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Lenguas, política y precisiones

Fuentes: Rebelión

Agradezco a Daniel Escribano los comentarios y críticas1 de su texto de 29 de diciembre de 2007:»Más sobre ámbitos exclusivos de uso para las lenguas minorizadas y cuestiones más o menos conexas» (www.rebelion.org). Apunto aquí dos comentarios iniciales, tres precisiones, una nota sobre sus apostilas y señalo finalmente lugares donde creo siguen residiendo algunas diferencias […]

Agradezco a Daniel Escribano los comentarios y críticas1 de su texto de 29 de diciembre de 2007:»Más sobre ámbitos exclusivos de uso para las lenguas minorizadas y cuestiones más o menos conexas» (www.rebelion.org). Apunto aquí dos comentarios iniciales, tres precisiones, una nota sobre sus apostilas y señalo finalmente lugares donde creo siguen residiendo algunas diferencias políticas entre nosotros.

Los comentarios iniciales. Daniel Escribano sostiene que a su juicio confundo «identidad nacional con sentimiento de pertenencia a una colectividad definida territorialmente». No los confundo o intento no confundirlos, y no creo que en mis anteriores comentarios haya nada o casi nada que apunte en esa dirección. Sea como no sea, coincido con él que no hay identidad entre ambos.

Señala igualmente Escribano que «acaso López Arnal haya confundido las dimensiones descriptiva y normativa al haber sentido la necesidad de repetir una verdad tan trivial como que existen individuos nacionalistas e individuos que no lo son«. Es cierto, mi afirmación es tan trivial como lo es la lección de lógica elemental y de teoría de la definición que él da a continuación2La propia pretensión de definir un concepto ideológico-político presupone que el definiens no agota el conjunto de identificaciones ideológico-políticas posibles, ya que si lo hiciera dicho concepto resultaría inútil analíticamente por falta de capacidad de discriminación epistémica«- y casi tan básica como la aclaración que apunta a continuación: «El nacionalismo no es la simple aceptación de la existencia (ontológicamente subjetiva) de hechos nacionales, en la cual pueden confluir personas de cualquier ideología». Pero más allá de la trivialidad de casi todo, a excepción de la interpretación filosófica de la mecánica cuántica, la demostración de la conjetura de Goldbach, la corroboración empírica de la teoría de supercuerdas o la construcción de un concepto consistente y plausible de socialismo, creo nuevamente que tiene razón, que él y yo coincidimos cuando afirma que «La característica específica del nacionalismo, que lo diferencia de otras ideologías como el socialismo o el feminismo, es la prioridad que otorga a la nacionalidad como criterio determinante de autoidentificación y de articulación política de esa identidad«. No sé si yo usaría el término «ideología» en este caso, noción que siempre me ha parecido resbalizada y excesivamente polisémica, y no sé tampoco si pondría en un mismo plano nacionalismo, feminismo y socialismo, pero en lo esencial, repito, hay coincidencia.

Mis precisiones. Daniel Escribano afirma que leída mi respuesta parece errónea la conjetura que apuntaba en su anterior comentario según la cual yo no me habría planteado las preferencias lingüísticas del alumnado catalanohablante3 (en minoría de uno o de dos en aquellas circunstancias), apuntando a continuación que yo podría incluso alegar desacuerdo con el contexto sociolingüístico que está en la base de mi comportamiento, pero que «sin embargo, ello resulta irrelevante respecto a la tesis central que defiendo: el español es lengua de competencia obligatoria en los territorios mencionados, mientras que las lenguas cooficiales son de competencia optativa o no obligatoria y el comportamiento lingüístico de López Arnal ante personas que alegan incompetencia en catalán refleja este hecho, con independencia del juicio valorativo que éste le merezca«.

