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Sobre cómo se permitió que las partes culpables del 11-S pudieran escabullirse

Los chiflados de la teoría de la conspiración del 11-S

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Al abrir las páginas del libro «The New Pearl Harbor«, de David Ray Griffin, uno de los sumos sacerdotes que defienden la teoría de la conspiración del 11-S -esa que postula que Bush y Cheney fueron los cerebros de los ataques sobre el World Trade Center (WTC) y el Pentágono-, Vd. tropezará con una de sus estupideces fundamentales: «En muchos aspectos», escribe Griffin, «la evidencia más firme proporcionada por los críticos del relato oficial se refiere a los sucesos del mismo 11-S… Teniendo en cuenta los procedimientos habituales seguidos en situaciones de secuestro de aviones… ninguno de esos aviones debería haber alcanzado su objetivo, y mucho menos los tres al completo.»

La palabra clave aquí es «debería». Una característica de los chiflados es que tienen una devota, aunque ridícula, creencia en la eficacia estadounidense; así, muchos de ellos comienzan con la premisa racista de que los «árabes en sus cuevas» no eran capaces de llevar a cabo tal misión. Creen que los sistemas militares trabajan de la forma en que los correveidiles de la prensa del Pentágono y los vendedores aeroespaciales dicen que deberían trabajar. Creen que a las 8.14 a.m., cuando el vuelo 11 de American Airlines apagó su radio y transmisores, un controlador de vuelo de la FAA [Administración de la Aviación Federal] debería haber llamado al centro del Mando Militar Nacional y al NORAD [Mando de la Defensa Aeroespacial de América del Norte]. Creen, citando reverentemente (esto viene del sumo sacerdote Griffin) a la misma web de la Fuerza Aérea de EEUU, que un F-15 debería haber interceptado el vuelo 11 de AA «a las 8.24 y no, ciertamente, después de las 8.30».

Parece que no han leído historia militar, lo cual no ayuda nada, porque deberían saber que las operaciones planificadas al minuto -y sobre todo las respuestas ante una emergencia sin precedentes- se vienen abajo con monótona regularidad a causa de la estupidez, la cobardía, la venalidad, el tiempo y todos los demás caprichos de la providencia.

Según los planes minuciosamente preparados por el Mando Aéreo Estratégico [SAC, en sus siglas en inglés], un ataque soviético inminente habría provocado la apertura de los silos de misiles situados en Dakota del Norte, y de los ICBM [Misiles Balísticos Intercontinentales] colocados en dirección a Moscú y otros blancos similares. El minúsculo número de pruebas de lanzamiento de prueba efectuadas fallaron todas, con lo cual se dejaron de hacer. ¿Fue debido al mal diseñado equipo, a la incompetencia humana, a la venalidad del contratista de defensa o… a una CONSPIRACION? (En ese caso, presumiblemente, una conspiración comunista esbozada por los ancestros de los chiflados actuales, que tratan de identificar a aquellos que trataron de apuñalar por la espalda a EEUU).

¿No rompieron filas y escaparon las fuerzas británicas y francesas huyendo de una Wehrmacht [*] capaz sólo de una embestida, debido al corrompido liderazgo, terrible planificación, épica cobardía, o fue una CONSPIRACION? El 24 de abril de 1980, ¿fracasaron los esfuerzos para rescatar a los rehenes en la embajada de EEUU en Teherán debido a una tormenta de arena que inutilizó tres de los ocho helicópteros, porque que estaban muy mal hechos, por un pésimo plan o debido a que los agentes de William Casey y el Comité Nacional Republicano echaron azúcar en sus tanques de gas en otra CONSPIRACION?

¿No ha hecho el ejército estadounidense diversas tentativas de explicar por qué los F-15 no interceptaron y echaron abajo los aviones secuestrados tratando, de forma predecible, de encubrir los embrollos habituales, o fue CONSPIRACION? ¿Está el Sr. Cohen, en su pequeña tienda en la esquina del edificio, aumentando los precios porque quiere hacer dinero rápido y que su nivel de renta suba o es porque los judíos quieren dominar el mundo? August Bebel dijo que el anti-semitismo es el socialismo de los locos. Estos días, la fiebre de la conspiración del 11-S amenaza con convertirse en el «socialismo» de la izquierda, y el passe-partout de muchos libertarios.

Es horrible. Mi bandeja de entrada se desborda cada día con «pruebas» frescas de cómo los edificios del WTC fueron demolidos, a menudo acompañadas de duros insultos identificándome como el «portero» que impide que la verdad aparezca. Me encuentro con gente que empieza preguntándome con calma «lo que pienso sobre el 11-S». Pero lo que están intentando averiguar actualmente es si formo parte del aquelarre. Imagino que es como si un estoico, en el siglo II d.C., fuera a dar un paseo por el Foro y se encontrara con unos cuantos colegas que le preguntan, con supuesta despreocupación, si es posible alimentar a 5.000 personas con cinco rebanadas de pan y un par de peces.

