Traducción Enrique Prudencio
La expresión la longue durée, » a largo plazo», fue una expresión popularizada por los Anales de la Escuela Francesa de historiadores presidida por Fernand Braudel, que acuñó la frase en 1958. El argumento básico de esta escuela es que la verdadera preocupación de los historiadores debe ser el análisis de las estructuras que se encuentran en la base de los acontecimientos contemporáneos. Bajo los acontecimientos a corto plazo, como ciclos aislados de auge o de quiebra económica, podremos discernir la persistencia de «viejas actitudes o pensamientos y acciones, robustas superestructuras que se resisten a morir, a veces contra toda lógica». Una derivación importante de la investigación de los Anales es el trabajo de la escuela Análisis de Sistemas Globales, en la que se incluyendo Immanuel Wallerstein y Christopher Chase-Dunn, que igualmente se centran en las estructuras a largo plazo: el capitalismo en particular.
Según esta escuela, el «arco» del capitalismo tiene una duración de 600 años, desde 1500 a 2100. Esta es nuestra desgracia, estar viviendo en el comienzo del final, la desintegración del capitalismo como sistema mundial. En el siglo XVI se trataba principalmente de capital comercial, que evolucionó a capital industrial en los siglos XVIII y XIX y a continuación avanzó a capital financiero – dinero creado por el propio dinero y por la especulación con las divisas – en los siglos XX y XXI. En forma dialéctica sería el verdadero triunfo del sistema, que al final revienta del propio éxito.
La última vez que se produjo un cambio de esta magnitud fue durante los siglos XIV y XV, durante los cuales el mundo medieval comenzó a desmoronarse y fue reemplazado por el mundo moderno, la Edad Moderna. En su clásico estudio sobre este período, La decadencia de la Edad Media , el historiador holandés Johan Huizinga describió aquel tiempo como un tiempo de depresión y de agotamiento cultural, como nuestra propia era en la que no queda ya mucha diversión que vivir. Una de las razones que explican esto es que el mundo se encuentra literalmente colgado sobre un abismo. Se desconoce en gran medida lo que hay por delante y tener que estar flotando sobre un abismo durante un largo periodo de tiempo es, para decirlo coloquialmente, un pequeño lastre.
Lo mismo pasó durante los tiempos en que se produjo el colapso del Imperio Romano, sobre cuyas ruinas se levantó lentamente el sis tema feudal.
Estaba yo reflexionando sobre estos temas hace algún tiempo cuando tropecé con un notable ensayo de Naomi Klein, la autora de La doctrina del shock . Se titulaba «Capitalismo contra Clima» y había sido publicado en noviembre del año pasado en The Nation . En lo que parecía ser algo así como un cambio radical para su forma de pensar, fustiga a la izquierda por no comprender lo que la derecha percibe correctamente: que todo el debate sobre el cambio climático es una amenaza muy seria para el capitalismo. La izquierda, dice, trata con sordina las implicaciones del cambio climático, da a entender que la protección del medio ambiente es compatible con el crecimiento económico, que no es una amenaza para el capital ni para los trabajadores. Quieren que todo el mundo compre un coche híbrido, por ejemplo (algo que yo personalmente comparo con una dieta de tarta de queso) o utilizar las bombillas de forma más eficiente, o reciclar, como si estas fuesen las medidas adecuadas para resolver la crisis medioambiental que tenemos al alcance de la mano. Pero la derecha no se engaña. Ve lo verde como el caballo de Troya que trae dentro el rojo, el intento de «abolir el capitalismo para reemplazarlo por algún tipo de ecosocialismo». La derecha cree – correctamente – que las políticas de alarma general sobre el calentamiento global son inevitablemente un ataque contra el sueño americano, contra toda la estructura capitalista. Así, Larry Bell argumenta en «Clima de corrupción» que las políticas medioambientales tratan esencialmente sobre la «transformación del American way of life en interés de la distribución de la riqueza global» y el escritor británico James Delinpole observa que «El ambientalismo moderno adelanta con éxito muchas de las causas queridas por la izquierda: la redistribución de la riqueza, la subida de impuestos, mayor intervención gubernamental, (y) regulación.
