La pandemia y el teletrabajo recordaron a millones de estadounidenses que la vida es frágil y la familia importa. La reactivación impulsada por el Estado, que sigue engordando las ganancias empresariales, se ha topado con una creciente militancia gremial y con demandas de sueldos más altos y mejoras en la calidad de vida.
Si el maíz crece desparejo…
La pandemia tuvo un impacto grueso en el mercado laboral estadounidense: el índice de desempleo, que hasta enero de 2020 se había mantenido alrededor del 3,5 por ciento, saltó al 14 por ciento en abril. Los pedidos de subsidio por desempleo, con un promedio semanal de 205.000 trámites a comienzos de ese año, se remontaron a 6,8 millones en la última semana de marzo. Decenas de millones de personas perdieron su empleo o registraron una poda sustancial en sus ingresos por la reducción de las horas de trabajo.
El efecto no fue parejo: los trabajadores en sectores en que fue posible el recurso del teletrabajo continuaron laburando, pero otros muchos –en sectores como los restaurantes y los hoteles– quedaron desempleados. Para otro segmento, el de los llamados «trabajadores esenciales» –las cosechas, el transporte, el cuidado de niños, enfermos y ancianos–, el panorama fue sombrío: quedarse en casa sin sueldo o concurrir a trabajar y exponerse a la pandemia.
Los programas de estímulo por 1,9 billones de dólares, aprobados de manera rápida por el Congreso y promulgados de forma expedita por el presidente Donald Trump, reanudaron la actividad económica. El arribo de las vacunas contra la covid-19 y otro generoso estímulo de 1,2 billones de dólares promulgado por el presidente Joe Biden han contribuido a esa reactivación. El índice de desempleo ha bajado al 4,8 por ciento en setiembre de este año y, por primera vez desde el comienzo de la pandemia, la cifra semanal de solicitudes del seguro de paro se ha ubicado por debajo de las 300 mil.
Como suele suceder, las noticias que son medianamente buenas para muchos son mucho mejores para otros pocos. En el segundo trimestre de 2020, cuando la pandemia causó una caída del 9,1 por ciento en el PBI de Estados Unidos, las ganancias de las empresas sumaron 17,4 billones de dólares. En el segundo trimestre de 2021, cuando el PBI creció 12,2 por ciento, sumaron 24,4 billones de dólares. Un aumento del 40 por ciento. El índice del mercado de valores (Stock Market Index), que muestra el entusiasmo o el pánico en el casino financiero, tenía en julio de 2020 una marca de 26.400 puntos. Esta semana el optimismo ronda por encima de los 35.381 puntos. Un aumento del 34 por ciento.
Mientras tanto, y con una tasa anual de inflación del 5,4 por ciento, los sueldos reales de todos los trabajadores en el sector privado (medidos en dólares constantes de 1982-1984) bajaron de 394,62 a 391,62 dólares por semana.
No es solo cuestión de dinero
La pandemia tuvo otro efecto en el mercado laboral, previsible desde hace un par de décadas y demorado solo por el enfoque anticuado en la administración empresarial de los llamados «recursos humanos». La propagación del teletrabajo ha demostrado, primero que nada, que sí es posible mantener la actividad de negocios, escuelas y universidades sin la concentración de empleados y estudiantes en oficinas, fábricas y aulas. Desde el punto de vista empresarial, esto es una promesa de reducción de gastos fijos, como el alquiler de espacios, la electricidad y los seguros.
Para los millones de trabajadores que han continuado sus labores desde casa, la revelación ha sido aún más importante: existe la vida afuera del horario. Librarse de las dos horas diarias de transporte hacia y desde el sitio de trabajo significa dos horas más de vida familiar, el ahorro de dinero en el cuidado de los niños, una dieta más sana con comidas hogareñas. Y, sobre todo, una administración diferente del tiempo: en lugar de ocho horas de confinamiento en una oficina de las que quizás solo dos o tres se ocupan en alguna labor, ahora puede haber tiempo para ejercicio, para escuchar música, para leer o –sin que se note– para echarse una siesta hasta que la tarea siguiente sea asignada.
Con la recuperación del tiempo personal, millones de personas empleadas a tiempo completo o parcial, o desempleadas, encontraron el tiempo y las circunstancias para tomar cursos por Internet y adquirir certificados profesionales, o han emprendido pequeños negocios propios. Y las empresas, especialmente las que mejor se adaptaron al teletrabajo, encuentran ahora la resistencia de sus empleados a retornar a las oficinas y fábricas, a las escuelas y universidades. Una renuencia combinada con las precauciones para evitar nuevos brotes de la pandemia.
En pocos meses, millones de estadounidenses descubrieron aquello de que hay que trabajar para vivir en lugar de vivir para trabajar. Hay instructores de yoga, de canto, de reparación de motores que se han hecho clientelas vía Zoom, y alumnos que por Zoom exploran el canto, practican yoga o se entretienen reparando una motocicleta. La aritmética es sencilla: una instructora de guitarra o de cocina uruguaya, un instructor de ajedrez o fotografía puede cobrar, digamos, 25 dólares por clase. Si consigue tan solo cuatro alumnos por día y trabaja desde su casa y apenas cuatro horas diarias, de lunes a viernes, logrará un ingreso superior al sueldo real. El teletrabajo tiene sus propias complicaciones: el uso de espacio para oficina en un apartamento o casa familiar, la interferencia de los niños, la pereza de cambiar del pijama a una vestimenta formal. Y también el peligro de la disponibilidad ilimitada: por Internet el empleador puede encargar tareas a cualquier hora del día o de la noche, lo que crea una forma nueva de compromiso laboral.
