George W. Bush fue relecto presidente de Estados Unidos y cuenta con mayor margen de respaldo en ambas cámaras del Congreso. Qué sigue ahora -en dicho país y en el mundo. Cualquier análisis debe comenzar con una valoración del mandatario. Bush es el presidente estadunidense más derechista desde la Gran Depresión. Es el presidente más […]
George W. Bush fue relecto presidente de Estados Unidos y cuenta con mayor margen de respaldo en ambas cámaras del Congreso. Qué sigue ahora -en dicho país y en el mundo. Cualquier análisis debe comenzar con una valoración del mandatario. Bush es el presidente estadunidense más derechista desde la Gran Depresión. Es el presidente más agresivamente reaccionario en la historia de Estados Unidos. Utilizo el término «reaccionario» en el sentido clásico -alguien que quiere retrasar el reloj político.
En su primer periodo en el cargo, Bush demostró que no intenta negociar ni ser moderado en su programa. Más bien intenta usar la aplanadora para lograr sus objetivos, atropellando las fuerzas de oposición y aun a los miembros débiles de su bando. Ya dijo que su relección le trajo capital político y que pretende hacer uso de éste.
Al interior del partido republicano, Bush cuenta con tres sectores de simpatizantes: la derecha cristiana, los grandes negocios y los militaristas. Cada uno se pavonea y mete presión para que Bush responda a sus intereses; sus prioridades, sin embargo, son muy diferentes y únicamente le brindan un respaldo nominal a las preocupaciones de los otros dos sectores.
Básicamente, la derecha cristiana se preocupa por los asuntos internos del país. Su mira se centra en dos cuestiones actuales: el matrimonio gay y el aborto. Para lograr sus intereses, este sector requiere una reforma constitucional. Y como pretende declarar ilegal el aborto, necesita que la Suprema Corte anule la decisión conocida como Roe v. Wade. Esto requiere, definitivamente, que haya nuevas designaciones en la Suprema Corte, de tal modo que pueda haber votaciones de cinco a cuatro en favor de la anulación. Actualmente hay tres magistrados listos para votar en esa dirección, pero uno está a punto de retirarse. Por tanto, Bush necesita designar tres magistrados comprometidos en contra de la decisión Roe v. Wade.
Pero este es sólo el principio del programa de la derecha cristiana. Este sector quiere deshacer toda la liberalización moral del siglo XX, lograda no sólo en Estados Unidos sino en Europa y el resto del mundo. Si en Estados Unidos pudiera interponerse en asuntos como el matrimonio gay o el aborto, trabajaría de inmediato para prohibir el control de la natalidad, volver ilegal el sexo homosexual, limitar el divorcio o acabar con él. Algunos incluso quieren dejar a las mujeres fuera de la fuerza de trabajo y de las votaciones. Otra parte de su programa implica retrasar el reloj respecto del racismo y para que Estados Unidos se restablezca como un país dominado social y políticamente por los protestantes blancos. Comenzarían por anular toda forma de acción afirmativa y de ahí procederían con la inmigración y tal vez con el derecho al sufragio. Esto desgarraría toda la evolución social que emprendiera Estados Unidos desde el inicio del siglo XX.
Por supuesto, esto expresa las intensiones del grupo más extremo. Pero debe resaltarse que, al momento, este grupo extremo controla la mayor parte de las estructuras políticas de la derecha cristiana y juega un papel importante en el partido republicano. Su estrategia política es lograr que las cortes permitan a las legislaturas hacer estas cosas, designando a personas lo suficientemente jóvenes que garanticen la institucionalización de estas decisiones y luego elegir tales legislaturas.
¿Puede lograrlo? La derecha cristiana está en mejor posición que nunca para hacer que ciertos tipos de jueces sean designados. Podría ser capaz de conseguir reformas constitucionales, aunque esto requiere dos tercios del voto del Senado y la confirmación de tres cuartas partes de los estados. No será fácil, pero no es imposible, sobre todo si Bush respalda su intento.
No hace falta decir que dicho intento se combatirá políticamente y molestará a una todavía importante minoría de los llamados republicanos moderados. Bush saldrá en apoyo de los cristianos de derecha siempre y cuando no pongan en peligro lo que intenta en el frente económico, pues esto es más importante para él en lo personal y, por supuesto, para sus simpatizantes de los grandes negocios.
