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Entrevista a la periodista Yolanda Sobero, autora del libro “Sáhara, memoria y olvido” (Edit. Ariel)

«Lo que me resulta penoso es que la ONU no haya sabido actuar y, más aún, no tenga ningún interés en actuar»

Fuentes: GEA Photowords

«Sáhara, memoria y olvido» (Edit. Ariel) es el título del nuevo libro de la periodista Yolanda Sobero, que se presenta en un momento crítico del conflicto saharaui: con miles de jaimas arrasadas en el campamento de protesta de Agdaym Izi; con una fuerte represión en las calles de El Aaiún; con una férrea censura informativa […]

«Sáhara, memoria y olvido» (Edit. Ariel) es el título del nuevo libro de la periodista Yolanda Sobero, que se presenta en un momento crítico del conflicto saharaui: con miles de jaimas arrasadas en el campamento de protesta de Agdaym Izi; con una fuerte represión en las calles de El Aaiún; con una férrea censura informativa impuesta por el gobierno marroquí; y lo más trágico, con decenas de heridos y varios muertos. Desde hace 35 años España tiene -quiera o no quiera aceptarlo- una herida propia, entre la memoria y el olvido, que sigue sin cicatrizar. Esa herida se llama Sáhara y ha vuelto a derramar sangre.

Todo comenzó mediado el mes de octubre, a unos 13 kilómetros al este de la ciudad de El Aaiún. Miles de jaimas (tiendas de campaña de los pueblos nómadas del Magreb) se levantaron en mitad del desierto. Nacía el campamento de Agdaym Izi. Las protestas de los saharauis que se instalaron en el campamento se fundamentaban, más que en reivindicaciones nacionalistas e independentistas, en meras cuestiones sociales; mejoras en las ayudas por desempleo, la elaboración de una política de vivienda digna o el derecho a disponer de los bienes naturales de la zona, como la pesca o los fosfatos. Sin embargo, Marruecos veía en aquel océano de jaimas, el germen de una posible nueva rebelión saharaui y empezó su operación de asfixia al campamento.

La tensión aumentó el 24 de octubre, con la muerte de Nayem el Gareh, un adolescente que fue tiroteado cuando el todoterreno en el que viajaba junto con su hermano y otros tres saharauis, se saltó un control policial a la salida del campamento. Desde entonces, y en contra de los deseos de los organizadores del campamento, la protesta social pasó a un segundo plano y empezaron a hacerse oír las reivindicaciones de autodeterminación e independencia. Ese fue el pretexto del gobierno marroquí para hacer más intensa la opresión sobre el campamento. El 6 de noviembre, en un discurso televisado con motivo del 35º aniversario del inicio de la Marcha Verde, el rey Mohamed VI advirtió que su país no admitiría «ninguna violación, alteración o puesta en tela de juicio de la marroquinidad» de los territorios del antiguo Sáhara colonial español. El monarca alauí acababa de encender con sus declaraciones la mecha de un coctel explosivo.

Amaneció el lunes 8 de noviembre. Algunos helicópteros sobrevolaban Agdaym Izi. La megafonía del Ejército marroquí ordenaba desalojar el campamento…

Quienes no lo hicieron de inmediato y resistieron, fueron protagonistas de una batalla aún confusa en la que se utilizaron cañones de agua, gases lacrimógenos y proyectiles de goma. Miles de jaimas ardieron y los acampados huyeron en dirección a El Aaiún.

Allí, los saharauis que habían recibido noticias del asalto al campamento, levantaron barricadas, prendieron hogueras y se enfrentaron a la policía y al Ejército marroquí con piedras y cócteles molotov. Aún hoy, las cifras sobre muertos y heridos de aquella jornada no están claras. Rabat ha reconocido 10 muertos en las filas de sus fuerzas de seguridad y sólo una víctima entre los civiles saharauis. El Frente Polisario, por el contrario, estima el número de fallecidos en 19 y el de heridos en más de 700.

