Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Miles de indignados musulmanes se manifestaron frente a las embajadas y consulados estadounidenses en Egipto y Libia a causa de l a película estrenada hace poco en la que delibera damente se insultaba y falseaba histriónicamente la vida del profeta del Islam. Las protestas se extendieron pronto a Yemen, Túnez, Sudán, Marruecos, los Territorios Palestinos, Iraq, Bangladesh, Pakistán, Irán y algunos lugares más. Aprovechándose del caos que rodeaba el consulado estadounidense en Bengasi, parece ser que varios afiliados de Al-Qaida se infiltraron entre los manifestantes y que después atacaron y lanzaron una bomba incendiaria contra el edificio del consulado. No había nada en absoluto que justificara tan reprensibles actos.
Fatalmente, varios funcionarios inocentes estadounidenses, incluido el embajador de EEUU en Libia, murieron en las insensatas escenas de violencia que siguieron. Los expertos creen que el violento ataque se llevó a cabo en respuesta al llamamiento directo hecho por el jefe de Al-Qaida, Ayman Al-Zawahiri, en venganza de la muerte de su adjunto, Abu Yahya Al-Libi, a quien un avión no tripulado estadounidense mató el pasado mes de junio.
Pero el mundo está cansado ya de observar que cada pocos años la misma y vieja escena incendiaria prende y se repite una y otra vez. Desde los Versos Satánicos de Salman Rushdie en 1989 y las viñetas danesas en 2005, hasta la quema del Corán por un pastor chiflado de Florida en 2010 y el estreno de ese film gravemente ofensivo hace unos días.
Según las informaciones más fidedignas, fue Nakoula Basseley Nakoula, un extremista antimusulmán cristiano copto de unos cincuenta años de edad, quien escribió, produjo y dirigió esa repulsiva película. Nakoula es un delincuente procesado en California por acusaciones de fraude bancario, por las que recibió una sentencia de 21 meses, suspendida, y una multa de 790.000 dólares. Según las informaciones de prensa, la película de bajo presupuesto se filmó el pasado año y contó con sesenta actores que recientemente publicaron un comunicado afirmando que nunca se les dijo que el film era sobre el profeta Muhammad. También mantuvieron que la mayor parte del lenguaje ofensivo se había doblado después sobre sus imágenes. Estrenada el pasado junio en un teatro de Hollywood, el film fue un fracaso que pasó prácticamente desapercibido. El productor contactó después con otro extremista copto egipcio-estadounidense, Morris Sadek, de 70 años, quien durante décadas ha estado en EEUU al frente de una campaña contra los musulmanes. Nakoula le pidió ayuda para promocionar y distribuir el film.
Según Associated Press, Sadek contactó después con su amigo, el pastor de Florida Terry Jones, tristemente célebre por sus llamamientos a quemar el Corán en público. Aunque Jones promocionó el film en su página web y anunció que lo iba a estrenar en el aniversario del 11/S y que también llevaría a cabo una farsa de juicio contra el profeta Mahoma, sus declaraciones atrajeron muy poca atención del público o de los medios. En realidad, a primeros de septiembre, menos de 50 personas habían visto el trailer del film subido a YouTube, de 14 minutos de duración.
Sadek, que tiene una amplia lista de correo que incluye a muchos medios de comunicación y periodistas egipcios, empezó después a promover la versión árabe del trailer en sus numerosas y extremistas páginas web y en su página de Facebook. Sus esfuerzos captaron el interés de algunos periodistas egipcios que, posteriormente, cubrieron la historia extensamente en los medios locales egipcios. Pocos días después, el conservador canal por satélite salafí Al Naas convocó una protesta para la fecha del 11 de septiembre frente a la Embajada estadounidense en El Cairo. Al enterarse de esta acción, grupos similares en Libia convocaron también una manifestación masiva el mismo día en Bengasi. Mientras tanto, Al-Azhar, una sede importante de autoridad religiosa en el mundo sunní, condenó el film pero llamó a la calma y a dar una respuesta moderada.