La fuerza combinada de la reactivación económica impulsada con dinero estatal y el teletrabajo y sus beneficios forman parte del fenómeno por el cual, ahora, en Estados Unidos hay una escasez tremenda de mano de obra. Las empresas no pueden encontrar gente dispuesta a emplearse a menos que las condiciones de trabajo sean más flexibles, con más tiempo para la familia o el gusto personal.
A la huelga compañeras
En agosto unos 4,3 millones de trabajadores, esto es, el 2,9 por ciento de la fuerza laboral, abandonaron sus empleos, la cifra más alta de dimisiones desde que se registra este dato. Eso significa 242 mil renunciantes más que en julio, como reflejo de que más y más empleados reclaman sueldos más altos, mejores condiciones de trabajo, incluidas más vacaciones, licencia por maternidad o paternidad y horarios flexibles.
En agosto, al acentuarse la escasez de mano de obra dispuesta a emplearse, había unos 10,4 millones de ofertas de empleo en puestos vacantes en casi todas las industrias. En julio había 11,1 millones. El fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. Gran Bretaña encara una escasez de pilotos, al tiempo que se reanudan los vuelos normales, debido a que cientos de tripulantes de aerolíneas se jubilaron o cambiaron de carrera durante la pandemia, y otros muchos requieren instrucción. Expertos en el área de la aviación comercial calculan que esa industria tendrá una escasez de unos 34 mil pilotos hacia 2025.
«Es la época de oro para los trabajadores estadounidenses», según Joe Brusuelas, economista jefe en la firma contable y de asesoramiento RSM. «El trabajador estadounidense sabe que ahora tiene poder en la negociación, que puede obtener un sueldo razonable y tener influencia en la conformación de las condiciones laborales. Esto es lo que ocurre después de las guerras o depresiones grandes. Es difícil percibirlo cuando uno está en medio del proceso, pero hemos tenido un shock que ha generado cambios inesperados en la población», ha afirmado Brusuelas a la CNN.
Los sindicatos en Estados Unidos han estado perdiendo influencia por décadas, y la afiliación de trabajadores ha bajado del 18 por ciento de los trabajadores en 1985 al 10 por ciento actual. Paradójicamente, el 68 por ciento de los estadounidenses tiene una opinión positiva de los sindicatos, el nivel más alto de confianza desde 1965, según una encuesta de Gallup. La simpatía por los gremios sube al 78 por ciento entre la gente más joven, con edades entre 18 y 29 años.
Y hasta esta semana ya más de 100 mil trabajadores en diferentes industrias han aprobado la autorización para que los sindicatos que los representan declaren la huelga si no hay progreso en las negociaciones de los respectivos convenios colectivos. La semana pasada 10 mil trabajadores de la firma John Deere entraron en huelga, y una medida similar en el área de producciones de Hollywood se evitó pocas horas antes del plazo, cuando se llegó a un acuerdo con unos 60 mil trabajadores. Unos 1.400 empleados de la firma Kellogg, que produce cereales para el desayuno y otros alimentos, se declararon en huelga el 5 de octubre en las plantas de Michigan, Nebraska, Pensilvania y Tennessee, en repudio a la oferta de contrato presentada por la patronal, que incluye recortes en el seguro médico, las jubilaciones y las vacaciones.
Más allá de los trabajadores en los sectores privado y público que tienen representación sindical, un aspecto notable del mercado laboral en 2021 es que hay millones de trabajadores, en áreas sin sindicatos, que se rehúsan a retornar a sus empleos. «Somos testigos de la “Gran Huelga de 2021”, y la componen mayormente millones de trabajadores no organizados y en áreas de empleo de bajos sueldos», afirmó esta semana el periódico financiero The Street. «Muchos de los nueve millones de trabajadores que no han retornado a trabajar están, de hecho, en huelga para obtener algo mejor.»
De acuerdo con la Facultad de Relaciones Industriales y Laborales de la Universidad Cornell, este año ha habido huelgas contra 178 empresas. Por su parte, la Oficina de Estadísticas Laborales, que solo lleva el registro de las huelgas mayores, ha documentado 12, en las que participaron más de mil empleados. «Las huelgas son una señal, sin duda, de que los empleadores ignoran a los trabajadores en perjuicio propio», dijo esta semana a The Washington Post Elizabeth Shuler, la primera mujer al frente de la central sindical AFL-CIO. «La pandemia dejó al desnudo nuestro sistema de desigualdades, y los trabajadores se rehúsan a volver a empleos míseros que ponen en riesgo su salud. Esta ola de huelgas inspirará a más y más trabajadores para que se planten firmes y digan “merecemos algo mejor”», agregó.