciado 2% de la población recibe ahora aproximadamente tres cuartos de todos los dividendos que produce la riqueza nacional (entre intereses, rentas y ganancias del capital). Ello es casi el doble de lo que recibían una generación atrás. Y mientras al resto de la población le toca apretarse el cinturón, con montones de hipotecas ejecutándose y gente perdiendo sus viviendas.

Baudelaire bromeaba con que el diablo gana justo en el momento en el que consigue convencer a todo el mundo de que no existe. Las elites financieras de hoy van a ganar la guerra de clases en el momento en que consigan hacer creer al votante que no existe tal guerra – y crea que Obama está tratando de ayudarle, en lugar de conducirle a un señoraje de la deuda a medida que la economía se asienta en una deflación crediticia, como realmente estáhaciendo.

Se trata de la vieja demagogia desvergonzada. Ha llegado el momento en que se deberían acabar las vacaciones fiscales para el sector financiero. Pero Obama va y con su buen rollo pretende convencernos de que «dos años más» nos van a servir para salir de esta crisis crediticia. Pero los planes de los Republicanos son avanzar en el Congreso y en el Senado en 2012 a medida que los votantes iniciales de Obama van optando por quedarse en casa, como hicieron a principios de este mes. Así que «dos años» significa, en términos políticos, para siempre. ¿Por qué votar a un político que promete «cambios» pero luego se trata de una mera exclamación que en realidad sigue con las políticas Bush-Cheney, desde Afganistán e Irak hasta el Wall Street’s Democratic Leadership Council del ala derecha de su partido? Después de todo, uno de los líderes de ese Consejo fue precisamente Joe Lieberman, el mentor de Obama en el Senado.

El segundo pretexto es que recortar los impuestos a los ultra ricos es necesario para conseguir el apoyo republicano suficiente para incluir también a la clase media en esos mismos recortes fiscales. Es como si los Demócratas no hubiesen ganado nunca una votación con minoría (uno se acuerda de George W. Bush con su mero 50%, sacando adelante políticas extremistas bajo la lógica de «tengo capital electoral, y voy a usarlo». Lo que tenía, claro, era el apoyo del Democratic Leadership Committee). Y todo ello es para «crear puestos de trabajo», empezando por los empleos de los trabajadores de los astilleros que van a hacer los yates para los nuevos ricos, y terminando con los diez millones de estadounidenses que no consiguen cumplir con los plazos de sus hipotecas. Suena muy keynesiano – o como mínimo reminiscente de Thomas Robert Malthus quien, como vocero de la aristocracia terrateniente inglesa, argumentaba que los propietarios de tierras iban a usar sus rentas para adquirir peones, hacerse construir carros o contratar mayordomos, y así mantener a la economía funcionando.

Pero es aún peor. Los recortes fiscales á la Bush de Obama son sólo la primera parte de un asalto en dos tiempos para desplazar el peso recaudatorio del sistema hacia los asalariados. Los economistas del Congreso estiman que prolongar esos recortes de impuestos al 2% más rico de la población va a costar a la hacienda pública entre 700 y 750 mil millones de dólares a lo largo de aproximadamente los siguientes diez años. «¿Y cómo vamos a salir adelante y recortar esos 700 mil millones?» preguntaba el mismo Obama a Steve Kroft durante su entrevista de la semana pasada en el programa Sesenta Minutos de la CBS.

Era, claro, una pregunta retórica. El presidente ha puesto en marcha una comisión bipartidista (gente del ala derecha de ambos partidos) para «sanar» la situación presupuestaria federal a través de recortes en el gasto social – para así poder pagar aún más rescates financieros a quiénes hundieron la economía. La National Commission on Fiscal Responsibility and Reform (Comisión Nacional para la Responsabilidad y la Reforma Fiscal) podría muy bien llamarse la «Comisión de la Nueva Guerra de Clases para Cargar de Nuevo el Coste de la Seguridad Social y Medicare sobre los Asalariados y así Dejar más Recaudación Fiscal para Regalar a los Super-Ricos». Sin duda un nombre más largo que el que le han puesto sus amiguetes de los medios de comunicación, la Comisión para Reducir el Déficit, pero a veces hacen falta bastantes más palabras para llegar al centro del meollo.