Efectivamente, en mi colegio, en los años cincuenta, el vicario solía recomendarnos el libro de Frank Morison ¿Quién movió la piedra? Buscaba demostrar, con una exhaustiva mención de los Evangelios que, a partir de esos relatos, nadie había movido la piedra que había frente a la tumba de José de Arimatea, que no había ninguna sombra de duda que había sido un ángel quien la corrió hacia un lado para que Jesús saliera, por eso pudo sorprender a los que allí hacían duelo y comenzar así la Ascensión. Desde luego, Morison no admitía en ese argumento la posibilidad de que los ángeles no existieran o de que los escritores del evangelio se lo hubieran inventado.

Los chiflados del 11-S van en la misma línea, sugiriendo lo que recatadamente denominan «cuestiones inquietantes», aunque desdeñan cualquier respuesta que no sea la suya. Aprovechan las coincidencias y las fuerzan en secuencias que estiman lógicas e importantes. Como locos Inquisidores, se abalanzan sobre indicios imaginados en documentos y fotos, torturando los datos hasta que los datos acaban confesando -como en la vieja broma sobre economistas-. Su tratamiento de los testimonios de testigos y evidencias forenses es caprichoso. Blanden con excitación una serie de aparentes anomalías que parecen alimentar sus teorías; los testimonios que socavan sus teorías -como los testigos de un gran avión golpeando el Pentágono- son despectivamente obviados.

Cualquiera que esté familiarizado con lo criminal, especialmente con la defensa de la pena de muerte -yo tuve esa oportunidad durante un cierto número de años-, sabrá que hay siempre irregularidades que la acusación no puede aprovechar y que los equipos que llevan la defensa pueden explotar con la esperanza de convencer a un jurado en la fase de imposición de penas en un juicio. Una y otra vez yo pude ver a los equipos de la defensa pasar días y semanas, incluso meses, rastreando un posible eslabón vulnerable en la cadena de evidencias por donde pudiera atacarse, al menos a un nivel fundamental, que pudiera crear una «duda razonable» en la mente de un miembro del jurado. Se importaban testigos expertos, corriendo con todos los gastos -a diferencia de estados como Texas, el sistema judicial de California es generoso en la provisión de dinero para la defensa de la pena de muerte- para poder recusar las evidencias forenses de la acusación. No era muy difícil orquestar esa clase de recusaciones. Contrariamente a las demandas judiciales, hay mucha menos certeza intrínseca en las evaluaciones forenses de lo que normalmente se supone, lo mismo ocurre con los rastros de huellas dactilares, marcas de aterrizaje en balas y así sucesivamente.

Pero cuando un equipo de defensa de la pena de muerte se centra de forma minuciosa en un eslabón tan débil, provoca a menudo una visión distorsionada de todo el caso. Recuerdo más de un caso donde, después de estar durante semanas entrevistando a los testigos de un escenario de un crimen concreto, el investigador de la defensa había reunido suficientes informes de los testigos como para elaborar un ataque decente sobre ese aspecto del caso global judicial. Al menos esto es lo que pensaba, al oír los comunicados diarios del investigador. Pero cuando, en esos casos, por así decirlo, la cámara retrocedía, y se apreciaba la totalidad del enjuiciamiento -cadena de evidencias, declaraciones acumulativas de testigos, movimientos del mismo acusado y las consiguientes declaraciones- me quedaba muy claro y, en ese caso a los jurados, que el acusado era incontestablemente culpable. Pero incluso entonces, esos casos seguían adelante, con la defensa intentando reunir elementos para llevar a cabo una apelación, sobre la base del testimonio y evidencias mantenidos por el enjuiciamiento, normas defectuosas aplicadas por el juez, un miembro del jurado con prejuicios, etc… Un aparentemente «caso fácil» está muy raras veces a salvo de recusaciones, aunque incluso en esencia pueda ser tan sólo eso, «rutinario».

Cualquiera que haya considerado alguna vez el asesinato de John F. Kennedy sabrá que hay anomalías sin cuento y muchos cabos sueltos. El testimonio de los testigos oculares -con mucha frecuencia- es conflictivo, las evidencias forenses están posiblemente malinterpretadas, mal llevadas o simplemente desaparecidas. Pero, bajo mi punto de vista, la Comisión Warren, al igual que la Comisión Parlamentaria sobre Asesinatos de finales de los años setenta confirmó en casi todo lo imprescindible, tenía razón y Oswald disparó los tiros fatales desde el Almacén de Libros de Texto. La cadena de evidencias en su contra es convincente y los escenarios acumulados de los chiflados de la conspiración completamente poco creíbles. Pero, desde luego -como los años pasan e incluso aunque no se haya apuntalado ninguna confesión en el lecho de muerte en los amplios escenarios relacionados con la CIA-, los chiflados siguen trabajando duro, con sus obsesiones tan constantes como siempre.

