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Lecciones de Líbano: repensar los movimientos de liberación nacional

Fuentes: Al Adab Magazine

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

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«Mulahiza«, sugería una pequeña impresión en la parte inferior del flyer electrónico: «La mubariyat Mundial fi hadha al-waqt«(1). La hora de la conferencia que Samah Idris había organizado en el Club Saaha, el jueves, 29 de junio de 2006 precisamente a las 19.30 h. estaba cuidadosamente pensada para que no coincidiese con ningún partido de los cruciales cuartos de final de la Copa del Mundo 2006. Acababan de terminar los octavos de final el 27 de junio, cuando Brasil derrotó a Gana por 3 a 0, y Francia derrotó a España por 3 a 1. Los libaneses (y los palestinos) estaban de hecho muy contentos a juzgar por las numerosas banderas de colores que ondeaban en todas las zonas residenciales y comerciales de Beirut (e incluso en todos los campamentos de refugiados palestinos) la mayoría de Brasil y Francia y alguna que otra de Gana o de España que se veía en algunas partes de la ciudad. La gente se estaba preparando para el 30 de junio, cuando Alemania iba a jugar con Argentina e Italia con Ucrania. Así que Samah Idris, el Editor jefe de la revista Al Adab Magazine y los organizadores de la conferencia en el Club al Saaha habían plantado su iniciativa en medio de estos cuatro cruciales partidos con la esperanza de conseguir la máxima audiencia posible -y tenía razón. La sala de conferencias de tamaño medio en el Club al Saaha, en Wata al-Musaybeh estaba abarrotada, con Ahmad Dallal, Rania Masri, y As’ad Abu-Jalil, tres distinguidos intelectuales y académicos libaneses, turnándose para reflexionar sobre el Imperio estadounidense y las estrategias para resistirlo.

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La confianza feliz y la frivolidad juguetona de prestar atención a la calamidad política más urgente de la historia contemporánea (la obsesión del incompetente Imperio estadounidense) mientras se presta atención a los caprichos dramáticos de la Copa del Mundo conlleva una cierta clase de brillantez imaginativa y afirma una singular generosidad de espíritu que únicamente algunas culturas intelectuales urbanas en el mundo pueden penetrar, reunir y demostrar. La gracia cosmopolita y la próspera cultura política de Líbano, característica evidente para cualquier observador casual o visitante de temporada en Beirut hasta junio de 2006, ha de remontarse al coraje normativo y moral de una nación, ahora envenenada, para jugar un papel central en su historia regional.

Probablemente el rasgo más predominante de este urbanismo cosmopolita en las raíces de la cultura política libanesa es que está arraigado en las duras y vertiginosas experiencias de una nación profundamente traumatizada durante generaciones y décadas de sucesivas migraciones palestinas, de salvajes invasiones israelíes, de beligerante ocupación siria, de insidiosa interferencia de la República Islámica [de Irán], de crónica lucha sectaria, todo lo cual se ve reforzado por las espectaculares diferencias de clase, evidentes en los veraneantes saudíes y jaliyíes [árabes del Golfo Arábigo-Pérsico] que obscenamente hacen ostentación de su riqueza frente a los ruinosos campamentos de refugiados palestinos y frente a una emergente de subalternos desclasados srilankeses y otros esclavos modernos que componen la clase baja libanesa. Líbano, pues, transpira una cultura política cosmopolita no a pesar de las calamidades que conforman su historia moderna sino, de hecho, por esas calamidades. La gracia imaginativa y la desafiante disposición de la cultura política libanesa están lejos de ser superficiales: entroncan directamente con una urbanidad de imaginación moral ejemplar en su coraje y proverbial en su determinación.