El axioma político que está aquí operando es «el pez grande se come al pequeño». Con la llegada de las vacas flacas no hay ya suficiente recaudación para seguir hinchando las fortunas de los super-ricos y a la vez pretender ahorrar lo suficiente para pagar las pensiones y las ayudas sociales que se les ha prometido tanto a los ciudadanos estadounidenses como a los europeos. Alguien tiene que ceder – y los ricos han demostrado ser lo bastante espabilados como para tomar la iniciativa. Para ver un avance de lo que va a ocurrir en EEUU, fíjense en la lucha de la Europa neoliberal que se ha desencadenado contra la clase media y trabajadora en Grecia, Irlanda o Letonia; o mejor aún, el Chile de Pinochet, donde las cuentas de la seguridad social recién privatizadas fueron rápidamente saqueadas al final de los 70 por una cleptocracia bien asesorada por los Chicago boys, cuyo doble rasero monetarista acaba de abrazar de nuevo Ben Bernanke, la persona que Obama puso al frente de la FED.

En lo que hay que fijarse para poner en perspectiva la bajada de pantalones de Obama es en los consejeros pro-Wall Street de los que se ha rodeado – no solamente Larry Summers, Tim Geithner y Ben Bernanke, sino también al constituir su Comisión para Reducir el Déficit con declarados defensores de los recortes en pensiones, en Medicare y en cualquier otro gasto social. Su jugada consiste en aterrorizar al público pintando una pesadilla de un déficit de 1 billón (con B) de dólares en el sistema de pensiones a lo largo de los siguientes 50 años – como si el Tesoro y la FED no acabasen de soltar 13 billones (también con B) en rescates para Wall Street sin ni siquiera pestañear. El regalo de 750 mil millones del presidente Obama al 2% más rico de la población va a ser el azúcar glasé del enorme pastel que se van a zampar los ricos cuando las cosas empiecen a ponerse feas de verdad para la clase trabajadora.

Para ver las cosas en su conjunto, téngase en mente que el interés pagado sobre la deuda pública (que se cuadruplicó en la era Reagan-Bush y que luego se duplicó de nuevo en el periodo Bush-Obama) va a llegar pronto al billón de dólares anuales. Ello no es más que un impuesto sobre el trabajo – ya que aumenta el coste de la vida y los costes de la actividad económica en general – que se está pagando por haber perdido la lucha por la reforma económica y debido a haber reemplazado un sistema fiscal progresivo por políticas neoliberales regresivas. Y así mientras el gasto militar en Oriente Medio, Asia y otras regiones del planeta es el responsable de la mayor parte del déficit de EEUU, el Congreso va a seguir aprovechando cualquier ocasión para conjurar no sé que nueva amenaza exterior que justifique seguir aumentando el poderío del ejército.

Todo ello material de la peor ciencia económica. Manteniendo un déficit público es como los actuales gobiernos inyectan el crédito y la capacidad adquisitiva necesarios para que las economías crezcan. Cuando los gobiernos disponen de superávit, como ocurrió con Bill Clinton (1993-2000), el crédito lo crean los bancos. Y el problema con el crédito bancario es que gran parte de él se presta, con interés, sobre un principal que es a su vez crédito. El resultado es que tarde o temprano se crean burbujas sobre bienes raíces o sobre los títulos del mercado de valores. Ello genera ganancias de capital – que el sistema impositivo «original» de 1913 trataba como cualquier otra fuente de renta, pero que hoy en día se graban solamente al 15% (y solamente cuando se materializan esas ganancias, lo que es muy raro en el caso de bienes inmuebles). Así que el actual sistema tributario subsidia el crecimiento de las burbujas inmobiliarias o basadas en el exceso de crédito.

La auténtica traición: la posición de la Comisión sobre las deducciones fiscales a los intereses hipotecarios

La Comisión de «Impuestos Regresivos» de Obama ha empezado a preparar el terreno con su propuesta de retirar las deducciones fiscales a las hipotecas de viviendas cuyo precio estaba ya muy encarecido. La propuesta ataca solamente a los propietarios individuales de viviendas – «la clase media» – y no a especuladores inmobiliarios, inversores en bienes raíces, corredores de bolsa u otros agentes del sector bancario o financiero.

