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Libia y el discreto encanto de coincidir con el imperio

Fuentes: Rebelión

Otra vez el uso pervertido de la palabra humanitario servirá, si no está sirviendo ya cuando esta nota se publique, para cometer delitos de lesa humanidad: para actuar inhumanamente. Todo indica que a las masacres cometidas contra los pueblos serbio, iraquí y afgano, para no mencionar más que una muestra trinitaria y santísima, reciente o […]

Otra vez el uso pervertido de la palabra humanitario servirá, si no está sirviendo ya cuando esta nota se publique, para cometer delitos de lesa humanidad: para actuar inhumanamente. Todo indica que a las masacres cometidas contra los pueblos serbio, iraquí y afgano, para no mencionar más que una muestra trinitaria y santísima, reciente o aún a la vista, se sumará o está sumándose la que devastará también al pueblo libio. Y eso pasa sin que se reediten las manifestaciones que en 2003 conmovieron al mundo, cuando millones de personas se irguieron en el empeño de impedir un nuevo capítulo del genocidio perpetrado durante años contra Irak.

Aquellas fueron manifestaciones a las que el imperio hizo caso omiso, y de la que en particular se burlaron groseramente algunos gobiernos, como el del llamado Partido Popular en España. Pero ellas pusieron en acción expresiones de dignidad internacional como no se percibían acaso desde las protestas contra la guerra impuesta a Vietnam por los Estados Unidos.

Hoy el pueblo palestino sigue sufriendo el terrible exterminio que desde hace décadas padece a manos de las fuerzas sionistas: para que no haya equívocos, por parte del ejército que en el Medio Oriente constituye la base militar más fuerte de que dispongan los Estados Unidos fuera de su territorio. Y una vez más el imperio enarbola inmoralmente las banderas de la salvación de un pueblo para masacrarlo y apoderarse de sus recursos, en especial de su petróleo.

El imperio representado y protegido por la OTAN no necesita que lo ayuden a fabricar pretextos para sus agresiones. Las fabrica burdamente él solo. Pero una nota de vergüenza y dolor la añade el hecho de que esta vez, quizás como ninguna otra, tiene de su lado una carpeta de pronunciamientos que exhibir ante el mundo como avales dados a sus actos por parte de representantes de las izquierdas. Claro que esos representantes no le interesan al imperio, que no los respeta ni los tiene en cuenta: los ignora, o los manipula cuando le conviene. No hay que sacudir a nadie en su tumba para recordar que, por ejemplo, la torpeza de un Premio Nobel contra Cuba encuentra amplia difusión en los medios que sirven al imperio, mientras que un justo reclamo del mismo autor contra desmanes de ese poderío o de sus lacayos, puede acabar en una mera «Carta al director» escondida entre las enmarañadas columnas de un diario marañero.

Ahora quién sabe cuántos textos de autores relevantes de las izquierdas, aunque no todos con el crédito de un lauro como el muy importante y ya no poco desprestigiado Nobel, pudiera utilizar el gendarme del mundo para justificar su criminal operación armada contra Libia. Quienes quieran creer o parecer que creen que el imperio actúa para librar a ese pueblo de un dictador, créanlo o parezcan creerlo; pero nadie se llame a engaño. La OTAN no puede salvar pueblos, ni se creó ni existe con ese fin. Los gobiernos representados en ella pueden ser, eso sí, eficientes para salvar bancos que garantizan la vida del capitalismo; pero están demasiado marcados por crímenes internacionales como para que alguien pueda creer que de veras les interesa el bienestar del pueblo libio, o de otros.

No se propone aquí ni idealizar a un mandatario, de ningún signo -y menos a los que objetivamente desprecien a sus pueblos y ayuden con su actitud a los planes imperiales-, ni dejar de decir de él lo que realmente merezca, y valorar al gobernante libio no es por cierto el propósito de estas líneas presurosas. Pero, por mucha influencia personal que alguien tenga o crea tener, y por mucha que sea su real o supuesta autoridad moral ante la humanidad, cada quien debería saber en qué momento y de qué manera dice lo que sea necesario y justo decir. Cuando el pueblo libio esté sufriendo la barbarie de las bombas de la OTAN, habrá quienes entoncestendrán que pensar para qué han servido -si es que han servido de algo- sus andanadas de estos días, precisamente de estos días, contra el gobernante de esa nación.

¿No es excesivamente abultado ya el expediente de casos que confirman hasta la saciedad que los sátrapas tienen asegurados su puesto y sus «honores» si sirven a los intereses del imperio, cuyo departamento internacional de defensa es la OTAN? A la vista, para quienes quieran ejercitarla, hay casos palmarios, y muy amiguitos de los sucesivos presidentes de los Estados Unidos y de gobiernos aliados/subordinados suyos.