En efecto, lo que la señora Klein le está diciendo a la izquierda es: ¿Para qué luchar? Estos nerviosos pijos de la derecha…tienen razón. Noso tros los de la izquierda no paramos de hablar de compatibilidad entre los límites del crecimiento y la codicia desenfrenada o proclamando que el cambio climático «no es más que una cuestión entre un cúmulo de problemas importantes que reclaman creciente atención», o instando a todo el mundo a que se compre un todoterreno verde. Comentaristas como Thomas Friedman o Al Gore, que nos aseguran que «podemos evitar la catástrofe comprando productos «verdes» y creando mercados anticontaminación inteligentes» – capitalismo corporativo, en dos palabras – están simplemente viviendo en la negación. «Las verdaderas soluciones del cambio climático», escribe Klein «son también nuestra mejor esperanza de construir un sistema económico mucho más ilustrado, que reduzca las profundas desigualdades, refuerce y transforme la esfera pública, genere abundantes y dignos puestos de trabajo, y que reine radicalmente sobre el poder corporativo».
En uno de los ensayos de mi libro Una cuestión de valores («conspiración frente a Conspiración en la Historia americana), expongo algunos de los «programas inconscientes» enterrados en la psique americana desde los primeros días, programas que dan cuenta de la mayor parte del llamado comportamiento consciente de América del Norte. Estos incluyen la noción de una frontera interminable – un mundo sin límites – y el ideal de un individualismo extremo – tú no necesitas y no debes necesitar a nadie en el mundo que te ayude a hacerlo. La combinación de la noción de un mundo ilimitado con la de que uno tiene que ser capaz de hacerlo todo solo en el mundo produce una fórmula de enorme poder capitalista y del inevitable
colapso del capitalismo (de ahí la dimensión dialéctica de todo ello). Sobre esto, Naomi Klein escribe:
» La mentalidad expansionista, extractiva, que ha regido durante tanto tiempo nuestra relación con la naturaleza, es lo que cuestiona de forma tan fundamental la crisis del clima. Las abundantes investigaciones científicas donde se demuestra que hemos forzado la naturaleza más allá de sus propios límites no sólo demandan productos verdes y soluciones basadas en el mercado; demanda un nuevo paradigma de civilización, basado no en el dominio sobre la naturaleza sino en el respeto de los ciclos naturales de renovación, y extremada sensibilidad con los límites naturales…Estas revelaciones son profundamente desafiantes para todos nosotros en el alumbramiento de ideales de progreso».
(Esto es exactamente lo que yo argumenté hace 31 años en The Reenchantment of the World ; es agradable verlo todo salir a flote otra vez). «Las soluciones reales del clima», continúa, «son aquellas que sistemáticamente inclinan las intervenciones (del gobierno) a dispersar y devolver el poder y el control al nivel de la comunidad, a la energía renovable controlada por la comunidad, a la agricultura local orgánica, al traspaso de los sistemas genuinamente responsables a sus usuarios. Por tanto, concluye ella, los poderes que tienen razones para tener miedo nos niegan el acceso a los datos de la amenaza global, cuando lo que realmente se requiere en el momento en que nos encontramos es el fin de la ideología de libre mercado. Y, añadiría yo, el fin del arco del capitalismo al que nos hemos referido anteriormente. Va a ser (es) una lucha colosal, no sólo porque los poderosos querrán aferrarse a su poder, sino también porque el arco y todas sus ramificaciones han dado su significado y esencia de clase junto con un capital M por más de 500 años. Esto es lo que los manifestantes de Occupy Wall Street (si queda aún alguno, no estoy seguro) deben decirle al 1%: vuestras vidas son un error. Esto es lo que finalmente significa el nuevo paradigma de civilización. También es necesario decir que casi todo el mundo en los Estados Unidos, no sólo el privilegiado 1%, compra este mismo paño. John Steimbeck señaló esto hace muchos años cuando escribió que en Estados Unidos los pobres se consideran a sí mismos como «millonarios embarazados temporalmente». El Movimiento Ocuppy, por lo que puedo entender, desea restaurar el sueño americano, cuando, de hecho, lo que necesita el Sueño es ser abolido de una vez por todas.
