Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García
El ciclo intensificado de noticias está rodando pero el verdadero saqueo de Estados Unidos todavía no ha empezado
La cosa empezó en junio de 2015 cuando el escalador de la Torre Trump entró en la carrera por la presidencia al son de Rockin’ in the Free World cantado por Neil Young (Pero hay una señal de alerta en el camino / hay mucha gente que dice que muertos estaríamos mejor / yo no siento como Satán, pero estoy con ellos…). En cierto sentido, la sacudida no ha parado nunca y, en este momento, el mundo -libre o no- ha sido decididamente sacudido. Nadie, desde Beijing a Ciudad de México, de Bagdad a Berlín, de Londres a Washington puede negarlo.
Quien hoy recuerde eso, en esos momentos iniciales de su campaña, ¿había Donald Trump tomado nota ya del tamaño de su primera multitud (parcialmente contratada)? («Por encima de cualquier expectativa. Nunca ha habido una multitud como esta…»). Y, desde entonces, él ha sido constantemente él mismo -menos un hombre fuerte que un hombre extrañamente cansado. Y en el proceso, mientras se convertía en presidente, emergió como un fenómeno mediático de un tipo que nunca habíamos visto antes.
Primero fueron esos miles de millones de dólares de propaganda gratuita en los medios durante la carrera por la nominación en el Partido Republicano gracias a que lo mostraban sin que importara qué estaba haciendo, diciendo o tuiteando. Cuando ya en la campaña electoral llegó el momento de confrontar con Hillary Clinton, Trump ya era la máxima atracción de la audiencia, y las cámaras y los periodistas se derretían por él; entonces, la cobertura mediática no hizo más que crecer, como volvió a hacerlo durante los meses de la transición. Hoy en día, por supuesto, su presidencia es la historia del segundo -de cada segundo de cada día- y la cobertura semanal se ha duplicado y sus ‘me gusta’ son únicas en la historia.
Pensemos en esto como el ciclo de noticias 25/8*. Desde aquel lejano junio del año pasado hasta ahora, a pesar de que nunca ha parado, de alguna manera todavía no lo hemos captado del todo. Nunca en la historia de los medios ha habido algo singular -un ser humano- que fuera capaz de concentrar la «noticias» de este modo, haciendo de su persona lo fundamental de toda la información. Solo en algunos periodos relativamente breves Trump ha desaparecido de los titulares de prensa o de las pantallas de la TV, por lo general cuando golpeó algún grupo terrorista islámico o atacó algún «lobo solitario» nacional, como en San Barnardino, en París o en Orlando; dada la campaña de Trump, estos acontecimientos han sido del todo funcionales a sus propósitos; no lo hubiera sido el haberse mantenido en el centro de la atención, como será durante su presidencia.
La interminable presidencia de Donald Trump (apenas ha empezado)
Diecinueve meses más tarde, la personalidad de Trump, sus declaraciones, sus tuits, sus discursos, sus azarosos pensamientos, sus comentarios al pasar, sus reclamos, sus quejas y por supuesto, sus actuaciones, están en el centro de todo. El narcisismo de un hombre en particular adquiere un nuevo significado cuando se infla al nivel de la sociedad. Así es; en ciertos momentos -el asesinato de John F. Kennedy, la persecución del Bronco blanco de OJ Simpson, los ataques del 11-S-, un acontecimiento o una personalidad particular lo ha desbordado todo y dominado la primara plana de todos los medios. Pero jamás una persona ha sido capaz de hacer esto en cualquier circunstancia, en momentos de noticias reales y en momentos en que a esa persona no le pasa nada.
Por ejemplo, pensemos en el New Yor Times, el periódico que tanto Steve Bannon, el asesor en alza de Donald Trump, como yo hemos leído religiosamente todos estos años. En este momento, Trump o las personas y acontecimientos relacionados con él monopolizan su primera plana de un modo bastante extraño. Regularmente, él figura hoy en cuatro o cinco de los más o menos seis principales titulares de cada día y frecuentemente un sorprendente 60 por ciento de las seis columnas de las páginas interiores de noticias. Y eso sin contar la nota editorial y la página de opinión opuesta a la anterior, que en estos días se ocupan casi exclusivamente de Trump.
