Roberta Alexander es hija de una pareja de comunistas, producto de una relación interracial cuando los matrimonios entre blancos y afroamericanos estaban prohibidos, militante ella misma del Partido Comunista de los Estados Unidos, miembro del Club W.E. Dubois, de los Panteras Negras, activista en el movimiento estudiantil en Berkeley, profesora de inglés en los barrios […]
Roberta Alexander es hija de una pareja de comunistas, producto de una relación interracial cuando los matrimonios entre blancos y afroamericanos estaban prohibidos, militante ella misma del Partido Comunista de los Estados Unidos, miembro del Club W.E. Dubois, de los Panteras Negras, activista en el movimiento estudiantil en Berkeley, profesora de inglés en los barrios más desfavorecidos, Directora del Departamento de Inglés en una de las Escuelas Universitarias más combativas del distrito de San Diego, historia viva de la militancia en California y en los Estados Unidos. Si no fuera muy irrespetuoso hasta diría que leer estas entrevistas y, ojalá que en un futuro muy cercano, las memorias que está escribiendo, se aproxima mucho a una versión revolucionaria de la película Forrest Gump, excepto que aquí Roberta Alexander no es sólo testigo pasivo o inconsciente, sino participante activa de un tiempo convulso y esperanzador.
Esta entrevista es la segunda parte de cuatro, la primera se publica ayer y puede leerse aquí:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=136790
Luis Martín-Cabrera. ¿Podemos hablar un poco de tu experiencia en la España de los años sesenta? ¿Por qué decidiste ir a España en mitad de la dictadura franquista?
Roberta Alexander. Estaba un poco atrapada, tenía un novio, pero aquello no iba a ninguna parte. Sabía que había un programa de estudios en el extranjero y me parecía interesante, porque quería viajar, yo nunca había viajado. Mi familia trató de viajar cuando tenía unos 13 años, queríamos ir a Ghana, estaba muy animada, pero a mi padre le negaron el pasaporte, así que nunca fuimos a ninguna parte. Entonces, me decidí a ir al extranjero y me interesaba España, no sé tal vez tenía una idea romántica del país, aunque también sabía que un tío mío había estado allí durante la Guerra Civil, fue brigadista del Batallón Lincoln.
En cualquier caso, elegí España ¡y fuimos por barco! Todos los estudiantes del programa nos encontramos en Nueva York y fuimos por barco a Dover y luego a Le Havre. Desde allí tomamos un tren y fuimos a Madrid, creo que llegamos en Agosto y nos quedamos en pensiones. Hubo una recepción en casa de Carlos Blanco [1], que era el director del programa, yo me quedé lo más lejos posible de su casa, no quería estar cerca de las personas en una posición de autoridad ¡qué poco me imaginaba lo que iba a pasar!
Estábamos en la Facultad de Filosofía y Letras, pero nos tenían segregados en clases especiales para estudiantes americanos y yo lo que quería era conocer a los estudiantes españoles, la gente política. Al principio no pude encontrar a la gente política, porque los estudiantes tiraban unas octavillas y desaparecían, había una manifestación y desaparecían, no era capaz de averiguar quién estaba detrás, conocer a alguien, nada [risas]. De alguna manera conocí a alguien que me dijo, «lo que tienes que hacer es organizar a los estudiantes norteamericanos», así que de manera un poco alocada pusimos mesas como en Berkeley y empezamos a recoger firmas contra la guerra del Vietnam, con la idea de ir a presentarlas después a la Embajada de Estados Unidos, no recuerdo si al final las entregamos o no. Lo que era muy interesante es que los periódicos internacionales venían y nos decían que les avisáramos si íbamos a hacer algo, porque lo querían cubrir.
Para aquel entonces, Carlos Blanco ya sabía quién era y lo que estaba haciendo. En algún momento del otoño Reagan tenía pensado venir a España, así que Carlos me llamó a su oficina y me dijo que ya sabía que estaba organizando todas estas cosas, que Reagan iba a venir a España y que sería bueno hacer una protesta en el aeropuerto ¡todo lo que había que hacer es llevar las pancartas debajo del abrigo y desplegarlas cuando llegara! [Risas] Por suerte Reagan nunca vino, porque nos hubieran dado la patada en España incluso antes, esto era en el otoño del 66.
Como iba diciendo, conocí a la gente politizada, un tío que se llamaba Joaquín me llevó a algunas reuniones, me acuerdo de ir en el metro con él siguiendo un montón de normas de seguridad para que no nos siguieran. De cualquier modo, los estudiantes estaban preparando un montón de manifestaciones el 28 de abril para protestar contra la guerra del Vietnam y me pidieron que hablara en uno de los mítines. Les dije que me lo tenía que pensar.