El IRS [Internal Revenue Service, la administración tributaria federal en los EEUU;T.] permite que los intereses hipotecarios sean deducibles fiscalmente bajo la premisa de que se trata de un coste necesario para poder desarrollar un negocio. Pero en realidad es un subsidio al apalancamiento financiero (la expansión del crédito partiendo de un principal limitado). Este sesgo fiscal a favor del endeudamiento en lugar de la inversión real (usando los fondos de que dispone uno mismo) es en gran medida el responsable de haber inundado la economía de los EEUU con deuda. Anima al casino financiero con la compra-venta de bonos basura, lo que de hecho aumenta el interés que hay que pagar para hacer negocios. Este subsidio al endeudamiento es también la mayor concesión que ha hecho el gobierno a los bancos, a la vez que está en el origen de la deflación crediticia que ha encerrado a la economía en esta depresión – violando todo precepto clásico a favor del «libre mercado» enunciado a lo largo del siglo XIX (un «libre mercado» significaba libre del parasitismo de los rentistas, encaminándose a lo que Keynes felizmente llamó «la eutanasia del rentista». Sin embargo la Comisión de Obama mantiene a los rentistas en lo más alto del sistema económico mediante un sistema fiscal que refuerza su poder en lugar de limitarlo – mientras se aprieta las tuercas al resto de los agentes económicos que están debajo).

La Tabla 7.11 de las Cuentas Nacionales (NIPA, National Income and Product Accounts) muestra que el interés monetario total pagado en EEUU suma unos 3,24 billones de dólares en 2009. Los propietarios de viviendas pagaron solamente alrededor de 1/6 de dicha cantidad (572 mil millones) por las casas que ocupan. La Comisión de Obama estima que eliminar las deducciones fiscales sobre esos intereses reportaría alrededor de 131 mil millones al Tesoro en 2012.

Hay de hecho una cierta lógica en eliminar estas exenciones. Las deducciones por intereses hipotecarios no suponen un auténtico ahorro a los propietarios. Es una mera ilusión miope. Lo que el gobierno da al «propietario» por un lado, acaba pasando al banquero a través del mecanismo «de mercado» por el cual quienes quieren comprar una casa acaban teniendo que ceder todo margen neto de beneficio al banco si quieren que éste realmente les conceda el préstamo (o al promotor, a la constructora, etc.). El «equilibrio» se alcanza cuando cualquier posible renta neta a la que renuncia hacienda acaba yendo a parar a las manos de los bancos y posteriormente se convierte en futuros préstamos.

Eso significa que lo que en principio parece que sea «ayudar a los propietarios» a poder pagara sus hipotecas, se convierte simplemente en que les permite poder pagar unos intereses bancarios más altos. Esa exención fiscal utiliza pues a los propietarios de viviendas como «mecanismo» para hacer llegar el favoritismo tributario a los bancos.

Y es aún peor. Al quitar el tradicional impuesto sobre bienes raíces, los gobiernos estatales, locales y el federal necesitan subir la fiscalidad del trabajo y de la industria, transformando el impuesto sobre la propiedad en impuestos sobre la renta o sobre el consumo. Para los bancos, ello implica transmutar recaudación fiscal en oro – es decir, en interés. Y para la clase media de propietarios de viviendas, ahora tienen que pagar el antiguo impuesto de la propiedad a los bancos en forma de intereses, pero además pagar también la mayor imposición sobre la renta y el consumo que es necesaria para contrarrestar la menor recaudación fiscal.

Yo estoy de acuerdo en eliminar el favoritismo tributario para el endeudamiento hipotecario. El problema es que la Comisión para el Déficit no lo hace extensivo al resto de la economía: el sector corporativo de bienes raíces y el sector empresarial e inversor en general.