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Cuando Israel lanzó su salvaje ataque contra cada palmo del territorio libanés a mediados de julio de 2006, existían todas las razones para creer que Líbano seguía su camino para sobrevivir a sus históricos infortunios -con civismo, gracia y esperanza- dejando atrás y perdonando las barbaridades previas de su vecino sionista, y la viciosa guerra civil que deliberadamente Israel había instigado y alimentado con evidente y consentida traición. Había esperanza para Líbano en las repercusiones de la retirada israelí de sus territorios del sur. La invasión y ocupación habían tenido lugar y habían acabado en desgracia. La guerra civil había dejado exhaustos todos los enfrentamientos mutuamente destructivos entre facciones y Líbano estaba todavía intacto en cuerpo y alma. Los sirios habían recogido sus cosas y se habían ido. Los revolucionarios de Gucci se habían manifestado por centenares de miles en marzo contra Siria e hicieron sentir su presencia, al igual que lo hicieron los pobres y los privados de derechos de Líbano, los shi’íes en particular -quienes también fueron una fuerza con la que contar. Parecía que existía un justo equilibrio de clases e intereses, una coalición bastante representativa alrededor de la división política. La extraña combinación de la burguesía pro-estadounidense y francófona (que no oculta a sus criadas srilanquesas) se encontró y se igualó con los miserables de la tierra libanesa, los empobrecidos shi’íes, los palestinos sin derechos y toda una serie de esclavos de esta época [procedentes] de Siria, de Iraq, de Bangladesh, de Sri Lanka, y de todo el mundo árabe y musulmán. El camino y la lucha hacia adelante de los libaneses parecían sostener una economía activa y una próspera cultura política. Sea lo que fuere que hiciese o no hiciese el difunto Primer Ministro Hariri, y como quiera que lo hiciese o no lo hiciese, el centro de Beirut transpiraba una emergente confianza -las tiendas estaban llenas de productos y clientes, había frutas y verduras en abundancia, actividades culturales, programas de TV, prensa bulliciosa, campus universitarios, obras de teatro, el dinero que la Fundación Ford y otras fundaciones estadounidenses y europeas estaban invirtiendo en la imaginación creativa libanesa- todo indicaba que no solo había esperanza sino confianza en lo que estaba ocurriendo -y en que lo que estaba ocurriendo era bueno, prometedor, hermoso y esperanzador. Entre la burguesía empresarial y el sufrimiento acumulado de la clase trabajadora una diferencia era obvia: había una lucha en proceso, una lucha con la que se hace la historia, con la que la que surgen los partidos políticos y con la que se conforman las ideologías- y en medio de todo aquello, un pueblo que se nombra asimismo, una nación de sentimientos comunes que se forma, un país que se llama patria. Podría decirse por el número de libaneses que viven fuera de su país pero que regresan a pasar sus vacaciones de verano, por el dinero y los regalos que llevan a sus familias y por aquellos miembros de la misma familia que estaban llevando una vida feliz y satisfactoria dentro de Líbano, que Líbano estaba unido y se llamaba a si mismo, de nuevo, patria.

Todos los indicadores en el verano de 2006 apuntaban a que había esperanza para Líbano. Siria se había ido, Hezbolah formaba parte del gobierno, las facciones religiosas se estaban reagrupando, los revolucionarios de Gucci eran inexorables, la blanqueada burguesía era visiblemente invisible, la izquierda progresista retaba a la vieja y cómplice generación de intelectuales libaneses anti-sirios y pro-estadounidenses; de modo que todo iba bien. Líbano hubiera podido ser un ejemplo como modelo de tolerancia ecuménica, diversidad ideológica, pluralismo político, sincretismo social. El paseo por la Corniche entre el Restaurante Rawda y el monumento a Gamal Abdl al-Naser en Beirut tenía tantas mujeres con velo como en biquini; las canciones de Abd al Hamid Hafez y de Fairus sonaban, los narguiles ardían, las pantallas de TV que la gente veía mostraban al goleador argelino-francés Zinedine Zidane golpeando con la cabeza al defensa italiano Marco Materazzi. Que Líbano no era un semillero de fanatismo religioso -ni un Estado judío, ni una República Islámica, ni verdaderamente una colonia cristiana del imperio estadounidense- era evidente en el elegante pero equilibrado semblante libanés.

¿Por qué, bajo esas circunstancias, invadió Israel Líbano estando como estaba inmerso en otro frente, destruyendo la infraestructura palestina de Gaza y continuando descaradamente con el robo de la tierra palestina de Cisjordania?

