Recomiendo:
1

Las deportaciones son el huevo de la serpiente

Fuentes: CLAE

La noticia del inicio de las deportaciones por decisión del presidente estadounidense  Donald Trump dio la vuelta al mundo en minutos. Con sus formas brutales, provocadoras y directas logró los titulares en los medios de comunicación. Para amplificarla, dijo que enviaría 30 mil personas a Guantánamo y puso a la base nuevamente en el radar (ver El campo de concentración de Guantánamo sigue fuera del radar).  Es lo que quería.

Trump se diferencia bastante de la forma como deportan en Europa. Los estilos cuentan, pero en esencia hacen lo mismo. Las personas deportadas hacia Colombia o Brasil desde Estados Unidos sufren traumas similares a los que atraviesan aquellas que fueron trasladadas en aviones en 2024 desde Londres a Nigeria o Ghana. Tampoco hay que creer que sólo los países centrales son racistas y deportan de sus territorios. La República Dominicana caza y expulsa a quienes cruzan desde Haití. Y cada vez más gobiernos quieren construir muros (o alambradas) en sus fronteras.

Todos los días miles y miles de personas dejan sus países para escapar de guerras o simplemente en busca de una mejor vida. Son personas, pero se las “clasifica” de diferentes maneras. Las hay migrantes (legales o ilegales), indocumentadas, clandestinas, refugiadas, desplazadas, asiladas y otras tantas categorías creadas por Naciones Unidas y varios organismos internacionales.

Si bien las categorías han ayudado a que muchas personas pudieran instalarse legalmente fuera de sus países de origen, no es menos cierto que también sirven para excluir y deportar, si no se cumplen con ciertos requisitos.

Desde ya que la política de aceptar personas en un país tiene un alto contenido político y es selectiva. En Estados Unidos se habla mucho de los ilegales mexicanos y salvadoreños, pero muy poco de los que provienen de la India y conforman el tercer grupo de inmigrantes ilegales. Por otra parte, quienes toman una precaria balsa en Cuba y llegan al estado de Florida suelen ser aceptados y usados políticamente.

En Europa la política también cuenta. Mientras miles de ucranianos y sirios son aceptados, se rechaza a quienes tratan de llegar en embarcaciones precarias desde África. Europa ha convertido al mar Mediterráneo en un gran cementerio. Aunque la recopilación de datos es complicada y los números difieren, algunas ONG aseguran que más de 10.000 personas murieron sólo en 2024 tratando de atravesar el mar para llegar a las costas europeas.

Es interesante analizar el caso sirio. Según la Agencia de Refugiados de Naciones Unidas, desde el comienzo de la guerra civil en 2011, millones de sirios abandonaron el país y la gran mayoría se instaló en los países fronterizos:  Turquía, Líbano, Jordania e Irak. La ONU calcula que solo en Turquía hay más de tres millones de sirios, y al diminuto Líbano llegaron más de un millón y medio, país donde –además- hay iraquíes y palestinos que están desde hace décadas.

Pero del Líbano se escucha poco y nada. Las grandes agencias de noticias internacionales se focalizan en los problemas que tienen los países receptores de Europa –principalmente Alemania- aunque solo el 15 por ciento de las personas que abandonaron Siria llegaron al viejo continente. Apenas cayó Bashar al-Assad varios países europeos decidieron paralizar los pedidos de asilo y en Alemania la posibilidad de deportar a los sirios se metió de lleno en la campaña de cara a las elecciones del 23 de febrero.

Los países más ricos se dicen campeones en el respeto de los derechos humanos. Sin embargo, pareciera que los países más pobres son más solidarios que los ricos al momento de aceptar refugiados, aunque les sea mucho más difícil acogerlos.

Hay otro aspecto fundamental en el tema migratorio. La procedencia de las personas que llegan a un país influye para determinar qué lugar ocuparán en la sociedad. Si provienen de un país menos “desarrollado” o con un nivel de vida más bajo es muy probable que estas personas se dediquen a tareas que las locales rechazan por su baja calificación y paga.

La famosa película “Un día sin mexicanos” de 2003 retrataba las dificultades que tendrían los estadounidenses “puros” sin mexicanos ni latinos. En Francia, en 2005, el gran debate impulsado por las derechas giró alrededor de los plomeros polacos recién llegados que estarían cobrando menos y quitando el trabajo a los plomeros franceses. Paradojas de la historia, hoy en Polonia los trabajadores filipinos hacen algunos de los trabajos menos calificados como cuidadoras o servicios de limpieza.

Casi no existe país donde no haya personas recién llegadas que pasen a ocupar la capa más baja de la sociedad. Siempre hay alguien más bajo para denigrar y explotar.

La actitud hacia las personas que provienen de otros países contiene una gran contradicción. La mano de obra extranjera no calificada suele ser más barata que la local. Más aún si es ilegal. Pero como le quita trabajo a la gente nacida en el país se la puede demonizar justamente por esto. Por un lado, se la necesita y por el otro se la demoniza. El caso de los mexicanos en Estados Unidos o el plomero polaco en Francia son dos claros ejemplos de esta contradicción.

No es fácil hoy en día  concretar una deportación masiva de miles de personas. Lo sabe cualquier gobierno. Pero la arenga populista de una supuesta defensa del trabajo local frente a los “extranjeros” suele ser apoyada por muchos medios de comunicación y gana adeptos. Ya lo dijo Ingmar Bergman: es el huevo de la serpiente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.