Ahora el presidente de España, que ejerce en nombre de un Partido que todavía se llama Socialista y Obrero -y que aún tendrá integrantes que de veras busquen defender esos ideales-, dice que el deber de su gobierno está del lado del pueblo libio. Pero hace muy escaso tiempo que, incluyendo en la dramaturgia algunos remilguitos «democráticos» -menguarle un grado el nivel al protocolo porque el huésped no era un mandatario «electo democráticamente»-, el presidente y el rey de ese país recibieron con bombo y platillo al mandatario de Libia, con quien convenía hacer negocios que garantizaran petróleo, combustible que ahora la OTAN buscará en ese país africano masacrando a su población, como a otras, y que resulta tanto más necesario ante el descrédito y los peligros de la energía nuclear.

¿Acaso el actual gobierno y la actual monarquía de España no recibían como a un ejemplo de presidente civilizado y democrático al mismo Álvaro Uribe contra quien pesan acusaciones que, en último caso, no serían más leves ni menos perdonables que las que pudieran hacerse contra el gobernante libio? Pero el caso español es apenas un ejemplo de lo que ocurre en los dominios de la OTAN. Irrita ver, y es otra muestra, el rostro del representante del Reino Unido al final de una sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, en la que, aunque con discordias internas, primó la monstruosa opción militar contra Libia.

Náusea, pavor, indignación da la arrogancia con que el heredero de los destripadores de hijos e hijas de la India, de Irlanda, de Sudáfrica, de las otrora Trece Colonias norteamericanas, del Caribe anglófono, y de tantas otras comarcas del mundo, declaró que a partir de ese momento los gobiernos -los de la OTAN- sabrían cómo actuar sin tener que dar explicaciones, porque lo importante era que ya tenían el apoyo legal de la ONU para la acción armada: es decir, para destripar a hijas e hijos de ese país. Y en semejante misión «humanitaria» cumplirá su papel de presidente del imperio y, por tanto, mandamás de la OTAN, un Barack Obama avalado con el Premio Nobel de la Paz.

Algunos representantes de las izquierdas alzaron su voz contra el mandatario libio precisamente cuando se gestaba contra él -contra el pueblo libio, que será quien la sufra de veras- la intervención de la OTAN, la misma entidad agresiva que no promovió acciones para apoyar a los pueblos de Túnez y Egipto, por ejemplo, ni las promueve para librar a Palestina de la ocupación y el genocidio que le impone el Estado de Israel, hijo predilecto de la familia representada por la Casa Blanca. Hay que ser iluso, o tonto voluntario, para creer que la OTAN intenta salvar pueblos. Son demasiadas ya las evidencias que muestran lo contrario como para que se necesite convertir un artículo en un inventario de ellas.

Una de las lecciones de lo que está ocurriendo en el mundo señala la urgencia que tienen las izquierdas -sigamos usando ese término, para hacernos entender- de unirse para saber cómo y cuándo hablar, y actuar, entre otras cosas, para no aportar voces irresponsables o «ingenuas» a las campañas de un imperio que, siempre que le viene bien, convierte en programático incluso lo aleatorio. Quienes hayan hecho declaraciones que hoy el imperio, si es que les rinde el honor de tenerlas en cuenta, pudiera utilizar quizás como notas al pie en la justificación de la masacre del pueblo libio, deberían pensar en la atención que ese mismo imperio les ha prestado cuando han defendido- si tal es el caso– causas nobles.

Citemos unos pocos ejemplos de esas causas: la lucha contra el bloqueo impuesto a Cuba, el repudio de las torturas a prisioneros en cárceles como la que los Estados Unidos mantienen en territorio de Guantánamo ocupado contra la voluntad de Cuba, la condena de los vuelos secretos -que implicaron a varios gobiernos representados en la OTAN, y es probable que sigan ocurriendo- de aviones de la CIA para trasladar prisioneros que no son sometidos a juicio pero sí a tortura; y -para no alargar más la lista- el reclamo de la liberación de los cinco antiterroristas cubanos encarcelados en los Estados Unidos.

Ni esa historia en particular es cosa del pasado, ni la historia en general debe confundirse con la arqueología. En último caso, el mayor valor de los estudios arqueológicos radicará en lo que aporten al afán de impedir que el mundo de hoy pare en simples ruinas para que las investiguen, dentro de miles o millones de años, los miembros de una nueva especie que merezca de veras lo que hoy supuestamente entendemos que significa humanidad.

Y, hablando del discreto encanto de coincidir con el imperio, no están los tiempos para abstenciones ni rejuegos: o se condena el crimen, o se le apoya. Quien no haya repudiado claramente la agresión a Libia, pasará a la historia como cómplice de la masacre de ese pueblo.

Escrito en La Habana, al amanecer del 19 de marzo de 2011, cuando en Cuba nos aprestamos a celebrar los cincuenta años de la victoria de nuestro pueblo contra fuerzas del imperio en Playa Girón.

Blog del autor: http://luistoledosande.wordpress.com