Naturalmente que existen conspiraciones. Creo que no hay evidencias fuertes de que Franklin D. Roosevelt tuviera conocimiento de que una fuerza naval japonesa en el Pacífico norte iba a lanzar un ataque sobre Pearl Harbor. Roosevelt pensaba que sería un ataque relativamente débil y pensaba que supondría la luz verde final para EEUU en la guerra.

Desde luego es muy probable que el FBI o la inteligencia militar estadounidense hubiera penetrado al grupo de Al Qaida que planificó los ataques del 11-S; esos informes de la inteligencia -algunos son ya conocidos- se amontonaron en varias oficinas de Washington señalando la inminente masacre e incluso la forma en que podría llevarse a cabo.

La historia de las operaciones de inteligencia abunda en ejemplos de recogida exitosa de información de inteligencia, pero también de la lentitud fatal para actuar a partir de la misma, junto con el ansia de no comprometer la seguridad y la utilidad futura del informante, que tiene que probar sus propias credenciales incluso presionando para que se produzca una acción rápida por parte de los conspiradores. Algún día, un agente secreto propondrá una acción o desviará los esfuerzos de alguna amenaza más grave o pondrá a los conspiradores en una situación donde puedan ser atrapados con las manos en la masa. En sus penetraciones de los grupos ecologistas, el FBI actuó así.

Bastante antes de que se produjera la guerra del Yom Kippur, un analista de la CIA se fijó en los pedidos egipcios a una firma de ingeniería alemana y dedujo, por ell tipo y tamaño del equipo encargado, que Egipto estaba planificando un ataque a través del Canal de Suez. Calculó el alcance posible de la fuerza egipcia y el momento probable en que se produciría el ataque. Sus superiores en la CIA se sentaron sobre ese informe. Cuando finalmente el ejército egipcio atacó el 6 de octubre de 1973, el alto mando de la CIA rescató el enterrado informe, lo desempolvó y lo envió a la Casa Blanca, con una nota que ponía «inteligencia actual». ¿Hubo una conspiración del alto mando de la CIA para que permitir que Israel fuera pillado por sorpresa? Lo dudo.

La inercia y la cautela burocrática prevalecieron hasta el momento en que resultó decisivo para la actividad de la CIA. Los chiflados dan saltos «deductivos» vertiginosos. Hay un aquelarre particularmente vigoroso que ha establecido para su satisfacción propia que el aterrizaje de la NASA en la luna fue fingido y que nunca tuvo lugar. Esta «conspiración» habría requerido la complicidad de miles de personas, todas las ellas manteniendo la boca cerrada. Los defensores del complot del «falso aterrizaje sobre la luna» tienden a coincidir con los chiflados del caso JFK y del 11-S.

Un salto «deductivo» notable afecta al vuelo 77, que el 11-S terminó estrellándose contra el Pentágono. Hay fotos del impacto del «objeto» –i.e., el Boeing 757, vuelo 77- que parecen mostrar un tipo de agujero que pudo hacer un misil. Ergo, los chiflados afirman que FUE un misil y no un 757 lo que golpeó al Pentágono. Respecto al agujero, mi hermano Andrew -que escribe un libro sobre Rumsfeld y el tiempo en que estuvo al frente del Departamento de Defensa- ha visto fotos tomadas durante los 30 minutos siguientes al impacto del Pentágono que muestran claramente el contorno de un avión completo, incluidas las alas. Esto se hizo visible en cuanto desapareció el humo.

Y si fue un misil, ¿qué fue del 757? ¿Lo derribaron los conspiradores en otra parte, o le forzaron a aterrizar y entonces mataron a los pasajeros? ¿Por qué un plan para demoler las torres con explosivos colocados previamente si tu conspiración incluye el control de los dos aviones que chocaron contra ellas? ¿Por qué molestarse para nada con los aviones? ¿Por qué culpar a Osama si el tipo sobre el que vas a caer es Saddam Hussein? ¿Por qué implicar a los «estudiantes de arte» israelíes?