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Una mirada rápida al salvajismo vicioso con el que Israel invadió Líbano, particularmente al patrón [seguido en] los bombardeos de la fuerza aérea, naval y terrestre israelí que comenzó el 12 de julio de 2006 y siguió a pesar de los llamamientos internacionales para el alto el fuego -todos los países del mundo excepto EEUU, Gran Bretaña e Israel- indica que la invasión israelí fue: 1) larga en sus preparativos; 2) contra todo el país como objetivo y en ningún modo limitada a Hezbolah; 3) destinada, según el modelo rumsfeldiano de «golpe y temor» a mutilar la soberanía nacional, la política, la sociedad, y la economía libanesa durante una nueva generación. Tal y como documentó el mundo de la prensa y confirmó Amnistía Internacional, Israel sumó «[…] más de siete mil ataques aéreos y dos mil quinientos bombardeos navales particularmente concentrados en áreas civiles […] La mayoría de las 1.183 muertes de libaneses fueron de no combatientes; en torno a un tercio eran niños, según se ha documentado» (Financial Times, 23 de agosto de 2006). La salvaje invasión de Líbano no se limitó, por supuesto, a esas bajas civiles (una marca registrada israelí en Palestina) sino que incluyó el otro pasatiempo sionista de forzar a más de un millón de personas a huir de sus hogares creando una crisis de refugiados en Líbano. Mientras «destruía miles de hogares principalmente en zonas de musulmanes shi’íes del país», informa Amnistía Internacional, el ejército israelí voló más de 80 puentes alrededor del país. «[…] Amnistía critica asimismo los ataques contra infraestructuras de agua y gasolineras que no tenían ningún valor militar» (Financial Times, 23 de agosto de 2006). El extremo de este vicioso salvajismo se hace aún evidente en el modo en que el Estado judío atacó la infraestructura económica de Líbano. El Financial Times señala:

«[…] La fuerza aérea israelí ha dirigido su sofisticado arsenal de armas de precisión contra la fábrica económica libanesa. Al menos 45 grandes fábricas han sido abatidas por los ataques aéreos israelíes según la lista compilada por empresarios libaneses. En la lista se encuentran fábricas de madera, de productos médicos, textiles, papel y una planta de producción de leche. ‘Proctor’ y ‘Gamble’, en Beirut, han resultado bombardeadas con daños en su stock de 20 millones de dólares. En total, el 95% de la industria se ha desmoronado, según la Asociación de Industriales Libaneses. Aquellas empresas que no han sido bombardeadas directamente han quedado paralizadas a causa del bloqueo israelí». (William Wallis: «Industrialists Count Cost of Bombing,» Financial Times 5-6 de agosto de 2006).

En la evidencia de los hechos sobre el terreno, en la muerte y la destrucción y en los escombros y las ruinas que esta salvaje bestia europea ha dejado tras de si en Líbano, resulta bastante claro que el propósito de esta última atrocidad criminal era destruir cualquier posibilidad de alguna forma de cultura cosmopolita en Líbano. La rápida incorporación de Hezbolah a la sociedad civil y a la cultura política libanesa, casi idéntica a la similar incorporación de Hamas en el Movimiento de Liberación Nacional palestino, creará un prototipo de pluralismo democrático que tanto los artistas neocon estadounidenses como sus contrapartes sionistas en Israel hallan peligroso para sus bárbaras estrategias de terrorismo de Estado y su arrogancia imperial. El modelo libanés y palestino puede ser fácilmente emulado en Iraq y toda su fabricada división sectaria, generada y sostenida por la invasión liderada por EEUU, puede dar al traste mediante la creación de un gobierno de reconciliación nacional que, ipso facto, se volvería contra la misma presencia de las fuerzas de ocupación anglo-estadounidenses. Tres partes son contrarias a la posibilidad de que tal constructiva formación se cree en Iraq: 1) EEUU, sus aliados europeos y su socio israelí; 2) la red generada por EEUU y con base en Afganistán de al Qaeda, y 3) la República Islámica [de Irán] -cada uno de los cuales por sus razones respectivas y por sus degenerados intereses. En la propia República Islámica, el emergente movimiento reformador puede adquirir un renovado momento si se propaga el entusiasmo por los movimientos de liberación nacionales de Líbano, Palestina e Iraq. Lo mismo ocurriría con el corrupto y retrógrado tribalismo patrimonial del Partdio Ba’as de Siria y la obscena autocracia de Bashar al Asad. La legítima ira de los intelectuales sirios disidentes ha degenerado hasta el momento en una patética posición pro-estadounidense que los convierte en extraños aliados de los neocon de EEUU y de Israel. Pero esa legítima disidencia puede igualmente ser parte íntegra de un levantamiento nacional contra la autocracia siria. En resumen, Líbano y Palestina podrían muy bien exportar su clara e históricamente probada cultura política popular y cosmopolita a Iraq e Irán, en vez de que la República Islámica– o al patético patrimonialismo sirio- exporten su tribalismo y teocracia en sentido contrario.

