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El puzzle israelí

Llegaron los rusos

Fuentes: zope.gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por LB.

Cuando en 1990 llegó la gran ola migratoria procedente de la Unión Soviética , nos alegramos.

En primer lugar, porque somos de la opinión de que toda inmigración es buena para el país. Esto, creo, suele ser así generalmente.

En segundo lugar, porque estábamos convencidos de que ese colectivo concreto de inmigrantes empujaría a nuestro país en la dirección correcta.

Esas personas, nos dijimos, han sido educadas durante 70 años en un espíritu internacionalista. Acaban de derrocar un cruel sistema dictatorial, así que deben de ser fervientes demócratas. Muchos de ellos no son judíos sino sólo familiares (a veces remotos) de judíos. De modo que he aquí a cientos de miles de nuevos ciudadanos laicos, internacionalistas y no nacionalistas, justo lo que necesitamos. Iban a incorporar un elemento positivo al cóctel demográfico que es Israel.

Además, dado que la comunidad judía anterior a la creación del Estado de Israel (la llamada «Yishuv») estaba constituida en gran parte por inmigrantes procedentes de la incipientemente revolucionaria Rusia zarista, seguramente los nuevos inmigrantes se mezclarían fácilmente con la población general.

O eso creíamos.

La situación actual es justo la contraria.

Los inmigrantes de la ex Unión Soviética -que en lenguaje coloquial son agrupados en bloque bajo la denominación de «los rusos»- no se han mezclado en absoluto. Son una comunidad separada que vive en un gueto construido por ellos mismos.

Siguen hablando ruso. Leen sus propios periódicos rusos, todos ellos furibundamente nacionalistas y racistas. Votan por su propio partido, liderado por Evet (ahora Avigdor) Lieberman, natural de Moldavia. Prácticamente no tienen ningún contacto con otros israelíes.

En sus dos primeros años en el país votaron principalmente a Yitzhak Rabin, del Partido Laborista, pero no porque prometió la paz, sino porque era general y se les presentó como un militar excepcional. A partir de entonces han votado regularmente a la extrema derecha.

La gran mayoría de ellos odian a los árabes, rechazan la paz, apoyan a los colonos y votan a gobiernos ultraderechistas.

Dado que actualmente constituyen casi el 20% de la población israelí, son un factor importante en la deriva derechista de Israel.

¿Por qué, por el amor de Dios?

Corren varias teorías, y seguramente todas ciertas.

Una se la escuché a un alto funcionario ruso: «Durante la era soviética los judíos eran solo ciudadanos soviéticos al mismo nivel que el resto. Cuando la Unión se disolvió, todo el mundo se refugió en su propia nación. Los judíos se quedaron en el vacío. Así que se fueron a Israel y se hicieron más israelíes que todos los otros israelíes. Incluso los no-judíos de entre ellos se convirtieron en super-patriotas israelíes».

Otra teoría sostiene lo siguiente: «Cuando se derrumbó el comunismo no había en Rusia nada para reemplazarlo salvo el nacionalismo (o la religión). La población estaba imbuida de actitudes totalitarias, de desprecio por la democracia y el liberalismo, de anhelos de líderes fuertes. Había también el racismo generalizado de la población «blanca» de la Unión Soviética del Norte con respecto a los pueblos «oscuros» del Sur. Cuando los judíos (y no-judíos) de Rusia llegaron a Israel se trajeron consigo esas actitudes. Simplemente, pusieron a los árabes en el lugar que ocupaban los despreciados armenios, chechenos y demás. Estas actitudes son alimentadas a diario por los periódicos y canales de televisión rusos de Israel».

Me di cuenta de estas actitudes cuando visité la Unión Soviética por primera vez en 1990, durante el período de la glasnost de Gorbachov. No pude visitarla antes porque mi nombre había sido tachado sistemáticamente de todas las listas de personas invitadas a admirar las glorias de la patria soviética. No sé por qué. (Curiosamente, también me tachaban de las listas de dignatarios invitados a los festejos del 4 de julio que organizaba la embajada de Estados Unidos, y algunos años tuve grandes dificultades para obtener una visa estadounidense. Quizás porque me manifesté contra la guerra de Vietnam. Debo de ser una de las pocas personas del mundo que puede presumir de haber estado incluido al mismo tiempo en las listas negras de la CIA y de la KGB.)

Fui a Rusia para escribir un libro sobre el fin de los regímenes comunistas de Europa del Este (que se publicó en hebreo bajo el título de «Lenin ya no vive aquí«). A Rachel [la difunta esposa del autor. NdT] y a mí Moscú nos gustó mucho, pero sólo nos hicieron falta unos pocos días para quedarnos estupefactos ante el racismo rampante que vimos por todas partes a nuestro alrededor. A los ciudadanos de piel oscura los trataban con indisimulado desprecio. Cuando fuimos al mercado y bromeamos con los vendedores, todos ellos sureños con los que congeniamos inmediatamente, nuestro joven y agraciado traductor ruso de rostro serio se distanció abiertamente.