Roberta Alexander en el Banquete de Honor del Partido Comunista de la RDA |
Después Carlos Blanco tuvo una reunión con todos los estudiantes y nos dijo que la Embajada de Estados Unidos había tenido una reunión con todos los directores de los programas en el extranjero y que les habían dicho que no podían proteger a los estudiantes si participaban en alguna de las manifestaciones que iba a haber. A Carlos no le invitaron a esta reunión, lo llamaron aparte, pero le dijeron más o menos lo mismo. Después de la reunión con los estudiantes, Carlos me llamó aparte y me dijo «Roberta, yo sé que tu sabrás como tomar la decisión correcta». Y tal vez aquello me influenció porque le dije a los estudiantes españoles «sabéis que, yo escribo la carta y vosotros la podéis leer», pero ellos me dijeron: «no, no, eso no sirve, no influenciará a nadie, es muy aburrido, tienes que dar un discurso». En fin, me preparé mi discurso palabra por palabra: no decía nada sobre España, nada sobre Franco, hablaba sólo de la Guerra del Vietnam.
Llego al campus y los estudiantes habían ocupado toda la Facultad de Económicas, había gente por todas partes, tenían pequeñas banderas de EE.UU. y las estaban quemando (en los reportajes de los periódicos que aparecieron más tarde me relacionaban con la quema de banderas). Me llevaron al auditorio donde transcurría la asamblea, cabrían unas 400 o 500 personas. Entonces el primer orador sube al estrado, había tanto ruido, la megafonía no funcionaba y la gente estaba en plan maleducado. «¿Y ahora qué hago?» Le pregunté a una amiga. No sé si sabes cómo aprendes palabras en otra lengua cuando estás en una situación de estrés y tensión porque las asocias con ese momento. Me dijo: «¡Chilla!, ¡Nunca se me olvidará esa palabra! Bueno, me subo al estrado y, de repente se empieza a calmar la situación, era emocionante, la gente estaba en silencio, estaban escuchando de verdad. Empecé a hablar, me aplaudieron varias veces durante la intervención, pero cuando terminé recibí una ovación cerrada, era realmente impactante.
Me estaba ya preparando para marcharme cuando un pequeño grupo de estudiantes, encabezados por Fini Rubio se me acerca y me dice: «te tienes que marchar por detrás de esos matorrales, tenemos un taxi esperándote; lo mejor es que te vayas un par de semanas a Andalucía hasta que se olviden de ti» Aquello no parecía un plan muy prometedor [risas]. A mi no me había dado por pensar mucho más allá, no se me había ocurrido pensar que pasaría después del discurso, hasta que estos estudiantes me dijeron que tenían un taxi esperando por mí. En este sentido, era bastante ingenua. Sabía que el plan de Andalucía no iba a funcionar, por eso me fui a mi pequeño apartamento y después le hablé a mi amiga, Karen Winn que todavía vivía en una pensión. Karen era rubia y Carol Watanabe era de origen japonés. Las dos me habían ayudado a poner las mesas para la petición de firmas, pero no habían pronunciado ningún discurso. La mujer de la pensión de Karen nos dijo que la policía había venido a buscarnos y que les había dicho que volveríamos en 4 horas para que tuviéramos tiempo de escaparnos. Hicimos las maletas rápidamente y llamamos a Carlos Blanco y le preguntamos » ¿Qué hacemos ahora?» «veniros inmediatamente a mi casa», nos dijo. Agarramos un taxi justo a la hora de la siesta y, de repente, en la radio se escucha algo de «la chica de color, la rubia y la japonesa de Berkeley que han insultado a la hospitalidad española». El taxista debía ser un tipo legal, porque miró por el retrovisor y se dio cuenta de quiénes eran sus clientas. Nos dejó en la casa de Carlos Blanco, donde pasamos 2 o 3 días.
En casa de los Blanco se hizo evidente que no se iban a olvidar simplemente de nosotras, así que decidimos volver a nuestros respectivos lugares de alojamiento. Yo me volví a mi apartamento y allí me estaba comiendo un yogurt cuando llamaron a la puerta dos hombres vestidos de paisano y dijeron: «¿Eres tu Roberta Alexander?», lo cual era poco menos que una broma. Dije que sí y me dijeron que quedaba bajo arresto, pregunté por qué y me dijeron: «No sabemos por qué, la Embajada Americana nos lo ha mandado».
