Luego de una campaña muy reñida y costosísima, en la que los dos principales partidos de la burguesía imperialista norteamericana gastaron miles de millones de dólares en la disputa por la Casa Blanca, el presidente demócrata Barack Obama se impuso a su rival republicano, Mitt Romney, tanto en el voto popular (por alrededor de 2 […]
Luego de una campaña muy reñida y costosísima, en la que los dos principales partidos de la burguesía imperialista norteamericana gastaron miles de millones de dólares en la disputa por la Casa Blanca, el presidente demócrata Barack Obama se impuso a su rival republicano, Mitt Romney, tanto en el voto popular (por alrededor de 2 millones de votos) como en el Colegio Electoral, en el que superó con holgura los 270 electores necesarios para asegurarse la reelección.
Las hipótesis de quienes preanunciaban una elección muy ajustada, sobre todo después del primer debate entre ambos candidatos en el que el desempeño de Romney fue mejor de lo esperado, no se materializaron. Obama no solo ganó los estados de las costas este y oeste, con tradición de voto al partido demócrata, sino también se impuso en los estados industriales que concentran gran parte de la clase obrera, como Ohio, y logró mantener posiciones en estados del sur, como Virginia y Florida, base electoral tradicional del partido republicano.
La elección del 6 de noviembre repitió el patrón de «coaliciones sociales» de la elección de 2008, producto de una profunda polarización que se viene desarrollando en los últimos años: Obama conservó mayoritariamente el voto de los jóvenes, los afroamericanos, las mujeres, los inmigrantes -principalmente hispanos y asiáticos-, la clase media progresista y los asalariados con ingresos menores a U$50.000 anuales, concentrados en centros urbanos, lo que le ha permitido ganar la elección, mientras que el partido republicano ha mostrado que su base electoral se limita a los blancos, los sectores de ingresos superiores, los mayores de 65 años y los sectores tradicionales de la derecha religiosa (antiabortistas, homofóbicos, etc.) principalmente de las áreas rurales y suburbanas.
Desde el punto de vista demográfico, la mayoría de los analistas coinciden en señalar que la ventaja de Obama es que su base electoral está en expansión, para dar solo un ejemplo, los hispanos-americanos ya son el 10% del electorado, mientras que los sectores blancos que son la base republicana están en retroceso, lo que limitó las posibilidades de Romney de pelear la presidencia y estratégicamente le plantea un problema al partido republicano. A esto se suma que el peso interno que adquirió el Tea Party dentro de este partido, sobre todo a partir de su rol clave en la victoria en las elecciones de medio término de 2010, jugó en contra de expandir la influencia electoral republicana y chocó con un electorado que mayormente rechaza su agenda de extrema derecha tanto en el terreno económico como en el de derechos democráticos. Esto se expresó tanto en la derrota de la mayoría de los candidatos republicanos al Senado referenciados en el Tea Party, lo que amplió la mayoría demócrata en la cámara alta, como en la aprobación en tres estados -Washington, Maine y Maryland- del matrimonio igualitario por el voto popular.
Resistencia y «mal menor»
Sin embargo, este triunfo de Obama está lejos de expresar el entusiasmo y las ilusiones en el «cambio» que había despertado en amplios sectores populares en 2008, cuando la combinación del estallido de la crisis capitalista, el hartazgo con las políticas guerreristas de Bush y el impacto simbólico que implicaba elegir al primer presidente afroamericano, le dieron a Obama una victoria contundente que se expresó en una ventaja de casi 10 millones de votos para el partido demócrata.
Después de cuatro años de gobierno y de crisis económica, esas enormes expectativas se degradaron. Durante su primer mandato Obama no cumplió ninguna de sus promesas de campaña: la reforma del sistema de salud, lejos de brindar una cobertura universal, estatal y gratuita favoreció los negocios de las aseguradoras privadas sin mejorar las prestaciones ni aumentar los aportes patronales. La reforma financiera dejó intactos los grandes bancos y la estructura especulativa que llevó a la crisis de 2008. Continuaron los rescates a los grandes bancos y monopolios que aumentaron sus ganancias a niveles récord mientras la desocupación se mantuvo oficialmente entre un 10 y un 8%, aunque si se contaran a quienes ya no buscan empleo o quienes se ven obligados a aceptar trabajos part time, el porcentaje de personas con problemas de empleo se acerca al 20% y 46 millones de norteamericanos cayeron bajo la línea de pobreza. La prometida reforma migratoria que iba a legalizar a los trabajadores indocumentados ni siquiera empezó a discutirse.
