Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En una cultura política definida por un espectro político de centrista a reaccionario, Paul Wellstone fue una bocanada de aire fresco cuando llevó su actitud política progresista al Senado de USA en 1991. Su muerte en 2002 despojó al país de una voz humana en la escena política nacional.
Viví un tiempo en Minnesota y seguí de cerca la carrera de Wellstone. La última vez que lo vi hablar fue en diciembre de 1998 cuando yo formaba parte de un grupo por la paz que realizó una sentada en su oficina en protesta por su apoyo a un ataque de USA contra Iraq y para forzar una reunión para cuestionar el giro belicista del antiguo activista contra la guerra. Sí, así es – un grupo se sentó en la oficina de Wellstone en St. Paul cuando él apoyó el ilegal ataque con misiles crucero de Bill Clinton contra Iraq en 1998, que fue la culminación de una política brutal y beligerante de USA durante ese gobierno demócrata.
Podrá parecer extraño que recuerde una parte tan pequeña de la historia contemporánea cuando USA está empantanado en una ocupación integral de Iraq, pero ese pequeño trozo de historia contiene una lección importante – que menudo les cuesta encarar a numerosos liberales y demócratas:
La agresión ilegal e inmoral de USA es, y siempre ha sido, un asunto bipartidario. Demócratas y liberales son responsables por su parte en la muerte, la destrucción y la miseria causadas por la construcción del imperio de USA, junto con republicanos y conservadores. Menciono el incidente Wellstone, no para sugerir que él y George W. Bush sean culpables por igual, sino para decir que incluso políticos con la política progresista de Wellstone pueden ser torcidos por la patología del poder y el privilegio.
Precisamente porque enfrentamos alternativas políticas tan cruciales en Iraq, Oriente Próximo y el mundo, debemos recordar que aunque Bush y los neoconservadores constituyen un problema, no son el problema. Si se barre a esa pandilla particular de matones y ladrones de sus puestos, ¿qué pasa? Una política imperial más suave y amable diseñada por demócratas sigue siendo una política imperial y las políticas imperiales siempre conducen al mismo resultado: el sufrimiento de millones -otros que demasiado a menudo no vemos- en apoyo a políticas que protegen nuestra prosperidad.
Nombra a un solo político en el ámbito nacional que haya llegado aunque sea a reconocer algo de esa dolorosa realidad. Sigue adelante, piénsalo un minuto – puedo esperar.
Me recuerdo de una reunión que un grupo de activistas de Austin tuvo con nuestro congresista, el demócrata liberal Lloyd Doggett, como parte de un esfuerzo organizativo nacional de base a fines de los años noventa, para terminar con el duro embargo contra Iraq que el gobierno Clinton impuso durante ocho largos años. Esas sanciones económicas estaban matando a unos 5.000 niños iraquíes por mes, y es probable que hasta un millón de personas haya muerto durante los años de Clinton como resultado de este aspecto de la política de USA de dominar la política de la región. Pedimos a Doggett – que en el pasado se había pronunciado valerosamente contra la agresión de USA – que cuestionara la política de su liderazgo demócrata, lo que se negó a hacer. Uno de nosotros mencionó nuestra oposición a esta actitud en el contexto de una crítica más general del imperio de USA. La respuesta de Doggett fue: «Ése nunca fue mi análisis.»
En otras palabras, a pesar de que USA ha estado siguiendo políticas imperiales desde su fundación -primero en el continente que terminó por conquistar y más tarde por todo el mundo- ése no era su análisis. En otras palabras, aparentemente su análisis fue negar la realidad de cómo USA se convirtió en la nación-Estado más poderosa de la historia del mundo. En otras palabras, su análisis requería el oscurecimiento de verdades difíciles, lo que podría ser calificado de…, pero os dejaré la responsabilidad de completar esta frase.
De nuevo, mi propósito al señalar esto no es sugerir que no haya ninguna diferencia entre la política de Doggett y la de Bush, sino destacar la enfermedad que existe en el corazón de la política convencional en USA. La disposición a mentir sobre la historia y las políticas contemporáneas que nos han convertido en la sociedad más próspera en la historia del mundo.
Las elites políticas de USA están unidas en su aceptación de estas patrañas históricas y confusiones contemporáneas. Sean cuales sean sus propuestas políticas en particular, todas se juntan en la naturaleza del sistema que ha producido el poder y la prosperidad de USA. Todas invocan nociones míticas de la decencia fundamental de USA. Y por ello, son todas partes integrales del problema.
Y agrego una corrección amable. Las gentes pueden ser decentes, y muchos en USA – igual que en todo el mundo – son increíblemente decentes, y ninguna nación-Estado imperial ha carecido de alguna decencia fundamental. Las naciones ricas del Primer Mundo de este mundo se enriquecieron mediante la violencia y el robo. Eso no significa que no haya nada positivo en el sistema de USA, pero es simplemente un recuerdo de que si comenzamos con una mentira, terminamos contando montones de mentiras y haciendo mucho daño.
