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Los congresistas gastaron 2.600 millones de dólares en las elecciones de ayer en EEUU

Fuentes: La Jornada

Miles de millones de dólares recaudados y gastados, miles de anuncios de ataque y contra ataque entre candidatos, ejércitos de voluntarios para promover (o suprimir) el voto, otros ejércitos de abogados contratados para disputar o defender el conteo del voto; todo culminará este martes con una elección nacional legislativa que determinará si la política nacional […]

Miles de millones de dólares recaudados y gastados, miles de anuncios de ataque y contra ataque entre candidatos, ejércitos de voluntarios para promover (o suprimir) el voto, otros ejércitos de abogados contratados para disputar o defender el conteo del voto; todo culminará este martes con una elección nacional legislativa que determinará si la política nacional permanece o no bajo el control de un solo partido.

Pero si las tendencias históricas prevalecen una vez más, la mayoría de los ciudadanos con derecho a voto no participará, expresando de cierta manera que esto llamado democracia no es un juego para todos. Sin embargo, por el clima político polarizado y en parte por la guerra y temas como la migración, no se puede descartar una participación más elevada que en elecciones legislativas nacionales anteriores.

Aunque el presidente George W. Bush no está en las boletas electorales, esta elección es principalmente un referéndum sobre él y sus políticas, en particular (aunque no solamente) la guerra en Irak. El dicho es que todo lo político es local en este país, pero en esta ocasión todo indica que son las figuras políticas y los temas nacionales los que están determinando la tendencia del voto.

«Esta elección por supuesto se trata de George W. Bush y la insistencia de la mayoría en el Congreso en protegerlo de las consecuencias de sus errores y fechorías», opinó el New York Times en su editorial del domingo. Para los republicanos, el monopolio político que han gozado durante los últimos años en Washington está en riesgo en esta elección, y por lo tanto el margen de maniobra de Bush y su equipo en sus últimos dos años en la Casa Blanca. Para los demócratas, la elección promete un regreso al poder y romper lo que esencialmente ha sido un sistema de partido único hasta ahora.

Pero a pesar de que todos los indicadores favorecen a los demócratas como resultado del desplome del apoyo popular para la guerra en Irak, un presidente con muy bajo índice de aprobación, un Congreso viciado por corrupción y otros escándalos no tienen asegurado el triunfo en esta elección. De hecho, las encuestas de última hora registran que el margen entre ambos partidos se ha reducido de más de 15 puntos a sólo entre 4 y 7.

Casi todos los expertos y estrategas independientes y de ambos partidos pronostican que los demócratas lograrán recuperar la mayoría ­y por lo tanto el control­ de la Cámara de Representantes por primera vez en 12 años (necesitan aumentar su número de curules en por lo menos 15 para lograrlo). Pero lograr ese objetivo será más difícil en el Senado, donde los demócratas necesitan aumentar 6 curules para recuperar la mayoría.

Pero ahora todo depende del nivel de participación y de la capacidad de este sistema electoral en contar y verificar el voto y sus resultados.

Históricamente, entre 35 y 40 por ciento del electorado opta por emitir su voto en elecciones legislativas donde la presidencia no está en juego (poco más de 50 por ciento suele votar en elecciones presidenciales). Un 45 por ciento de la población es considerada «no votante», ya que aunque la mayoría está empadronada casi nunca acude a las casillas. Según algunos cálculos, la tasa de participación electoral de Estados Unidos es inferior a la de unos 130 países, informa la agencia Ap.

En esta coyuntura, uno de los factores claves será cuál partido logra motivar el voto de sus bases y/o logra suprimir el apoyo del contrincante. Los comentaristas y analistas señalan que la guerra en Irak, junto con los escándalos de corrupción y sexo que han brotado involucrando políticos y figuras religiosas conservadoras, podrían deprimir a las bases conservadoras religiosas del Partido Republicano.

A la vez, ambos lados están jugando con el tema del temor ante amenazas como el «terrorismo» y la inmigración «ilegal», entre otras, transmitiendo sus mensajes vía la publicidad negativa, los ataques personales, e intercambiando acusaciones sobre quién es más débil en torno a la seguridad, o menos fiel a la patria con el objetivo de manipular la participación electoral.

Es en este contexto que los demócratas critican los fracasos de la guerra mientras que los republicanos intentan evitar el tema si pueden, o contratacan cuestionando la falta de machismo en enfrentar al «enemigo». Todos saben que el anuncio del veredicto en el juicio de Saddam Hussein no fue coincidencia sino algo diseñado con propósitos electorales aquí.

Este juego electoral es caro. Según el Center for Responsive Politics, ONG dedicada a investigaciones sobre el proceso electoral, los candidatos y sus aliados gastarán aproximadamente 2 mil 600 millones de dólares en total en las elecciones legislativas, un nuevo récord. Según la ONG, eso significa un gasto promedio de 59 dólares por voto en las campañas para senadores y 35 dólares por voto para la cámara baja. La elección de 2004 que incluyó la presidencia costó 4.2 mil millones, mientras que en la de 2002 que fue sólo legislativa como la actual, se invirtieron 2.2 mil millones (en comparación con esta última, la actual representa un incremento de 18 por ciento).

Pero para muchos votantes el problema más grave ahora es la duda sobre si su voto cuenta políticamente, y si será contado por un sistema electoral incapaz de garantizar que cada voto sea registrado.

El interés del dinero

Para muchos, los políticos responden a los que pagan las cuentas de sus elecciones y por lo tanto pocos ciudadanos individuales sienten que su participación cuenta más allá de ser invitado a votar cada dos años. El papel de Don Dinero se revela cada vez que estallan los escándalos de corrupción, nutriendo la impresión de que los legisladores esencialmente representan, o se venden, a los intereses que patrocinan sus carreras políticas.

Aunado a eso, cuando en las elecciones de 2000 se comprobó ante todo mundo que el mito de que la democracia estadunidense se basa en el principio sagrado de una persona, un voto es falso, y con revelaciones desde entonces sobre un sistema electoral no sólo impreciso sino vulnerable a todo tipo de fraude y problemas técnicos, los votantes no confían en que aun si deciden participar en las urnas haya garantía de que ese acto se registrará.

Este martes se verá qué tanto rinde la inversión de miles de millones, las artes de propaganda, y los ejércitos de promotores (y manipuladores) del voto, y cuántos ciudadanos deciden que vale la pena participar en una elección entre lo peor y lo menos peor.