Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Juan Vivanco
«No hay suicidio, sólo hay asesinatos», decía Elsa Triolet.
Dos prisioneros saudíes, de 19 y 22 años, y un yemení, fueron hallados ahorcados el sábado en la prisión usamericana de Guantánamo.
Émile Durkheim, el fundador de la sociología, distinguía cuatro clases de suicidios, entre ellos el «suicidio fatalista», que se produce cuando el individuo se enfrenta a un futuro bloqueado, sin escapatoria.
Cabría pensar que esos tres desdichados que se pudrían en el centro de tortura tropical son suicidas «fatalistas».
¡Al parecer, la cosa no es tan sencilla!
El lunes 13 de junio (a las tres de la tarde, luego lo cambiaron) el motor de búsqueda Google nos anunciaba el drama con este titular:
«Actos de guerra por ahorcamiento en Guantánamo» (en negrita y subrayado).
Conviene subrayar que por Guantánamo han pasado unos 760 prisioneros, sólo hay 10 inculpados y todavía no han juzgado a ninguno.
Hasta ese momento las estadísticas oficiales hablaban de 41 intentos de suicidio llevados a cabo por 25 detenidos. Los últimos el 18 de mayo, cuando dos prisioneros ingirieron dosis masivas de barbitúricos. Bill Goodman, del Centro por los Derechos Constitucionales de Nueva York, cree que en Guantánamo cunde una «desesperación creciente» y añade: «Un sistema sin justicia es un sistema sin esperanza».
La ministra británica de Asuntos Constitucionales, Harriet Harman, ha sugerido que el campo se traslade a Estados Unidos o se cierre.
«Si allí todo es perfectamente legal y no ocurre nada malo, ¿por qué no se encuentra en Estados Unidos?», se preguntaba en la BBC. «Lo que hay allí es un territorio sin ley».
El cierre de la prisión de Guantánamo lo piden Amnistía Internacional desde enero de 2006, la ONU desde febrero y la Unión Europea desde mayo (Reporteros Sin Fronteras, a pesar de que hay un periodista preso, sigue sin pedirlo: ya lo hará, porque no conviene que ciertas amistades se noten demasiado). El gobierno cubano reclama el cierre de toda la base, una porción de su territorio ocupada por la fuerza.
El comandante de la prisión, vicealmirante Harry Harris, en una conferencia de prensa por teléfono, ha asegurado que sus soldados «se habían comportado de un modo magnífico» y que «los yihadistas (…) son arteros, creativos y decididos. No creo que haya sido un gesto de desesperación, sino una acción concertada para desacreditar a «América», un acto de guerra asimétrica contra nosotros». Otra responsable usamericana, Colleen Graffy, encargada de la diplomacia del Departamento de Estado, ha calificado el gesto de los prisioneros como un «golpe de efecto para llamar la atención». Qué bonito, qué noble, eso de escupir sobre cadáveres aún tibios.
El ejército ha informado que sus cuerpos serán tratados «con el mayor respeto». Qué bonito, qué noble, qué generoso eso de tratar mejor a los cadáveres que a los vivos. Por cierto: ¿a qué viene semejante aclaración? ¿Será por miedo a que la opinión pública lo dude?
Tengo dos sugerencias para los políticos franceses, que se muestran tan vigilantes con los Derechos Humanos en los países pobres, mientras contienen con maestría su indignación ante el comportamiento usamericano. Me dirijo en especial a todos los posibles candidatos a la elección presidencial.
Sugerencia n.º 1: ¡Despierten! Ustedes encarnan la patria de los Derechos Humanos. Hagan una campaña de protesta. Convoquen una manifestación. Saldremos todos a la calle con pancartas: «Cerrad Guantánamo».
Sugerencia n.º 2: Si tienen miedo de que les tomen por antiamericanistas primarios, hay una solución más fina: sean creativos, decididos, motivados, consumen un acto de guerra asimétrica contra los verdugos, dense a ustedes mismos un golpe de efecto: suicídense. Sus cuerpos serán tratados con el mayor respeto.
Pero si permanecen a la vez vivos, mudos y timoratos, que no les extrañe si «la Francia de los de abajo» les desprecia.
Fuente: Quibla http://quibla.net/guantanamo2006/guantanamo10.htm
El autor es un escritor residente en Toulouse.