Recomiendo:
0

Las mujeres sudanesas que lucharon contra el militarismo de Jartum durante décadas sentaron las bases para la revolución que está en marcha en Sudán

Las muchas madres de la Revolución sudanesa

Fuentes: Al Jazeera

Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.

 


Alaa Salah, estudiante de Ingeniería de 22 años, dirigiéndose a la multitud durante las concentraciones de protesta el pasado 10 de abril en Jartum

 

El 10 de abril la fotografía de Alaa Salah, estudiante de Ingeniería de 22 años, cantando frente a una multitud de manifestantes se volvió viral, llamó la atención del mundo y rompió el bloqueo de los medios de comunicación internacionales sobre las protestas de Sudán.

Rápidamente quedó marcada como el «símbolo» de la revolución sudanesa y su imagen encaró al espurio ideario normativo que representa a las mujeres musulmanas como oprimidas y políticamente pasivas. Los medios de comunicación internacionales se obsesionaron con la valentía de su acto y lo excepcionalizaron, desaprovechando una oportunidad singular para analizar el papel central que han desempeñado las mujeres sudanesas en la revolución hasta ahora y el contexto histórico general en el que ha surgido su activismo.

En realidad, la historia de Sudán ha estado salpicada de figuras femeninas emblemáticas: desde Kandaka de Meroe (la reina nubia), cuya estrategia militar impidió a Alejandro Magno conquistar tierras nubias en el año 332 a.C., pasando por la doctora Jalida Zahir, la primera médica de Sudán, detenida por los británicos en 1946 por oponerse a la dominación colonial, hasta Fátima Ibrahim, destacada comunista y dirigente de la Unión de Mujeres Sudanesas que luchó por el derecho de las mujeres al voto, a la igualdad salarial y a la baja por maternidad.

Para nosotras, dos mujeres de Gezira y Darfur, es importante destacar que aunque algunos de estos iconos feministas del centro y norte de Sudán han recibido reconocimiento, durante décadas se ha ignorado el papel determinante que las mujeres de la clase trabajadora y las mujeres de las regiones marginadas han desempeñado como impulsoras de la resistencia popular contra la dictadura, la marginación política y la violencia estatal en Sudán.

En este sentido, Alaa es no solo heredera de destacadas feministas sudanesas sino también de generaciones de mujeres anónimas de todo Sudán que han estado a la vanguardia de la resistencia contra el régimen. Su lucha por la dignidad y la libertad ha sentado bases firmes desde las que ella y muchas otras jóvenes manifestantes pueden dar un paso en su valerosa lucha contra el régimen.

Lo que dijo Alaa y el mundo no escuchó

Aunque se ha escrito mucho sobre la imagen de Alaa, los medios de comunicación internacionales han ignorado casi todo lo que dijo ese día: «Nos han encarcelado en nombre de la religión, nos han quemado en nombre de la religión, nos han matado en nombre de la religión», cantó, citando un poema del poeta sudanés Azhari Mohamed Ali. «Pero el islam es inocente. El islam nos dice que levantemos la voz y que luchemos contra los tiranos… No es la bala lo que mata. Lo que mata es el silencio del pueblo» [Título del poema de Azhari que Alaa recitó].

La recitación de Alaa no fue un acto excepcional. Su actuación pública recoge una larga tradición de mujeres sudanesas que recitan poemas de alabanza y de lamento para honrar a los muertos, para levantar la moral de los guerreros y para oponerse a los líderes despiadados.

Entre las poetisas sudanesas más conocidas se encuentran Meheira Bint Abud, de Nubia, afamada por recitar poemas a los combatientes sudaneses que luchaban contra los ejércitos invasores del jedive egipcio Mohammed Ali Pachá, y el icono anticolonial Hawa al Tagtaga, de Kurdufan, encarcelada por los británicos después de interpretar canciones nacionalistas en el Teatro del Trabajo de Atbara, en vísperas de la independencia de Sudán [1956].