Desde temprano por la mañana hasta tarde por la noche, ahí donde uno mire en los medios de Estados Unidos -y sin duda del mundo-, el último par de semanas no ha sido otra cosa que una avalancha de noticias sobre Trump y sus rasgos, ya sea enfocadas en controversias, polémicas o manifestaciones contra la prohibición de los musulmanes que el presidente y su gente insisten en que no se trata de una prohibición de los musulmanes; o en el tamaño de la multitud en su asunción a la presidencia; o en la chaqueta mal cortada de Sean Spicer; o en la firma de una orden ejecutiva para empezar a construir ese «gran, ancho y hermoso muro» en nuestra frontera sur; o en la cancelación de la visita del presidente de México y los airados o conciliatorios tuits, llamadas telefónicas y boicots que siguieron, por no hablar del arancel del 20 por ciento a las importaciones mexicanas propuesto por la administración Trump (a medias cancelado después) para conseguir que México pague el muro, lo que en realidad obligaría a que los consumidores estadounidenses aflojaran buena parte del dinero (aparentemente, convirtiéndonos a todos en mexicanos): o en inaudito nombramiento del supremacista blanco Steve Bannon en el Consejo Nacional de Seguridad (y el cese del presidente del estado mayor conjunto); o en la expulsión de la secretaria de Justicia en funciones Sally Yates después de que ella ordenara a sus abogados que no acataran la prohibición presidencial de viajar; o en el revuelo provocado por un nuevo nombramiento en la Corte Suprema, presentado en un especial presidencial al estilo de Apprentice, la serie de máxima audiencia de la TV; o en aquella sesión de confirmación boicoteada por los senadores demócratas; o en las intimidaciones a Irán; o en la amenaza de enviar tropas estadounidenses a México para sacar a los «hombres malos de ahí abajo»… pero, ¿para qué continuar? Usted lo ha visto todo (usted no podría elegir otra cosa, ¿acaso podría?). Y dígame si no han parecido por lo menos dos meses, por no decir dos años, de vertiginosos acontecimientos (o no acontecimientos).
En estas interminables semanas, más parecidas a meses, Trump hizo lo aparentemente imposible: estimuló la protesta en todo el mundo; despertó la animosidad -si no la enemistad- y el nacionalismo desde México a Irak, desde el Reino Unido hasta China; en suma, hizo que México se uniera detrás del más impopular de los presidentes de su historia, indujo la creación de un movimiento espontáneo de protesta nacional como no se veía desde hace 50 años, en los tiempos de la guerra de Vietnam, un movimiento que muestra todos los indicios de que crecerá; insultó al primer ministro de Australia, alienando a Estados Unidos de su principal aliado en Oceanía; y este no es más que el inicio de una lista de los «logros» del nuevo presidente en un tiempo que casi no ha pasado.
Por lo tanto, esta es la pregunta del día: ¿cómo podemos poner algo de esto en contexto mientras dibujamos la imagen del momento? Para empezar, tal vez una forma sería tratar de examinar las noticias que todo lo involucran; las de ayer, las de hoy y las de mañana.
De hacerlo, usted podría -pienso- llegar a la conclusión de que, a pesar del ruido y la furia de las dos últimas semanas**, en realidad todavía no ha pasado casi nada. Sé que, dadas las circunstancias, esto resulta difícil de creer, pero en lo fundamental la era Trump -o si usted lo prefiere, el daño Trump- aún esta por empezar (aunque contémosles esto a lo iraquíes, iraníes y otros pillados en vuelo, esposados nada más pisar tierra y, en algunos casos, enviados de vuelta al infierno en la Tierra). Aun así, ¿crisis? Los medios ya están hablando de crisis constitucionales pero, créame, aún no ha visto nada. ¿Conflictos de intereses? De momento, con todo lo nefastas que puedan ser las noticias, apenas ha sido un atisbo de lo que seguramente vendrá. ¿Delitos contra el país? Casi no han empezado.
