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Miguel Núñez. histórico miembro del Partido Comunista de España y uno de los fundadores del Partido Socialista Unificado de Cataluña

La muerte de un joven soldado republicano que enseñaba a leer en el frente

Fuentes: Rebelión

Ha muerto Miguel Núñez. Histórico miembro del Partido Comunista de España y uno de los fundadores del Partido Socialista Unificado de Cataluña, Núñez falleció el pasado 12 de noviembre, a los 87 años edad, en una residencia de Barcelona, a causa de un enfisema pulmonar. Consta en el acta de defunción que murió a las […]

Ha muerto Miguel Núñez. Histórico miembro del Partido Comunista de España y uno de los fundadores del Partido Socialista Unificado de Cataluña, Núñez falleció el pasado 12 de noviembre, a los 87 años edad, en una residencia de Barcelona, a causa de un enfisema pulmonar. Consta en el acta de defunción que murió a las 17.45 horas y que su profesión fue la de «luchador por la libertad». Es adecuada la expresión. Además de un amplísimo reconocimiento ciudadano, Núñez recibió justamente la medalla de Honor de Barcelona en 1998 por el trabajo «solidario y eficaz» en su lucha de la libertad y, en 2004, la Creu de Sant Jordi de la Generalitat.

Nacido en Madrid en 1920, Miguel Núñez estuvo encarcelado por su militancia política comunista durante 17 años y fue condenado a muerte en varias ocasiones. La Guerra Civil estalló mientras estudiaba en la Escuela Superior de Comercio. Núñez, a los 18 años, se afilió al PCE y empezó a adquirir responsabilidades políticas que prácticamente no abandonó nunca mientras gozó de salud para ello.

Diputado por el PSUC-PCE en el Congreso español entre 1978 y 1982, fundó y presidió la ONG Acsur Las Segovias y se implicó en sus últimos años fuertemente en la solidaridad con América Latina. Entre los premios que recibió figura también el Ciutat de Barcelona a la Cooperación en 1993.

Pasó sus últimos años en Madrid, pero en enero de 2008 se trasladó a Barcelona porque quería asegurarse de que se respetara su testamento vital. Núñez no recibirá sepultura, donó su cuerpo a la ciencia.

Hace apenas un mes y medio presentó en la cárcel Modelo de Barcelona la reedición de sus memorias, La revolución y el deseo (Península, primera edición 2002), con excelente prólogo de su amigo Manuel Vázquez Montalbán y muy discutible presentación del académico Luis Goytisolo. La edición corrió a cargo de Elena García Sánchez

Como muchos jóvenes de mi generación, supe de Miguel Núñez en los años de la transición. Políticamente estábamos muy alejados. A nuestros ojos, a los ojos de los militantes de la izquierda comunista de aquellos años, él representaba el ala más «eurocomunista» del PSUC.

Afortunadamente, el sectarismo no me cegó totalmente. Años más tarde, la entrevisté. Quería que me explicara su relación con Manuel Sacristán. Fue su responsable político en los años cincuenta y, muchos años después, discutió fuertemente con Sacristán y sus compañeros y amigos a raíz de la constitución de la federación de enseñanza de CC.OO, tan alejada por cierto de un sindicato, el actual, que no convoca a la huelga en la jornada de movilización de la educación en Catalunya.

Núñez me atendió con cuidado. Hablamos, me explicó con detalle las cosas que le iba comentando, grabamos la conversación, pero me comentó finalmente que prefería responderme por escrito para no cometer errores. La memoria, dijo con modestia, le fallaba en ocasiones. Muy pocas.

Respondió a los pocos días. Se adjunta aquí la trascripción de la entrevista que ya apareció en las páginas de rebelión. Me impresionó, lo recuerdo bien, que, a pesar de las enormes diferencias políticas que no destacó, se aproximara con tanto respeto y cariño no fingido, y admiración no ocultada, a la obra y la vida de Sacristán. El detalle del regalo de Sacristán a su hija le seguía emocionando.