Pero Israel (y por extensión EEUU) es el enemigo implacable de cualquier cultura cosmopolita. Israel ve al mundo a través de su propia imagen tribal. El Estado judío únicamente ve repúblicas islámicas a su alrededor -y únicamente puede hacer tratos con disposiciones teocráticas análogas a las suyas. El Estado judío así, protesta mucho contra la República Islámica; y la República Islámica protesta contra el Estado judío. Es imprescindible que el resto del mundo se distancie de los engaños de la lectura euro-estadounidense y vea cómo Israel y la República Islámica son de hecho lados idénticos de dos regímenes idénticos -dos caras de la misma moneda, y que como tal, se necesitan, se requieren y se entremezclan en lo esencial. Quieren que el mundo sea a su imagen y semejanza: patente tribalismo patético en un aparato de Estado teocrático.

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La cuestión clave para extraer alguna lección perdurable de Líbano después de la salvajada israelí de julio de 2006 es cómo debemos leer el fenómeno llamado Hezbolah. No solo en el interior de los neocon estadounidenses, en Washington D. C., donde Hezbolah es sinónimo de terrorismo, sino más exactamente entre los observadores europeos supuestamente más progresistas, hay una inquietud palpable, un poco de perplejidad, y una vacilación visible a identificar a la resistencia nacional libanesa ante el aventurerismo militar del mini-imperio.

Desde las operaciones necon estadounidenses hasta los observadores más liberales de Europa, el fenómeno del Hezbolah libanés ha sido el principal punto hacia el que se ha enfocado la maquinaria de la propaganda a favor de Israel -todos comportándose como si esta cosa que llaman «Hezbolah» hubiera bajado del cielo sobre los inocentes libaneses para impedir que vivan en paz y prosperidad con su vecino del sur espléndidamente democrático, pacífico y generoso.

¿Pero no son los combatientes de Hezbolah y la masa de libaneses que ellos representan libaneses también? En todas esas valoraciones apresuradas sobre Hezbolah, ha habido una falta de concreción mal situada, una omnipresente confusión en cuanto a qué es exactamente esta cosa de Hezbolah. Hezbolah no es una banda de marcianos que ha aterrizado en Líbano. Hezbolah es en Líbano lo que Hamas es en Palestina y lo que el Ejército del Mahdi es en Iraq -la manifestación política de los componentes subalternos, políticamente reprimidos y negados históricamente de tres movimientos de liberación nacional. Demasiado énfasis en Hezbolah, Hamas y el Ejército del Mahdi sobre tres organizaciones políticas confunde una realidad política subalterna (los pobres y privados de derechos de Líbano, Palestina e Iraq) con una manifestación organizativa accidental. Israel puede matar a Hasan Nasralah en Líbano y a Jaled Mashal en Palestina como EEUU puede matar a Muqtada as-Sader en Iraq mañana (si pudieran) y diez Nasralahs, diez Marshals y diez Muqtada as-Saders emergerían del barrio de Dahiya en Beirut, de Gaza en Palestina y de Nayaf en Iraq. Hezbolah, Hamas y el Ejército del Mahdi son tres expresiones accidentales de tres realidades esenciales políticas y demográficas profundamente arraigadas.

En lo que respecta a Hezbolah en Líbano específicamente, un segundo después de que los salvajes israelíes lanzaran su primera bomba contra sus objetivos libaneses, Hezbolah dejó de ser una facción de un movimiento de guerrilla shi’í para convertirse en un ejército de liberación nacional. Este hecho fundamental, obviado miserablemente tanto por los analfabetos neocon estadounidenses e israelíes como por la denominada izquierda europea, es la base de la disposición de todos los movimientos de liberación nacional, de todas las organizaciones guerrilleras que aparecen gradualmente. Considérese el hecho de que cuando se estaba produciendo el salvajismo israelí en Líbano, en una entrevista con Jon Snow, de la cadena de TV británica, Canal 4, el 3 de agosto de 2006, el primer ministro libanés, Fuad Siniora, aliado de Hariri, declaró clara y categóricamente que las exigencias de Hezbolah para [establecer] las condiciones de su desarme -es decir, la vuelta de los combatientes libaneses por la libertad encarcelados en prisiones israelíes, la devolución de las Granjas de Shaaba, y [la entrega d]el mapa de los campos de minas que Israel dejó tras de si después de su retirada del sur de Líbano en 2000- eran, de hecho, los términos [requeridos] por su propio gobierno para [establecer] un tratado global con el Estado judío.