Mis amigos y yo llevamos cerca de 50 años reuniéndonos todos los viernes. Cuando los rusos empezaron a llegar teníamos nuestra «mesa» en el café Kassit de Tel Aviv, el mítico lugar de encuentro de escritores, artistas y similares.

Cierto día advertimos que un grupo de jóvenes inmigrantes rusos había establecido su propia «mesa». Llenos de simpatía -y de curiosidad- nos uníamos a ellos de vez en cuando.

Al principio funcionó. Se forjaron algunas amistades. Sin embargo, entonces sucedió algo curioso. Se distanciaron de nosotros, haciéndonos ver claramente que en su opinión no éramos más que incultos y bárbaros medio orientales indignos de relacionarse con personas educadas en Tolstoi y Dostoievski. Muy pronto desaparecieron de nuestra vista.

Me acordé de eso el viernes pasado cuando en nuestra mesa estalló una disputa inusualmente acalorada. Teníamos una invitada, una joven científica «rusa» que acusaba a la izquierda de indiferencia y de mantener una actitud condescendiente con respecto a la comunidad rusa, lo cual habría provocado su giro derechista. Una prominente activista por la paz reaccionó con furia, arguyendo que los rusos ya tenían una actitud casi fascista cuando llegaron al país.

Estoy de acuerdo con las dos.

La actitud de Israel hacia los nuevos inmigrantes ha sido siempre un poco bizarra.

Líderes como David Ben-Gurion trataron a la inmigración sionista como si fuera un simple problema de transporte. Se tomaron enormes molestias para trasladar a Israel a judíos de todo el mundo, pero una vez que estuvieron aquí los abandonaron a su suerte. Claro, se les proporcionó ayuda material y vivienda, pero no se hizo prácticamente nada para integrarlos en la sociedad.

Así ocurrió con la masiva inmigración de judíos alemanes de la década de 1930, con los judíos orientales en la década de 1950, y con los rusos en la década de 1990. Cuando los judíos de Rusia mostraron una marcada preferencia por [emigrar a] los EEUU, el gobierno [israelí] presionó a la administración estadounidense para que les cerrara las puertas en la cara, de modo que prácticamente se vieron obligados a venir aquí. Cuando vinieron, se permitió que se concentraran en guetos en lugar de animarles a dispersarse y a instalarse entre nosotros.

La izquierda israelí no fue una excepción. Cuando fracasaron algunos débiles esfuerzos para atraerlos al campo de la paz, los dejaron a su suerte. En cierta ocasión, la organización a la que pertenezco, Gush Shalom, distribuyó 100.000 copias en ruso de nuestra principal publicación («Verdad contra verdad», la historia del conflicto), pero cuando recibimos una única respuesta nos desanimamos. Obviamente, a los rusos les importa un comino la historia de este país, del que no tienen la más remota idea.

Para comprender la importancia de este problema hay que visualizar la composición de la sociedad israelí tal como realmente es (ya he escrito sobre esto en otras ocasiones). Se compone de cinco grupos principales de tamaño similar. A saber:

Judíos de origen europeo, llamados ashkenazis. Pertenece a este grupo la mayoría de la élite cultural, económica, política y militar de Israel. La izquierda se concentra casi íntegramente en este colectivo.

Judíos de origen oriental, a menudo denominados (erróneamente) sefarditas, procedentes de países musulmanes tanto árabes como no árabes. Son la base del Likud.

Judíos religiosos. Comprenden a los haredim ultraortodoxos, tanto ashkenazis como orientales, así como a los sionistas nacional-religiosos que son los líderes de los colonos.

Ciudadanos árabes-palestinos. Se concentran mayoritariamente en tres grandes núcleos geográficos.

Los «rusos».

Algunos de estos sectores se superponen en cierta pequeña medida, pero la imagen de conjunto es clara. Los árabes y muchos ashkenazíes pertenecen al campo de la paz, mientras que todos los demás son sólidos derechistas.

Por ello, es absolutamente imprescindible ganarse al menos a porciones de los judíos orientales, de los religiosos y -sí- de los «rusos», para poder forjar una mayoría partidaria de la paz. En mi opinión, esa es la tarea más importante que afronta el campo de la paz en estos momentos.

Al final del furioso debate en nuestra mesa traté de calmar a las dos partes:

«No hace falta pelearse por decidir cómo repartimos la culpa. Hay suficiente para todos».

 

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1367019948/