Es cierto que las personas nombradas por Trump para que se ocupen de la seguridad nacional, desde el Pentágono y la CIA hasta el departamento de Seguridad Interior y el Consejo Nacional de Seguridad, en buena parte están su puesto, aunque se haya informado que, como parte de una situación muy cambiante, el asesor en Seguridad Nacional Michael Flynn parece haber perdido la confianza del nuevo presidente y Steve Bannon -que anteriormente no contaba en el ámbito de la seguridad nacional- está en la cresta de la ola. Aparte de esto, todavía son pocos los nombrados en el gabinete que están de verdad funcionando. En ese conjunto de milmillonarios y multimillonarios, hay quienes apenas han sido confirmados y quienes todavía no. Ni siquiera han empezado a presidir en departamentos en los que hay muchos equipos que parecen dominados por el caos y el miedo o empezando a expresar cierta resistencia.
Esto significa que lo que Bill Moyers ya ha denominado la «carrera de la demolición» de la era Trump todavía no se ha iniciado de verdad, aparte de un congelamiento en la contratación en los sectores del gobierno ajenos a la seguridad nacional. Dicho de otra manera, si usted piensa que lo sucedido en las dos últimas semanas era algo noticiable, solo espere que se instale el gabinete más rico de nuestra historia, una verdadera pandilla de depredadores capitalistas, entre ellos un secretario de Comercio apodado «el rey de las bancarrotas» por su habilidad en la compraventa de empresas quebradas con pasmosos beneficios; o un secretario del Tesoro conocido en California como «el rey de las ejecuciones hipotecarias» por haber desahuciado a miles de propietarios (incluyendo militares en activo) cuyas viviendas fueron compradas a precio vil por él y sus socios en la estela del la crisis financiera de 2008; o el jefe del departamento de Estado que hasta ayer no más dirigía la depredación mundial de ExxonMobil. Como equipo, ellos y sus colegas están preparados tanto para desmantelar las agencias que han de dirigir como hacer pedazos su misión. Probablemente, en esto esté también Scott Pruitt, director de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) -un hombre que se desempeñó durante mucho tiempo en el sector de la gran energía-, que parece resuelto a reducir la EPA a una entidad que no nos proteja de nada; o un rey de la comida chatarra, que en su nueva función de secretario de Trabajo, está en contra del salario mínimo y a favor de reemplazar a los trabajadores por máquinas. ¿Noticias? ¿Piensa usted que sabe qué son dos semanas de esta administración? Ni de casualidad.
Y no se olvide de la Casa Blanca; ahora se trata de un trabajo en familia -una combinación de una organización global basada en la propiedad inmobiliaria (los Trump) y un imperio de los bienes raíces (el yerno Jared Kusher). Es obvio que las decisiones que se tomen en la Casa Blanca, pero incluso también en las oficinas gubernamentales de la capital de otros países, en las calles de ciudades del extranjero y hasta entre yihadistas afectarán a la fortuna de ambas familias. No soy el primero que señala que ninguno de los países de origen de los siete musulmanes afectados por la prohibición de inmigración de Trump está entre aquellos en los que él tiene tratos comerciales. Por supuesto, en tanto patriarca, Donald J. dirigirá el Despacho Oval y su yerno estará en algún sitio cercano con posibilidad de acceder a su suegro cuando lo desee, mientras su hija Ivanka tendrá alguna función todavía no anunciada (posiblemente aún no decidida) en la administración de su padre. Si ahora mismo viviéramos en el mundo árabe esto parecería algo tan familiar como una tarta de manzana -tal vez debería decir hummus-: un gobierno de orientación familiar regido por un hombre autoritario alrededor del cual se congrega la flor y nata de los predadores capitalistas del país, muchos de ellos con sus propios y graves conflictos de intereses.