UN LIBRO PARA ENTENDER EL CONFLICTO

En este contexto, pocos días después del asalto al campamento de protesta, la periodista de Televisión Española (TVE) Yolanda Sobero presentaba en Madrid «Sáhara: memoria y olvido» con una idea clara: la de que los saharauis oprimidos «tienen derecho a la autodeterminación».

Eso, el derecho a la autodeterminación, es lo que defiende Sobero para la antigua colonia, basándose tanto en la promesa española de 1975 de conceder al pueblo saharaui la capacidad de decidir sobre su futuro (promesa que quedó en nada con la Marcha Verde), como en el Plan de Paz del año 1991. Este plan significó el nacimiento de una nueva misión de Naciones Unidas que tenía el mandato de organizar un referéndum en el Sáhara Occidental y verificar el alto el fuego al que tres años antes habían llegado el gobierno de Marruecos y el Frente Polisario. Una misión, la MINURSO (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental), que a la vista de la situación actual, ha fracasado.

«Lo que me resulta penoso», admite la periodista, «es que la MINURSO no haya sabido actuar y, más aún, no tenga ningún interés en actuar».

En el libro también se aborda uno de los apartados más dramáticos y quizás más olvidados del enfrentamiento: los refugiados. Y la autora lo hace partiendo de un recorrido histórico en el que distingue tres momentos claves. El primero es la huida «muy dramática y muy traumática» de los saharauis cuando Marruecos entró en su territorio en 1975; una segunda fase es el asentamiento de los nuevos campamentos -el más importante de los cuales se establece al suroeste de Argelia, en Tindouf-, «donde juega un papel fundamental la mujer saharaui»; y un tercer momento, el alto el fuego acordado en 1991 que supuso, según Sobero, «uno de los momentos de mayor esperanza en los campamentos». Sin embargo, la esperanza pronto se tornó en decepción cuando se comprobó que Marruecos no tenía ningún interés en cumplir el compromiso de organizar un referéndum en el que se permitiera decidir a los saharauis sobre su propio futuro. «Quizás», afirma Sobero, «porque ni siquiera Marruecos se fía de los propios marroquíes que viven en el Sáhara».

Un ejemplo claro de esta resignación a la que se han visto arrastrados los saharauis para permanecer acampados lejos de sus tierras, es ver cómo a partir de 1991 las jaimas, construcciones provisionales, han ido dejando paso en los campamentos a las casas de adobe, edificaciones con un propósito más permanente. «El hecho de que exista una nueva generación de saharauis que sólo conozcan los campamentos de refugiados, genera una gran frustración», confiesa Sobero.

GEA PHOTOWORDS aprovechó la presentación de «Sáhara: memoria y olvido» para conocer las valoraciones de la veterana periodista -que lleva desde hace casi 30 años cubriendo la información del Sáhara Occidental para TVE- sobre los últimos incidentes en el campamento de Agdaym Izi y sus consecuencias.

ENTREVISTA GEA – YOLANDA SOBERO

Este nuevo enfrentamiento en el territorio ocupado del Sáhara Occidental, ¿es simplemente un repunte violento más dentro del conflicto o significa el principio de una nueva fase?

Creo que el caso del campamento tiene notas nuevas en comparación con otras protestas. Primero, porque denota que tiene que haber un gran organizador: no se ponen 7000 jaimas por las buenas. Y segundo, porque tiene que existir un compromiso de los ciudadanos saharauis para estar a lo largo de un mes en un campamento. No ya por las condiciones del campamento -al fin y al cabo, son gente que vive en el desierto- sino sobre todo porque ellos sabían que esa protesta pacífica, de reivindicación de cuestiones sociales, les podía costar cara. A pesar de todo, me parece que el impacto internacional ha sido bastante escaso, salvo en España. Por ejemplo, la página web de la MINURSO [Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental] no le dedica ni una línea al campamento y menos aún a la intervención marroquí para desmantelarlo.

¿Qué opinión te merece la reacción del gobierno español?