Curiosamente, el mayor movimiento islámico en ambos países, los Hermanos Musulmanes, estuvieron ausentes del escenario tanto en Egipto como en Libia. Pero al día siguiente, el grupo emitió un comunicado de condena y convocó una marcha pacífica de un millón de personas para el 14 de septiembre. Al percatarse de la situación, los grupos y eruditos religiosos de todo el mundo musulmán emitieron fuertes declaraciones de condena y convocaron nuevas protestas pacíficas. La iglesia copta en El Cairo, así como los dirigentes y organizaciones coptas en Egipto y en EEUU, condenaron con firmeza el film y expresaron gran preocupación acerca de las ramificaciones de las relaciones musulmano-cristianas.
Tratando de añadir más leña al fuego, Nakoula, el productor del vomitivo film, embaucó al Washington Post y al Wall Street Journal en dos entrevistas separadas inventándose una historia de que era un israelí-estadounidense que recogía dinero judío para producir el film. Pero ya había conseguido su objetivo de ofender las sensibilidades musulmanas. Ignorando todos sus antecedentes, los grupos, sabios y seguidores musulmanes cayeron fácilmente en esta polémica. Acusaron al gobierno de EEUU de consentir los feroces ataques contra sus símbolos religiosos, en particular de la extensión de la islamofobia en el país y de las políticas antimusulmanas sancionadas y promovidas por ese gobierno durante los últimos diez años.
Sin embargo, los funcionarios públicos, los líderes religiosos y los creadores de opinión debieran entender la naturaleza y limitaciones de las sociedades laicas occidentales y sus tradiciones democráticas. Pero la ausencia de diálogo positivo entre los políticos y los creadores de opinión estadounidenses, por una parte, y los eruditos y activistas musulmanes por la otra, así como el bagaje histórico de políticas estadounidenses antimusulmanas de la pasada década y los recelos que las siguieron, hacen extremadamente difícil explicar a los musulmanes de todo el mundo que el gobierno de EEUU no solo no tiene nada que ver con la producción y promoción de ese film, sino que tales incidentes van también en contra de sus principios e intereses.
Básicamente, hay dos principales razones de la falta de confianza y entendimiento entre las dos partes. En primer lugar, EEUU no se compromete seriamente ni a nivel político ni cultural con la comunidad musulmana estadounidense ni con los movimientos islámicos del mundo. Más bien se dedica a atizarles cuanto puede, especialmente a nivel interno, desde el estrecho prisma de la preocupación por la seguridad. Así pues, en muchos ocasiones, los políticos o instituciones de la sociedad civil han considerado a la comunidad musulmana estadounidense como un incordio.
En segundo lugar, muchos islamófobos y enemigos de los musulmanes se han apoderado de tal forma de los espacios públicos y de los medios que el hecho de nombrar o incluir a alguna personalidad musulmana en el gobierno o en otras instituciones públicas se ha convertido en una batalla, en ocasiones de consecuencias costosas. El Partido Republicano se ha convertido básicamente en el partido asociado con los enemigos y aporreadores de los musulmanes, mientras el Partido Demócrata solo ha apoyado de boquilla su inclusión mientras sigue sintiendo terror a que la derecha le ataque por simpatizar con «terroristas». Mientras tanto, la comunidad musulmana estadounidense está cada vez más alienada y el burdo estereotipo de unos EEUU enemigos del Islam se cimienta en los corazones y mentes de los musulmanes de todo el mundo.
Así pues, los musulmanes estadounidenses son un activo desaprovechado. Más aún porque la mayoría de ellos comprenden y aprecian el valor de la libertad de expresión y de la Primera Enmienda y podrían jugar un papel fundamental actuando como puente entre EEUU y el resto del mundo islámico teniendo en cuenta que realmente sienten que debe incluírseles en el discurso político y tratárseles con respeto.
En cada incidente acaecido, muchos funcionarios públicos y expertos estadounidenses sostienen que la «irracional» reacción de miles de musulmanes de todo el globo «expone» la intolerancia de su religión a la libertad de expresión. Su razonamiento central ha sido siempre que el Islam es incompatible con los valores democráticos, con la libertad de creencia y de expresión que están en el núcleo de esos valores. Su objetivo, desde luego, es dar validez a la tesis del «choque de civilizaciones» y mantener al Islam y a los musulmanes continuamente enfrentados a Occidente.