En este punto Naomi nos proporciona una lista de seis cambios que deben producirse para que este nuevo paradigma nazca, incluyendo el control del reino de las corporacion es, terminar con el culto a ir de compras y la subida de impuestos a los ricos. Me encontré escribiendo «buena suerte» en el margen de la mayor parte de esta discusión. Estas cosas no van a ocurrir y lo que probablemente necesitemos en su lugar será una serie de conferencias sobre por qué no van a pasar. Pero observen que esa parte de la respuesta ya está incrustado en su ensayo: los intereses creados, tanto en el sentido económico como psicológico, tienen todas las razones del mundo para desear que se mantenga el status quo. Y como yo digo, lo mismo les pasa al hombre y a la mujer de la calle. ¿Qué sería de nuestras vidas sin ir de compras, sin el último juguete tecnológico? Estarían bastante vacías, por lo menos en los Estados Unidos. Qué horrible es que el capitalismo haya reducido a los seres humanos a esto.
En cuanto a recomendaciones, sin embargo, el ensayo de Klein es más bien parco. Pero ofrece algo muy importante a través del análisis y también por vía de implicación: todo está relacionado con todo lo demás. Psicología, economía, crisis medioambiental, nuestro modo de vida cotidiano, el embrutecimiento de la gente en Estados Unidos, el patético fetichismo de los teléfonos móviles y demás juguetitos electrónicos, las deudas aplastantes de los préstamos a estudiantes, la farsa de las elecciones políticas, la conversión bastante rápida del Sr. Obama de héroe liberal a criminal de guerra y a demoledor de los derechos civiles, la enorme popularidad de las películas violentas, el intento de los ricos de imponer medidas de austeridad a los pobres, las bien documentadas epidemias de enfermedades mentales y obesidad, cuestiones que, en última instancia, no son esferas separadas de la actividad humana. Están interconectadas y esto significa que las cosas no se arreglarán poco a poco. «El nuevo paradigma de civilización» significa que es todo o nada; realmente no hay nada en medio, no se puede elegir ni la dieta de tarta de queso. Como dice la Sra. Klein, esto ya no va de cuestiones aisladas nunca más.
Entonces qué, ¿qué podemos esperar mientras el arco del capitalismo se va cerrando? Entonces es cuando Naomi cambia de recomendaciones improbables a la realidad pura y dura. Y escribe:
» La búsqueda corporativa o empresarial al escasear los recursos se hará más rapaz y violenta. Se seguirá robando la tierra cultivable de África y la que contenga yacimientos de materias primas para conseguir alimentos y petróleo para los países ricos. La sequía y la hambruna se seguirán usando como pretexto para utilizar semillas genéticamente modificadas, así como para que los agricultores se endeuden cada vez más.
Intentaremos extraer los restos del petróleo y gas que vayan quedando utilizando cada vez más peligrosas tecnologías para extraer hasta las últimas gotas, convirtiendo cada vez franjas más grandes del globo en zonas sacrificadas, destruidas. Fortificaremos nuestras fronteras e intervendremos en conflictos extranjeros sobre recursos naturales o iniciaremos esos conflictos nosotros mismos. Las «Soluciones climáticas de libre mercado», como se las denomina, serán el imán de la especulación, del capitalismo de fraude y del «amiguismo», como ya hemos visto con el mercado del carbón y el uso de los bosques como compensaciones a cambio de carbón. Y cuando el cambio climático empiece a afectar no sólo a los pobres sino también a los ricos, empezaremos a buscar soluciones tecnológicas para bajar la temperatura con riesgos masivos y de desconocida magnitud y origen. Al calentarse el mundo, la ideología reinante que nos dice que cada uno sólo está para sí mismo, que las víctimas merecen su destino y que podemos dominar la naturaleza, nos llevará más bien a un sitio muy frío».
Para decirlo con toda franqueza, la escala de cambios que se necesitan no puede ocurrir sin una implosión ma siva del sistema actual. Esto fue así al final del Imperio Romano, fue así al final de la Edad Media y será así hoy. En el caso del Imperio Romano, como explico en The Twiligt Of American Culture , hubo una emergencia de órdenes monásticas que comenzaron a preservar los tesoros de la civilización greco romana. El tema de mi libro era: ¿puede ocurrir algo similar hoy día? Naomi escribe:
» El único comodín de la baraja es si se levantará algún movimiento popular, como contrapeso, que proporcione una alternativa viable a este siniestro futuro. Esto no significa sólo presentar un conjunto de propuestas políticas alternativas, sino una alternativa a nivel mundial para competir con el poder que se encuentra en el corazón de la crisis ecológica – esta vez incrustado en la interdependencia en lugar de en el ultraindividualismo, en la reciprocidad en lugar de en el dominio, y en la cooperación en lugar de la jerarquía». Klein cree que el Movimiento Occupy Wall Street – recuerden, era bastante fuerte el pasado noviembre – encarna esto. Que han «apuntado a los valores subyacentes de la codicia rampante y el individualismo que creó la crisis económica, incorporando formas radicalmente diferentes de tratarse entre ellos y de relacionarse con el mundo natural».