Pero lo más importante es que a través del poema que recitó, Alaa, como muchas mujeres sudanesas antes que ella, se estaba rebelando contra la perniciosa práctica del régimen de utilizar la religión en sus campañas represivas para silenciar la disidencia. En 1992, tres años después de que Omar al Bashir tomara el poder mediante un golpe militar, su gobierno aprobó una serie de leyes de «orden público» bajo el pretexto de «aplicar la ley islámica» en buena parte del país.

Estas leyes permitieron que su aparato de seguridad criminalizara a las mujeres que llevaban pantalones, que se dejaban el pelo al descubierto, que cantaban canciones «inmorales» en bodas y conciertos y que salían con amigos. Los agentes de seguridad utilizaban esas leyes muchas veces para acosar y detener a mujeres periodistas, músicas y disidentes que criticaban al régimen.

En 2009, por ejemplo, la periodista Lubna al Husein, reconocida crítica del régimen, fue condenada a 40 latigazos por llevar pantalones en público pero se enfrentó a esa acusación ante los tribunales. Ese mismo año, Silva Kashif, de 16 años, una joven cristiana del sur de Sudán que vive en Jartum, fue azotada 50 veces por llevar una falda por debajo de las rodillas después de habérsele negado el derecho a un juicio.

Estas leyes de orden público también se utilizaban para atacar y debilitar sistemáticamente el sustento de las mujeres de la clase trabajadora. En 2017, por ejemplo, el régimen prohibió a 380 vendedoras de té trabajar en la calle Nilo, en el centro de Jartum. Las mujeres, encabezadas por la Asociación de Comerciantes de Alimentos y Bebidas, se defendieron organizando una concentración para exigir la revocación de la prohibición. Esa misma asociación está hoy en día a la vanguardia de las protestas contra el régimen en Jartum.

Las mujeres de la periferia resisten

La religión y la identidad arabizada han sido instrumentalizadas desde hace mucho tiempo por la élite gobernante sudanesa con el fin de suprimir la disidencia entre varios grupos de zonas periféricas de Sudán.

Como nos indicó Roselyn Onyeka, activista sudanesa del sur, la «periferia» de Sudán ha resistido a las campañas asimilacionistas de los sucesivos regímenes del norte y a sus políticas de concentrar los recursos en la capital y en las zonas circundantes, dejando a otras regiones empobrecidas y subdesarrolladas.

En la década de 1980, mujeres y hombres del sur dirigieron protestas no violentas contra el régimen del dictador sudanés Gaafar Nimeiry, contra su pretensión de imponer la ley islámica a una nación multirreligiosa y su campaña de detención, tortura y asesinatos de disidentes civiles.

Onyeka todavía recuerda vivamente el día en que participó en una protesta contra la imposición de los estudios árabes e islámicos como requisito previo para obtener un certificado de estudios secundarios a mediados de la década de 1980. En ese momento era estudiante de secundaria y recuerda que encabezó una manifestación de chicas frente a su escuela para exigir que se pusiera fin a esta política discriminatoria.

«Vimos cómo se acercaba un tanque militar apuntándonos con su arma. Si no hubiera sido por un soldado del norte que rechazó las órdenes de su comandante y salió del tanque para apuntar el arma al aire todas hubiéramos muerto ese día».

Onyeka afirma que las mujeres de su Ecuatoria Oriental siempre han desempeñado un papel decisivo en prevenir la violencia intercomunitaria y como mediadoras a favor de la paz entre las comunidades.

Del mismo modo, en Darfur, las hakamat o mujeres poetisas, han desempeñado históricamente un papel social y político relevante como historiadoras orales y como impulsoras o disuasoras de la guerra. En los últimos años han participado en iniciativas para la consolidación de la paz y han criticado abiertamente a los miembros del régimen.