Más allá del uso del término «español» con el que no acabo de encontrarme nada cómodo por coincidencia con usos del término nada afables ni conciliadores, y porque España, desgraciadamente, sigue arañando a pesar de tradiciones republicanas perdidas, olvidadas o en posición secundaria, y más allá de esa distinción que acaso Escribano considere siempre nítida, pero yo no, entre aspectos descriptivos y normativos, punto sobre el que vuelve a llamarme la atención en otro momento de su escrito, mi comportamiento es probable que refleje el hecho que él señala pero también algunos más. Por ejemplo, el intento ciudadano de conciliar posiciones distanciadas falsamente por intereses inconfensables e inconfesados, la lucha política por evitar incomprensiones superables de unos y otros, la finalidad de un profesor de matemáticas de formar también al alumnado en aspectos políticos esenciales, la conveniencia de volver a la situación en otro momento más sosegado para señalar aristas críticas que en otros momentos resultan incomprensibles por bloqueo psicológico, la inconsistencia perseguida en el desarrollo de la situación y el uso posterior de la lengua abandonada para probar la posibilidad de comprensión y el acercamiento falaz y falsario al tema . Etc.

La segunda precisión. Sostiene Daniel Escribano que el hecho de que en muchas familias el uso del catalán y el castellano se mezclen sin problemas en conversaciones y encuentros es «precisamente otro indicador de la precaria situación social de la lengua catalana». ¿Por qué? Por una razón comparativa: «compárese esta situación con la de cualquier otra lengua que goce de plenitud de uso en su dominio histórico, como, por ejemplo, la española». No sé exactamente cual se considera aquí el dominio histórico del castellano, pero, sea cual sea ese dominio, la afirmación de Escribano o es elementalmente verdadera o apunta a una situación de rectificación que no logro vislumbrar. Distinguiendo entre situaciones de hecho y situaciones deseadas, ¿qué está postulando Escribano? ¿Un futuro en que la única lengua institucional y familiar reconocida en los territorios de habla vasca, gallega o catalana sea únicamente el vasco, el gallego o el catalán? Como no creo que sea el caso, imposible dada la racionalidad y prudencia de sus posiciones, insisto en que la convivencia sin problemas en familias o colectivos de ambos idiomas es una buena señal, aunque, desde luego, girando 180 grados la mirada, uno pueda destacar nuevamente la precaria situación social de la lengua catalana en comparación con otras situaciones lingüísticas distintas o muy distintas. Pretendía con mi afirmación señalar que en comparación con lo que ocurría 20 o 30 años atrás, el avance social del catalán es socialmente notable. Familias de raíces aragonesas o andaluzas, como es mi caso, no tienen problema alguno, faltaría más, a pesar del bombardeo permanente al que están sometidas con resultados no siempre nulos, en que sus hijas o nietos hablen en catalán entre ellos o con otros. No sólo eso desde luego. Lo consideran, lo formulen o no explícitamente, un paso adelante, un rasgo de cultura, un avance social, una condición necesaria de convivencia y respeto. No es necesario que añada aunque sé que es marginal, que el papel político jugado por el PSUC en este ámbito en los años sesenta y setenta ha sido en mi opinión admirable y digno de reconocimiento ciudadano, y que algunas posiciones defendidas por la izquierda comunista en aquellos años, organizaciones en las que yo milité durante aproximadamente unos diez años, deberían estar expuestas y subrayadas en rojo en el museo de los horrores y errores sin fósforo.

Tercera precisión. No acabo de ver que para la protección de las lenguas minorizadas -ésta es la expresión que usa Daniel Escribano- sea imprescindible el establecimiento de ámbitos exclusivos de uso, a fin de garantizarles algún espacio de obligatoriedad. Desde su posición, eso es así, porque «el criterio fundamental de cualquier hablante racional a la hora de decidir qué lenguas aprende y utiliza suele ser el de la necesidad, de tal manera que si éstas quedan relegadas a una permanente situación de optatividad, jamás aumentará su uso social ni dispondrán estas comunidades lingüísticas de incentivos racionales para transmitirla a su descendencia«. No sé que concepto usa Escribano de hablante racional ni tampoco está siempre bien delimitado el ámbito de lo que es o no un criterio fundamental, pero más allá de su consideración sobre la necesidad del aprendizaje de lenguas, existen otros vértices en la problemática que fueron cultivados con innegables resultados sociales en otras coyunturas históricas: gusto por la otra cultura, aproximación a otras lenguas con su enriquecimiento derivado, ampliación de horizontes, respeto a la lengua del territorio donde uno vive, búsqueda de aproximación entre las ciudadanías y no de separación, solidaridad o apoyo con situaciones de injusticia.

