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La violación, arma de destrucción masiva en Siria

Fuentes: Le Monde

Traducido del francés para Rebelión por Sinfo Fernández.


Obra del artista sirio Khalil Younes «Hama 30». (2001)


Es el crimen más silenciado de entre los que actualmente se perpetran en Siria. Un crimen masivo, organizado por el régimen y consumado en las condiciones más bárbaras. Un crimen que se basa en uno de los tabúes más arraigados en la sociedad tradicional siria y en el silencio de las víctimas, convencidas como están de que se arriesgan a que sus propias familias las rechacen, de que se exponen a que las condenen a muerte.

Es un delito que aniquila a las mujeres, que destruye las familias y disloca las comunidades. Un crimen que las muchedumbres de refugiados que huyen de Siria hacia los países vecinos señalan como la causa principal de su huida, pero que los encuestadores de la ONU y todas las ONG apenas pueden documentar porque el problema es terriblemente doloroso.

Es un crimen que ha estado ausente de las discusiones de Ginebra, pero que obsesiona a los sirios y atormenta a docenas de miles de supervivientes. La violación. El arma secreta de guerra de Bashar Al-Asad.

Alma (se han cambiado los nombres de las víctimas), 27 años, yace muy demacrada en una cama de un hospital situado en el centro de Ammán. No podrá caminar más, tiene la columna vertebral destrozada a causa de los golpes administrados por un miliciano del régimen con la culata de su fusil. Desde los primeros meses de la revolución, esta madre de cuatro niños, diplomada en gestión, se había comprometido con resolución del lado de los rebeldes, encargándose primero de llevar alimentos y medicinas, después de transportar munición en paquetes que pegaba a su vientre para poder pasar por una mujer encinta.

«¿No querias libertad? Pues bien, ¡Aquí la tienes!»

Un día la detuvieron en un puesto de control en los alrededores de Damasco, encerrándola durante 38 días, junto con otras cien mujeres, en un centro de detención de los servicios secretos del ejército del aire.

«Abu Ghraib, a su lado, debía ser un paraíso», observa Alma con una triste sonrisa en alusión a la prisión estadounidense en Iraq. «¡Tuve de todo! Golpes, latigazos con cables de acero, quemaduras de cigarrillo en el cuello, cortes por todo el cuerpo con cuchillas de afeitar, descargas eléctricas en la vagina. Varios hombres que apestaban a alcohol me violaban cada día -vendándome los ojos- obedeciendo las instrucciones de su jefe, que siempre estaba presente. Me gritaban: «¿No querías libertad? Pues bien, ¡aquí la tienes!».

Todas las mujeres, nos explica, además de los sufrimientos con que las obsequiaban, pensaban que sus familias iban a matarlas si llegaban a saber lo que les habían hecho. Pero la determinación de Alma de comprometerse con el Ejército Sirio Libre no hizo sino fortalecerse aún más. Cuando salió, se convirtió en una de las raras mujeres que llegó a ser jefa de batallón, al frente de veinte hombres, antes de resultar gravemente herida y ser evacuada por sus camaradas a Jordania.

Centenares de miles de sirios han confluido en Jordania y es allí donde hemos podido, gracias a médicos, abogados y psicólogos, recoger y contrastar numerosos testimonios, así como reunirnos, cara a cara, con diversas víctimas. Fueron conversaciones muy dolorosas, bajo una alta presión: «Mi vida está en sus manos».

«Alcanzando a padres, hermanos y maridos»

«¡Ya es hora de que este escándalo se denuncie públicamente!», nos dice el ex presidente del Consejo Nacional Sirio, Burhan Ghalioun, miembro influyente de la oposición. «Porque, para mí, es ese arma la que ha transformado nuestra revolución en guerra, una revolución que se pretendía fuera pacífica».