Asimismo, las mujeres también se unieron a la lucha armada como combatientes y estrategas en el Sudán Meridional, en las Montañas Nuba y en otros lugares. Katibat Banat, por ejemplo, un batallón exclisivamente de mujeres que formaba parte del Movimiento/Ejército de Liberación del Pueblo del Sur (SPLM/A, por sus siglas en inglés), desempeñó un importante aunque infravalorado papel durante la segunda guerra civil de Sudán.

Es importante señalar, sin embargo, que los movimientos de resistencia armada en estas regiones, surgidos sobretodo después de la resistencia no violenta contra la exclusión política, el subdesarrollo y la fabricada escasez de alimentos, fueron violentamente reprimidos por los regímenes postcoloniales.

Esta historia de resistencia no violenta liderada por mujeres (y hombres) en el sur de Sudán, Darfur, las Montañas Nuba y el este de Sudán, ha sido borrada y re-escrita en los libros de historia y en la memoria pública de Sudán. Es esta exclusión deliberada la que ha llevado a muchos a considerar erróneamente que las revoluciones de Sudán (la de 1964, 1985 y la de ahora en 2019) no tienen conexión con los movimientos de resistencia popular de las zonas marginadas del país, a pesar de que las protestas de diciembre comenzaron en la periferia.

Cuando el centro y la periferia se unen

Cuando las mujeres salieron a las calles de Jartum y de otras ciudades del centro del país para protestar junto a los hombres, se enfrentaron a toda la brutalidad del aparato de seguridad de Al Bashir. Las mujeres manifestantes fueron detenidas, torturadas y asesinadas por las fuerzas de seguridad igual que sus compañeros. Fueron muchas las detenidas que sufrieron agresiones sexuales de sus carceleros.

Aunque esas tácticas brutales se habían utilizado en el pasado contra manifestantes y disidentes en Jartum, las comunidades del sur y del oeste del país las han padecido en mayor grado. Durante décadas y bajo el pretexto del estado de emergencia, el régimen ha perpetrado ataques indiscriminados contra civiles y ha reprimido brutalmente a la sociedad civil y a la resistencia ciudadana liderada por los y las jóvenes.

Según iban cobrando impulso las protestas, las mujeres de las zonas rurales aprovecharon la oportunidad para hablar de estas atrocidades en sus propias comunidades fuera de la capital.

En un vídeo ampliamente difundido en las redes sociales sudanesas poco después de la expulsión de Al Bashir, se puede ver cómo una mujer anónima que protesta en Kurdufan canta: «De Kurdufan [la revolución] ha surgido después de que nos disparasen. Este es un gobierno sin sentimientos… y en las Montañas Nuba, igual que en Darfur, la sangre es muy cara. Protegeremos nuestra tierra, oh campesino. ¡Nuestro Sudán será liberado!».

Mujeres de zonas rurales y periféricas han viajado a Jartum para apoyar las protestas y asegurarse de que sus reivindicaciones de inclusión política y justicia se cumplan. En la sentada frente al cuartel general militar , una manifestante de Darfur que quiso permanecer en el anonimato nos contó cuán familiar le resultaba el ciclo de muerte y dolor que han sufrido las mujeres en los últimos cuatro meses en Sudán central, y en particular las madres.

La gente de su comunidad desplazada en el sur de Darfur lleva enfrentándose a la muerte y a la violencia a manos de las milicias gubernamentales desde 2003; las agresiones sexuales se han utilizado sistemáticamente contra las mujeres como parte de esas embestidas brutales. Insistió en que los responsables de esos crímenes de guerra deben ser llevados ante la justicia.

Las jóvenes de la periferia han asumido asimismo la tarea de dar a conocer a los y las revolucionarias de Jartum sus luchas y la importancia de que les consideren parte integral del proyecto de construcción de un nuevo Sudán.

