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Extracto del libro La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde de Asier Arias, con prólogo de Jorge Riechmann

Liberalismo verde: pieles de cordero chic

Fuentes: Rebelión

El mundo académico lleva cerca de cuatro décadas acariciando la idea del capitalismo sostenible. Como era de esperar, el «pensamiento económico» ha venido mostrándose prolífico en fórmulas para la materialización de esa idea.

Así, la década de los noventa asistió al nacimiento del género literario de los «negocios verdes», que pronto ganaría pujanza, particularmente en Estados Unidos y en el Reino Unido (cf. Cairncross, 1992; Hawken, 1993; Hawken, Lovins & Lovins, 1999). El problema a cuya solución pretendían contribuir estos textos era el de encontrar el modo de orientar un sistema socioeconómico dominado por el motivo del lucro hacia la preservación de una biosfera razonablemente saludable. En un contexto como el del neoliberalismo global, en el que la indisputada hegemonía de dicho motivo en cada segmento de la vida social ha rebasado holgadamente cualquier precedente, no es difícil adivinar cuáles han sido los medios invariablemente hipotetizados al efecto desde los mismos orígenes del género hasta nuestros días: la religión de la eficiencia del mercado encarnada en ferias de compraventa de derechos de polución, la magia de la suma de las decisiones individuales devenida consumismo verde y la mitología de la capacidad innovadora del sector privado (cf. Mazzucato, 2013) derivada en futuribles tecnologías redentoras.

El liberalismo verde, en tanto escuela de pensamiento político, surge a finales de los noventa como una suerte de reformulación filosófica de los argumentos de corte económico con los que el mundo académico llevaba ya una década tratando de darle una mano verde de pintura al capitalismo. Además de estos antecedentes economicistas, el liberalismo verde pudo asimismo echar raíces en el terreno ganado durante los ochenta por la sociología centroeuropea en el ámbito de lo que dio en llamarse «modernización ecológica». En el núcleo de esta corriente sociológica hallamos la idea de que la crisis ecológica puede resolverse dentro del marco institucional legado por la Revolución Industrial: no sería necesario replantear el diseño básico de nuestras sociedades en la esfera cultural, la política o la económica, sino, a lo sumo, introducir algunos retoques menores aquí o allá. En este punto, «modernización ecológica» y «liberalismo verde» son, esencialmente, sinónimos, pero mientras las disquisiciones de los teóricos de la modernización, encabezados por Joseph Huber, versan sobre metafísica social, las de los liberales verdes versan sobre metafísica política. En este sentido, el liberalismo verde irrumpe como una nueva teoría política articulada en torno a la defensa de la democracia liberal como forma de gobierno, el capitalismo de mercado como sistema socioeconómico connatural a la misma y unos ciertos ideales de cuño ecológico anotados en los márgenes de una agenda política moderada explícitamente contrapuesta a la agenda radical del pensamiento político verde tradicional.

Esta contraposición se anuncia como una victoria, a saber, la de la democracia liberal sobre el radicalismo ecologista. A su vez, esta victoria habría tenido la forma de una asimilación selectiva en la que tanto las bases teóricas como las instituciones de la democracia liberal se habrían mostrado lo suficientemente flexibles como para absorber cuanto de bueno pudiera haber en los ideales políticos de los radicales verdes (cf. Van Deth, 2004). Desde este ángulo se nos invita a considerar, por ejemplo, la meteórica transformación de Los Verdes alemanes (Bündnis 90/Die Grünen) del partido de una organización de base en un partido parlamentario convencional que, con el tiempo, llegaría a convertirse en «el nuevo partido de la moderación y el centro» (Pérez de la Cruz, 2020) –ciertamente, apenas extraña hoy que el candidato verde acuda a las elecciones elogiando la economía de mercado y presentándose como un «pragmático» que no es «ni de derechas ni de izquierdas» (Bonet, 2019).

En cualquier caso, con esta asimilación selectiva el radicalismo verde habría dejado de constituir una amenaza para la unidad indisoluble ex hypothesi integrada por la democracia liberal y el capitalismo de mercado. Estaríamos aquí ante la tesis de la muerte del ecologismo (cf. Wissenburg & Levy, 2004), de acuerdo con la cual aquellos elementos rescatables de la teoría y la práctica política del ecologismo habrían pasado ya a formar parte de la teoría y la práctica política de la democracia liberal: el resto de aquella ideología obsoleta (Blühdorn, 1997), esto es, la aspiración utópica de un cambio sistémico, sencillamente habría naufragado en su propia futilidad. El ecologismo, «como contra-movimiento y contra-ideología, como crítica y alternativa al capitalismo», sencillamente habría muerto, convirtiéndose en una mera «página de la historia del pensamiento político» (Levy & Wissenburg, 2004: 194-195).