Pensado de otra forma, podríamos decir: bienvenidos a Arabia Saudí, o a la Siria de Bashar al-Assad anterior a la catástrofe, o… bueno, tantos otros países del mundo menos desarrollado y cada vez más caótico.
Un gobierno de saqueadores
Desde el cuidado de la salud y la política fiscal hasta la protección medioambiental, este será sin duda un gobierno de los saqueadores, ejercido por los saqueadores y para beneficiar a los saqueadores; en cuanto al Congreso, otro tanto de lo mismo. Aun así, solo hemos visto apenas la vislumbres de lo que se avecina.
En semejante época en la que ningún milmillonario ha quedado fuera, olvidemos las antiguas marismas de Washington (aunque, en realidad, la ciudad no fue levantada en zona de marismas). El gobierno de Donald J. Trump parece destinado a producir un lodazal de ciénagas y seguramente, en algún momento, dará un nuevo significado a la expresión ‘conflicto de intereses’. Aun así, también este proceso no ha hecho más que empezar.
De un gobierno integrado por depredadores del 1 por ciento, ¿qué podemos esperar sino ser saqueados y víctimas de delitos de todo tipo? (preguntemos a los habitantes de la mayor parte de los países árabes). De todos modos, aparte de lo que acaben siendo, no serán otra cosa que los acostumbrados delitos cometidos en la historia del ser humano. Poco de nuevo habrá en ellos, excepto tal vez por los extremos que puedan alcanzarse en Estados Unidos. Causarán dolor, por supuesto -como también beneficios para unos pocos- pero tarde o temprano esos delitos y quienes los cometan saldrán del centro de la escena y con el tiempo caerán en el olvido.
Esto será cierto salvo un solo futuro delito. Es probable que resulte ser el más imperdonable de todos ellos y quienes hayan participado en su comisión serán -sin ninguna duda- los más grandes delincuentes de todos los tiempos. Podríamos llamarles «terraristas»***, y el conjunto de sus acciones sería un «terricidio». Si hay un personaje único en la administración Trump que concentra la esencia de esto es, por supuesto el ex directivo de ExxonMobil y actual secretario de Estado Rex Tillerson. Su antigua compañía tiene una nefasta historia no solo en la explotación de los combustibles fósiles sino también en el ocultamiento de información sobre el daño hecho por estos combustibles mediante la emisión de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento de la atmósfera y los mares de la Tierra, y la financiación del negacionismo climático; en resumen, la destrucción del planeta en la eterna búsqueda de mayores beneficios.
En este momento, esta persona se suma a la administración de un presidente que una vez dijo que el cambio climático era un «cuento chino», y quien, con una sorprendente determinación nombró -primero en su equipo de transición y después en su gobierno- a un equipo sin precedente de negacionistas del cambio climático y de los llamados escépticos climáticos. Ellos, y solo ellos, están ocupando posiciones claves en todos los departamentos y agencias del Estado de algún modo conectadas con los combustibles fósiles y el medioambiente. Una de las primeras medidas de esta administración fue dar luz verde a los muy controvertidos oleoductos, uno de ellos destinado a transportar la más sucia de las sustancias con contenido de petróleo, las arenas bituminosas de Canadá desde Alberta a la costa del golfo de México; otra, fue animar a quienes explotan los yacimientos no convencionales de Bakken, North Dakota, utilizando la tecnología de fracturación hidráulica (fracking) para que mantengan su ritmo de producción. En su anhelo por hacer que Estados Unidos regrese a los años cincuenta del siglo pasado, el presidente Trump ha prometido una nueva era de explotación de los combustibles fósiles. Evidentemente, está a punto de arrojar el acuerdo climático de París al basurero de la historia y acabar también con el apoyo al desarrollo de las fuentes de energía alternativas (al hacerlo -la palabra ‘ironía’ es muy débil aquí- cederá una enorme posibilidad de creación de empleo a los chinos, los alemanes y otros).
