Estados Unidos registra más asesinatos de mujeres transexuales que cualquier otro país del planeta, excepto Brasil y México. Imara Jones se fue de Georgia para encontrar su identidad como mujer transexual. Veinte años más tarde, cuenta su experiencia al regresar para reencontrarse con su familia.
Todos los seres humanos comparten una verdad esencial: vienen de alguna parte. ¿En mi caso? Soy una mujer negra transexual que se fue del sur de Estados Unidos cuando cumplió 18 años.
Estamos en septiembre de 2018; han pasado veinte años desde que me fui. Regreso a Georgia en coche por primera vez desde mi transición. Tengo un cuerpo nuevo y otra manera de ser. Volveré a ver a Mama Rose, mi tía abuela de 95 años, y al resto de mi familia.
Salir del armario y reconocer que soy transexual ha sido profundamente positivo, pero no ha sido un camino de rosas. Las diferentes ramas de mi familia reaccionaron de forma distinta.
La parte de mi familia que he ido a ver generalmente me ha mostrado apoyo. Sin embargo, una cosa es decir que me aceptan y la otra es demostrarlo con hechos. Esta visita servirá para demostrar si las palabras coinciden con los hechos. Por eso estoy tan nerviosa. Intento reflexionar por qué he querido ponerme en esta situación y también sobre por qué me tuve que ir para poder volver.
No podía quedarme en la américa profunda de sur y ser yo misma, así que cuando cumplí 18 años me fui a Nueva York y me escondí dentro de las privilegiadas murallas de la Universidad de Columbia. Eran lo suficientemente altas y sólidas como para esconder la profunda transformación interior por la que estaba pasando.
Durante los veinte años siguientes todavía me fui más lejos, y viví en Londres y Brasil antes de regresar definitivamente a Nueva York. A lo largo de los años que pasé lejos del sur, mi autopercepción de mi identidad pasó de hetero a homosexual, a persona de género no binario y, finalmente, a lo que todavía no podía poner palabras: una mujer transexual. He regresado a Georgia para poder documentar este proceso.
Crecí en Atlanta; una ciudad relativamente abierta con la comunidad transexual (aunque no era así en los años ochenta y noventa). Sin embargo, tanto mi familia paterna como la materna son del suroeste de Georgia. Así que allí es donde tenía que ir.
Esta parte del estado de Georgia, que sigue teniendo plantaciones de algodón, granjas y pueblos pequeños, ha estado en primera línea del choque de Estados Unidos con su oscuro pasado. Un pasado que se construyó durante siglos a partir de la deshumanización de las personas negras.
El único funcionario confederado que fue condenado por crímenes de guerra dirigía una prisión en esta parte del país. Al final del camino está Albany, donde Martin Luther King Jr. sufrió su única derrota en el movimiento de derechos civiles. Pero a 100 kilómetros de aquí está Plains, la cuna del primer gobernador no segregacionista de Georgia, un hombre llamado Jimmy Carter.
Para mí, Albany es el lugar donde creció mi madre, Juanita Jones-Dedeaux. Murió en 2011, antes de que yo hiciera la transición. Mi padre todavía vive y nos esforzamos por mejorar la relación, no siempre con éxito. Como mi madre ya no está, me pregunto si me hubiera aceptado como hija. Cuando salí del armario y le dije que era homosexual, estuvimos dos años sin hablarnos. Más tarde conseguimos limar diferencias. Cualquier hostilidad o reticencia que pudiera haber permanecido se disipó con su diagnóstico de cáncer. Sin embargo, nunca pude resolver el principal rompecabezas de nuestra relación.
Por este motivo es tan importante para mí encontrarme con Mama Rose. Quería que me diera pistas que me ayudaran a comprender si mi madre me hubiera aceptado. Es la única persona viva que conocía a mi madre incluso antes de que mi madre se conociese a sí misma.
Mientras filmaba mi viaje para la serie que estaba haciendo (llamada TransLash) ni siquiera sabíamos si podríamos entrevistar a Mama Rose. Se encuentra en las primeras fases de demencia y tiene altibajos. En mi tercer día en el sur, estaba conversando en la cocina con algunos parientes cuando Mama Rose espetó: «Quiero hablar».
A medida que la conversación con Mama Rose avanzaba, también lo hacía mí alegría. Me emocionó que me hablara de la dulzura, la inteligencia, la consideración y la sensibilidad de mi madre cuando era niña. Rara vez podemos imaginar a nuestros padres como hijos, pero de repente fui capaz de hacerlo y eso me permitió ver su humanidad y su vulnerabilidad en toda su dimensión. Mamá Rose me regaló los recuerdos de las memorias de mi madre que sólo ella tenía.
Aunque, de hecho, hizo mucho más. Cuando habla, encarna el concepto de amor que ha transmitido a toda la familia. Cuando le pregunto si no juzga a los demás me contestó: «Las cosas simplemente son como son». Creo que esto explica por qué he podido reconectar con cuatro generaciones de mi familia, entre los que se incluyen los miembros más jóvenes.
Después de ver a Mama Rose, hablé con su bisnieta Courtney, de 14 años, y con su hermana, CeCe, de 16. He conocido a estos niños toda su vida y de alguna manera siento que son míos en formas que no puedo explicar completamente. Aunque ya sabía que la nuestra iba a ser una conversación sincera, su sabiduría me dejó boquiabierta.
Les pregunté cómo deberían ser vistas las personas transexuales por la sociedad. «Eres una hermosa criatura tal como Dios te ha creado», contestó Courtney. Su respuesta me dejó aturdida. Fue una declaración de una nitidez moral absoluta. Es una adolescente, pero cree en algo que muchos adultos no creen: la dignidad de todos los seres humanos.
Para las personas transexuales, contar a nuestras familias quiénes somos es esencial para reforzar nuestra humanidad ante nosotros mismos y ante el resto de la sociedad. De hecho, hasta que no vean nuestra humanidad será difícil que algunas personas cisgénero dejen de matarnos. Nuestra supervivencia depende de que seamos capaces de crear una narrativa que refleje nuestra humanidad. Las cifras indican por qué.
Desde principios de mayo, siete mujeres transexuales han sido asesinadas en EEUU. La mitad de estas mujeres han sido asesinadas en los estados del sur. Todas ellas eran mujeres negras. Ninguna llegó a cumplir los 30 años. Y esto no es una anomalía. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ocho de cada 10 mujeres transexuales en Estados Unidos que mueren por causas no naturales lo hacen antes de los 35 años.
La ola de violencia que está acabando con la vida de personas transexuales jóvenes se integra en una tendencia preocupante. De hecho, 2016 y 2017, los años siguientes a la victoria de Donald Trump, han sido los que han registrado más ataques violentos contra las personas LGTBI. Sorprendentemente, Estados Unidos registra más asesinatos de mujeres transexuales que cualquier otro país del planeta, excepto Brasil y México.
Sin embargo, incluso teniendo en cuenta esas terribles estadísticas, procedo de una familia negra del sur, que proviene de una zona rural de Georgia con profundas raíces religiosas. Y es esta misma familia la que también acoge mi transexualidad con los brazos abiertos. Muestran al mundo cómo la transfobia es una opción. No se da de forma automática en función de las creencias religiosas o de la procedencia. Esto me da una gran esperanza porque significa que la aceptación y liberación trans puede ocurrir en cualquier lugar y en cualquier parte.
Traducido por Emma Reverter
Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/Transexual-querida-profundo-EEUU-transicion_0_915858639.html