Años más tarde, Xavier Juncosa dirigió los documentales dedicados a la obra del autor de «Panfletos y Materiales»: «Integral Sacristán» (El Viejo Topo, Barcelona, 2006). Núñez vivía entonces en Madrid. Me tocó llamarle. Lo hice con gusto. No presentó ningún inconveniente: cuando quisiéramos, donde quisiéramos, el tiempo que quisiéramos. La grabación de la entrevista, algunas de cuyas imágenes aparecen en el documental «Lucha antifranquista», dice mucho de su compromiso, de su modestia, de su reconocimiento de la lucha de los otros -¡él que estuvo una quinta parte de su vida en la cárcel!- y de su eterna juventud. Le seguía interesando todo, todo aquello que tuviera que ver con las gentes desfavorecidas, con la justicia, con la libertad, con el socialismo. Y, desde luego, equivocado o no, pensaba, quería pensar siempre, con su propia cabeza. Frente a mi, ganaba con la edad. Cosa nada fácil por cierto

Gracias por ello, gracias por tu lucha, gracias por ejemplo, compañero Núñez.

Anexo:

 Con maleta de doble fondo. Una conversación con Miguel Núñez sobre Manuel Sacristán

Miguel Núñez, dirigente histórico del PSUC y del PCE, con torturas y largos años en cárceles franquistas a sus espaldas, tuvo la amabilidad de responderme, en octubre de 1997, a un cuestionario sobre su relación política y personal con Sacristán.

 Usted conoció a Sacristán en 1956 y fue su responsable político en el PSUC durante unos años

Efectivamente, conocí a Manolo Sacristán en 1956. Me explicó que había regresado de estudiar en Alemania y que había pasado por Francia. Allí le dijeron que la organización clandestina del Partido le buscaría en Barcelona. Yo fui ese contacto. Ellos le habían facilitado una consigna para una cita conmigo.

Cuando nos vimos, enseguida me dijo que había sido oficial de milicia del ejército franquista como universitario, que había militado en Falange, e incluso me habló de amigos suyos falangistas que eran excelentes personas, pero que, claro, él se había dado cuenta finalmente de la situación.

Vi que venía muy influenciado por el marxismo, dominándolo mucho, al menos teóricamente. El marxismo le había ilusionado. Además, como era muy trabajador, me empezó a hablar de un montón de libros que yo no había leído, excepto alguno de ellos. En cambio él, los conocía todos.

Me causó también una extraordinaria impresión su gran preparación política.

¿Qué recuerda de aquellos primeros contactos?

Una anécdota que creo muy significativa. Como dije, desde Francia me informaron de que un joven profesor universitario había pasado por París, había contactado con la organización y se había traído una maleta de doble fondo -fue José Gros quien se la facilitó- con propaganda comunista de la época, Mundo Obrero , Treball y algunos folletos de intervención política.

Hice algunas gestiones para dar con él. Creo que lo conseguí por mediación de un editor amigo. Cuando nos vimos, le pregunté por los materiales de la maleta. Manolo me contó que había decidido repartirlos él mismo para que no perdieran actualidad y durante varios días, a primeras horas de la mañana, a primerísimas horas más bien, él había ido a las puertas de las fábricas de la zona industrial de Poble Nou en Barcelona y había entregado en mano el material del Partido a los trabajadores de esa antigua zona fabril. Lo repartió todo, no quedaba nada por repartir. ¡Típico de Manolo Sacristán! Afortunadamente no se produjo ningún percance.

Era admirable. Eso si, Sacristán tendía a mitificar a la gente obrera. No se comportaba del mismo modo con los intelectuales.

¿Cómo fueron sus primeros años de militancia?

Enseguida empezó a trabajar en la Universidad, creo que como profesor ayudante, y desde el primer momento actuó como un decidido propagandista y organizador, aunque, por lo que me han contado diversas personas, no hiciera nunca proselitismo político en sus clases como erróneamente a veces se ha comentado.

Yo seguía manteniendo el contacto con él y por su mediación fuimos creando grupos de estudiantes que se interesaban por el marxismo, que se querían comprometer en la lucha antifranquista, y estableciendo también relaciones con otros profesores de la Universidad.

La principal tarea de Manolo era, en aquellos momentos, las charlas, las conversaciones algo informales, pero muy útiles, con estudiantes y algunos profesores y el pasar de mano en mano libros marxistas que él ya tenía o que yo le iba proporcionando.

Muy pronto sus charlas, más que clases, tuvieron un gran eco y a ellas acudían no sólo los alumnos de su materia, sino otros muchos de diferentes disciplinas pero que se interesaban por los planteamientos filosóficos y políticos de Manolo.

¿Por qué fue tan importante como se ha dicho su incorporación al Partido?

Porque entonces éramos muy pocos, por su altura intelectual y por su entrega.

