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La ultraderecha no se transforma, se destruye

Fuentes: Público [Imagen: Otros rebrotes, Malagón]

En 2018, las asociaciones de víctimas del terrorismo de ETA lamentaban la traición de Mariano Rajoy. Desde que el PP había llegado al Gobierno en 2011, nada de lo que les habían prometido cuando hacían una feroz oposición a Zapatero se había cumplido. Entonces, los conservadores acusaban al presidente de «traicionar a los muertos» y se manifestaban en las calles por que el Gobierno socialista intentase (como el de Aznar) acabar con la banda terrorista mediante el diálogo, previo paso por el Congreso para informar a los ciudadanos/as. Era la época de entregar Navarra, de romper España por Euskadi, de bailar sobre las tumbas de los/as asesinados y de comer hijos de guardias civiles al anochecer en Moncloa para contentar a ETA, que se disolvió finalmente en octubre de 2011 sin apocalipsis alguno.

Las acusaciones del PP y sus satélites al PSOE y a los negociadores por el fin de ETA son, aun hoy, irreproductibles.

Como con las víctimas del terrorismo para hacer oposición, Rajoy también recurrió a los feroces lobbies ultracatólicos, antiabortistas, antifeministas, profamilia tradicional, Conferencia Episcopal u Opus Dei para cargar contra el Gobierno de Zapatero por el matrimonio homosexual, las leyes de igualdad, la reforma de la ley del aborto, etc. Cuando llegó al Gobierno, con una mayoría absoluta aplastante, se olvidó de estos grupos, metió la contrarreforma ultraconservadora del derecho a abortar en un cajón y obligó a su impulsor, el ministro Gallardón, a irse a su casa por pura dignidad; acudió a la boda de su vicesecretario Javier Maroto con su pareja (otro hombre), como si el recurso del PP ante el Constitucional contra el matrimonio gay no fuera con él, y sonrió siempre ante las cámaras con ese gesto suyo tan característico de encoger los hombros. Hay memes que atestiguan.

Mientras Rajoy gobernaba ignorando a la ultraderecha y a la democracia, pero abrazaba a Fernández Díaz, a Villarejo y las cloacas del Estado, mucho más efectivas para mantener el poder, Aznar bramaba en inglés por el mundo pudiente y prestaba su hombro a quienes acudían quejosos a llorarle (Mayor Oreja, María San Gil, Esperanza Aguirre y un tal Santiago Abascal). El PP de Rajoy los ignoraba después de haberle apoyado todos ellos/as en sus campañas electorales y una vez logrado el poder y la mayoría absoluta. No había consuelo, por ejemplo, entre quienes achacaron a ETA y/o a una operación del PSOE los atentados yihadistas del 11-M.

Catalunya, también entonces, empezaba a hervir por la base independentista y el penúltimo líder del PP intentaba, desde La Moncloa y recurso judicial tras recurso judicial, que el agua hirviendo no saliese de la olla sin mover un solo músculo político. Pasó lo que pasa con las mayorías no atendidas y despreciadas: el agua se derramó hirviendo por el PP y los catalanes unionistas quisieron ver en Ciutadans lo que los de Rajoy entonces no les daban: Arrimadas ganó las elecciones en Catalunya, aunque no pudo gobernar. Todas las encuestas apuntan hoy, no obstante, a que Cs perderá estrepitosamente esa victoria en los comicios catalanes del 14 de febrero y el independentismo seguirá teniendo mayoría. Vox entrará en el Parlament, naturalmente. Sus dirigentes, aunque no hacen encuestas, son optimistas. 

LA CRISIS INSTITUCIONAL

El primer principio de la termodinámica (nos lo enseñaban en la EGB) afirma que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Y en las asociaciones, lobbies, grupos ultras, unionistas; movimientos franquistas, fascistas o sin cultura democrática, y privilegiados de la Transición había mucha energía aprovechable dispuesta a ser transformada durante, por ejemplo, una crisis institucional del sistema del 78.

Esa crisis llegó con la debacle financiera de 2008 y sus consecuencias. Llegó con el 15-M, la corrupción en la Casa Real (el caso Nóos o la punta del iceberg), la derrota del Gobierno del PSOE y la soberanía del pueblo español ante Alemania, Bruselas, el BCE o EEUU en mayo de 2010 y el fin de una era que aún se resiste a morir gracias a la impagable labor de un Partido Popular agonizante ante la energía conservadora transformada y ya inquebrantable: la ultraderecha. Bienvenidos a Europa.

En España nos jactábamos de que, mientras las democracias de Francia o Italia luchaban contra los neofascismos del siglo 21, aquí era imposible un movimiento similar porque, primero, si algo hay que reconocer a Aznar, es la unidad en el PP de todas las derechas (desde la ultra- al centro liberal) y porque «España ha pasado por una dictadura reciente y tiene la memoria viva». Vivísima y coleando tanto como ahora Vox, fruto sin duda y en parte, de la ausencia clamorosa de Memoria Histórica en este país. Cobardes.

La ultraderecha o derecha transformada e intransformable tiene hoy 52 escaños en el Congreso y es la tercera fuerza parlamentaria, muy por encima de fuerzas democráticas como Ciudadanos o Unidas Podemos, además de los partidos regionalistas, independentistas, municipalistas o antisistema -sí, se puede ser independentista, antisistema y demócrata y no hay ni que explicar lo de los derechos humanos y su inviolabilidad-.

Este miércoles, esta ultraderecha, Vox, presenta una moción de censura contra la derecha que los parió: la del PP. El partido de Casado, con su corrupción y su uso oportunista del extremismo nacionalcatólico e identitario, el dolor de las víctimas de ETA, el populismo, las cloacas de Interior y del Estado, la monarquía y las instituciones; las fake news a rebufo de Vox y sus corifeos, o la corrupción para obtener y mantenerse en el poder, han creado al monstruo; lo han alimentado, y ahora lo tienen enfrente preparado para devorar sus despojos y expulsarlo como partido alternativa de gobierno; para escupirlo en el contenedor y tomar el relevo como líder de la oposición.

La crisis sanitaria, ya económica y social, es la levadura perfecta para esta operación junto con un Gobierno errático con la pandemia y confundido con la falta de apoyos, el acoso partidista y judicial del intento de lawfare y una descentralización mal diseñada, que en lo social debería haber llegado más a los municipios (la tercera descentralización fue un compromiso del PSOE en 2004) y menos a los partidos hace ya tiempo.

La moción de Vox contra el Gobierno será el hundimiento del PP si Casado no reacciona, condena y aísla a la ultraderecha rotundamente como sus homólogos europeos (de boquilla), Merkel o Macron.

Recuerde el PP que la ultraderecha ya no puede transformarse, solo destruirse con la unidad democrática ante la descomunal amenaza. Hasta Aznar lo ha entendido.

Fuente: https://blogs.publico.es/dominiopublico/34862/la-ultraderecha-no-se-transforma-se-destruye/