Traducción de Carlos Valmaseda
La normalidad se está viendo trastornada. Durante los últimos ocho años mucha gente ha podido creer (al menos en las clases relativamente privilegiadas) que la sociedad es sensata, que el sistema, aunque chirriante, básicamente funciona y que el progresivo deterioro de todo, desde la ecología hasta la economía es una desviación temporal del imperativo evolutivo del progreso.
Una presidencia de Clinton nos hubiera ofrecido cuatro años más de esta simulación. Una mujer presidente tras un presidente negro hubiera significado para muchos que las cosas van mejor. Hubiera ocultado la realidad de la continuación de una economía neoliberal, guerras imperiales y extracción de recursos tras un velo de falso feminismo progresista. Ahora que hemos, en palabras de mi amigo Kelly Brogan, rechazado a un lobo con piel de cordero en favor de un lobo con piel de lobo, será imposible mantener esa ilusión.
El lobo, Donald Trump (y no estoy seguro de que se sintiese ofendido por ese apodo), no dorará las píldoras venenosas como han hecho las élites políticas los últimos 40 años. El complejo carcelario-industrial, las guerras sin fin, el estado de vigilancia, los oleoductos y la expansión de las armas nucleares se tragaban con más facilidad cuando venían acompañadas de una dosis, aunque fuese de mala gana, de derechos LGBTQ bajo un presidente afroamericano.
Quiero aplazar mi juicio sobre Trump y (con mucho escepticismo) mantener la posibilidad de que romperá con el consenso político de la élite sobre libre comercio y confrontación militar: los temas principales de su campaña. Uno siempre puede esperar un milagro. Sin embargo, dado que aparentemente carece de cualquier ideología política robusta, es más probable que llene su gabinete con halcones militaristas neocon, infiltrados de Wall Street y ladrones corporativos, pisoteando el bienestar de los blancos de clase obrera que lo eligieron proporcionándoles al mismo tiempo su propio baño de azúcar de conservadurismo social.
Los horrores sociales y medioambientales que se cometerán bajo una presidencia de Trump incitarán probablemente a una desobediencia civil masiva y a posibles desórdenes. Para los partidarios de Clinton, muchos de los cuales para empezar eran poco entusiastas, la administración de Trump podría señalar el fin de su lealtad a nuestras actuales instituciones de gobierno. Para los partidarios de Trump, la celebración inicial podría chocar con la cruda realidad cuando Trump demuestre ser tan incapaz o tan poco dispuesto como sus predecesores a retar los sistemas profundamente arraigados que degradan continuamente sus vidas: el capital financiero global y el estado profundo y sus ideologías programadoras. Añadamos a esto la posibilidad de una gran crisis económica y la desgastada lealtad del público al sistema existente podría romperse.
Estamos entrando en un tiempo de gran incerteza. Instituciones que han permanecido durante tanto tiempo que parecen idénticas a la realidad podrían perder su legitimidad y disolverse. Puede parecer que el mundo se desmorona. Para muchos, ese proceso empezó en la noche electoral, cuando la victoria de Trump provocó incredulidad, shock, incluso vértigo. «¡No puedo creer que esto esté pasando!».
En tales momentos es una respuesta normal encontrar a alguien a quien echar la culpa, como si identificar a un culpable pudiese restaurar la normalidad perdida, y arremeter con ira. El odio y echar la culpa son formas prácticas de dar sentido a una situación desconcertante. Cualquiera que discuta la narrativa de echar la culpa puede recibir más hostilidad incluso que los oponentes, al igual que en tiempos de guerra los pacifistas son más denostados que el enemigo.
El racismo y la misoginia son devastadoramente reales en este país, pero echar la culpa a la intolerancia y al sexismo por el rechazo de los votantes al establishment es negar la validez de su profundo sentimiento de traición y alienación. La inmensa mayoría de los votantes de Trump estaban expresando una profunda insatisfacción con el sistema de la forma más fácilmente disponible para ellos. (Véase, aquí, aquí, aquí, aquí). Millones de votantes de Obama votaron por Trump (seis estados que votaron dos veces por Obama cambiaron a Trump). ¿Se volvieron repentinamente racistas en estos últimos cuatro años? La narrativa de echar la culpa a los racistas (los tontos, los paletos) genera una clara división entre buenos (nosotros) y malos (ellos), pero violenta la verdad. También oculta una raíz importante del racismo: la ira desplazada de un sistema opresivo y sus élites hacia otras víctimas de ese sistema. Finalmente, emplea la misma deshumanización del otro que es la esencia del racismo y la condición previa para la guerra. Este es el coste de mantener una relato agonizante. Esta es una de las razones por la que paroxismos de violencia acompañan tan a menudo la desaparición de un relato definidor de una cultura.
