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Los fanáticos y la historia

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La séptima conferencia anual de Herzliya, celebrada en el Centro Interdisciplinario de dicha ciudad, exhibió un cóctel extraño de conservadores de la vieja y nueva guardia que han sabido preservar su «eterna juventud y desbordante vitalidad», como podía escucharse estos días en la propaganda de uno de nuestros video-clips estrella. ¡Cómo animaba el corazón ver reunidos en una única conferencia a personajes tan ilustres como el eterno orientalista Bernard Lewis, el permanentemente asustado Simon Peres, el tristemente célebre Richard Perle y, de esa misma camarilla, el antiguo director de la CIA James Woolsey!

¿En qué otro lugar del mundo podría uno encontrar bajo el mismo techo tal cantidad de elementos y sanguijuelas varias venidas a esta parte del globo? Por supuesto, sólo podía ser en Israel, que se ha convertido en uno de los mayores centros de aliento del choque de civilizaciones y culturas y de glorificación de la «civilización occidental», en la que Israel se sitúa sin reservas, a pesar del «tercermundismo» y de la corrupción que impregna su cultura de masas y el pensamiento de sus políticos. Israel se ha convertido en un foro para el liberalismo económico y la política de globalización (léase, USamericanización), sin autocrítica alguna en el interior de la sala de conferencias y sin manifestación ninguna en el exterior. Herzliya, después de todo, no es Vancouver, donde la gente está lo suficientemente loca como para protestar contra este tipo de conferencias. No, se encuentra situada en el margen más extremo y extremista de la cultura colonialista occidental; es, según la autodefinición del sionismo, «la punta de lanza de Occidente contra la barbarie de Oriente», como aquel héroe sionista, Osishkin, lo situó a fin de conseguir el apoyo británico para la empresa sionista.

Lewis, en su conferencia, intentó resumir la historia árabe desde la invasión napoleónica en un puñado de sentencias lacónicas, plagadas de connotaciones arrogantes o de contumaz sabiduría, a saber: Durante 200 años, los gobernantes de Oriente dieron muestras de gran poderío a la hora de actuar los unos contra los otros. Pero el colapso de la Unión Soviética puso fin a esa era. Actualmente, los poderes extranjeros ya no se interesan por la región de la misma forma que antes. Esto supone una vuelta atrás, una reversión a modelos más antiguos. La identidad fundamental de los países próximo-orientales es religiosa, no nacional o étnica. Los musulmanes siempre han estado contra todos los demás, y su misión es llevar el Islam a toda la humanidad. Tuvieron éxito en dos intentos importantes, cuando conquistaron Andalucía y, más tarde, con el Imperio Otomano. En la actualidad, se preparan para el tercer intento. Sin embargo, desde el final de la «fase Bonaparte», ha venido desencadenándose otro desarrollo importante. Ese desarrollo es la rivalidad creciente entre sunníes y chiíes, los «protestantes» y los «católicos» del Oriente Próximo.

¡Y aún hay algunos que acusan a los árabes de confundir la realidad con sus sueños de grandeza! Pero Lewis es un respetado profesor de Princetown y un orientalista famoso a nivel mundial, cuyas obras no sólo han tenido un gran impacto en los medios de comunicación sino también en académicos como Huntington. Por eso, imaginen los kilómetros que tuvo que recorrer para poder ofrecer esa historia abreviada que ilustra los modos y valores de la cultura que prevalece entre todos esas luminarias políticas que convergieron en Herzliya como si fuera la capital del Oriente Próximo.

Sí, precisamente porque «las potencias exteriores ya no están tan interesadas en la región como lo estaban antes», es por lo que USA ha enviado tropas a Iraq y hace preparativos contra Irán. Condoleeza Rice se afana en dar el último «toque» al proceso de paz y el simpatizante sionista Javier Solana se deja caer cada dos semanas, más o menos, por la televisión israelí, para asegurar una vez más a los israelíes que «no vamos a interferir en las decisiones de nuestros amigos en el gobierno de Israel. Apoyaremos lo que decidáis. Pero os aconsejamos que seáis cautos con las intenciones de paz de Siria. Siria tiene que demostrar primero la sinceridad de sus intenciones en Líbano y en Iraq y tiene que dejar de proporcionar medios al terrorismo palestino… Y respecto a Palestina, no es suficiente un gobierno de unidad; Hamas tiene que aceptar las condiciones del Cuarteto». En Herzliya, José María Aznar pidió a la UE que pusiera en marcha una iniciativa para incluir a Israel en la OTAN; Woolsey declaró que Israel no podía negociar con quienes quería aniquilarlo; y toda la panda se puso a aconsejar al gobierno libanés que no mostrara flexibilidad hacia la opinión mayoritaria en Líbano y en cambio aportara amplias pruebas de su intento de derribar al gobierno de mayoría en Palestina. Sí, Bernard Lewis debe tener razón: desde el colapso del orden soviético, el mundo ha perdido completamente el interés en Oriente Próximo.