A veces la equidistancia teórica del gobierno español lo que hace es enfangar todavía más las cosas. Creo que Marruecos entendería una postura clara y España tiene elementos y peso como para tener una postura más firme en esta cuestión. Se pega a periodistas españoles y no hay protestas por parte del gobierno español. Y tampoco hay protestas porque Marruecos difunda una información falsa, como que la Guardia Civil ha matado a un chico marroquí en la frontera con Melilla. El desmentido español pasa casi desapercibido, y es ahí donde el gobierno tendría que tener una postura mucho más clara, decidida y firme.

¿Piensas entonces que el gobierno de Rabat entendería una postura clara de España, aunque ésta fuera totalmente contraria a los intereses de Marruecos?

Es que una política de mayor firmeza hacia el Sáhara no tiene por qué interpretarse como una política anti marroquí. España puede basar su postura, perfectamente, en el derecho internacional y en todas las resoluciones que ha ido adoptando Naciones Unidas durante estos años. No se trata de ser anti nada sino, simplemente, hacer que Marruecos cumpla la legislación internacional. Ni siquiera los grandes aliados de Marruecos, Estados Unidos y Francia, reconocen jurídicamente la soberanía marroquí sobre el territorio del Sáhara ocupado.

¿Cómo valoras que, a pesar de lo ocurrido, representantes de Marruecos y del Frente Polisario hayan continuado con la ronda de negociaciones previstas en Nueva York?

En cuestiones de política internacional suele ser muy frecuente que cuando uno va a negociar, antes de sentarse a la mesa haga un desmán o deje patente cuál es su fuerza. Y que Marruecos haya desmantelado el campamento como ha hecho, no es casual. Pero Marruecos y el Polisario llevan negociando desde finales de los años 80; o sea, que negociar se ha negociado hasta la saciedad y es positivo que así sea. Lo que sucede es que todos estos procesos de negociación han tenido resultados que luego no se han cumplido, como el Plan de Paz del 91, que preveía un referéndum, o el Plan Baker, que finalmente Marruecos rechazó. Si llegamos a acuerdos, vamos a cumplirlos.

En el libro y en algunas declaraciones recientes te muestras crítica con el rol que juega la ONU en el Sáhara. ¿No crees que pueda ser un actor útil que ayudase a la resolución del conflicto?

La ONU podría serlo si quisiese. Hablar de Naciones Unidas, al fin y al cabo, es hablar del poder ejecutivo que se reduce a los 5 miembros permanentes del Consejo de Seguridad y entre ellos están Estados Unidos y Francia. Naciones Unidas hubiera tenido elementos para hacer cumplir el Plan de Paz del 91 y no los quiso utilizar. Naciones Unidas tiene elementos para hacer una vigilancia de los Derechos Humanos en el Sáhara y no se aprobó en el Consejo de Seguridad. Y aunque el apartado de los Derechos Humanos no esté explícito en el mandato de la MINURSO, también es cierto que cualquier misión de Naciones Unidas tiene que cumplir la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los pactos internacionales sobre derechos civiles, sociales y económicos, que tienen un artículo común: el derecho a la autodeterminación.

Y volviendo al título del libro, ¿qué crees que predomina en España cuando se habla del problema del Sáhara: la memoria o el olvido?

Predomina el olvido en tanto en cuanto los españoles conocemos muy mal el conflicto y su desarrollo. Creo que la sociedad española siente simpatía por los saharauis pero sabemos muy poco de ellos. Y, por otro lado, me resultan preocupantes los discursos radicales. Es lo que cuento en la introducción del libro: hay gente con discursos muy radicales y un gran desconocimiento del problema. Si tú haces un buen planteamiento del problema, estás ayudando a solucionarlo. Cuando sólo tienes un discurso radical y además no lo acompañas de un conocimiento real, estás contribuyendo a la confusión. Uno no es más progre porque grite más. La memoria y el respeto que hay que tener hacia los saharauis se demuestran conociendo sus circunstancias reales y su historia, no imaginando cuatro clichés.

Borja González Andrés es colaborador de la Revista Pueblos y de GEA Photowords.

Fuente: http://geaphotowords.com/blog/?p=4917