Escribano apunta, por otra parte, que lo yo quería decir en un determinado momento es que existe en Cataluña un amplio margen de población que se identifica como catalana y española, y de ahí extrae que su identidad nacional no es única. No era mi intención hacer referencia alguna a este asunto porque, entre otras cosas, más allá de la situación de facto en la que nos encontremos, no entronca consistentemente con mis posiciones anacionales o postnacionales y por ello no encuentro útil insistir sobre él. Creo, más allá de la descripción factual, que al hacer referencia a él mediante encuestas, estudios e informaciones generosamente publicitadas se generan argumentos a favor de una finalidad política que no comparto.

Por lo demás, me parece razonable lo que Daniel Escribano apunta sobre el sentimiento de pertenencia a Cataluña y España y la consideración de ambas como naciones, así como que «no toda colectividad agrupada en un territorio es ni pretende ser nación y el hecho de sentirse parte de ella no implica necesariamente considerarla como nación«. Todos, concluye Escribano, nacionalismos periféricos y nacionalismo español, parten de la misma premisa: si un territorio subestatal es nación no puede serlo también el Estado bajo cuya soberanía se encuentra y si este Estado es nación no pueden serlo las colectividades subestatales. No estoy seguro de que ese «todos» no tenga aquí falsadores potenciales e incluso reales. Por lo que sé, algunos nacionalistas españoles están de acuerdo en el carácter nacional, tal como lo describe Escribano, de algunos subterritorios españoles al mismo tiempo que consideran a España una nación que piensan como nación de naciones.

En cuanto a las apostillas, tiene razón Escribano en lo que cuenta sobre la Lliga Comunista Revolucionària. Él conoce mejor que yo la historia, las declaraciones y las posiciones políticas de la LCR.

En cuanto a mi confusión de las dimensiones descriptiva y normativa al tildar de «ataque político» la coincidencia por él apuntada entre algún representante del nacionalismo catalán en la condena del establecimiento de ámbitos exclusivos de uso para la lengua catalana y mi posición, probablemente sea así y me confundí en este punto. En todo caso, me parece extraña, y me plantea alguna duda lógica de referencia autodestructiva, su referencia a Savater y a Juaristi en esta segunda aportación aunque sea simplemente como ilustración de lo que hubiera podido ser pero no fue.

Finalmente, creo que persisten algunas diferencias políticas entre ambos. Las siguientes en mi opinión.

Si yo hubiera sido un responsable político de la corporación catalana de radio y televisión, o sin serlo, hubiera tenido poder para ello, yo no hubiera separado del programa radiofónico a Cristiana Peri Rossi en razón de su uso del castellano. Si yo hubiera sido un tertuliano o un presentador del programa, hubiera manifestado públicamente mi protesta por esa decisión e incluso hubiera dimitido llegado el caso. Como ciudadano, apunté entonces, y apunto también ahora si no ha habido rectificación, cosa que desconozco, que en mi opinión la decisión tomada fue un error y una señal de sectarismo político-lingüístico que no favorece además a la causa que se intenta defender. Creo, espero equivocarme, que Escribano no me acompaña por ninguno de estos tres senderos

En cuanto al uso de las lenguas y los medios y las instituciones, no tengo ninguna duda que en las instituciones del Estado debería poder usarse todos los idiomas que se hablan en Sefarad. Por ejemplo, en el Parlamento o en los mensajes del Jefe de Estado (por lo demás, francamente eliminables en beneficio de la salud pública) y del presidente de gobierno, cuya profundidad en algunas ruedas de prensa tampoco es envidiable. Razones de ello: educación política de la ciudadanía, construcción de una idea de Sefarad federal, republicana y postnacionalista, aproximación de las gentes.