¿Es esto ver dad? Hay que considerar cuatro cosas sobre este punto.
1.Yo nunca visité personalmente Zuccotti Parak, pero la mayor parte de lo que he visto en la Web, incluyendo reportajes muy favorables del Movimiento Occupy, parece sugerir que el objetivo era un Sueñ o Americano más equitativo, no la abolición del Sueño Americano, como he indicado más arriba. En otras palabras, la demanda básica era que la tarta se repartiera de forma más justa. Nunca tuve la impresión de que los manifestantes estuviesen diciendo que la tarta estaba podrida en su totalidad. Esto me recuerda una anécdota acerca de Martin Luther King, quien aparentemente dijo a Harry Belafonte, justo antes de que King fuese asesinado, que él (King) creía que había estado cometiendo un gran error; que a veces sentía como si estuviese apacentando gente en una iglesia que se estuviese quemando. Esta era una visión muy diferente, obviamente, de la noción de que los negros deberían de estar recibiendo una porción mayor de la tarta. Porque a fin de cuentas, ¿quién quiere una porción mayor de una tarta podrida o vivir en una iglesia que se está quemando?
2. Los historiadores de los Anales, junto con los pensadores de Análisis de Sistemas del Mundo han sido acusados de proyectar una imagen de la «historia sin pers onas». En otras palabras, estas escuelas tienden a ver a los individuos como algo irrelevante para el proceso histórico que ellos analizan en términos de «fuerzas históricas» Hay algo de verdad en esto, pero las «fuerzas históricas» pueden convertirse en un poco místicas. Al igual que las fuerzas son las que motivan a las personas, son las personas las que promulgan o ponen de manifiesto a esas fuerzas. Quiero decir, que alguien tendrá que hacer algo para que la Historia se produzca y al menos la multitud de Occupy estaba tratando de echar arena en los engranajes de la máquina, por así decir, como lo hacen los movimientos similares de Europa. Pero confieso que por cierto número de razones, nunca he sido muy optimista acerca del movimiento; al menos no con el que existe en los Estados Unidos. Como han señalado muchos sociólogos, Estados Unidos no tiene una tradición socialista real, por tanto no sorprende que la extrema desigualdad en el reparto de la riqueza que existe en Estados Unidos no sea en absoluto un tema de la campaña de las elecciones presidenciales, por ejemplo.
De hecho, una encuesta reciente realizada por el Pew Charitable Trut revelaba que la mayoría de los norteamericanos no tienen problemas en absoluto con la existencia de una pequeña clase ext remadamente rica; ellos lo que quieren es poder unirse a la misma, lo que nos devuelve a la cita de John Steimbeck. Mi predicción personal, realizada hace unos meses, fue que Occupy se convertiría en una especie de escuela permanente donde los desafectos podrían ir a aprender sobre el «el nuevo paradigma de civilización», si se enseñara eso. Esta es básicamente la «nueva opinión monástica» de la que hablaba en el libro Twilight. A cierto nivel es probablemente inocuo, apenas amenaza al poder de la élite. Pero esa pudiera no ser toda la historia, especialmente a largo plazo. Después de todo, mientras colapsa el sistema se irán produciendo alternativas cada vez más atractivas y podemos estar seguros de que la de 2008 no será la última quiebra económica que nos tocará vivir. Los dos lados van hombro con hombro y últimamente – estoy hablando de entre treinta y cuarenta años, pero quizás sean menos – el peso del arco del capitalismo será demasiado oneroso para sostenerse por sí mismo. A la larga será mucho más listo el que apueste por la alternativa de la nueva visión del mundo que lo haga al capitalismo. Sin embargo, el biólogo David Ehrenfeld escribe: nuestra primera tarea es crear una estructura económica, social, e incluso tecnológica en la sombra que esté lista para tomar el relevo al desmoronarse el sistema existente.