¿Qué quieren los empresarios conservadores? También desean retrasar el reloj -en lo relativo a impuestos, regulaciones ambientales, demandas legales contra ellos, costos de la salud. En cuanto a los impuestos, su idea es simple: desplazar la carga fiscal de los ricos a los que no lo son. Han intentado hacerlo de varias maneras: mediante la reducción de las tasas fiscales para las categorías más altas, con la anulación de los impuestos a los dividendos y mediante las llamadas reformas a la seguridad social y el seguro médico. El objetivo inmediato es lograr que los principales recortes fiscales obtenidos en el primer gobierno de Bush se vuelvan permanentes, y permitir, con las llamadas cuentas individuales, que los programas de seguridad social sean optativos. Esto último haría posible que las personas más jóvenes y más acomodadas dejaran de contribuir al monto que ahora sirve para pagar los fondos de retiro. Ahondar estos cambios llevaría a eliminar del todo la seguridad social (un logro del gobierno de Roosevelt en 1935) y luego el impuesto sobre la renta (legalizado en 1913 por reforma constitucional). Los ingresos del gobierno estarían entonces asegurados por un impuesto parejo o por un impuesto nacional sobre la venta, ambos altamente regresivos.
En cuanto a lo ambiental, la mayor parte del programa de Bush se emprenderá mediante decreto del ejecutivo, aunque seguirán buscando que el oleoducto de Alaska pase por la decisión de la legislatura. Confían en que las cortes transformadas no los frenen. Lo mismo ocurre con los esfuerzos por constreñir los llamados litigios de acción de clase (class action suits), mediante las cuales se somete a cuentas a las grandes empresas por sus infracciones. En este rubro, Bush intentará promulgar una «reforma de agravios» que limite los montos de castigo financiero que pueden imponer las cortes. Y, por supuesto, Bush está empeñado en no hacer nada para constreñir a las compañías farmacéuticas por su indecente nivel de ganancias, pese a que busca promulgar las llamadas reformas al seguro médico, que de hecho reducirán sus beneficios reales.
Esto también se combatirá en lo político. Las mayores restricciones al gobierno de Bush vendrán menos de los demócratas que del más sofisticado estrato capitalista, que hoy se preocupa por la posible dilución del dólar y la monstruosa deuda gubernamental, que crece a pasos agigantados, lo que resultaría en un desastre para la bolsa de valores. Algunos comienzan a decir que, si ocurren estos cambios, el gobierno de Estados Unidos debe aminorar sus costos. Y es sólo del presupuesto militar de donde puede recortarse un monto significativo, en el corto plazo, lo que nos lleva al tercer sector simpatizante, los militaristas, incluidos los neoconservadores.
Los militaristas quieren regresar a la época, más reciente, en que Estados Unidos era la incuestionable potencia hegemónica del mundo y podía dictar lo que ocurriera en cualquier parte, o casi. Durante el primer gobierno de Bush este sector se situó en primer lugar y la pregunta es si puede mantener su posición en este segundo periodo. Es claro que la guerra contra Irak no resultó como habían pronosticado los militaristas y los neoconservadores. En casa tienen dificultades, y no únicamente con el movimiento contra la guerra; también con las fuerzas conservadoras y centristas que lamentan la locura y el costo económico de la invasión. Queda claro también que, aunque las propias fuerzas armadas estaban felices de tener más dinero para su equipamiento, rezongan ante la posibilidad de quedar atrapados, de nuevo, en un conflicto militar que no tienen certeza alguna de ganar. Temen el rebote negativo que implicaría para las fuerzas armadas una retirada. Los altos mandos recuerdan Vietnam, tiempo en el que ellos eran los oficiales jóvenes.
Los militaristas civiles parecen desear un rápido despliegue de avance -invadir Irán, Cuba. Sin embargo, este aspecto del programa de Bush es el que tiene menos probabilidad de conseguirse o de intentarse siquiera. Más allá de la hostilidad mundial hacia Estados Unidos por ser un «Estado bravucón» (Hungría decidió anunciar la retirada de sus tropas de Irak un día después de las elecciones estadunidenses), el paso con pies de plomo de los altos mandos hallará considerable respaldo en el sector de los grandes negocios, horrorizado ante el continuo drenado financiero de las guerras -que amenaza la posibilidad de lograr los cambios económicos que busca.
Lo que podemos esperar de Bush es que le pise al acelerador. Pero al hacerlo arriesga tropezarse con las divisiones de su propio bando y con serias críticas a escala mundial que lo fuercen a retirarse de Irak. El resultado neto sería un fuerte movimiento contra la guerra en Estados Unidos, que podría revitalizar a la izquierda, y un fuerte resurgimiento del aislacionismo -que históricamente tuvo base social en la izquierda y la derecha. En el largo plazo, tiene pocas posibilidades el programa de Bush en el sistema-mundo. Pero, por el momento, tiene muchas en lo relativo a las cuestiones internas del país. Tal vez estemos ante un sistema judicial que fuerce el retroceso de la vida social. Y si eso ocurre, la polarización de la vida política de la que todos hablan puede escalar a serios niveles de conflicto interno. Estados Unidos es el gran perdedor de las elecciones de 2004; tal vez el mundo gane algo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein