La nueva amenaza de un «atentado terrorista» atemoriza al mundo. Pero: ¿A quiénes realmente les es útil el «terrorismo internacional?
Mientras el mundo comenzaba, paulatinamente, a cuestionar la ofensiva israelí en el Líbano, ante tanta destrucción y muerte de civiles, ocurrió algo que ya sobrepasa la casualidad y llega en momentos precisos, para justificar la llamada «guerra contra el terrorismo» implementada por Estados Unidos y sus aliados.
El 10 de agosto, fuerzas de seguridad del gobierno británico anunciaron haber frustrado los planes de una banda que quería hacer explotar varios aviones de pasajeros en su ruta desde Gran Bretaña a Estados Unidos.
En primera instancia, la policía británica detuvo a 24 sospechosos que provienen, según dijeron, de «círculos islámicos radicalizados».
En ese sentido el «terrorismo internacional» puso en alerta máxima a todo el mundo «occidental y civilizado», trayendo consigo el miedo en todos sus gobiernos y habitantes.
En el Reino Unido el nivel de alerta tenía una situación «crítica». Sobre el nivel de alerta, el servicio secreto MI5 había informado en su página de Internet sobre el mantenimiento del punto máximo en la escala. Ese organismo pidió a la población «estar muy vigilante» ante eventuales hechos sospechosos, y reportar de inmediato cualquier anomalía a la Policía.
Como un virus que se expande rápidamente, emergió una paranoia en el mundo occidental aumentando los niveles de seguridad a su máxima expresión. Según los medios informativos mundiales, en varios aeropuertos internacionales optaron por cancelar viajes, realizar revisiones exhaustivas por «temores de que algunos de los terroristas involucrados aún anden sueltos».
Hasta el momento las 24 personas detenidas serían musulmanes de nacionalidad británica. Según la inteligencia estadounidense, al menos 50 personas estaban involucradas. Al contrario de los ataques del 7 julio de 2005 (7J) en Londres, fuentes de inteligencia aseguran que existe un vínculo directo entre los detenidos y altos miembros de la red Al Qaeda de Osama Bin Laden.
Bajo este marco, a lo ancho del orbe, se registraron varias escenas de psicosis que obligó a muchas naciones del mundo a elevar sus niveles de alerta. Se informaron de aterrizajes de emergencia por platos y bandejas, o mensajes escritos. Todo está bajo sospecha.
Como es algo habitual y servicial a su estrategia, minutos después de que se diera a conocer el «frustrado plan terrorista», el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, aseguró que su país está «en guerra con fascistas islamistas».
Bush además aprovechó para anunciar que la colaboración entre Washington y Londres ha sido «excelente» y que Estados Unidos «no está aún completamente seguro».
«Es un error creer que no existe una amenaza para Estados Unidos», declaró el mandatario, «este país es más seguro que antes del 11 de septiembre, pero no estamos completamente seguros».
De ese modo, emergió un nuevo capitulo en esta trágica novela escrita por Bush y sus halcones, la cual comenzó un 11 de septiembre de 2001.
Es preciso no pecar de ingenuos y saber que resulta muy necesario profundizar esta cuestión, para dilucidar a quienes realmente les conviene esta situación.
Desde el 11S, la política exterior de Estados Unidos generó una serie de cambios y llevó a implantar de manera unilateral su «guerra contra el terrorismo». Después del atentado del 11 de marzo de 2005 (11M) en España y del 7J en Inglaterra, Europa y gran parte del mundo occidental se sumergieron en esta senda hasta llegar a lo sucedido de esta semana.
Pero lo que gran parte de la comunidad mundial no se detiene a meditar, es cuáles son los resultados y los hechos que condicen este escenario.
Son cinco años que el mundo observa y escucha sobre «complots», «planes terroristas» y «amenazas». En momentos en que la vista mundial se orienta hacia otros temas importantes, Bin Laden y Al Qaeda hacen su aparición mediante videos de dudosa procedencia.
La situación es por demás propicia para Bush. Tras imponer la «guerra contraterrorista global» que alberga a todas las naciones del planeta, Washington reafirma su propia doctrina de «seguridad nacional», agenda «guerras preventivas» y pretende mostrarse como el paladín del siglo XXI, necesario para terminar con esta amenaza.
Y no sólo a nivel planetario, sino también a nivel interno. Recordemos que en noviembre próximo, en el país norteamericano se realizaran elecciones parlamentarias. Según las encuestas, los republicanos pueden perder la mayoría en ambas cámaras del Congreso.
Esto derivaría en un gran golpe a la alicaída administración Bush, que podría derivar en un nuevo Watergate.
Entonces, al igual que en las elecciones presidenciales de 2004, una nueva pequeña ayuda de Al Qaeda serviría de herramienta para revertir ese panorama.
Recordemos que en ese entonces, un video de Bin Laden amenazando con «ataque terrorista a Nuevo York», permitió que Bush logrará su segundo mandato, ante una campaña electoral bastante reñida.
Una receta tan propia del estadounidense, en el caso de su aliado español José María Aznar, produjo que su rival José Luis Rodríguez Zapatero -luego de 11M, llegara a la presidencia, ante sondeos previos que daban como ganador a Aznar.