En la primavera de 2011, relata, las campañas de violaciones de las milicias se organizaban en el interior de las casas donde vivían las familias. Las hijas eran violadas delante de su padre, las mujeres delante de sus maridos. Los hombres se volvían locos y gritaban que iban a defenderse y a vengar su honor. «Yo pensaba que era preciso hacer cuanto se pudiera para no entrar en una fase militarizada, que armar la revolución iba a multiplicar por cien el número de muertos. Pero la práctica de la violación impuso que las cosas fueran de otro modo. Y creo que fue Bashar quien así lo decidió. Una vez armados los revolucionarios, le era fácil justificar las masacres de quienes ya tildaba de ‘terroristas'».

Una tesis complicada de verificar. Lo que sí está probado, en todo caso, es que la violencia sexual no ha hecho más que crecer, contribuyendo al clima de terror. «Las mujeres sirven de instrumentos para alcanzar a los padres, hermanos y maridos», denuncia la escritora Samar Yazbek, refugiada en Francia. Sus cuerpos son campos de tortura y batalla. Y el silencio de la comunidad mundial sobre esta tragedia nos parece ensordecedor».

Diversas organizaciones internacionales se han referido a las violaciones cometidas por el régimen -Amnistía Internacional, el Comité de Rescate Internacional, la Federación Internacional de las Ligas de Derechos de la Persona, Human Rights Watch-… Pero todas hacen mención a la extrema dificultad para conseguir testimonios directos, al obstinado silencio de las víctimas, al miedo a los crímenes de honor perpetrados contra las mujeres violadas y a la ansiedad que nace de la percepción generalizada que una mujer detenida por el régimen ha sido forzosamente violada.

Un informe especialmente bien documentado, publicado en noviembre de 2013 por la Red de Derechos Humanos Euro-Mediterránea, confirma la amplitud del fenómeno y proclama la urgencia de investigar estos crímenes de guerra que, en caso de comprobarse que han sido planificados, podrían ser calificados de crímenes contra la humanidad. «El régimen ha hecho de las mujeres sus primeros blancos», afirma Sema Nasar, la autora principal del informe, localizada por Skype y cuyas dos hermanas acaban de ser detenidas. «Están en el punto de mira de los francotiradores como tales mujeres, especialmente las mujeres que están visiblemente encintas», precisa. «Sirven de escudos humanos, como en el barrio de Ashria de Homs en febrero de 2012, cuando el ejército obligó a las mujeres a caminar delante de los soldados o cuando las hacía subir a los tanques durante las patrullas. Son objeto de secuestro para pedir rescate o efectuar intercambios. Las violan de forma sistemática, ya tengan 9 o 60 años, y es una forma de destruir de forma duradera todo el tejido social».

Violadas colectivamente bajo el ojo de una cámara

Sí, Sema Nasar tiene muchas historias que contar. Casos precisos, con fechas. Docenas de historias. Como el de una muchacha de Hama, refugiada actualmente en Estados Unidos, que se encontraba en casa con tres de sus hermanos cuando los soldados irrumpieron en la misma y exigieron que los tres jóvenes violaran a su hermana. Al primero, que se negó a hacerlo, le cortaron la cabeza. El segundo rechazó también violarla y sufrió la misma suerte. El tercero acabó aceptando y le mataron encima de la muchacha que ellos mismos habían antes violado.

O la historia de una mujer siria trasladada a una casa de los alrededores de Homs, en el verano de 2012, junto con otras veinte mujeres, que fueron torturadas y violadas colectivamente bajo el ojo de una cámara. Como colofón, enviaron la película a su tío, un jeque famoso, predicador en la televisión y miembro de la oposición.

«Es muy común esa práctica durante las redadas en las aldeas, y sistemática en los centros de detención de los servicios secretos», afirma a Le Monde Abdel Karim Rihaui, presidente de la Liga Siria de los Derechos del Hombre, actualmente en El Cairo, que considera que son más de 50.000 las mujeres violadas en las prisiones de Bashar Al-Asad desde el comienzo de la revolución.