Desde que acabó la Guerra Fría, la campaña para sustituir al comunismo con el Islam, y a los soviéticos con los musulmanes, ha sido constante aunque al principio no consiguió mucho éxito. Lamentablemente, los ataques del 11-S proporcionaron justificación, contexto e ímpetu a los defensores de la teoría del choque de civilizaciones, que desde entonces ha estado ejerciendo una influencia considerable sobre muchos organismos gubernamentales y altos funcionarios a la hora de adoptar las políticas, estrategias y tácticas que promulgan esa visión del mundo. Una consecuencia de esta política fue la de acosar a todas las organizaciones y activistas musulmanes (incluso en muchos casos a personas normales y corrientes) en EEUU y en extranjero, y tratarles como potenciales amenazas, sospechosos y enemigos del Estado hasta que pueda probarse lo contrario.
No cabe duda que los musulmanes de todo el planeta son extremadamente sensibles a las deliberadas descripciones muy ofensivas e insultantes dirigidas al profeta y al libro sagrado del Islam. Sin embargo, durante siglos no se ha parado de publicar cientos de libros, artículos, discursos y otros materiales que criticaban y atacaban duramente esa religión, a su fundador y a los textos sagrados sin que se provocara rabia, temor o violencia. No son estas expresiones ofensivas lo que los musulmanes hallan tan objetables. La mayoría de los eruditos musulmanes están bien dispuestos ante la oportunidad de someter a discusión, en diálogo o debate civilizado, la validez de las principales creencias, interpretaciones, principios o hechos históricos islámicos.
Pero lo que diferencia los incidentes de las últimas décadas es la naturaleza de los ataques. Porque han sido intentos deliberados de fabricar la vida y la historia de su principal figura burlándose de él y describiéndole de la forma más ofensiva posible: irracional, mentiroso, loco, mugriento, cobarde, asesino, ladrón, comerciante de esclavos, mujeriego, pedófilo, desviado sexualmente, mientras que a sus esposas se las retrataba como ignorantes, prostitutas o esclavizadas sexualmente. Uno no podría encontrar prácticamente ningún valor redentor en esas fabricaciones. Pero no se equivoquen al respecto; esos incidentes no se fabricaron para llegar a alguno. Su único propósito era incitar y provocar una respuesta musulmana sabiendo que un número importante de musulmanes se sentiría indignado y reaccionaría con vehemencia, incluso algunos violentamente.
Pero, ¿por qué parece que la mayoría de los musulmanes se indignan fácilmente con esos vergonzosos ataques contra sus símbolos religiosos?
Las sociedades laicas occidentales afirman que el valor más importante en su cultura es la conservación y la seguridad de la vida humana. Sostienen que esta doctrina tiene precedente sobre todos los demás aspectos de la vida. Aunque dentro de la cultura islámica, la preservación de la vida humana es asimismo sagrada, sin embargo va precedida por la salvaguardia de su sistema de creencias y, sobre todo, por el honor de su profeta y del texto sagrado. Es decir, la mayor parte de los musulmanes creen que injuriar y difamar al profeta es la forma más grave de violación de sus derechos humanos. Sin embargo, las autoridades religiosas más auténticas no aprueban ni justifican forma alguna de violencia para expresar esa rabia o ultraje legítimos. Está muy claro que en un mundo multicultural, mantener la paz y armonía entre las comunidades y culturas se requiere que la gente comprenda y respete, aunque no lo acepte necesariamente, el sistema de valores de otras culturas mientras no entren directamente en contradicción con sus valores y principios más básicos.
Por tanto, cuando alguien es profundamente consciente del sistema de valores de los otros y de que es probable que determinadas cuestiones generen un extendido sentimiento de ultraje, esos actos deliberados deberían denominarse como lo que en realidad son: la forma máxima de fomentar e incitar al odio.
Pero, ¿cómo podría EEUU hacer frente a la libertad de expresión que incita y destruye las relaciones humanas sin violar su principio más preciado?
Una de las limitaciones en el derecho constitucional estadounidense a la libertad de expresión protegida por la Primera Enmienda es la doctrina de las «palabras agresivas». En un famoso caso que se dio en el Tribunal Supremo en 1942, la unánime sentencia mantuvo que «insultar o agredir de palabra son aquellos hechos que por su enunciación inflingen daños o tienden a incitar una ruptura inmediata de la paz». Aplicar ese principio puede llevar fácilmente al equilibrio necesario entre la inviolabilidad del principio de libertad de expresión y la reducida excepción en la que esa expresión acaba provocando el daño grave y masivo que rompe la armonía y la paz entre comunidades, culturas y países.