La verdadera lucha, la verdadera resistencia, y, por ello, el campo de batalla de los ejemplares movimientos nacionales de liberación no están actualmente ni en Iraq, ni en la República Islámica, ni en Afganistán -uno habiendo degenerado en violencia sectaria cumpliendo el deseo de los neocon estadounidenses, el otro en los apretones de una teocracia medieval, y el último habiéndose convertido de nuevo en una plaza fuerte de droga para los traficantes, para los bandidos de las carreteras, y para los contratistas-mercenarios privados que patrocinan Gran Bretaña y EEUU. El verdadero campo de batalla ahora está en Líbano y en Palestina, en Beirut y en Gaza. Porque es aquí donde dos movimientos islamistas populares han tenido que llegar a términos con el hecho multifacético y cosmopolita y con las disposiciones del movimiento nacional de liberación del cual ellos no son sino un componente.

La posición de liderazgo aquí está en Palestina, y particularmente en las firmas históricas de Marwan Barguti, el dirigente de Fatah en Cisjordania, del sheik al Natshe Abd al Jaliq, dirigente de Hamas, así como en las firmas de los dirigentes de Yihad Islámica, del Frente Popular [para la Liberación de Palestina, FPLP] y del Frente Democrático para la Liberación de Palestina [FDLP] en el denominado «Acuerdo de los Presos».

La formación de una sección representativa del Movimiento Nacional de Liberación Palestino no tiene precedentes en su historia. En virtud de este documento, Hamas ha alcanzado algo bastante más importante que un reconocimiento implícito de un asentamiento colonial [Israel] en la patria de Palestina. Con este documento, Hamas se ha unido a la formación de un equilibrio histórico entre todas las facciones y fuerzas integrales del Movimiento Nacional de Liberación de Palestina -y con ello ha aprendido el arte del compromiso político ante una meta más elevada y significativa.

En el reino de las posibilidades políticas por supuesto no hay nada imposible. ¿Existe pues el peligro de que el Hezbolah libanés pueda degenerar en un Hezbolah iraní y optar por islamizar el movimiento nacional libanés y sus tareas hacia la creación de una República islámica en Líbano (a la manera en que Jomeini hizo al comienzo de la Revolución de 1979) – o, para completar la imagen regional, ¿podría Hamas igualmente islamizar el Movimiento Nacional de Liberación palestino y degenerar y una República islámica en Palestina? o, ampliando el cuadro regional, ¿es posible que el Ejército del Mahdi haga lo mismo y exija una República islámica de Iraq?

Nada hará a Israel y a sus partidarios estadounidenses más felices que tal pesadilla, y harán todo lo que esté en su poder para alcanzar precisamente eso: la profecía autosatisfecha de que los movimientos de liberación nacional sincréticos y cosmopolitas degeneren en un tiránico fanatismo religioso que ipso facto justifique la existencia de un Estado judío en la región. La traición israelí ha comenzado ya a hacer sus intrigas ante tal eventualidad en Líbano enviando a sus comandos para luchar contra los combatientes de Hezbolah vestidos en uniformes del ejército libanés. Pero un hecho fundamental articulado en tres vértices diversos habla contra tal posibilidad y promete la creación de tres culturas políticas cosmopolitas que serían una pesadilla idéntica para el Estado judío, para la República Islámica [Irán], y para su árbitro imperial cristiano [EEUU].

El único hecho perdurable es la disposición demográfica de Líbano, de Palestina, y de Iraq. En Líbano y en Iraq los shi’íes son una mayoría leve con un importante complejo de minoría, y en Palestina, Hamas no es sino una de las cuatro facciones políticas importantes. Con un drenaje histórico en Líbano y en la región entera, Hezbolah tiene que (tiene que, no puede o debe, tiene que, simplemente) compartir el poder y luchar con los suníes, con los cristianos y con los drusos en la misma lógica que en Iraq, los shi’íes tienen que compartir el poder y luchar con los suníes y los kurdos, y en Palestina Hamas tiene que compartir el poder y luchar con Fatah, Yihad Islámica, el PFLP y FDLP.

A este respecto, los islamistas de Líbano, Palestina, e Iraq son exactamente lo contrario de los islamistas de la República Islámica de Irán donde los shi’íes constituyen una mayoría abrumadora de la población. La afortunada diversidad demográfica de Líbano, Palestina y de Iraq corre a favor de una sociedad pluralista y de una cultura política cosmopolita. Mientras que en la República Islámica más del 95% de la población shi’í proyecta la falsa asunción de que la mayoría de la sociedad es una sociedad «islamista» -una falsa asunción que tanto la República Islámica e incluso su denominada oposición entre los reformistas corroboran haciendo un uso político brutal de ello para destruir y desmontar la cultura política cosmopolita iraní que incluye ciertamente a los islamistas pero que en modo alguno se limita a ellos.

