El Gran Hermano acecha en el correo electrónico, en la señal del móvil, en el cable del teléfono, en las plazas vigiladas con cámaras, en los edificios dotados con las últimas medidas de seguridad biométrica. A la sombra del 11-S, y bajo el escudo de la guerra contra el terror, la Administración Bush ha sellado […]
El Gran Hermano acecha en el correo electrónico, en la señal del móvil, en el cable del teléfono, en las plazas vigiladas con cámaras, en los edificios dotados con las últimas medidas de seguridad biométrica. A la sombra del 11-S, y bajo el escudo de la guerra contra el terror, la Administración Bush ha sellado una alianza invisible con grandes compañías privadas para estrechar el cerco sobre sus propios ciudadanos.
«En Estados Unidos hemos llegado a un punto muy cercano al de la sociedad de vigilancia total», advierte Barry Steinhardt, portavoz de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU).»La capacidad para espiar a los ciudadanos ha crecido en los últimos cuatro años como un monstruo, mientras que las cadenas legales se han ido debilitando».
El escándalo de las escuchas sin autorización judicial puede no ser más que la punta del iceberg. «Los ciudadanos americanos están siendo vigilados, sin su conocimiento, por muchos otros procedimientos más o menos secretos», advierte el experto de la ACLU. «La gente no sabe que la sociedad orwelliana ha dejado de ser una fantasía de los libros y de las películas».
La misma idea, refutada con cientos de datos, es la que sostiene el periodista del Washington Post Robert O’Harrow, en un libro de candente actualidad, No Place To Hide. Según O’Harrow, los atentados del 11-S derribaron todas las barreras que hasta entonces existían entre la tecnología de la información y la seguridad nacional.
El resultado ha sido el espectacular crecimiento de la así llamada «industria de la vigilancia», con gigantes del control de la información como ChoicePoint o Lexis-Nexis firmando contratos multimillonarios con la CIA y el FBI o con los Departamentos de Justicia, Seguridad Interior y Defensa. «La habilidad del Gobierno para examinar nuestras vidas va a aumentar en los próximos años», vaticina O’Harrow. «Más que nunca, los datos sobre nuestras propias vidas ya no son nuestros, sino que pertenecen a compañías especializadas en ir recogiéndolos, y a las agencias del Gobierno que están dispuestas a comprarlos o a demandarlos con la excusa de garantizar nuestra propia seguridad».
Hasta ahora, los dos intentos más sonoros de crear gigantescas bases de datos para tener fichados a millones de ciudadanos -el Matrix y el Total Awareness Information (TIA)- han resultado en fiascos más o menos encubiertos. Pero los proyectos no han sido ni mucho menos enterrados por la Administración Bush y siguen esperando el momento propicio.
El Matrix (Multistate Anti-Terrorism Information Exchange) funcionó como un programa piloto de intercambio de la información entre 13 estados, aunque poco a poco fue desechado ante las continuas quejas de invasión de la privacidad y de espionaje de ciudadanos inocentes.
Si el Matrix era algo así como una suma de Pequeños Hermanos, lo más parecido a la idea del Gran Hermano fue sin duda el programa TIA del Pentágono, auspiciado por el controvertido John Poindexter, en estrecha colaboración con la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), la misma que ha saltado a la luz pública en el escándalo de las escuchas.
El Congreso torpedeó la TIA y los estados dispararon contra la futurista Matrix, pero nadie duda de que tarde o temprano surgirá otro intento más camuflado de vigilancia total. «La tecnología está ahí, trabajando detrás del escenario», sostiene Robert O’Harrow.»Sin importar el nombre que le demos, ahora tendrá una escala seguramente global».
Amparada por leyes como el Patriot Act y crecida al socaire del Departamento de Seguridad Interior, la «industria de la vigilancia» está saliendo por fin a la superficie tras el escándalo de las escuchas. Los demócratas pretenden aprovechar la ocasión para desvelar toda la trama secreta de la información y acusar al presidente Bush de haber ido demasiado lejos en sus esfuerzos por identificar y detener a los terroristas.
A la vuelta de las vacaciones, Bush ha defendido nuevamente las escuchas de la NSA alegando que fue un programa «limitado a llamadas hechas a Estados Unidos desde el exterior». El presidente reiteró que ha utilizado todos los recursos a su disposición «dentro de la ley y para proteger a los americanos».