Los chiflados intentan dar credibilidad a sus objetivos -los «conspiradores» Bush-Cheney-, a la vez con ingenuidad sobrehumana y descuido grotesco. En el libro de Webster Griffin Tarpley «11-S: Terror Sintético Fabricado en USA«, escribe que «en una entrevista para la revista Parade, el Secretario de Defensa Rumsfeld también se refirió al objeto que golpeó al Pentágono como un ‘misil’. ¿Fue éste un error freudiano del locuaz jefe de la defensa?» (Y un chiflado podría añadir, ¿no es más que una mera coincidencia que Webster Griffin Tarpley comparta uno de sus nombres con David Ray Griffin?

El escenario de la demolición es el clásico ¿quién movió el empedrado? Las torres del WTC no se derrumbaron porque estuvieran mal construidas como consecuencia de corrupción, incompetencia, evasión de la normativa de la Autoridad Portuaria, y porque fueran golpeadas por grandes aviones cargadas con fuel. No, cayeron porque los agentes de Dick Cheney colocaron metódicamente cargas de demolición en los días anteriores. Fue una conspiración de miles de personas, todos los cuales -en una fiesta de asesinato masivo- han sujetado sus lenguas para siempre. La «conspiración» está siempre abierta al igual que el número de conspiradores, ampliado continuamente para incluir a toda la gente implicada en la ejecución y encubrimiento de la demolición de las Torres y del ataque violento al Pentágono, desde los equipos que adquirieron los explosivos y el misil, los que colocaron los explosivos en las plantas decisivas de los tres inmensos edificios (moviéndose día tras día entre confiados oficinistas) y los que activaron los detonadores el 11-S.

Consiguientemente, la conspiración incluye a los que se encargaron de triturar el acero y los escombros, a quienes reciclaron los residuos en Staten Island y quizá, incluso, a los chinos que recuperaron el metal afectado para usarlo en las presa de las Tres Gargantas, donde será sumergido en las aguas y revestido de hormigón para siempre. Decenas de miles de personas y, hasta el momento, todas silenciosas como tumbas.

Desde luego, los edificios no se cayeron rápidamente a causa de una velocidad inexplicable en términos físicos a menos que hubiera sido causado por explosivos cuidadosamente colocados con anterioridad, detonados por despiadados operarios de Bush-Cheney. Hasta el acero de la mejor calidad puede doblarse desastrosamente bajo condiciones de calor extremo. La gente que estaba dentro y que sobrevivió al colapso no escuchó una serie de explosiones. Como se discutió en el excelente libro de Wayne Barreto y Dan Collin «Grand Illusion», sobre Rudy Giuliani y el 11-S, pilotos de helicóptero radiaron advertencias nueve minutos antes del colapso final de que la Torre Sur podría venirse abajo y, repetidas veces, todas las veces que pudieron desde 25 minutos antes de que cayera la Torre Norte.

Lo que Barret y Collins muestran brillantemente son las conspiraciones de corrupción actuales observadas en Giuliani: el favoritismo hacia Motorola, que sirvió para endilgarle a los bomberos radios que no funcionaban; la capacidad de la Autoridad Portuaria para escatimar protección frente al fuego, el fracaso catastrófico del alcalde durante los años anteriores al 11-S para organizar un mando unificado eficaz frente a emergencias, que se habría traducido en que la poli y los bomberos podrían haberse comunicado entre ellos; que muchos bomberos no habrían entrado innecesariamente en las Torres; que los operadores de emergencias del 911 no les habrían dicho a la gente en el interior de las torres que permanecieran allí; y que los bomberos podrían haber escuchado los avisos del helicóptero y los mensajes de las llamadas de socorro que impulsaban a la mayoría de los hombres del Departamento de Policía de Nueva York a escapar de las Torres.

Ese es el mundo político real, por el que Giuliani y los otros nunca han rendido cuentas. Los chiflados desdeñan el mundo real porque, como gran parte de los sectores liberales y de izquierdas, han promocionado a Bush, Cheney y los Neo-Cons hasta un nivel elevado en la Bóveda de los Demonios de la historia estadounidense, en lugar de ser considerarlos sólo como un equipo dirigente más del imperio estadounidense, un equipo que no está integrado más que por un hatajo de incompetentes y estúpidos (características que creo personalmente que honran a los dirigentes imperiales). Los Chiflados de las Conspiraciones han hecho combinaciones para producir una inmensa distracción, al igual que Danny Sheehan hizo con su Demanda, que sirvió para hipnotizar y distraer gran parte del Movimiento de Solidaridad con Nicaragua en los años de 1980, y que se acabó colapsando en una sala del tribunal de Florida casi tan rápidamente como las Torres.

N. de T.:

* Wehrmacht: Nombre que recibieron las fuerzas armadas alemanas surgidas en 1935 tras la disolución de la Reichswehr por parte del régimen nazi.

Texto original en inglés:

http://www.counterpunch.org/cockburn09092006.html

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Sinfo Fernández es miembro del colectivo de Rebelión