Y de nuevo el argumento vuelve a ser que «los ricos crean empleo». Al fin y al cabo, alguien tiene que construir los yates. Pero lo que queda atrás es un principio más fundamental: la desigualdad de renta y riqueza destruye puestos de trabajo. Ello es así porqué los muy ricos alcanzan pronto un límite sobre lo que pueden llegar a consumir. Y ahí empiezan a gastar su dinero comprando activos financieros – básicamente bonos, lo que acaba endeudando a la economía. Ese exceso de deuda es lo que está llevando a la economía hacia una depresión cada vez más profunda.

Desde los años 80, los corredores de bolsa han estado endeudándose con bonos basura de alto interés para lanzarse sobre empresas con problemas y ganar dinero desmantelando sus activos, recortando las inversiones a largo plazo y el I+D, y repagando a sus acreedores con créditos depreciados. Compañías que operan como parásitos financieros utilizan los ingresos comerciales normales para recomprarse sus propias acciones y así mantener el precio de cotización de las mismas – y de paso, el valor de las stock options que los altos ejecutivos se pagan a si mismos – endeudándose todavía más para seguir recomprando acciones propias o directamente para pagar dividendos. Cuando todo el proceso llega a su fin, amenazan a la plantilla con el riesgo de una quiebra que se llevará por delante sus fondos de pensiones si no se avienen a «reducir» sus demandas laborales, y reemplazar planes de jubilación en base a beneficios por planes en base a contribuciones (en los que lo único que saben los trabajadores es cuanto pagan cada mes, pero no lo que van a recibir una vez se jubilen). Llegados a este punto, los altos ejecutivos se han pagado a sí mismos unos salarios y unas primas de escándalo, y hecho efectivas sus stock options – todo ello subsidiado por el trato de favor fiscal que el gobierno confiere al endeudamiento.

Los intentos de asalto a McDonalds y otras empresas durante los últimos años ofrecen importantes lecciones sobre cómo funciona esta política de destrucción financiera mediante «activistas bursátiles». Y sin embargo la Comisión para Reducir el Déficit de Obama restringe la supresión de estas exenciones fiscales al endeudamiento solamente a la clase media propietaria, ignorando el resto del sector financiero implicado. Y lo que hace de esta situación algo particularmente absurdo es que dos tercios de los propietarios de vivienda ni siquiera se acogen a esas deducciones. Lo que deja de ingresar hacienda por esas deducciones proviene principalmente del sector de la gran inversión.

Si es correcto (y yo creo que lo es) el razonamiento de que permitir que los intereses sean deducibles fiscalmente solamente «libera» recaudación para que se transforme en mayores intereses pagados a los bancos – que luego se capitalizan en forma de préstamos aún mayores – entonces, ¿porqué no aplicar todavía con más énfasis esa supresión de las deducciones a los Donald Trumps y otros grandes inversores en vivienda que operan tratando de usar «el dinero de otra gente» en lugar del suyo? En la práctica, ese «dinero» resulta que es crédito bancario que actualmente les cuesta a los propios bancos menos de un 1% de interés. El sistema fiscal-financiero está desviando los recursos de las inversiones comerciales en bienes raíces, aumentando de paso el precio de los alquileres, de las viviendas y a la larga de toda la actividad empresarial en la industria y la agricultura.

Por desgracia, la administración Obama ha dado su apoyo a la política de Geithner-Bernanke basada en que «la economía» no puede recuperarse sin «salvar» al exceso de deuda. Pero la realidad es que el exceso de deuda es el que está destruyendo a la economía. Así que estamos ante el hecho irreconciliable de que la posición adoptada por Obama amenaza con reducir los estándares de vida entre un 10 y un 20% durante los próximos años – haciendo que los EEUU se parezcan más a Grecia, Irlanda o Letonia que no a lo que se prometió en las pasadas elecciones presidenciales.

Algo debe hacerse políticamente si se quiere que la economía cambie su curso. Más en concreto, lo que debe cambiar es el actual favoritismo a Wall Street a expensas del resto de la economía productiva. Lo que ha hecho que la economía estadounidense perdiese competitividad es principalmente el grado en que el servicio de la deuda ha ido erosionando el coste de la vida y la capacidad para hacer negocios. La «economía basura» de la era post-clásica considera el interés y las primas como precios que se pagan por el «servicio» de ofrecer crédito. Pero el interés (como las rentas sobre la propiedad o la extracción de beneficios monopolísticos) es una transferencia de recursos a los bancos por el mero privilegio que tienen de poder emitir crédito. Quienes se benefician del favoritismo tributario con el endeudamiento son los archirricos de lo más alto de la pirámide económica – el 2% al que la renuncia fiscal de Obama va a beneficiar con otros 700 mil millones de dólares.