«Barras eléctricas por la vagina o el ano»

Las regiones sunníes son seguramente las más afectadas y, señala Rihaui, según los relatos que se conocen, donde ha habido una fuerte implicación de soldados del Hizbolá libanés y de la brigada Abu Fadel de Iraq. «Han utilizado las torturas más sádicas, como el ratón que introdujeron en la vagina de una muchacha de Deraa de 15 años de edad. Como las violaciones colectivas en público, como fue el caso de cuarenta mujeres en la mañana del 15 de enero de 2014, en Yelda. Y la consecuencia: cientos de crímenes de honor padecidos por las mujeres que salen de la prisión en las regiones de Hama, Idlib o Alepo».

Fue en el campo de refugiados sirios de Zaatari, a 80 kilómetros de Ammán, donde encontramos a Salma, de complexión robusta, expresión cansada y mirada perdida. Nació en Deraa hace cincuenta años pero, después de haber vivido en Damasco con su marido y sus ocho hijos, se quedó estupefacta en 2011 al ver que, en represalia por el levantamiento en su ciudad natal, echaban a sus niños del colegio en la capital. «¿En nombre de qué castigáis a mis pequeños? ¡No han tenido nada que ver con los acontecimientos!», le dijo a la directora cuando acudió a quejarse.

No había terminado aún esa frase cuando los servicios secretos hacían su desembarco. Le colocaron una capucha en la cabeza y la llevaron al sótano de un centro de detención, arrojándola en una celda completamente a oscuras y llena de ratas. Allí la dejaron dos días aislada, sin comer ni beber, antes de llevarla a otra celda minúscula ocupada por otras dos mujeres, donde estuvo retenida durante seis meses. «No podíamos ni tumbarnos. No teníamos derecho a lavarnos, ni siquiera durante la menstruación. Y nos violaban todos los días al grito de: ‘Nosotros, los alauíes, vamos a aplastaros’. Una sola protesta bastaba para que nos metieran una barra eléctrica por la vagina o el ano. Me pegaron de tal manera que me rompieron una pierna. Se me puso negra y me operaron de cualquier manera antes de devolverme a mi celda. Mi familia no tuvo ninguna noticia mía durante seis meses. Como no sé leer ni escribir, firmé cualquier confesión que me pusieron delante con la huella del dedo índice». Cuando salió de allí, su marido había desaparecido con el coche.

Traumas «incurables»

El 21 de septiembre de 2012, Um Mohamed, de 45 años, fue detenida al azar con su hija en una calle, trasladándolas al aeropuerto militar de Mazzé. En el teléfono móvil de la estudiante aparecía la bandera de la resistencia y la foto de un «mártir». Las dos mujeres estuvieron detenidas durante veinte días, en los que fueron golpeadas, violadas y encerradas en una celda de cuatro por cuatro metros junto a otras 17 mujeres y muchos niños. Una de ellas era la esposa encinta de un miembro del Ejército Sirio Libre sospechoso de haber participado, en agosto de 2012, en el secuestro de 48 iraníes que iban en un autobús, y estaba acompañada por dos de sus hijos, de 8 y 9 años. El marido de otra de las mujeres, director de prisión sancionado por haberse opuesto a las brutales torturas, se encontraba detenido en el piso de abajo para que pudiera escuchar los gritos de su mujer cuando la violaban. «Cualquier cosa provocaba abusos sexuales», nos dice, con los ojos humedecidos, desolada por la idea de que el futuro de su hija, que ha perdido veinte kilos y necesita tratamiento psiquiátrico, esté definitivamente destruido.

Los médicos describen vaginas «destrozadas», cuerpos martirizados, traumatismos «incurables». Yasan, psicólogo de 28 años que acaba de instalarse en Ammán para «ayudar a las víctimas de la guerra», nos cuenta (deseando mantener el anonimato) de uno de sus pacientes originarios de Homs a quien sus vecinos habían denunciado por actividades revolucionarias, lo que acarreó el secuestro de su esposa y de su hijo de 3 años. Detenido algunas semanas después, le llevaron a una casa privada que utilizaban para las sesiones de tortura: «¡Será mejor que hables! ¡Tu mujer y tu hijo están ahí! ¡Traedlos aquí!» La joven apareció exangüe: «¡No denuncies a nadie! ¡Lo que temías ha ocurrido ya!». Les golpearon salvajemente a los dos. Después, al hombre le colgaron de la pared por las muñecas y violaron a su mujer delante de él. «¿Hablas o quieres que continuemos?» Entonces la mujer se abalanzó sobre un hacha pequeña que usaban los verdugos y se abrió la cabeza. Al pequeño le degollaron después ante los ojos del padre.