La semana pasada, un grupo de mujeres y hombres jóvenes de Darfur, por ejemplo, decidieron lanzar una campaña para concienciar sobre las atrocidades que el régimen ha cometido en lugares como Darfur, las Montañas Nuba, el estado del Nilo Azul, el Sudán oriental, el Sudán meridional y el extremo norte, donde las presas construidas por el Gobierno han desplazado a decenas de miles de personas. Prepararon una sencilla exposición de fotografías que documentan esas atrocidades dentro de una carpa improvisada en el centro de la sentada. Conversando con nosotras, las jóvenes que montaron la exposición expresaban su esperanza de organizar talleres y conferencias de educación política, y ayudar a que más gente reconozca las devastadoras consecuencias de la negación colectiva.

Construir el nuevo Sudán que queremos

Es esencial destacar las voces de las mujeres que han luchado y sufrido la opresión del régimen durante décadas especialmente cuando los medios de comunicación internacionales se centran principalmente en la actual sentada de Jartum.

El foco miope que se ha puesto sobre la capital ha obviado las protestas que se están produciendo en lugares como Zalingei y Nyala en Darfur, en Port Sudan y Gedaref en el este, en Atbara al norte, en Wad Medani en Gezira y en Singa en el estado de Sennar.

Aunque en Jartum el ejército empezó a proteger a los manifestantes de los disparos de francotiradores desplegados por el Ministerio del Interior, fuera de la capital no intervino para poner fin a la violencia. El día que Al Bashir fue expulsado las fuerzas de seguridad mataron a unos 13 civiles fuera de la capital.

No debemos olvidar que el ejército constituye parte integral del régimen anterior y que si se mantiene la presencia del círculo íntimo de Al Bashir en la política el régimen se reproducirá y sobrevivirá. Sólo cuando esté totalmente desmantelado podremos comenzar la tarea de construir un nuevo Sudán dirigido por un gobierno civil de transición. Pero este proceso tiene que contar con las mujeres, las más afectadas por nuestra economía de guerra extractiva y por la represión política.

Con esta idea en mente, el 14 de abril una coalición de grupos de mujeres que han movilizado a la gente y liderado las protestas a lo largo de este levantamiento, emitió un comunicado de apoyo a la Declaración de Libertad y Cambio, en el que exigían que al menos el 50% de quienes compongan el nuevo gobierno de transición sean mujeres, y que se lleven a cabo actuaciones a favor de las representantes de las regiones marginadas.

El hecho de que los manifestantes -tanto mujeres como hombres- hayan dejado claro que rechazan la nueva dirección del consejo militar es una señal alentadora. El jefe del Consejo, el General Abdel Fatah al Burhan, y su adjunto, Mohamed Hamdan Dagalo (también conocido como Hemeti) son responsables de innumerables crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad cometidos por fuerzas bajo su mando en Darfur y en el Sudán meridional. Toda tentativa que se lleve a cabo desde el extranjero para blanquear sus antecedentes no surtirá efecto en nuestro país.

Entre tanto, dentro del movimiento de protesta se ha producido también mucha concienciación sobre la opresión social. En las concentraciones las mujeres han organizado marchas para exigir que los hombres rechacen decididamente la cultura del acoso sexual que ha hecho sentir inseguras a muchas mujeres en los espacios de protesta. Los llamamientos de la Asociación de Profesionales Sudaneses a que sean las manifestantes quienes dirijan las actividades de limpieza también han sido rechazados y criticados con contundencia.

En muchos sentidos, la concentración se está convirtiendo poco a poco en un microcosmos del tipo de sociedad que la gente joven quiere construir, en la que el cambio social que persiguen se convierta en una realidad política.

Las jóvenes con las que hablamos nos transmiten que hay muchas razones para la esperanza pero que esta revolución, que lleva décadas en marcha, no ha hecho más que empezar…

 

Nisrin Elamin, sudanesa, es doctoranda en Antropología en la Universidad de Stanford.

Tahani Ismail, también sudanesa, es trabajadora social y activista de derechos humanos en Nyala, Darfur.

Fuente: https://www.aljazeera.com/indepth/opinion/alaa-salah-sudanese-mothers-190501175500137.html