La disolución del viejo orden que está ahora oficialmente en marcha se va a intensificar. Esto presenta una tremenda oportunidad y un tremendo peligro, porque cuando lo normal se desmorona, el vacío resultante atrae desde los márgenes ideas anteriormente impensables. Las ideas impensables van de juntar a los musulmanes en campos de concentración a desmantelar el complejo militar-industrial y cerrar las bases militares de ultramar. Van de controles y cacheos a nivel nacional a reemplazar el castigo al crimen con justicia restauradora. Todo se vuelve posible con el colapso de las instituciones dominantes. Cuando la fuerza que anima estas nuevas ideas es el odio o el miedo, le pueden seguir todo tipo de pesadillas fascistizantes o totalitarias, ya sea puestas en marcha por los poderes existentes o por aquellos que surjan de una revolución en su contra.
Es por ello por lo que, a medida que entramos en un periodo de intensificación del desorden, es importante introducir un tipo diferente de fuerza para dar vida a estructuras que puedan aparecer después de que las viejas se derrumben. Yo lo llamaría amor si no fuese por el riesgo de disparar vuestro detector de mierda New Age y, además, ¿cómo lleva uno de forma práctica el amor al mundo en el reino de la política? Así que empecemos por la empatía. Políticamente la empatía es similar a la solidaridad, nacida de la comprensión de que todos estamos juntos en esto. ¿En qué estamos juntos? Para empezar, estamos juntos en la incerteza.
Estamos saliendo de un viejo relato que nos explicaba cómo es el mundo y nuestro lugar en él. Algunos pueden aferrarse a él aún con más desesperación a medida que se disuelve, esperando quizá que Donald Trump lo restablezca, pero su salvador no tiene el poder de resucitar a los muertos. Tampoco Clinton hubiese sido capaz de mantener durante mucho más tiempo los Estados Unidos tal como los hemos conocido. Como sociedad estamos entrando en un espacio entre relatos, en el que todo lo que parecía tan real, verdadero, correcto y permanente entra en duda. Durante un tiempo, segmentos de la sociedad han permanecido aislados de esta descomposición (sea por fortuna, talento o privilegio), viviendo en una burbuja a medida que los sistemas contenedores económicos y ecológicos se deterioran. Pero no por mucho más tiempo. Ni siquiera las élites son inmunes a esta duda. Se aferran a briznas de pasadas glorias y estrategias obsoletas. Crean shibboleths superficiales y poco convincentes (¡Putin!), deambulando sin rumbo fijo de «doctrina» en «doctrina» -y no tienen ni idea de qué hacer-. Su desventura y falta de entusiasmo se veían fácilmente en estas elecciones, su incredulidad en su propia propaganda, su cinismo. Cuando los custodios del relato ya no se lo creen, sabes que sus días están contados. Es una cáscara vacía, funcionando por hábito e inercia.
Estamos entrando en un espacio entre relatos. Después de que varias versiones retrógradas de un nuevo relato hayan surgido y desaparecido y entremos en un periodo de verdadero desconocimiento, emergerá un auténtico próximo relato. ¿Qué haría falta para que en él se encarne el amor, la compasión y el inter-ser? Veo sus rasgos distintivos en aquellas estructuras y prácticas marginales que llamamos holísticas, alternativas, regenerativas y restauradoras. Todas ellas fuentes de empatía, el resultado de la pregunta compasiva: ¿Cómo es ser como tú?
Es hora de plantear esta pregunta y la empatía que genera en nuestro discurso político como nueva fuerza motriz. Si estás en shock por el resultado de las elecciones y sientes la llamada del odio, intenta quizá preguntarte: «¿Cómo es ser un partidario de Trump?» Pregúntatelo no con una actitud condescendiente y de superioridad, sino de verdad, buscando encontrar bajo la caricatura de misógino y racista a la persona real.
