El consenso intelectual es que EE UU recorre un penoso camino de evolución económica, con tasas muy bajas respecto de su histórico desempeño, donde sobresale el desempleo.
Los demócratas retomaron el gobierno con Clinton sustentando el famoso lema «es la economía estúpido», algo que le cuesta mucho sostener a Barack Obama y sus seguidores en tiempos de crisis mundial. Es más, los progresistas que pensaron en un nuevo ciclo neokeynesiano luego de la debacle entre la crisis subprime de 2007 a la caída de Lehman Brothers en 2008, se desencantaron con los resultados de estos años, que en economía siguieron gestionados por los profesionales ligados a la banca, la Bolsa, la financiarización y la especulación. Es difícil imaginar el horizonte electoral, con republicanos que explícitamente demandan volver a la liberalización económica para estimular las inversiones de los más ricos, el 1% criticado por el movimiento «Ocuppy Wall Street»; y demócratas que pretenden la continuidad de una experiencia que confirma la tendencia creciente de las ganancias de las grandes corporaciones en simultáneo con el ajuste y despidos de trabajadores estatales con el argumento de achicar el gigantesco déficit fiscal (el mayor del mundo).
Estados Unidos está a punto de alcanzar el límite de deuda pública, establecido en 16,4 billones de dólares, que genera una constante hipoteca del gasto estatal en intereses. Una probabilidad es el desencanto medido en ausentismo electoral, y más probable pensar en un escenario de protesta social de trabajadores, desocupados, marginados y empobrecidos del país hegemónico. Es auspicioso consignar la magnitud del movimiento de indignados, que influye en la consolidación de la indignación global contra el capitalismo realmente existente.