Además, con su ejemplo se demostraba que los hijos de los vencedores se podían situar al lado de la democracia. La política de la reconciliación nacional del partido iba en esa dirección. Además, Sacristán se convirtió en un polo de atracción: rigurosidad, valentía. Tenía además vocación de enseñante, se esforzaba siempre en explicar las cosas.

Nuestro movimiento necesitaba figuras. Yo no tenía la talla intelectual adecuada y era muy clandestino en esos momentos. Una persona que deslumbra produce una atracción extraordinaria. No hay duda de que uno de los polos principales de reclutamiento de militantes para el partido fue Sacristán. Teniendo esa gran influencia, tuvo una gran habilidad para conocer y destacar gente. Pienso, por ejemplo, en Francisco Fernández Buey, en Octavi Pellisa, en verdaderos valores del Partido.

En fin, Manolo construyó un armazón de la inteligencia del PSUC alrededor de nuestros planteamientos. Tuvo una enorme influencia.

Además, era un minucioso conocedor de las normas del partido y las aplicaba escrupulosamente. Se las tomaba en serio, vamos.

¿Y usted pudo asistir a algunas de esas charlas de las que hablaba?

Sí, pude hacerlo. Asistí a algunas de esas conferencias y eran un verdadero espectáculo. Con el tiempo he pensando que, mirado objetivamente, la labor académica de Manolo era uno de los principales focos de trabajo del PSUC por el enorme prestigio que él tenía.

Eso sí, empezaron muy pronto los inconvenientes con otros profesores reaccionarios y seguramente con algunas policías de la brigada político-social infiltrados entre los estudiantes. Fueron en aquellos años, finales de los cincuenta, cuando se formaron las primeras células universitarias del partido.

Manolo, junto con otros amigos y compañeros suyos, inició una labor de organización. Se fue dando forma a un comité de estudiantes del PSUC y a un comité de intelectuales que dirigía el propio Manolo, en los que se agrupaban jóvenes que, como le decía, posteriormente, han sido y son personalidades reconocidas en Catalunya y España por su valía.

¿Tuvieron ustedes alguna discusión en aquel período?

Algunas y, sobre todo, en otras épocas. Sacristán fallaba un poco, en mi opinión, porque ideologizaba toda la política de un modo muy radical. Luego, creo, fue cambiando.

Recuerdo que un día discutimos y que yo me enfadé mucho. Le llegué a decir: «Mira Manolo eres un analfabeto político». Se quedó parado, y luego me dijo: «Saltor -ese era mi nombre de guerra entonces- me parece que tienes razón». Y eso, claro está, le llevaba a ver cómo corregir esa supuesta incompetencia.

Además, para él, no se podía separar el comportamiento personal del político. Creo que ha sido demasiado exigente consigo mismo, sobre todo consigo mismo, y también con los demás. En nuestra sociedad eso no es posible. Él fue muy criticado e incomprendido por gentes que se comprometían en un 40%, digamos, con la lucha, con las ideas del partido.

Para decirlo en pocas palabras, la diferencia entre nosotros en algunos momentos fue la siguiente: yo decía «venga ese 40% de entrega»; en cambio él exigía un cumplimiento total de todas las cosas.

Insisto, eran años de dura lucha clandestina. La gente se la jugaba comprometiéndose.

¿Pero se podía discutir con él? ¿Admitía las críticas?

Cuando alguien le hacia frente, lo digo por propia experiencia, cuando se discutía con él, te obligaba a ponerse al nivel de discusión adecuado.

Claro que aceptaba el debate. Y merecía la pena. Yo le combatí políticamente en varias ocasiones. Pero valió siempre la pena.

Usted ha comentado en algunas ocasiones, como acaba de decir, que Sacristán era muy exigente en la actividad política. Se ha comentado también que tenía poca cintura política, que Sacristán era poco flexible.

Él exigía un cumplimiento total, pleno, de todas las tareas. Eso le llevaba, por un lado, a tener actitudes injustas. Creo que él, verdaderamente, fue injusto con mucha gente a causa de ello, porque les ha juzgado. En lugar de comprender, juzgaba a la gente. Hace mucho tiempo que yo he aprendido que es más importante comprender que juzgar, y él juzgaba, siempre juzgaba.

Eso sí, juzgaba con elementos de juicio, con criterio, con argumentos que no eran tonterías, pero al mismo tiempo olvidaba aspectos y perspectivas diferentes en sus análisis. Creo que a veces no tenía en cuenta las condiciones en que se producían esas cosas, esos comportamientos.