3. ¿Qué pasa, entonces, con esa alternativa mundial, ese nuevo paradigma de civilización? Curiosamente, en Porqué falló América e xpliqué las razones por las que América falló y afirmo que fue principalmente porque a través de nuestra historia marginamos o ignoramos las voces que argumentaban contra la cultura dominante, que está basada en el presionar, el engradecimiento, y la expansión económica y tecnológica. Esta tradición alternativa se puede rastrear desde John Smith en 1616 a Jimmy Carter en 1979, e incluye personas tales como Emerson, Thorau, Lewis Munmford, Jane Jacobs, Vance Packard y John Kenneth Galbraith, entre muchos otros. En Inglaterra está particularmente asociada a John Ruskin y Willam Morris, que argumentó sobre la necesidad de contar con comités orgánicos con un propósito espiritual, para el trabajo que tuviese sentido en lugar de para tareas soporíferas, y que consiguió contar con un gran número de discípulos norteamericanos. En un próximo libro de mi colega Joel Magnuson, titulado The Approaching Great Transformation , el autor afirma que necesitamos modelos concretos de una economía post carbón, que rompan radicalmente con el modelo capitalista del lucro, no de forma retórica o con un lavado de cara. Explica unos cuantos ejemplos de experimentos que cumplen con esta premisa, ejemplos que yo definiría como elementos de un Estado estable o economía homeopática: sin crecimiento, en otras palabras. Después de todo, escribe Magnuson, «crecimiento permanente significa crisis permanente». O como he afirmado en otra parte, nuestra tarea es desmantelar el capitalismo antes de que nos desmantele a nosotros. Pero esto tampoco significa tomar Wall Street, cosa que no creo que sea posible. Pero lo que significa es abandonar el campo de acción. Por ejemplo, la secesión (existen movimientos de secesión, de los que Vermont es un ejemplo destacado). Y si eso no resulta muy viable ahora mismo, hay al menos una posibilidad de vivir de manera diferente, como sugiere David Ehrenfeld. Yo preveo que los «procesos duales» – la desintegración del capitalismo y la emergencia concomitante de una formación socioeconómica alternativa – será el argumento central de la historia de lo que queda de este siglo. Y también sospecho que la austeridad será parte de esto, porque al colapsar el capitalismo y quedarnos sin recursos -sobre todo petróleo – ¿qué opciones nos van a quedar?
4. Esto no significa, creo yo, la vuelta a algún tipo de feudalismo aunque, por lo que sé, muy bien podría ocurrir. Pero estamos hablando finalmente no sólo del final del capitalismo sino también del final de la modernidad en general, dela decadencia de la edad moderna, en efecto. En la interesante biografía del académico de la escuela hegeliana Alexander Kojèv Shadia Drury escribe: «Todo orden político, no importa lo grande que sea, está condenado a la decadencia y la degeneración». Y en cuanto a la modernidad en particular, continúa:
» El comienzo de la modernidad y su declive son como los de cualquier otro conjunto de ideales políticos y culturales. En su temprano inicio, la modernidad contenía algo bueno y seductor. Era una revolución contra la autoridad de la Iglesia, sus tabúes, represiones, inquisiciones y sus hogueras. Era una nueva aurora del espíritu humano, la celebración de la vida, el conocimiento, la individualidad, la libertad y los derechos humanos. Legaba al hombre una soleada disposición hacia el mundo y hacia sí mismo… El nuevo espíritu alimentó los descubrimientos científicos, la inventiva, el intercambio, el comercio y una explosión artística de gran esplendor. Pero como cualquier nuevo espíritu, el de la modernidad ha terminado mal… La modernidad perdió la frescura e inocencia de su temprana promesa porque sus objetivos se volvieron exagerados, imposibles e incluso perniciosos. En vez de ser el símbolo de la libertad, la independencia, la justicia y los derechos humanos, se ha convertido en el símbolo de la conquista, el colonialismo, la explotación y la destrucción del planeta».
En resumen, su plazo de vida ha vencido, y tenemos la suerte o la desgracia, como dije antes, de vivir un tiempo de transición muy largo y difícil. Un viejo modo de vida muere y uno nuevo nacerá finalmente. Sobre esto el poeta Mark Strand comenta: » no hay que apresurarse; el fin del mundo solo es el fin del mundo como lo conocemos». Por algún motivo encuentro este pensamiento más bien reconfortante.
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