Sin embargo, ¿qué pasa con la práctica de la libertad de expresión en Occidente?
Los gobiernos y las instituciones de la sociedad civil de Occidente afirman que la libertad de expresión y asociación son el fundamento para que se mantenga su carácter democrático. Cuando alguien, de forma deliberada, se propone inflamar las sensibilidades de los musulmanes hacia su profeta o su libro sagrado, se invoca la libertad de expresión para defender la causa del alboroto y despreciar sus efectos tildándolos de respuesta irracional. Aunque, por supuesto, en circunstancia alguna la violencia debería ser una respuesta aceptable a ningún ataque, sin que importe lo infame o atroz que sea.
Pero a un nivel más básico, ¿cree realmente Occidente en la libertad de expresión o aplica un doble rasero en cuanto se refiere a las sensibilidades musulmanas? Revisemos los antecedentes.
En el sector privado, cuando a Google se le pidió que eliminara ese video tan incendiario de YouTube, de forma inmediata y correcta se refirió a su política, establecida desde hace mucho tiempo, de apoyar la libertad de expresión, incluyendo cualquier expresión despreciativa (aunque a regañadientes estuvo de acuerdo en suspenderlo en Egipto y en Libia). Pero como el Jewish Press informaba el 1 de agosto, Google no tuvo problema en eliminar 1.710 videos y cerrar sus cuentas afiliadas porque «una cifra importante de esos videos negaban el Holocausto y defendían a quienes negaban el Holocausto». Según el informe del periódico, Google «cerró la cuenta del usuario a las 24 horas» de recibir la queja de un grupo que controla el antisemitismo en Australia.
En julio de 2011, las autoridades israelíes presionaron a Facebook para que cerrara las cuentas de muchos activistas palestinos. Israel se quejaba de que los activistas estaban coordinando planes para viajar a Israel y crear incidentes. En realidad, los activistas estaban tratando de ofrecer online un duro comunicado político. Ni que decir tiene que el gobierno israelí podría haber rescindido fácilmente cualquier visado que hubiera emitido para esos activistas e impedido que cualquier persona entrara en el país si es que en realidad pensaban viajar allí. No hubo llamamiento ni incitación a la violencia por parte de los activistas que pudiera justificar el cierre de sus cuentas.
Quizá la gente en EEUU no sea muy consciente de esos incidentes en los que se manifiesta odio o expresiones de rechazo. Pero mucha gente del mundo musulmán es consciente de que esas intervenciones van en contra de los principios establecidos. Y se preguntan con razón si extranjeros como el Fiscal General de Israel o un grupo de control australiano puede conseguir que Google o Facebook eliminen videos o cierren cuentas, ¿cómo puede uno sostener que el Presidente o la Secretaria de Estado no pueden hacer peticiones similares? También recuerdan que en 2009, la Secretaria de Estado Clinton intervino y se impuso a los ejecutivos de Facebook y Twitter en nombre de los activistas del llamado Movimiento Verde en Irán. Este no es un argumento para defender que se cierren cuentas o se eliminen videos sino para ilustrar simplemente la hipocresía y el doble rasero practicado por los funcionarios públicos y conglomerados empresariales cuando se trata de temas musulmanes.
Además, muchos países europeos han promulgado leyes en las tres últimas décadas que criminalizan cualquier expresión o escrito que cuestione los relatos oficiales sobre el Holocausto. En 1996, el filósofo francés Roger Garaudy publicó su libro «The Founding Myths of Modern Israel». Le acusaron de que en ese libro se negaba el Holocausto y, en consecuencia, el gobierno francés le enjuició y los tribunales prohibieron poco después cualquier publicación futuro del libro. En 1998, Garaudy fue procesado y sentenciado a varios años de cárcel, que finalmente se suspendió, y a pagar una multa de 40.000 dólares.
En 2005, el escritor inglés David Irving fue detenido en Austria por una orden de búsqueda y captura de 1989 que le acusaba de negar el Holocausto. Fue posteriormente acusado de «trivializar, minimizar en gran medida y negar el Holocausto», recibiendo una sentencia de tres años de cárcel.