Él tuvo mucha influencia, y podría haber tenido mucha más, si hubiera sido, cómo podemos decirlo, más flexible, más comprensivo. Ha podido ser injusto, pues, sobre esa base, sobre la consideración que estoy realizando, sobre la falta de flexibilidad para comprender algunas actuaciones, pero no, desde luego, sobre la base de los principios.

En cuanto a su comportamiento militante. ¿Cómo era Sacristán?

Leal, él era también muy leal. Es decir, si en algún documento del partido habían cosas que no le gustaban, enseguida lo ponía sobre la mesa y lo discutía. No se quedaba nada en el tintero, no escondía sus posiciones por quedar bien. Pero generalmente, en aquellos años, en sus primeros años de militancia, estábamos siempre de acuerdo. Sacristán era un minucioso conocedor y ejecutor de las orientaciones del partido. Lo hacía muy bien.

De hecho, él formó parte de la dirección del Partido.

Manolo pasó a formar parte de la dirección del PSUC en el interior y más tarde se integró en el comité central, elegido en el I Congreso. Durante este período, su trabajo fue muy intenso y valioso siempre; en mi opinión, como ya he insinuado, más acertado en lo ideológico que en lo político. Para mí, su honradez era cualidad esencial en él de tal manera que cualquier debate, por dura -y a veces testaruda- que fuese su opinión, si los argumentos que le contradecían le aclaraban el tema, nunca tenía la menor duda en reconocer su error. Y eso, sin duda, es una virtud, y una virtud, además, poco frecuente en aquellos años, e incluso ahora.

Sacristán era capaz de rectificar ante argumentos esgrimidos por camaradas que eran trabajadores con escasa formación cultural y eso, para mí, es un gran cualidad en un intelectual de su talla.

¿Llegó usted a conocer a su primera compañera, a la hispanista Giulia Adinolfi?

Conocí a su compañera Giulia Adinolfi poco tiempo después que ella llegase a Barcelona. Nos vimos ella, Manolo y yo, en un café de la parte alta de Barcelona. No lo he olvidado nunca. Me causó excelente impresión.

Tengo una anécdota de aquel encuentro. La ingenuidad y la convicción política de Giulia la llevaron a sacar de su bolso, mientras charlábamos, con toda naturalidad, el carné del Partido Comunista Italiano (PCI ) y a proponerme ¡que se lo cambiara por el carné del PSUC!. Formaban, no hay duda, una pareja estupenda.

Más tarde, no tuve rato frecuente con ella, pero siempre la consideré como una mujer valiosa y decidida. Sacristán y Giulia eran una pareja muy particular: inconformistas, inadaptados, con sus propias ideas, con sus propias concepciones de las cosas.

¿Participó Sacristán en las publicaciones del partido?

Son conocidas, y reconocidas, sus colaboraciones en Nuestras Ideas, Realidad, Horitzons, Nous Hortizons, Quaderns de cultura catalana.

En aquellos años en que nos conocimos, se publicaba Cultura catalana, una revista de orientación nacionalista contraria a la dictadura. En 1954 empezó a publicarse Cultura Nacional, en la que ya colaboraron intelectuales del PSUC, del partido. Recuerdo haber discutido con él sobre esta publicación y sobre su colaboración en ella. Pero no sé si, finalmente, llegó a escribir. Sé que poco después se publicaron los Quaderns, y Horitzons un poco más tarde.

Creo que Sacristán hizo un regalo a su hija en aquellos años, su traducción de El Banquete de Platón.

Efectivamente, ella lo conserva aún. Mi hija Estrella conserva el librito que le regaló Manolo con la siguiente dedicatoria de su puño y letra: «Para la hija de Pepe y Peque, a la que llamaremos provisionalmente Pequepepita (cuando llegue a los quince años).»

Estrella tenía entonces alrededor de nueve años. El libro titulado, como usted ha dicho, El Banquete de Platón, dice: «Prólogo, traducción, notas y vocabulario de Manuel Sacristán Luzón». Impreso por editorial Fama, Barcelona, 1956.

El libro tiene dos notas. En una dice «Están corregidas las erratas». Y en la otra «El libro barato español no tiene derecho a no tener erratas». Magnífica expresión del humor, siempre intencionado, de Manolo. La dedicatoria firmada por Manolo lleva la fecha del 30 de noviembre de 1956.