Incluso si las personas que tienes delante son misóginas o racistas pregúntate: «¿Es así como son en realidad?» Pregúntate que confluencia de circunstancias sociales, económicas y biográficas pueden haberles llevado ahí. Puede que todavía no sepas cómo entablar una conversación con ellos, pero al menos no entrarás automáticamente en beligerancia. Odiamos lo que tememos, y tememos lo que no conocemos. Así que dejemos de invisibilizar a nuestros oponentes tras una caricatura del mal.
Debemos dejar de comportarnos con odio. No lo veo menos en los medios liberales que en los derechistas. Solo está mejor disfrazado, oculto bajo epítetos pseudopsicológicos y etiquetas ideológicas deshumanizadoras. Al ejercerlo, creamos más. ¿Qué hay bajo el odio? MI acupuntora Sarah Fields me escribió: «El odio es solo un guardaespaldas para la aflicción. Cuando la gente pierde el odio se ven obligados a tratar con el dolor subyacente.»
Yo creo que el dolor subyacente es básicamente el mismo dolor que da vida a la misoginia y al racismo, el odio bajo diferente forma. ¡Por favor, deja de pensar que eres mejor que esa gente! Todos somos víctimas de la misma maquinaria que domina el mundo, sufriendo diferentes mutaciones de la misma herida de separación. Algo hiere ahí. Vivimos en una civilización que nos ha robado a casi todos nosotros una comunidad profunda, una conexión íntima con la naturaleza, el amor incondicional, la libertad para explorar el reino de la infancia y tantas otras cosas. El trauma profundo sufrido por los encarcelados, los que han sufrido abusos, los violados, los que han sufrido tráfico, los que han pasado hambre, los asesinados y los desposeidos no excluye a los que lo han perpetrado. Lo sienten como un reflejo, añadiendo daño a sus almas por encima del daño que los incita a la violencia. Es por ello que el suicidio es la principal causa de muerte en el ejército de los EEUU. Es por ello que la adicción está incontrolada entre la policía. Es por ello que la depresión es epidémica en la clase media-alta. Todos estamos juntos en esto.
Algo hiere ahí. ¿Puedes sentirlo? Todos estamos juntos en esto. Una Tierra, una tribu, un pueblo.
Hemos sopesado enseñanzas como estas durante mucho tiempo en nuestros retiros espirituales, meditaciones y plegarias. ¿Podemos llevarlas ahora al mundo de la política y crear un ojo de compasión dentro del vórtice del odio político? Es hora de hacerlo, hora de subir nuestro juego. Es hora de dejar de alimentar el odio. La próxima vez que publiques algo en línea, comprueba tus palabras para ver si se cuela alguna forma de odio: deshumanización, sarcasmo, menosprecio, escarnio, alguna invitación a «nosotros contra ellos». Date cuenta cómo sienta bien hacerlo, es como arreglar algo. Y date cuenta de cómo hiere por debajo y cómo, en realidad, no sienta bien. Quizá es hora de parar.
Esto no significa retirarse de la discusión política, sino reescribir su vocabulario. Es decir verdades duras con amor. Es ofrecer agudos análisis políticos que no llevan implícito el mensaje de «¿No es horrible esta gente?» Análisis así son raros. Normalmente los que hacen proselitismo de la compasión no escriben de política y a veces se desvían hacia la pasividad. Debemos enfrentarnos a un sistema injusto y ecocida. Cada vez que lo hagamos recibiremos una invitación a entrar en el lado oscuro y odiar a los «deplorables». No debemos evitar esas confrontaciones. En cambio, podemos entrar en conversación con ellos animados por el mantra interior que mi amigo Pancho Ramos-Stierle usa en las confrontaciones con sus carceleros: «Hermano, tu alma es demasiado hermosa para estar haciendo este trabajo.» Si podemos mirar el odio a la cara y no dudar nunca de ese conocimiento, accederemos a herramientas inagotables de combate creativo y ofreceremos una invitación convincente a los que odian a realizar su belleza.
Artículo original: charleseisenstein.net.
Blog del traductor: http://derrotaynavegacion.wordpress.com/