Si el actual curso de las «reformas» fiscales no se revierte, Obama estará enseñando sus dientes de cocodrilo a la clase media cuando apoye el programa de la Comisión para Reducir el Déficit, basado en recortes en la Seguridad Social para evitar que los estados y los municipios no puedan hacer frente a los pagos de las pensiones. Todavía parece que 1/3 del total de bienes raíces de los EEUU se encuentra en una situación de quiebra contable, minando seriamente la recaudación fiscal estatal y local, forzando una situación en la que haya que elegir entre la quiebra, el impago de la deuda, o cargar las pérdidas a las espaldas de los asalariados, pero eso sí sacándoles las castañas del fuego a los ricos acreedores que son precisamente los responsables de haber inundado la economía con deuda.

Los críticos con la agenda económica de Obama-Bush insisten en que la Edad Dorada de América de finales del siglo XIX fue de hecho una era de polarización económica y guerra de clases. En ese momento el líder Demócrata William Jennings Bryan acusó a Wall Street y a los acreedores del este de crucificar a la economía estadounidense en una cruz de oro. La vuelta del precio del oro a su valor de antes de la Guerra Civil llevó a una guerra financiera que tomó la forma de una deflación crediticia, a medida que la caída de los precios y las rentas de agricultores y asalariados impidió que éstos pudiesen hacer frente a sus cada vez más caras hipotecas. La Ley de Impuestos sobre la Renta de 1913 trataba de rectificar esto, concentrando el esfuerzo fiscal en el 1% más rico de la población – los únicos que estaban obligados a hacer declaración de la renta y pagar impuestos. Las ganancias de capital se trataban como cualquier otra. De ese modo la mayor parte de la carga fiscal recaía sobre el sector de las finanzas, los seguros y los bienes raíces [FIRE sector, por sus siglas en inglés para Finance, Insurance and Real Estate; T.].

Pero los intereses privados han estado todo un siglo batallando en contra. Y ahora tienen la victoria al alcance de la mano, perpetuando los recortes fiscales de Bush al 2% más rico de la población, desactivando la imposición estatal sobre la riqueza, trasladando la presión fiscal sobre la propiedad hacia la renta del trabajo y el consumo, y atacando cualquier gasto público que no sea para rescates financieros y subsidios a la emergente oligarquía financiera en que se ha convertido el nuevo «bipartidismo» de Obama.

Lo que necesitamos es una Comisión para el Futuro que nos anticipe lo que van a hacer los ricos ahora que habrán logrado la victoria total. Tal como la están administrando Obama y los altos cargos designados por él como Tim Geithner y Ben Bernanke, su actual política es fiscal y financieramente insostenible. Mantener los incentivos fiscales al endeudamiento – para que la mayoría de la población acabe endeudada frente a los ricos, para quienes además desaparece virtualmente toda imposición – es sencillamente debilitar a la economía. Ello llevará a crisis financieras cada vez peores, que los asalariados no puedan hacer frente a sus pagos y que los estados, los municipios e incluso el gobierno federal entren en riesgo de quiebra fiscal. Los siguientes presidentes tendrán que poner en marcha más rescates financieros, usando cada vez más estrategias parecidas a las de las emergencias militares. Una guerra financiera requiere que el Congreso actúe de emergencia, como ocurrió en 2008-09. Los asesores de Obama están transformando la economía de EEUU en un Permanente Estado de Sitio, un Juego de Ponzi Perpetuo que va a requerir más y más inyecciones de Facilidades de Crédito para «rescatar» a la economía (el eufemismo que usa Obama para hablar de los acreedores en la cima de la pirámide económica) del peligro de caer en la insolvencia. El helicóptero de Bernanke sólo vuela sobre Wall Street. Su auxilio monetario no alcanza al resto de la población.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3737