Por supuesto, sugirió también que nada cambia nunca bajo nuestro sol abrasador, que los musulmanes siguen inmutables para siempre, que para los árabes todas las otras afiliaciones religiosas palidecen frente a las suyas y que, por tanto, era algo natural que, una vez que ya no tenían potencia para enfrentarse unos a otros, volvieran inevitablemente a sus peleas religiosas pre-napoleónicas. ¿Y quién somos nosotros para desafiar tan perspicaz visión? Aún así, en la misma semana de Herzliya, los clérigos sunníes y chiíes se reunieron en una conferencia-diálogo en la cual decidieron, de hecho, «nacionalizar» las afiliaciones sunníes y chiíes. Estas afiliaciones irían unidas a las identidades nacionales, dijeron, y los dirigentes políticos y religiosos chiíes se comprometerían ellos mismos a no presionar a la afiliación chií contra «países sunníes» y los dirigentes sunníes asumirían un compromiso similar hacia los «países chiíes». Por lo visto, las afiliaciones nacionales y étnicas han recorrido un camino mucho más largo de lo que Lewis imagina. En lugar de los partidarios de las diferentes doctrinas islámicas, o musulmanes «protestantes» y «cristianos», en las peleas de unos contra otros, las rivalidades religiosas se han subordinado a otros intereses rivales. Es decir, las afiliaciones religiosas se han convertido en herramienta al servicio de antagonismos que se proyectan como rivalidades nacionales, porque estas afiliaciones eluden el problema de crear una nación soberana fundada a partir del concepto de ciudadanía, porque la separación entre la religión y la ciudadanía y los asuntos públicos, o incluso el mantenimiento de la religión como una preocupación pública dentro del marco de una nación o estado multicultural y multi-confesional se quedan fuera del cuadro. Lewis está equivocado si no puede ver que lo que parece ser un conflicto religioso es, de hecho, un instrumento para favorecer otra marcas de intereses, actitudes y políticas de identidad.

Cuando algunos de nosotros, superando la desesperación, menospreciamos la lucha bajo banderas sectarias, nuestro intento se aparta mucho de la visión de Lewis. El ve resurgimiento de rasgos atávicos islámicos o musulmanes, en tanto que nosotros utilizamos términos como «sultanato» y «reinos mamelucos» para caracterizar la actual desintegración y fragmentación de los estados árabes contemporáneos. Es nuestra forma de hacer sonar la alarma, de instar a la prudencia, de gritar. El estado de los cruzados, en su momento de mayor apogeo, consiguió triunfar de forma insuperable al conseguir poner al gobernante contra el gobernante hermano y conquistar sus pequeños estados vecinos, incluso sin las ventajas de la superioridad tecnológica de vanguardia y poderío nuclear. Efectivamente, utilizaron en gran medida los mismos instrumentos de guerra que tenían los árabes y ni siquiera disfrutaban del grado de avances sociales y científicos que los árabes habían logrado en ese momento. Y, por supuesto, no necesitaban convocar una conferencia de Herzliya. Su aliado era la estructura fragmentada de los pequeños estados circundantes y sus rivalidades y recelos mutuos. Estas son las circunstancias históricas que citamos a nivel metafórico para alertar de las consecuencias del fracaso a la hora de construir una nación basada en el concepto de ciudadanía.

Lo crean o no, esta metáfora se halla más próxima a las realidades del momento actual que las teorías de Bernard Lewis. Los árabes han hecho progresos desde la Edad Media, algunos de ellos considerables: Israel no puede someterles ni preservarse a sí mismo sin superioridad tecnológica u otras formas de superioridad, a diferencia del estado cruzado que duró unos 200 años sin estas ventajas. Pero el problema irresoluble del nacionalismo, Israel y el fracaso a la hora de construir un estado civil democrático están sin duda entre los factores más destacados que han paralizado ese progreso. Mientras tanto, los chicos de Herzliya tienen sus propias teorías que exponer sobre la condición árabe, porque se aproximan a ella desde una perspectiva absolutamente distinta.

Para comprender mejor a lo que me estoy refiriendo, sugiero que lean la sorprendente conferencia presentada en Herzliya por Simón Peres. Incluso el mismo Peres parecía asombrado, asombrado de él mismo y del progreso económico y científico, arreglándoselas para englobarlo todo junto al observar con orgullo que si «tenía tan buen aspecto» para su edad era por ser una persona optimista y se sentía optimista acerca del poder de la ciencia y la economía. Peres tenía también ciertas personas a las que agradecer su optimismo. Expresó su gratitud a Ahmadineyad, porque sus exageraciones y extremismo habían unificado al mundo tras Israel. Y expresó su gratitud a Hassan Nasrallah, que había elogiado a Israel al decir «¡Qué país, pierde un soldado y le busca sin descanso. Incluso aunque hubiera muerto, no pararían de buscar su cadáver!», y que había alabado la democracia que permitió que Israel «aprendiera una lección».