Tengo dudas, en cambio, en lo que respecta al uso exclusivo de las lenguas «minorizadas» en los medios de sus propios territorios. Creo que ese uso exclusivo es inviable socialmente, hoy por hoy, en el caso del País Vasco si ese uso se extendiese a todos los medios de comunicación públicos, si bien, como es sabido por todos, existe una cadena de televisión donde ése es precisamente el caso.

Por lo se refiere a Catalunya y a Galicia, me parece razonable en los medios públicos, con alguna cuota sustantiva en los públicos de ámbito estatal y en los privados, siempre y cuando se practique con suficiente flexibilidad. Si Eric Hobsbawm, que fue intérprete de Guevara en su momento, viniera a vivir a Barcelona, yo no tendría ningún inconveniente en que participase como tertuliano en una cadena radiofónica pública catalana hablando en castellano, mientras seguía algún curso acelerado de catalán o incluso, lo admito enrojecido, sin seguirlo.

A Escribano le parece legítimo que «las autoridades académicas y políticas españolas juzguen de mayor interés o conveniencia para el alumnado del Reino de España el conocimiento de lenguas como el inglés, francés, alemán, italiano, árabe, chino o cualquier otra que el de las lenguas cooficiales del propio Reino». Vamos a admitir que también a mí, como a Escribano, me parezca legítimo -aunque no veo claramente a qué tipo de legitimidad se refiere-, pero también, añado, cosa que creo no le ocurre a él, me parece totalmente desacertado. Las instituciones públicas, en mi opinión, y como sin duda es elemental, también tienen obligaciones de formar políticamente a la ciudadanía, de ayudar a construir una sociedad mejor, y de disolver o superar desencuentros históricos que, en ocasiones, permiten a las fuerzas e intereses de siempre jugar con fuego en perjuicio de los de siempre. No hace falta poner ejemplos recientes, de aquí y de allá, que están en la mente de todos y todas.

Por lo demás, si no entiendo mal la propuesta, la tesis de Daniel Escribano de que «el aprendizaje y uso del español se reduzca a la población para la cual haya sido éste lengua familiar y quiera mantenerlo como tal o, no habiéndolo tenido como tal, le resulte conveniente o interesante aprenderlo por razones profesionales, científicas, culturales o de cualquier otro tipo, pero en ningún caso sea lengua de toda la población«, tendría efectos desastrosos para lo que él, creo, pretende evitar, un proceso de sustitución lingüística creciente del catalán, vasco o gallego por el castellano. Si mi percepción e información del asunto no están totalmente desenfocada, eso implicaría, o podría implicar con alta probabilidad, dos líneas educativas muy separadas en la educación primaria y secundaria, el no aprendizaje (institucional) del castellano entre el grupo catalanoparlante que no deseara ampliar horizontes lingüísticos, el incremento de las incomprensiones entre estos sectores y la generación de dos comunidades (casi) monolinguísticas disjuntas, magnífico y buscado caldo de cultivo para el desarrollo de todo tipo de barbaries políticas cuyo probable salvo histórico estremece y asusta.

Notas:

1 No así su estilo que adquiere, en ocasiones, un tono de seguridad sin sombra ni atisbo de espacio para la duda del cual estoy -o intento estar- alejado un alef sub-uno de años-luz y que me crea, lo admito, una cierta incomodidad.

2 Que yo agradezco al igual, supongo, que los lectores de su artículo, magníficamente escrito y excelentemente argumentado sin duda.

3 No estoy seguro tampoco que ésta sea, hoy por hoy, una noción que recoja bien la realidad pero dejo el asunto para otra ocasión.