Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Está pasando de nuevo: otro ataque de miedo colectivo que acaba impregnado de islamofobia. Los atentados del Maratón de Boston han desatado los sentimientos antimusulmanes que están ahí, bullendo bajo la superficie, y que acaban siempre irradiándose en tiempos de histeria nacional. La actual oleada de islamofobia que el país está perpetuando y experimentando -y esto es sólo el principio- es la primera desde los disturbios de Park 51 en 2010.
La noticia de que los principales sospechosos del atentado eran musulmanes chechenos alimentará el feo odio que se ha intensificado desde el 11 de septiembre. Pero el odio se desató inmediatamente después del ataque, incluso antes de que la gente supiera que había musulmanes implicados. Qué poco se necesita para que el lado histérico e intolerante de este país aparezca para tirar contra el «enemigo musulmán» en cuyo temor tan bien nos han entrenado.
Es muy fácil ver las manifestaciones más evidentes del desagradable fenómeno de la islamofobia, que arroja una culpa colectiva sobre todos los musulmanes. La derecha es siempre el lugar donde empezar. Pero está asimismo emanando de nuestras principales instituciones y personalidades, donde resulta un poco más difícil identificarla. Sin embargo, ahí está. Poderosas instituciones y personajes se están cebando con los musulmanes e intentando justificar, más aún, la vigilancia y animosidad contra la comunidad musulmana en los Estados Unidos.
Empecemos con el más fácil de los lugares: los medios de comunicación islamófobos. The New York Times dirigió la carga en ese frente. En las horas inmediatas al ataque de Boston, el tabloide propiedad de Rupert Murdoch señaló como sospechoso a un «nacional saudí» que había resultado herido en la explosión. Luego resultó que no tenía nada que ver con el ataque.
Otro lugar donde es fácil encontrarse con el odio antimusulmán es, por supuesto, la blogosfera islamófoba. Pamela Geller empezó a ponerse frenética con el saudí, después pasó a ponerse frenética con dos personas inocentes que aparecían en primera página en el Post, seguidamente a ponerse histérica con un estudiante universitario desaparecido, para llegar finalmente a donde todo el resto está situado: a ponerse histérica respecto a los sospechosos chechenos. Lo que a todos ellos les unía era que tenían «pinta de musulmanes«, los términos que Wajahat Ali utilizó acertadamente en Salon, y que denota lo racializados que en este país han llegado a estar los musulmanes. También apareció Steve Emerson, el falso experto en «terrorismo», al que el AIPAC acogió con brazos abiertos, que opinaba sobre el «nacional saudí» en televisión, como Ali Gharib documentó.
Y después tenemos también los delitos provocados por el odio antimusulmán. ColorLines ha recogido algunos de ellos, entre los que se incluyen: un hombre blanco dando puñetazos a una mujer palestina que lleva un hiyab en Massachussets; y varios hombres latinos golpeando a un bangladeshí en el Bronx porque parecía «árabe».
¡Pero qué fácil resulta que el sentimiento antimusulmán invada los medios dominantes de comunicación! Quizá esta forma de islamofobia no sea tan descarada como la de Pam Geller. Pero es igual de peligrosa, si no más, ya que hay mucha más gente que se deja imbuir completamente por lo que le cuentan los medios de comunicación.
Los medios dominantes están ocupados especulando si el Islam jugó un papel en la decisión de hacer estallar las bombas en el maratón de Boston. Puede escuchar cómo un periodista le preguntaba al tío de los sospechosos, en una mezquita local, si estaban «radicalizados», al parecer sin saber que la inmensa mayoría de las mezquitas en la nación están lejos de ser «radicales». Esta es la intolerancia suave de la que participan los medios de comunicación dominantes.
Otro culpable que se ha tragado la islamofobia, legitimándola por tanto, son los encargados de la aplicación de la ley. Volvamos a la historia del nacional saudí. Como escribe Amy Davidson en The New Yorker, «fue al único al que, aunque se hallaba en el hospital recibiendo tratamiento para sus heridas, le registraron el apartamento en una ‘sorprendente demostración de fuerza’, mientras sus compañeros inquilinos describían esa actuación al Boston Herald como la aparición de una ‘falange’ de funcionarios y agentes más dos unidades K9″. Davidson continúa preguntando: «¿Por qué el registro, el interrogatorio, los perros, la brigada antibombas y el nombre de la persona herida tuiteado por todas partes, unido a la palabra ‘sospechoso’?» La pregunta se responde a sí misma. Era saudí. Era árabe. Eso es suficiente para un montón de gente, incluida la policía. Que a la única persona herida, que resulta que es un nacional saudí, le registren la casa los encargados de aplicar la ley, lo dice todo.
Por último, miremos al hombre que está al frente de la ciudad que sufrió el ataque terrorista más catastrófico de la nación. El alcalde Michael Bloomberg trató de tranquilizar a la ciudad tras los ataques de Boston. Pero acabó explotando esos ataques para favorecer sus propios fines políticos. En una conferencia de prensa del martes pasado, dijo estúpidamente: «En el momento en que bajemos la guardia, en el momento en que nos mostremos complacientes, en el momento en el que permitamos que intereses especiales moldeen nuestras estrategias de seguridad, ese será el momento que los terroristas están esperando. Como país, es posible que no podamos frustrar todos los ataques. Lo vimos ayer. Pero debemos hacer todo lo posible para intentarlo».
«Estrategias de seguridad». No hace falta ser un genio para imaginar que a lo que Bloomberg se está refiriendo es a la táctica del Departamento de Policía de Nueva York de espiar a las comunidades musulmanas, sin que importe si la gente es inocente o culpable de algún delito. No se duerman en los laureles: dejen de criticar al Departamento de Policia de Nueva York, nos dice su alcalde. Están haciendo su trabajo, y su trabajo es cartografiar a las comunidades musulmanas, escuchar a escondidas conversaciones y catalogar a personas inocentes en documentos policiales relacionados con el terrorismo. ¿Y cuáles son esos «intereses especiales»? Pues es una referencia, clara como el agua, a los musulmanes que están combatiendo contra el programa de espionaje y a los aliados que se les han unido en esa lucha.
Lo que Bloomberg no reconoce es que el mismo departamento de policía ha admitido en los tribunales que su programa de vigilancia no ha servido para detener un solo acto de terrorismo. Ni uno. Lo cual hace que nos planteemos la siguiente pregunta: ¿cómo pueden las «estrategias de seguridad» que Bloomberg está defendiendo ayudar a impedir el próximo Boston? No pueden. Pero Bloomberg quiere justificar un programa que es tiene un núcleo básicamente islamófobo.
Así pues, aquí estamos, casi doce años después de que el 11-S, con una nueva oleada desatada de odio antimusulmán. El 44% de los estadounidenses dicen que tienen una opinión «desfavorable» de los musulmanes, según una reciente encuesta que se llevó a cabo antes de los atentados de Boston. ¡Qué poco ha cambiado todo!
Alex Kane es editor-asistente de Mondoweiss y editor de la sección de Mundo de AlterNet.
Fuente:
http://mondoweiss.net/2013/04/marathon-bombings-islamophobia.html