Aunque parezca increíble caminamos desde mi apartamentito en Callao hasta la Puerta del Sol y en mi memoria incluso paramos para tomar un café. Qué raro, ¿no? Ahora me parece increíble, pero así es cómo lo recuerdo y cómo lo he contado, caminando con la policía franquista hasta la Puerta del Sol. En fin, me metieron en la Dirección General de Seguridad y realmente era como bajar a las mazmorras de un castillo. Me pusieron en una celda a mi sola y para aquel entonces estaba empezando a asustarme un poco, aunque Carlos nos había dicho que si nos arrestaban iba a estar pendiente de nosotras, era la única conexión que tenía con el mundo exterior que nos pudiera proteger en ese momento.
LMC. Una pregunta deliberadamente ingenua: ¿pudiste ver a un abogado?
RA. Puff, no, y mi amiga tampoco apareció durante unas cuantas horas, estaba sola. Me acuerdo de que alguien empezó a cantar una canción que me sonaba del movimiento, pero como soy de una generación norteamericana posterior, no la reconocí inmediatamente, pero empecé a tararearla con él y uno de los guardias vino enfadadísimo a decirme: «¿Por qué cantas esa canción?» Y ahí me di cuenta de que era «La internacional». Mientras estuve detenida fingí cuanto pude que no podía hablar español, les decía, «no sé que es eso» y se iban. No me pasó nada ni físicamente ni en ningún otro sentido. Después alguien se dio cuenta de que había una americana en los calabozos. Yo no vi a otros prisioneros, pero aquello estaba lleno, porque habían detenido a un montón de gente justo antes del Primero de Mayo, eran arrestos preventivos. Entonces alguien empezó a cantar «We shall overcome» [el himno del Movimiento de los Derechos Civiles encabezado por Martin Luther King], ¡no pudieron hacernos callar y eso que cantábamos en inglés! Creo que era en inglés.
LMC. ¿Qué pasó después? ¿Te interrogaron?
RA. Después me trajeron comida, era como el concepto de las cárceles en la antigüedad, una lata con una cuchara de palo y una especie de caldo intragable. Después me sacaron la comida y me llamaron para interrogarme y lo que querían saber era quién era yo y, sobre todo, que les diera nombres, pero me negué. No me torturaron ni nada, había estado allí 5 o 6 horas cuando apareció mi amiga, luego vino Carlos y un representante de la embajada, aunque yo nunca le vi, pero básicamente lo que vino a decir es que no podía hacer nada por nosotras, pero los guardias españoles habían sido muy consistentes, nos decían una y otra vez que no sabían nada de nuestra situación, que seguían las órdenes de la Embajada norteamericana. Nos pusieron bajo arresto domiciliario, las dos en mi apartamentito, y nos dijeron que nos iban a deportar. Mientras estaba bajo arresto domiciliario, recibí una llamada de teléfono de una emisora de radio en Los Ángeles, cómo habían averiguado nuestra situación, no tengo ni idea, pero les dije que nos iban a deportar y lo más curioso es que mis padres estaban escuchando esa misma emisora y se enteraron así de nuestras situación, no sé cómo, porque en aquel entonces no era fácil recibir llamadas.
Roberta Alexander dirigiéndose a los asistentes de una reunión para comemorar la caída del fascismo en la RDA |
Por suerte teníamos el apoyo de Carlos, que nos estaba esperando, porque yo pensaba que nos iban a poner en un vuelo para Nueva York, pero nos pusieron en un tren para Irún. Cuando llegamos al día siguiente a la estación, decidieron ponernos en un tren dos horas antes de lo que habían anunciado, pensamos que estaban preocupados por si los estudiantes montaban una protesta. Nos tocó caminar hasta el vagón delante de una fila de «grises», por lo menos diez a cada lado. Era como una película, tres chicas de 20 años escoltadas por una fila de grises hasta un vagón en el que nos esperaban dos policías de la secreta en cada parada del tren, y eran muchas, había guardias civiles al lado de donde paraba nuestro vagón. ¡Te imaginas el gasto de dinero y recursos, esperándonos con ametralladoras! Al final nos dejaron en Irún, se aseguraron de que cruzáramos la frontera y allí, en Hendaya, nos estaba esperando Carlos con dinero, con el contacto de su hijo Renato que estaba estudiando en París y nos iba a ayudar.