Además, el musulmán británico Ahmed Faraz fue sentenciado en diciembre de 2011 a tres años de prisión en Londres tras ser acusado de «difundir una serie de libros que se consideraban publicaciones terroristas». La publicación de la que se acusó a Faraz de distribuir en su librería era un libro de 1964 titulado «Milestones», escrito por el fallecido autor egipcio Sayyed Qutb.
Pero el historial reciente del gobierno estadounidense es mucho más alarmante. De hecho, desde el 11-S se han formulado sentencias draconianas por lo que tradicionalmente se consideraban actividades protegidas por la Primera Enmienda.
En 2004, los fiscales federales acusaron a dos operarios de la televisión por satélite, Javed Iqbal (un vecino de Nueva York de unos 25 años) y Saleh Elahwal de «proporcionar apoyo material a una organización terrorista extranjera» por trasmitir el canal por satélite de Hizbollah, Al-Manar, a sus clientes de EEUU. El FBI registró también la empresa de Iqbal y su casa «por sospechar que se ocupaba del mantenimiento de las antenas de satélite» . En 2008, Iqbal fue procesado y sentenciado a 69 meses de prisión.
En muchos procesamientos criminales celebrados desde el 11-S, los musulmanes fueron acusados y sentenciados hasta a cadena perpetua por expresar sus opiniones políticas, emitir fatwas (opiniones religiosas), alimentar niños, proporcionar material educativo, traducir documentos, descargar videos en páginas de Internet e incluso por cantar en una banda.
En un caso en el que se vio envuelto Tarek Mehanna, nacido en EEUU, el profesor de Yale Andrew F. March escribió en el New York Times: «Como científico político especializado en derecho islámico y en la guerra, con frecuencia leo, almaceno, comparto y traduzco textos y videos de grupos yihadistas. Como filósofo político, debato acerca de la ética de matar. Como ciudadano, manifiesto puntos de vista, pensamientos y emociones acerca de matar a otros ciudadanos. Como ser humano, a veces siento alegría (me da vergüenza admitirlo) ante el sufrimiento de algunos seres humanos y rabia ante el sufrimiento de otros». Escribió además: «En el juicio del Sr. Mehanna, vi cómo esas mismas acciones pueden constituir delitos federales, porque la acusación al Sr. Mehanna se basaba en gran medida en las cosas que dijo, escribió y tradujo».
Lo que estos ejemplos y muchos otros más ponen de manifiesto es que la protección de las libertades de expresión y asociación constitucionales se utiliza selectivamente en EE UU en función de determinados juicios políticos. Las autoridades, los intelectuales y los creadores de opinión estadounidenses se deleitan invocando la Primera Enmienda como principio inviolable cuando se ataca al Islam o sus símbolos sagrados, y después son capaces de ponerse a buscar racionalizaciones y lagunas jurídicas cuando los musulmanes estadounidenses se dedican a actividades reprensibles en virtud de la libertad de expresión. Sin embargo, a la mayoría de las personas del mundo musulmán y de todo el planeta no les pasa por alto este doble rasero.
El criterio para juzgar si una sociedad valora y respeta la libertad de expresión es cuando los miembros más vulnerables de la sociedad, aquellos que podrían convertirse en blanco de la mayoría, pueden sentirse seguros y libres para decir lo que piensan cuando quieran sobre cualquier asunto sin temor, intimidación o repercusiones negativas. Es decir, para saber si Estados Unidos respeta hoy la libertad de expresión uno debe hacer esa pregunta a cien activistas musulmanes elegidos al azar para poder llegar a la respuesta real .
En pocas palabras, EEUU solo tendrá credibilidad como campeón y guardián de las libertades de expresión cuando los pensamientos, discursos, escritos, fatwas, traducciones, poesía y consultas a la página en Internet de Mehanna y sus colegas no sea un acto criminal. Solo cuando se sientan libres podrá Estados Unidos recuperar sus credenciales.
Esam Al-Amin es un escritor independiente colaborador de numerosas páginas en Internet. Puede contactarse con él en: [email protected]
Fuente original: http://www.counterpunch.org/