¿Y bien? ¿Se trata de acciones bárbaras y dispersas emprendidas por unos cafres a iniciativa propia o de un arma estratégica meditada y ordenada por una jerarquía a sus fuerzas? El presidente de la Liga Siria de los Derechos del Hombre, Abdul Karim Rihaui, no tiene ninguna duda: «¡Es una elección política para aplastar al pueblo! Técnica, sadismo, perversidad: todo está meticulosamente organizado. No hay ningún azar. Los relatos son similares y los violadores han admitido ellos mismos haber actuado bajo órdenes.» Los abogados localizados en Siria comparten esta convicción, a pesar de la dificultad para reunir pruebas. «Tengo fotos de los estimulantes [sexuales] que se proporcionan a los milicianos antes de salir a asaltar alguna aldea», afirma Sema Nasar. Varios testimonios mencionan igualmente productos paralizantes que se inyectan en los muslos de las víctimas antes de violarlas.

Suicidio ante la imposibilidad de abortar

Una de las víctimas, Amal, explica que en un centro de detención de Damasco, un doctor -apodado «Dr. Cetamol»- pasaba por todas las celdas para anotar las fechas de la menstruación de cada mujer y distribuir píldoras anticonceptivas. «Vivíamos entre la mugre, entre la sangre, entre la mierda, sin agua y casi sin alimento. Pero sentíamos tal angustia ante la idea de que podíamos quedarnos embarazadas que tomábamos escrupulosamente las píldoras. Y cuando en una ocasión tuve un retraso en la regla, el doctor me dio unas pastillas que me causaron un fuerte dolor en el vientre durante toda una noche». Este es un testimonio fundamental para poder establecer la premeditación de las violaciones en los centros de detención.

Hay bebés que nacen a causa de las violaciones colectivas, provocando dramas en cascada. En Latakia, una joven se suicidó al no haber podido abortar. A otra la tiró su padre por el balcón del primer piso. De madrugada, en las callejuelas de Deraa se han encontrado recién nacidos en diversas ocasiones.

«¿Cómo ayudar a estas mujeres?», se desespera Alia Mansur, miembro de la Coalición Nacional Siria. «Tienen tanto miedo de salir de los centros de detención que se quedan encerradas en su desgracia sin poder pedir ayuda». En Homs, nos cuenta la poetisa siria Lina Tibi, una mujer ha logrado organizar en una semana, con todo secreto, cincuenta operaciones de himenoplastia de muchachas violadas de entre 13 y 16 años.

«Era la única forma de salvarles la vida». Pero las familias se desintegran. Los maridos vuelven la cabeza y se divorcian. Hay familias políticas de Homs que se ponen a acumular los objetos personales de su nuera preparando su expulsión del hogar antes incluso de que salga de prisión. O los padres que se precipitan a casar a su hija con el primero que llegue, sin que importe su edad o si estaba casado ya.

«El mundo se preocupa por las armas químicas; pero para nosotros, las sirias, la violación es peor que la muerte», murmura entre sollozos una estudiante de derecho que todavía no se ha atrevido a confiar su drama a nadie. Y menos que a nadie a su marido.

N. de la T. :

La autora recomienda la lectura de los testimonios siguientes:

 Annick Cojean es periodista de Le Monde y enviada especial a Ammán.

Fuente: http://www.lemonde.fr/proche-orient/article/2014/03/04/syrie-le-viol-arme-de-destruction-massive_4377603_3218.html