Los afroamericanos siguen sufriendo las tasas de desempleo y criminalización más altas. En política exterior Obama continuó en lo esencial la «guerra contra el terrorismo» de Bush, aunque con un discurso más defensivo, buscando consensos y empleando la tecnología militar, como los aviones no tripulados, para disminuir la exposición y las bajas norteamericanas, que hacen muy impopulares las incursiones militares. Esta gran decepción llevó a la derrota demócrata en las elecciones legislativas de 2010 en las que gran parte de la base electoral de Obama directamente no fue a votar, lo que facilitó el fortalecimiento republicano, en particular del Tea Party. Esta tendencia se revirtió parcialmente en las elecciones de 2012, que distorsionadamente expresaron la resistencia de amplios sectores populares, incluyendo a los trabajadores, que optaron por Obama como «mal menor» frente a Romney, un empresario multimillonario con un programa de derecha basado en el dogma acuñado por Reagan del «estado chico» que combina medidas neoliberales con el ataque a derechos democráticos como el derecho al aborto.
Perspectivas
Las perspectivas del segundo mandato de Obama no son tranquilizadoras para la burguesía: la economía sigue registrando un crecimiento débil, de apenas del 2% en el tercer trimestre de 2012 (aunque mejor que el 1,3% del trimestre anterior). Ese crecimiento débil es insuficiente para crear los puestos de trabajo que permitan bajar cualitativamente la tasa de desempleo. La distribución del poder entre los dos partidos quedó intacta después de las elecciones, con los republicanos controlando la cámara baja y los demócratas con mayoría en el Senado, lo que augura nuevas crisis que paralicen la toma de decisiones fundamentales, como ya ocurrió con la ampliación del límite de endeudamiento estatal en 2010, lo que se torna particularmente grave para evitar el llamado «abismo fiscal», la combinación de recortes de gasto y suba de impuestos que entraría en vigor a principios de 2013 y amenaza con empujar a la economía nuevamente a la recesión. Esto ya llevó a la caída de Wall Street al conocerse los resultados de las elecciones. Si bien la política de Obama es de consensuar con los republicanos los ajustes y recortes para bajar el abultado déficit fiscal, haciendo las concesiones necesarias no está claro que esto sea posible.
En la política exterior, Obama enfrentará importantes desafíos, como la política hacia Irán (y más en general hacia el Medio Oriente), la finalización de la ocupación de Afganistán y la definición de una política más agresiva hacia China, reforzando las alianzas tradicionales de Estados Unidos con Japón y Corea del Sur. Mientras que la política «realista» de Obama y un sector republicano es administrar la decadencia hegemónica norteamericana evitando aventuras militares por fuera de la relación de fuerzas, que lleven a fracasos como la guerra de Irak, la presión de halcones internos y de aliados como el estado de Israel puede llevar a políticas agresivas con consecuencias impredecibles.
Bipartidismo y polarización
Las elecciones mostraron por un lado la profunda polarización social y política, expresada en la división según líneas sociales del voto demócrata y republicano y en el enfrentamiento ideológico y cultural entre ambos partidos. Pero a la vez volvieron a poner de manifiesto que demócratas y republicanos son las dos alas del mismo partido de la burguesía imperialista y que el sistema bipartidista, bajo las formas de la democracia burguesa, es la garantía de que la hegemonía del capital no sea desafiada. La burocracia sindical de la AFL-CIO, al mantener la subordinación de la clase obrera al partido demócrata es funcional a esta política. Los trabajadores norteamericanos y los sectores explotados vienen de un profundo retroceso que se ha expresado en niveles muy bajos de lucha de clases. Sin embargo, empieza a haber algunos síntomas de que esa tendencia podría revertirse.
La lucha de los inmigrantes, la emergencia de la juventud en el movimiento Occupy Wall Street, la resistencia a la ofensiva antisindical en Wisconsin, y más recientemente la huelga de 9 días de alrededor de 26.000 trabajadores docentes en Chicago, son algunos ejemplos. En el marco de la continuidad de la crisis capitalista iniciada en 2008 y de un segundo mandato de Obama con una debilidad mayor que el anterior, está planteado que los trabajadores, los inmigrantes y el conjunto de los explotados norteamericanos agoten su experiencia con el partido demócrata y avancen hacia una perspectiva de independencia de clase.
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