Esta lectura sectaria de la política regional es solamente pertinente si pensamos en estas naciones en términos de su interrupción sectaria y en su disposición religiosa y desatendemos la larga y ardua historia de sus movimientos nacionales de liberación. En Líbano, Palestina, Iraq, e incluso en Irán, los islamistas han tenido que matizar sus sentimientos religiosos con términos evidentemente nacionalistas -al igual que el poder emancipador de los movimientos nacionales de liberación que todavía moviliza a estas naciones para levantarse contra todos los diseños coloniales e imperiales contra su soberanía.

Quizá se deba hacer una advertencia no tan disímil a los revolucionarios libaneses de Gucci, a los intransigentes de Rafik Hariri-Samir Qasir que en su llamamiento legítimo para la retirada siria de Líbano llegaron a creer que EEUU era su aliado. Que EEUU, Gran Bretaña e incluso Francia dejaran pasar los brutales 34 días consecutivos [de bombardeos israelíes] sin mover un dedo mientras los hombres, mujeres y niños libaneses estaban siendo masacrados por los israelíes viciosamente constituye una lección para esos revolucionarios de Gucci en Líbano y para sus contrapartes sirias acerca de que su preocupación liberal absolutamente legítima por la causa de la clase media debe estar institucionalmente ligada a la causa de su liberación nacional -apuntando contra Siria y la República Islámica tanto como debe ser articulada contra Israel, contra EEUU y contra la Unión Europea (Gran Bretaña en particular: recuérdese cómo los misiles de fabricación estadounidense que se mandaron a toda prisa a Israel para asesinar más libaneses fueron enviados a través de una base aérea británica y a través de su espacio aéreo).

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La lección más importante del último [acto de] gangsterismo militar de Israel en Líbano es que el Estado judío quiere ver la región según su propia imagen traumatizada: judaísmo tribal avanzando de modo que la legitimidad del Estado judío sea por completo contingente no solo con una sino preferentemente con una multitud de repúblicas islámicas en la región, de modo que, junto al imperio cristiano que preside a todos ellos y al fundamentalismo hindú al acecho, el asentamiento colonial sionista-europeo [Israel] halle un hábitat natural y sea, así legitimado ipso facto. Con un Estado judío, un imperio cristiano, una República islámica y un fundamentalismo hindú el mundo entero pueda irse al infierno.

Con la misma lógica que los neocon de EEUU fabricaron al Qaeda a su propia imagen tribal, Israel desea proyectar al Hezbolah libanés y al Hamas palestino como su propio reflejo ante el espejo. El problema para Israel, sin embargo, al intentar torpemente imitar a EEUU y tratar de convertirse en un mini-Imperio en la región, es que ni Hezbolah ni Hamas es al Qaeda -la quimera de una imaginación sobre-militarizada de un imperio mesiánico que necesita un Némesis igualmente amorfo. Hezbolah y Hamas son y seguirán siendo dos movimientos populares integrados en dos movimientos nacionales de liberación esencialmente sincréticos, plurales y cosmopolitas en su naturaleza y en sus disposiciones -y es precisamente ese cosmopolitanismo lo que constituye la pesadilla del tribalismo medieval del Estado judío y la razón por la que los señores de la guerra israelíes desencadenaron su salvajismo militar sin par en Líbano con una venganza viciosa. Para derrotar a Israel en términos emancipadores no solo en toda la región sino en términos que de hecho incluyen a seis millones de habitantes más del propio Israel para liberarlos así de las garras de su propio fanatismo tribal, nada puede ser más eficaz que generar y sostener una multiplicidad de sociedades civiles plurales y culturas políticas cosmopolitas de las que los movimientos populares islamistas como Hamas y Hezbolah serán siempre parte integral pero nunca definitiva.

(1) «Nota: No se juega ningún partido del Mundial a la misma hora»

* Hamid Dabashi es Profesor de Estudios Iraníes y Literatura Comparada en la Universidad de Columbia, Nueva York. Este artículo, en original en inglés, ha sido publicado en árabe en el último número de la revista libanesa Al Adab Magazine.