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Crónica de un inmigrante indocumentado en EE.UU.

Los días de lluvia

Fuentes: Rebelión - Imagen: Detalle del mural "El Proletariado de Aztlán", del artista chicano Emiglio Vasquez.

Romn tiene veinticinco años viviendo en Estados Unidos. Lo que gana en doce horas de trabajo apenas le alcanza para pagar la renta del sótano.

En las noticias anuncian un pronóstico de lluvia que durará todo el día, Román apaga el televisor y trata de dormir, le duelen las articulaciones de las rodillas y de las manos, mañana será un día largo, cansado y de empaparse.

Su oficio de mil usos en el supermercado coreano lo deja realmente extenuado. Entre empujar carretas que los clientes dejan regadas por todo el estacionamiento, barrer y trapear el piso, limpiar los baños, recoger la basura de la cafetería, el deli, la pescadería, la carnicería y de los recipientes que están adentro y afuera para los clientes, Román al medio día no da más. Apenas a la mitad de su jornada.

Para él, el clima no importa, si hace mucho calor, si neva, si llueve, tiene que empujar las carretas y colocarlas en orden en el área de entrada para que los clientes las encuentren a la mano. A veces se le tullen los dedos de las manos y de los pies, su economía no le da para comprar zapatos para climas extremos como el invierno, usa guantes de lana que tampoco le ayudan mucho con el frío.  El invierno en Chicago no es como el de su natal Trinidad de Copán, Copán, Honduras. En su pueblo el invierno es lluvia que hace crecer los montes y rebalsar los ríos. Añora tanto su país, pero no la violencia y la pobreza de la que salió huyendo.

Tiene veinticinco años viviendo en Estados Unidos, es indocumentado, no habla inglés, cruzó el desierto de Sonora a los cincuenta y cinco, no pagó coyote, se fue pidiendo jalón a los traileros que lo llevaron hasta Sonora, en unos meses cumplirá ochenta y uno. Todos los días busca entre los contenedores de basura del supermercado alimentos que estén en buen estado para llevar a su casa. Lo que gana en las doce horas de trabajo apenas le alcanza para pagar la renta del sótano que alquilan y los recibos. Su alimentación y la de su compañera Lucila sale de esos contenedores.  

Lucila de setenta y cinco años, mexicana, indocumentada también, se moviliza en el pequeño sótano en una silla de ruedas, por la diabetes le amputaron una pierna, pero todos los días prepara los alimentos para que Román lleve de almuerzo al trabajo.  En las tardes arregla los ramos de flores que embellecen la sala, flores que Román escoge y limpia cuidadosamente después de recogerlas de los contenedores de basura.

Pronto llegará el invierno y los dolores de muelas y del reumatismo en las articulaciones harán que Román llore de tristeza y desesperación empujando las carretas, un dolor que sólo le puede expresar con señas a Lucila, que no sabe cómo, pero lo entiende, aunque ninguno de los dos sepa el lenguaje de signos.

Román masticará clavos de olor para el dolor de muelas y se pondrá alcohol alcanforado fermentado con hojas de ruda, como lo hacía en su natal Trinidad de Copán, Copán, Honduras, para cuando llegaban los días de lluvia.

Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.