Cronopiando «Tenemos que ser fuertes», repite George Bush a su parlamento y a sus ciudadanos, urgido de más tiempo y más recursos. «Estados Unidos es débil», insiste Ben Laden, luego de tres años de silencio. Como si fuera un espectro del pasado al que se invoca, el eco responde a la llamada de su voz […]
«Tenemos que ser fuertes», repite George Bush a su parlamento y a sus ciudadanos, urgido de más tiempo y más recursos.
«Estados Unidos es débil», insiste Ben Laden, luego de tres años de silencio.
Como si fuera un espectro del pasado al que se invoca, el eco responde a la llamada de su voz y vuelve Ben Laden a dejar oír su oportuna amenaza para que si alguien dudaba, todavía, en Estados Unidos, de la necesidad de ser más fuertes, confirme a través de su más aliado enemigo lo vulnerables que son.
Extraña la complementaria coincidencia entre Bush y Ben. Siempre a la voz le sucede el eco para reiterar el mismo mensaje. La última vez que coincidieron faltaban horas para que fueran a las urnas los estadounidenses y, como es costumbre, el encuentro sirvió para que ambos se restituyeran la credibilidad que habían perdido, uno como presidente, amenazado; el otro, como difunto que amenaza.
Y de nuevo vuelve la casualidad a entremezclar sus discursos. Ahora, precisamente, que
Bush comienza a quedarse solo y que insiste en extender, incluso, la invasión de Iraq en el tiempo y el espacio, para lo cual demanda más dinero, Ben Laden le secunda y complementa con generosa precisión, confirmando al presidente.
«Necesitamos ser más fuertes» dice la voz. «Son vulnerables» repite el eco.
Días atrás se hacía público un estudio del Instituto de Altos Estudios Internacionales, con sede en Ginebra (Small Arms Survery 2007) dando cuenta de que más de la mitad de los 8 millones de armas que se fabrican cada año en el mundo, son compradas en Estados Unidos, país que registra 90 armas por cada 100 ciudadanos y que hoy es la sociedad más fuertemente armada, dentro y fuera de sus fronteras, la que más invierte en la industria militar, el mayor comerciante de armas, el mejor tratante de guerras.
Claro que todavía no hay suficientes armas ni motivos para usarlas, y se hace preciso invocar, otra vez, las amenazas que sirvan de pretexto al auge de la industria y la rapiña.
Si somos capaces de creernos que Ben Laden, al que el guionista decidió cambiarle el nombre, goza actualmente de vida, no veo porqué vamos a dudar de que, también, goce de voz y pueda, de vez en cuando, ilustrarnos con sus parcos mensajes.
El que el Bin que fuera el Ben, más atento, por cierto, a los aniversarios que un común occidental, no se haya molestado en especificar los horrores que planea, no ha sido obstáculo para que Michael Hayden, director de la CIA, ya aventure «atentados que provocarían un gran número de víctimas, causarían destrucciones masivas y tendrían consecuencias económicas importantes».
Increíble como discursos de tan pocas palabras dan para tantas y tan caras deducciones. Pero hace bien Ben Laden en no extralimitarse en sus mensajes, en seguir cultivando la brevedad como virtud, en nunca hablar de más, no vaya a ser que, un mal día, cuando fuera su eco convocado al conjuro de su voz, se encuentre distraído o algo más colocado, y le de a Ben Laden, de repente, por amenazar a los austriacos, que no a los australianos, por seguir en Iraq; o confunda el Foro de Cooperación Económica con la Organización de Países Exportadores de Petróleo, o se le ocurra abrir la puerta que no abre, o pedirle al camarógrafo permiso en un papel para ir al baño, o se atragante con una galleta, o se empeñe en leer el discurso del revés…y hasta los más crédulos, para no tener que referirme a los idiotas, acaben descubriendo la razón de la tan extraña coincidencia entre la voz y el eco.