Al llegar a París, había un grupo de periodistas que nos estaba esperando, uno de ellos se acercó y nos preguntó: » ¿sois Roberta Alexander, Carol Watanabe y Karen Winn? Soy de la CBS y os queremos hacer una entrevistas mañana por la mañana para que pueda salir en las noticias de la tarde, tenemos una limusina esperando para vosotras y una reserva en el hotel George V». Renato estaba allí, lo discutimos un poco todos juntos y decidimos ir, porque no teníamos nada que perder.
Esto de cruzar fronteras ha sido un tema recurrente en mi vida, en este caso una frontera diferente: ¡Aquí me tienes la hija de un líder sindical, trabajador de los mataderos que creció en la parte de atrás de un taller de reparación de zapatos, en el Hotel George V preparándome para una entrevista con la CBS! De cualquier modo, nos llevaron a cenar y, aunque no teníamos mucha hambre, tratamos de aprovecharnos de la comida y luego discutimos cómo manejar la entrevista. Nos preocupaba que fuera una entrevista demasiado antagónica, por eso decidimos que no podíamos tocar demasiados aspectos a la vez y que nuestro mensaje principal sería que la Embajada de Estados Unidos era la responsable de nuestra situación. Cuando miro para atrás pienso que hicimos un esfuerzo consciente por parecer ingenuas, pero realmente éramos ingenuas [risas]. No anticipamos nada de esto, no se nos ocurrió que nos fueran a deportar. Nos despertaron a las seis de la mañana con un montón de comida, croissants, pastas…etc. Nosotras no teníamos dinero así que dijimos «tenemos que envolver y guardar esta comida antes de irnos».
Al final la entrevista fue bastante cordial; para ellos era sobre todo una entrevista de interés humano. Al volver al hotel toda la comida había desaparecido, porque habían limpiado. Renato vino y de repente estábamos en las calles de París. Mis padres nos mandaron un giró para que pudiéramos comprar un billete de regreso a los Estados Unidos. Mi amiga Karen era de Walnut Creek [un pueblo conservador, al norte de Berkeley], su madre era una cajera de supermercado, los periodistas la encontraron y le contaron que su hija había sido expulsada de España entonces allí mismo dijo que lo que su hija había hecho era horrible y que no pensaba volver a hablar con ella nunca más. Ahí tienes a mis padres, los zapateros, mandando dinero para que las dos pudiéramos volver a Nueva York y luego volar juntas a Los Ángeles, donde mis padres la acogieron en casa.
LMC. Tus padres entonces entendieron la situación, te apoyaron.
RA. Oh mis padres estaban orgullosísimos y rápidamente mi padre dijo «okay, tenemos que organizar una rueda de prensa, hay que hacer esto y lo otro, hay que hacer pública esta historia, a ver dónde podéis hablar». Al final creo que sólo di unas cuantas charlas para los brigadistas de la Lincoln, que estaban muy interesados. Hicimos la conferencia de prensa eso sí, y nuestra pequeña historia salió en la portada de «Los Angeles Times», fue en 1967 y compartimos la portada con la noticia de la invasión israelí de los Altos del Golán. Después me tuve que ir a la prisión de Santa Rita a cumplir mi condena por lo del Movimiento para Libertad de Expresión de Berkeley.
LMC. ¿Fue en esta época cuando decidiste abandonar el Partido Comunista?
Roberta Alexander contando la historia de sus deportación
a un grupo de brigadistas de la LIncoln
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RA. No, fue un poquito después, en el Partido Comunista no había ningún apoyo para hacer algo en relación a mi deportación, tampoco sé cuánto más podría haberse hecho. Luego en el otoño me invitó la Brigada Lincoln a ir a Alemania del Este. Los alemanes del Este celebraban todos los años en cierta fecha, en el otoño, la caída del fascismo. Querían invitar a alguien de las Brigadas y a alguna persona de la juventud . La experiencia de los brigadistas treinta años antes era probablemente un compromiso mayor, no eran tan ingenuos como yo. Creo que les caía bien porque fui a hablar con ellos y llevaba mi guitarra y les cantaba «Viva la 15 brigada» y otras canciones que había aprendido en España y, por eso, me invitaron a ir a Alemania del Este con ellos. En agosto o septiembre de 1967 fui a la RDA. Esta movilización iba a contar con un millón de personas y lo tenían todo organizado minuto a minuto. Al principio nos llevaron a varios lugares, nos mostraron los sitios que habían sido bombardeados, me parecía todo como muy sedado, como yo había leído el Che y Regis Debray, me parecía todo sedado, pongámoslo así: no había fervor revolucionario entre la gente. Un día, sin embargo, me encontré un grupo de cubanos, estaban aprendiendo como hacer impresión de calidad. Estaban tan vivos, podía hablar con ellos, tenían mucho entusiasmo, me fui con ellos a su habitación del hotel, nos quedamos hasta las 3 de la mañana hablando, me animó mucho esa experiencia.