En Italia, con Silvio Berlusconi (otro aliado de Bush), se intentó la misma estrategia, con magros resultados. En marzo pasado, el entonces ministro de Defensa, Antonio Martino, señaló que «no se puede excluir» la posibilidad de que se produzca un atentado terrorista en vísperas de los comicios del 9 y 10 de abril para influir en los resultados. Tal atentado nunca existió y el partido de Berlusconi resulto gran perdedor de los comicios.
Quedó demostrado entonces, que sólo los estadounidenses fueron siempre los más beneficiados por el «síndrome del terror»y así cumplir sus cometidos.
Un estudio realizado por IAR-Noticias refleja esta situación: El 11S, el 11M, y el 7J, tuvieron como principal beneficiario político a Bush y a su administración.
El estudio hace notar que con el 11S Washington consiguió el consenso para invadir Iraq y Afganistán. Con el 11M y su impacto recreado en Estados Unidos, Bush ganó la reelección presidencial en el 2004. Y con el 7J consiguieron renovar y ampliar la ley Patriot, instrumento esencial de la «guerra contraterrorista».
Además, cabe destacar que en cada una de las invasiones militares de Washington para «terminar con el terrorismo» las corporaciones armamentistas, petroleras, tecnológicas y de servicios del Complejo Militar Industrial estadounidense obtuvieron inmensas sumas de dinero en ganancias.
En ese aspecto, Bin Laden y Al Qaeda, no son más que herramientas funcionales a las necesidades de Washington que busca de un nuevo gran enemigo que sustituya a la extinguida Unión Soviética y la amenaza del comunismo.
Y los resultados saltan a la vista. La potencia del norte esta logrando un consenso local e internacional para que avalen y justifiquen sus políticas de invasión militar en base a los diseños de su Imperio.
El «terrorismo internacional» entonces justifica la nueva «doctrina de seguridad nacional» de Estados Unidos, las «guerras preventivas», el espionaje interno y externo y además, elaboró una nueva «hipótesis de conflicto militar».
En un escenario internacional, donde las guerras militares convencionales entre Estados no son frecuentes, el fantasma de Bin Laden sirve de pretexto para la expansión militar estadounidense y la de sus aliados.
¿Somos pocos los que nos damos cuenta de esa situación? No, para gracia de la humanidad en distintos sectores del globo las voces develadoras resuenan cada vez más.
En Estados Unidos, según un sondeo realizado en mayo pasado por el prestigioso instituto Zogby Internacional, sostiene que el 42 por ciento de los estadounidenses duda de la versión oficial sobre el 11S. Además, estiman que la comisión investigadora realizó una operación de encubrimiento. Pero también hay un 44 por ciento que piensa que Bush utilizó los atentados para desencadenar la guerra contra Iraq.
Desde otro punto, el general ruso Leonid Ivashov, quien era el jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas rusas en el momento de los atentados del 11S, en una nota publicada por Red Voltaire sostiene que el terrorismo internacional «no existe» y que los atentados del 11 de septiembre «fueron un montaje».
«Lo que estamos viendo no es más que un terrorismo manipulado por las grandes potencias y no existiría sin ellas», escribió Ivashov.
Más allá de las teorías de «complot» o de «atentado real» en torno al 11S, lo cierto es que presuntamente Al Qaeda encarna una lucha islámica contra occidente. Esta apreciación es por demás desacertada, y no sólo por lo que se dice de este lado del mundo.
A principios de agosto, en medio de la agresión israelí al Líbano, un presunto video televisado de Ayman al-Zawahiri, presentado como el «número 2 de Al Qaeda», llamó a las comunidades sunitas y chiítas a unirse contra Israel.
Interrogado por la agencia rusa Ria-Novosti, un vocero del Hezbollah declaró que el video era una falsificación preparada por los servicios de inteligencia estadounidenses e israelíes. A su vez, subrayó que el movimiento chiíta no ha tenido nunca, ni tendrá, relaciones con Al Qaeda debido a las divergencias existentes entre ambos grupos, sobre todo en lo tocante a la religión y la política.
«El Hezbollah defiende los intereses del Líbano y de todo el mundo árabe mientras que Al Qaeda hace el juego de la administración estadounidense y sus acciones no hacen otra cosa que perjudicar al Islam y a todos los musulmanes», concluyó.
Terrorismo y miedo, la otra arma de Estados Unidos y sus aliados. O sino, cabe meditar en esto. Washington va perdiendo la guerra contra el «terrorismo islámico» en Iraq y Afganistán. Israel va perdiendo la guerra contra el «terrorismo islámico» en Líbano y Medio Oriente.
Ante esta situación adversa, como caído del cielo aparece un nuevo «potencial atentado terrorista».
En consecuencia, hasta ahora nadie, ni Estados Unidos con la CIA aportan datos precisos de la existencia o de la muerte de Bin Laden, y todavía nadie reveló como pudo escapar del cerco militar y de los misiles en Afganistán.
Osama, el escurridizo, desapareció sin dejar rastros, a pesar de que oficialmente lo buscan por doquier todos los servicios de inteligencia del mundo, mientras tanto, la «guerra contra el terrorismo» sigue su marcha siniestra.