Desde luego, Peres no podía o no quería percibir otro matiz en esos comentarios de Nasrallah. Estos días, además de todas las fuerzas políticas árabes, el invicto Hizbollah, aunque ciertamente no es un gran fan de Israel, elogia confidencialmente los puntos fuertes de su adversario porque, miren por donde, «por pura coincidencia» fue el único poder capaz de derrotar a Israel. Además, ese partido, que demostró tan soberbia fortaleza organizativa en la batalla, es también la fuerza política que, debido a una guerra altamente destructiva, tiene poder para conseguir que cifras sin precedentes de libaneses salgan a las calles en manifestaciones pacíficas y marchas de protesta, y posee también la sofisticación necesaria para dirigirse de forma racional a esas gentes, con un lenguaje que está muy lejos de las arengas fascistas y populistas utilizadas para movilizar ciertos despliegues de masas en Israel e incluso en algunos países europeos. Pero en esta ocasión, el tipo de movimiento de masas capaz de una organización moderna, nacional e institucionalizada y que incluso, según los estándares de Herzliya, estaría capacitada para gobernar, es considerada como el enemigo número uno de Israel. Lo que a Israel le gusta son pequeños y felices estados mamelucos, aliados suyos contra otras pequeños estados mamelucos o contra sus propios adversarios internos. Quiere estados capaces de recibir la misión modernizadora científica y económica israelí con los brazos abiertos, dispuestos a prestar atención a los consejos del predicador Peres a fin de rechazar a esas fuerzas que en verdad son modernas en la práctica y en el espíritu.

¿Qué más dijo Peres en Herzliya VII? Dijo que Assad, el hijo, quiere corregir los fallos de su padre. Pero Bashar debe comprender que la cuestión de la paz y la guerra con Siria es un triángulo que incluye a USA y que este país, precisamente ahora, no quiere negociaciones con Siria porque está apoyando al gobierno de Fuad Al-Siniora en Líbano y porque Siria proporciona refugio a Jaled Meshaal y entrena a fuerzas terroristas para enviar a Iraq. Por otra parte, si Siria vuelve a la guerra, «se va a meter en problemas y no sólo Israel».

Al parecer, Peres no había asistido a la conferencia de Lewis en la que expuso lo poco que el resto del mundo se preocupa por esta zona del globo, así como la inminente invasión de Occidente por el Islam: parecía indiferente ante tal peligro. Es más, la impresión que dejó fue que Israel no quería la paz con Siria, que se estaba preparando para la guerra contra Irán y que los palestinos tendrían que aceptar mucho menos de lo que les habían ofrecido en Camp David II. En este último punto fue mucho más explícito: Israel, dijo, no tenía intención alguna de permitir que razones demográficas pudieran poner fin a su existencia como estado judío. No seguirían el camino del Líbano, que terminó como el único estado cristiano en la región a causa del precio demográfico que pagó por sus errores. En otras palabras, Israel no aceptaría nunca el principio del derecho palestino al retorno; acerca de los «errores» cometidos con los libaneses, ni se mencionaron.

Sí, siguiendo o no a Bernard Lewis, la analogía con los pequeños estados mamelucos resulta muy útil para comprender la ceguera de un orden árabe que apoyó la ocupación de Iraq, que no tiene ni idea sobre qué postura adoptar en el actual proceso de partición de Iraq ni qué hacer ante la perspectiva de un aumento de la presencia de fuerzas usamericanas allí, y que tiene una fuerte tendencia a aprovechar cualquier mecanismo, incluido el de alimentar las tensiones sectarias, para mantener a su pueblo atascado en el subdesarrollo.

Y la analogía es especialmente adecuada en lo que se refiere a la postura del orden árabe, o a la ausencia de la misma, en el intento de imponer a los palestinos las condiciones israelíes mediante un bloqueo económico, al mismo tiempo que se hacen llamamientos para un gobierno de unidad sobre las condiciones fijadas por el Cuarteto, sin pedirle nada a Israel, como prólogo para volver a poner en marcha un proceso de negociación que tiene como objetivo asegurar las condiciones para que Israel prosiga su ocupación. Este es sin duda un orden árabe absolutamente embrollado y que busca salir de la difícil y embarazosa postura en la que le ha colocado la determinación, perseverancia y habilidad de la resistencia libanesa.

Así es, la superioridad tecnológica y militar israelí es fundamental para su propia supervivencia. Sin embargo, la brecha entre Israel y los árabes no se ha creado tanto por su superioridad como por el subdesarrollo árabe. En la raíz de este subdesarrollo se encuentran los pequeños estados en los cuales, apropiándonos de las palabras de Ibn Jaldun, la adulación y el favoritismo conforman la vía para el rango y el poder, el rango y el poder son el camino para el dinero, y la alianza con Israel y con cualquier otro poder es el medio para impedir la aparición de cualquier alternativa.

Texto original en inglés:

www.weekly.ahram.org.eg/2007/830/op3.htm

Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.