Interesa subrayar en este punto que cuando los liberales verdes hablan de «radicalismo verde» o, sencillamente, de «ecologismo», lo que tienen en mente no es otra cosa que la tradición al completo del pensamiento político verde. La oposición del liberal verde a esta tradición arraiga en el modo en que el ecologismo incluiría en su agenda política la idea de sostenibilidad en clave de concepción ecológica del bien. De acuerdo con los principios del liberalismo verde, la virtud primordial de la democracia liberal reside en su capacidad para acomodar toda posible concepción ética de la vida buena. De este modo, la introducción de ideales éticos en cualquier agenda política sería suficiente para descartarla a causa de su injerencia en el ámbito privado de las opciones individuales. El liberalismo verde intenta, pues, hacer de algún modo espacio para la inclusión de ciertos ideales ecológicos en su agenda política sin poner en peligro su compromiso con la neutralidad ética. En la práctica, esta complicada trayectoria por la cuerda floja argumental se plasma en un compromiso antes con la ética del capitalismo realmente existente que con la neutralidad ética, pues no cuesta advertir en la presunción de neutralidad normativa del liberalismo verde un compromiso normativo con el statu quo (cf. Barry, 2004).

La defensa de la ética del mercado se configura así como la solución de los liberales verdes a los problemas que la misma ha ocasionado. En este sentido, frente a la incidencia del pensamiento político verde tradicional en la patología de nuestro metabolismo ecosocial y la concomitante necesidad de arrostrar la lógica institucional etiológicamente responsable, el liberalismo verde pondría un optimista acento en la inventiva humana y la capacidad de la iniciativa privada para engendrar innovaciones tecnológicas capaces de resolver cuantos problemas puedan presentársenos. Los liberales verdes ven en el sistema socioeconómico capitalista no el problema, sino más bien la condición de posibilidad de su solución, de forma que los imperativos de maximización, «desarrollo» y crecimiento económico ínsitos en ese sistema se revelarían como panacea ecológica.

El liberalismo verde invita, en resumen, al abandono del programa político del ecologismo, esto es, a «dejar de intentar cambiar nuestras estructuras, dinámicas e instituciones sociales, políticas y económicas» para «remar con la corriente y trabajar en favor, no en contra del capitalismo, la globalización, etc.» (Barry, 2004: 184).

Dada la congruencia del liberalismo verde con la ortodoxia cultural, mediática, política y económica, parecería innecesario que esta corriente de pensamiento se tomara la molestia de rebasar las fronteras del mundo académico para desarrollar un animoso movimiento activista. Sin embargo, desde la primera década del milenio ha podido constatarse una verdadera hemorragia de las más variopintas producciones mediáticas desde los cuarteles generales de los principales núcleos de la implantación política del liberalismo verde, como el Breakthrough Institute, la Apollo Alliance o el Copenhagen Consensus. Al parecer, en nuestro avance hacia el desagüe de la historia geológica, aun la menor desviación ideológica debe compensarse con un do de pecho propagandístico.

Referencias

Barry, J. (2004) “From environmental politics to the politics of the environment: The pacification and normalization of environmentalism?”, en M. Wissenburg & Y. Levy (eds.), Liberal Democracy and Environmentalism. The End of Environmentalism?, London: Routledge, pp. 179-192.

Blühdorn, I. (1997) “A theory of post‐ecologist politics”, Environmental Politics, 6(3), pp. 125-147.

Bonet, E. (2019) «Marea verde: Los partidos ecologistas esperan trasladar a las urnas el clamor por la urgencia climática», Público, 24 de mayo.

Cairncross, F. (1992) Costing the Earth. The Challenge for Governments, the Opportunities for Business. Boston: Harvard Business School Press.

Hawken, P. (1993) The Ecology of Commerce. A Declaration of Sustainability. New York: Harper Collins.

Hawken, P., Lovins, A. B. & Lovins, L. H. (1999) Natural Capitalism. The Next Industrial Revolution. Boston: Little Brown.

Levy, Y. & Wissenburg, M. (2004) “Introduction”, en M. Wissenburg & Y. Levy (eds.), Liberal Democracy and Environmentalism. The End of Environmentalism?, London: Routledge, pp. 1-9.

Mazzucato, M. (2013) The Entrepreneurial State. Debunking Public vs. Private Sector Myths. London: Anthem Press.

Pérez de la Cruz, J. (2020) «La extrema derecha, la gran asignatura pendiente de la Alemania reunificada», Público, 3 de octubre.

Van Deth, J. W. (2004) “Series editor’s preface”, en M. Wissenburg & Y. Levy (eds.), Liberal Democracy and Environmentalism. The End of Environmentalism?, London: Routledge, pp. xi-xii.

Wissenburg, M. & Levy, Y. (2004) Liberal Democracy and Environmentalism. The End of Environmentalism? London: Routledge.

Extracto del libro La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde, de Asier Arias, con prólogo de Jorge Riechmann