Mi hija ha conservado este libro con todo cariño y devoción, por lo que ahora me ayuda a recordar

Hay gentes que dicen también que Sacristán era demasiado serio en la acción política, que no tenía sentido del humor.

Lo parecía, parecía que no lo tenía, pero sí que lo tenía. Cuando discutíamos a mí a veces me decía. «Lo siento, eso no está en los libros. No puedo decirte más».

Me partía de risa, nos partíamos de risa.

Después de la detención de Gabriel Ferrater por miembros de la Brigada político-social creyéndole autor del artículo publicado en una revista teórica del PCE (Nuestras ideas, nº 1, mayo-junio 1957, pp. 85-90), Sacristán se entregó a la policía. El artículo, como usted recordará, llevaba por título «Humanismo marxista en la «Ora marítima» de Rafael Alberti» y apareció impreso con la firma «V. F.» y fue en el índice de la revista donde aparecía como autor «Víctor Ferrater». ¿Qué recuerda del comportamiento de Sacristán en aquellos momentos?

Sobre la conocida anécdota de que Manolo se presentase en la Vía Laietana, donde estaba, no se olvide, la Jefatura Superior de Policía, reconociéndose autor del artículo publicado en Nuestras Ideas y firmado como «V. Ferrater» y declarándose igualmente marxista-leninista, tengo mi propia opinión. No sé si los que han emitido juicios negativos contra él, tienen conocimiento de cosas que yo desconozco.

Para mí, la cuestión, siendo aparentemente incomprensible, es comprensible en la formación que entonces, estamos en 1957, tenía Manolo: cruce de valores falangistas como «honor» y «lealtad» y su sentido de responsabilidad de no consentir que otro pagase por él.

Manolo, creo yo, actuó con un impulso moral más allá de cualquier otra reflexión.

¿Impulso moral? ¿Cómo debería haber actuado entonces desde un punto de vista más político?

Sacristán se olvidó de que era un dirigente político clandestino y de que se debía a la organización y salió, sin más, para liberar al inocente. Además, creo yo, estoy seguro vamos, Manolo no se planteó que él pudiera poner en peligro a la organización, porque él estaba seguro de que, llegado el caso, no le arrancarían ni una palabra contra ningún camarada. Si se comprometía por una persona, que no era un camarada del partido, jamás entró en su consideración, ¿cómo iba a comprometer a otros, a los camaradas?

Conociéndole, así interpreté yo las cosas en aquel momento. Cuando, tomando las sabidas precauciones, pudimos vernos, él reconoció que su «noble comportamiento» había podido poner en peligro a la organización.

Pensé entonces, pienso ahora que, tal vez, su manera de actuar fue tan insólita que la policía le consideró más bien un marxista-leninista teórico, no pensó que fuera un militante comunista organizado. No sé si otras personas tendrán otros datos que modifiquen mi criterio.

¿Y en cuanto a la petición de militancia de Jaime Gil de Biedma en el PSUC?

El tema no fue la homosexualidad como se ha dicho. El tema principal era sentir o no segura a una persona que quería militar en un partido clandestino, que se la jugaba permanentemente. En el caso de una persona homosexual, el riesgo era doble, como militante y por su orientación sexual, que entonces, como es sabido, era muy perseguida en España.

Mi impresión es que, además, en el caso de Gil de Biedma, a quien creo que admiraba como poeta, contaba su trabajo en Tabacos de Filipinas.

¿Volvieron a verse cuando usted salió de la cárcel a finales de los años sesenta?

Cuando salí de la cárcel a finales del 68, él ya estaba en otras posiciones. Siguió jugando un papel intelectual muy importante a la contra, con razón o sin ella. Estuvo además su posición en el caso de la invasión de Praga que fue muy valiente y decidida.

Años más tarde, Sacristán se separó de la dirección del partido y más tarde de la misma organización.

El no situarse en el terreno de juego de la política, del compromiso y del consenso, llevó a Sacristán a una posición de enfrentamiento con la línea del Partido.

Sacristán criticó la posición del partido en la transición. Con razones, lo admito. El único punto en el que seguramente no tenía razón es que no había fuerzas para hacerlo de todo modo. Simplemente, la correlación de fuerzas no permitía seguir por el camino que a él, y a muchos, nos hubiera gustado.

Pero, posiblemente, el juicio adecuado de lo que podía haber sido y no fue, lo tenían él y algunas gentes que pensaban como él.