LMC. ¿Había una onda depresiva en Alemania del Este? ¿Cuál fue tu experiencia del país?
RA. Bueno, hubo, por supuesto mucha propaganda, nos mostraron lo que querían que supiéramos. Por ejemplo, una noche prepararon una cena enorme, otra frontera que crucé, con gente que había estado en el Batallón Thälmann [2], hablamos en español, muchos de ellos eran ministros, la viuda de Bertolt Brecht estaba allí, me acuerdo de haber hablado con el Ministro de Transporte. Hay una foto de la cena en una mesa enorme, todo hombres blancos y yo; además era un poco más alta que la mayoría de ellos, es la cosa más graciosa del mundo [ver foto]. No quedé impresionada, ya tenía la idea de que eran medio revisionistas. Trataban de mostrarnos que había un montón de comida en todas partes y nos llevaban a los mejores restaurantes y luego, claro, la Juventud de la Unión Soviética que tenían como 50 años. Se suponía que tenía que dar un discurso de 2 minutos y medio, me dijeron que cuando lo leyera no me sentara, porque el interprete no habría terminado todavía. Por supuesto se me olvidó y me senté antes de tiempo, lo hice todo mal delante de 1 millón de personas. Después me invitaron a hacer el gran tour de la Unión Soviética, visitar Checoslovaquia, los otros países, y dije que no estaba interesada.
LMC. ¿Por qué? ¿Te desilusionó tanto la visita?
RA. Creo que eran dos cosas: una es que era muy crítica con la gente del partido en EE.UU. que se creía con derecho a tener el privilegio de viajar al bloque del Este, entre ellos varios afroamericanos que estaban entonces en el partido, me parecía que eran oportunistas, porque yo era tan pura [risas] y la otra cosa es que la universidad estaba a punto de empezar otra vez y no quería perder el comienzo de mi último año de licenciatura, retrospectivamente una locura probablemente. Entonces, también había estado expuesta a estas críticas y tenía amigos que habían empezado a ser críticos con el Partido Comunista y ese fue el momento en que nos marchamos y formamos un grupo bastante sectario, íbamos a seguir el modelo leninista puro para organizar una revolución, un grupo de unas 15 personas, con un par de tíos que eran «los profundos», leíamos a Lenin, no tanto Marx, las críticas de Kautsky y todo eso. Mi amiga y yo dijimos, «sabes qué, esto no esta bien, nos pasamos el día pasando a máquina sus mierdas, nosotras somos las que tenemos trabajo, ganamos dinero y ellos no», así que nos marchamos. Al mismo tiempo, había una parte de ese grupo que también se marchó y que se unió a la Unión Revolucionaria de Bob Avakian [3]. En comparación con el otro grupúsculo el de Avakian era moderado, imagínate, pero no me aceptaron porque era negra, me dijeron «no te podemos aceptar, te tienes que afiliar a los Panteras Negras» [risas] aquello fue en 1969.
Notas:
[1] Carlos Blanco Aguinaga, escritor y crítico literario español, autor de múltiples trabajos críticos, entre otros Juventud del 98 (1970) o La historia de la literatura social, junto a Julio Rodríguez Puértolas e Iris Zabala. Blanco Aguinaga, salió de Irún en 1936 con su familia, creció y estudió en México, realizo estudios en Harvard y desarrolló la mayor parte de su actividad profesional en la Universidad de California, San Diego. Es autor de varias novelas, entre otras, Un tiempo viejo (1988). Más recientemente acaba de publicar la segunda parte de sus novelas, De mal asiento. Blanco-Aguinaga era y es el critico literario marxista español más conocido e importante.
[2] El Batallón Thälmann fue un ntegrado en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española . Su nombre fue un homenaje al líder comunista alemán Ernst Thälmann (nacido en 16 de abril de 1866 y ejecutado el de agosto de 1944 ). Estaba integrado por, aproximadamente, 1.500 alemanes austriacos escandinavos . El batallón luchó en la defensa de Madrid .
[3] Bob Avakian es el presidente del Partido Revolucionario Comunista, USA (RCP por sus siglas en inglés). Es una de los veteranos del «Movimiento por la Libertad de Expresión» de Berkeley. Muy relacionado con el Partido de las Panteras negras ha publicado numerosos ensayos sobre marxismo y maoísmo.
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