Se podría pensar en una perfecta programación, pero justamente dos días antes de asumir la presidencia -esto es, dos días antes de que el sitio web de la Casa Blanca eliminara cualquier referencia al cambio climático- tanto la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) como la Agencia Nacional Aeroespacial (NASA, por sus siglas en inglés) -la página web de cada una de ellas sería sin duda «limpiada» por los negacionistas climáticos de Trump- informaron de que en 2016, por tercera vez consecutiva, la temperatura de la Tierra había roto todos los récords (esto quiere decir que 16 de los 17 años más calurosos lo habían sido en el siglo XXI). Según la NASA, entre 2013 y 2016, el planeta se había calentado bastante más de 0,35 ºC, «el mayor aumento de temperatura registrado por la NASA para un lapso de tres años».
El año pasado, informó The Guardian, «América del Norte vio el mayor número de tormentas e inundaciones en más de 40 años. Globalmente, en 2016, hemos observado por encima de 1,5 veces más de catástrofes climáticas extremas que en el promedio de los últimos 30 años. Además, la disminución de la capa de hielo en los mares alcanzó un nuevo récord». Y la lista no ha hecho más que empezar. Ya no se trata de algo terriblemente complicado. No se trata de discutibles datos científicos. Esta es nuestra realidad; es incuestionable que lo que el futuro promete a nuestros hijos y nietos es un mundo con fenómenos climáticos cada vez más intensos: aumento del nivel del mar, supersequías cada vez más prolongadas (al mismo tiempo que lluvias torrenciales), junto con calor, mucho calor.
A menos que se produzcan sorpresivos avances en las tecnologías de las energías alternativas u otras maravillas, esto -una vez más- es demasiado obvio para ponerlo en duda. De este modo, tanto nuestro nuevo presidente y su administración, resueltos a impedir no solo el conocimiento científico cobre el cambio climático sino también cualquier intento de mitigar el fenómeno, como los ex colegas de Rex Tillerson en las empresas de la gran energía, que prefieren sacar de circulación la información sobre toda esta cuestión en favor de los combustibles fósiles y el enriquecimiento personal, estarán cometiendo el más elemental de los crímenes contra la humanidad.
En estos años que vienen, estas personas, como grupo, sacarán el segundo mayor emisor de gases de invernadero del mundo de las apuestas del cambio climático y harán lo necesario para asegurar que el acogedor planeta en el que la humanidad vive desde hace tanto tiempo sea en el futuro un lugar muy lúgubre. En el interminable aluvión de «noticias» centradas en Donal Trump de este momento, esta -la principal de todas- se ha perdido en el barullo. Aun así, al contrario de cualquier otro conjunto de acciones a las que podrían dedicarse (salvo tal vez una guerra atómica), esta es de verdad la definición de la noticia del siglo. Después de todo, los tiempos del cambio climático no son los de nuestra escala de tiempos; forman parte del tiempo planetario, entonces podría ser que fuera un momento definitorio en la historia de la humanidad.
Notas:
* El inglés de Estados Unidos tiene una expresión (numérica) 24/7 que significa ‘las 24 horas del día durante los siete días de la semana’, es decir, algo que no se interrumpe nunca. Para denotar una intensificación extrema, el autor ha creado una nueva expresión: 25/8, es decir, más de lo que ya era el máximo posible. (N. del T.)
** La nota original en inglés de esta traducción fue publicada el 7 de febrero de 2017. (N. del T.)
*** En realidad, en castellano hay una palabra que define esto; es ‘geocida’, es decir, quien comete ‘geocidio’. A riesgo de escribir un barbarismo, el traductor ha intentado ser fiel a la redacción del autor; aun así, hace esta aclaración… (N. del T.)
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.