De manera que digamos la verdad, no sólo sobre nuestros oponentes políticos sino sobre nuestros supuestos aliados. Digamos la verdad sobre el así llamado presidente de los «derechos humanos,» Jimmy Carter, que ha hecho algunas cosas buenas desde que dejó su puesto y que recientemente mostró valor al enfrentarse a críticos que lo atacan por decir parte de la verdad sobre el conflicto Israel/Palestina (la parte que ignora sus propias contribuciones mientras era presidente al afianzamiento del poder y del control israelíes, y por lo tanto a los fracasos políticos contemporáneos).
Pero Jimmy Carter como presidente -lo que fue cuando tuvo poder- fue una persona que respaldó el brutal régimen del Shah de Irán y, una vez que el pueblo iraní depuso esa dictadura, permitió que el shah se refugiara en USA. Carter siguió apoyando armando y apoyando a la dictadura militar de Indonesia durante la peor de las atrocidades genocidas en su ocupación ilegal de Timor Oriental. No fue exactamente una política de derechos humanos.
Tampoco se vio alguna preocupación por los derechos humanos en la política de Carter hacia El Salvador. Por coincidencia, ayer (1 de febrero) fue el 27 aniversario de una carta que el arzobispo Oscar Romero escribió a Carter rogándole que apoyara los derechos humanos terminando con el financiamiento y la transferencia de armas de USA al gobierno autoritario de El Salvador. Romero escribió a Carter que «en lugar de favorecer más justicia y paz en El Salvador, la contribución de su gobierno indudablemente agudizará la injusticia y la represión infligidas al pueblo organizado, cuya lucha ha sido a menudo por el respeto a los derechos humanos más básicos.» La respuesta de Carter fue continuar con el apoyo para la brutal dictadura militar que colocó armas en las manos de escuadrones de la muerte, incluyendo el que asesinaría a Romero un mes después.
Y luego, existe la famosa «Doctrina Carter» proclamada en su discurso sobre el Estado de la Unión de 1980, en el que dejó «absolutamente clara» su posición sobre la región rica en petróleo: «Un intento de cualquier fuerza por lograr el control de la región del Golfo Pérsico será considerada como un ataque contra los intereses vitales de USA, y como tal, semejante ataque será rechazado por todos los medios necesarios, incluyendo la fuerza militar.»
En otras palabras: El control sobre el flujo del petróleo de Oriente Próximo debe continuar en manos de USA. ¡Um! ¿Suena conocido? No había, desde luego, ninguna fuerza exterior que tratara de lograr el control de la región. Pero muchas fuerzas dentro de la región – entonces y ahora – han querido romper con décadas de dominación de USA, y esas fuerzas han sido los verdaderos objetivos de la doctrina de Carter, y de todo presidente de USA después y antes de la Segunda Guerra Mundial. Aunque hay que culpar a Bush y a los neoconservadores por la responsabilidad primordial por el lío que hemos creado en Iraq, queda mucha responsabilidad por repartir.
Dejemos una vez más algo en claro: No digo que no haya diferencia entre Paul Wellstone, Lloyd Doggett, Jimmy Carter por una parte, y George W. Bush, Dick Cheney, Colin Powell por la otra. Existe, y a veces esas diferencias son lo que importa.
Pero hay que preguntarse: ¿Se preocuparán tanto por esas diferencias las víctimas de esas políticas bipartidarios en todo el mundo? Cuando Lloyd Doggett y muchos otros demócratas en el Congreso apoyaron la política de sanciones de Clinton – con plena conciencia de que miles de niños en Iraq morían por falta de agua pura, de suministros médicos, y de nutrición adecuada – ¿debíamos esperar que esos niños sintieran gratitud porque los demócratas tenían mejores antecedentes en cuanto al salario mínimo? Cuando Jimmy Carter envió armas para los escuadrones de la muerte en El Salvador, ¿deberían mostrarse agradecidos los campesinos asesinados con esas armas porque Carter no fue tan reaccionario como la banda de Reagan que lo reemplazó?
Sí, Paul Wellstone fue en muchos sentidos un personaje progresista inspirador en una época de reacción derechista, y a menudo mostró valor político. Pero si ignoramos la manera como políticos -incluso los mejores- han llegado a aceptar las ilusiones de los poderosos que tan a menudo conducen a delirios patológicos y a políticas desastrosas, ¿cómo puede esperar un movimiento por la paz y la justicia que se llegue a terminar con la impunidad del poder?
No argumento por un purismo de superioridad moral sobre todas las doctrinas en todo momento; tenemos que ser estratégicos en la oferta de apoyo a políticos con los que inevitablemente tendremos algunos desacuerdos. En lugar de eso, argumento por una evaluación honesta de los políticos, y de nosotros mismos. Si estamos dispuestos a perdonar tan rápido las políticas pro-imperiales de nuestros así llamados dirigentes progresistas, ¿será en parte porque nosotros mismos no hemos roto con la actitud mental imperial?
Mientras las guerras en Iraq y Afganistán colapsan bajo el peso de esta locura imperial, tenemos el deber hacia la gente en esos países no sólo de criticar la política de los dementes psicóticamente farisaicos del gobierno de Bush, y no sólo de señalar que la actual dirigencia demócrata es demasiado tímida en su oposición a esas guerras. Es nuestro deber hacia los iraquíes y los afganos -y hacia toda la gente que vive en sitios que son objetivos de nuestro imperio- criticar la cara supuestamente más humana y liberal del imperio.
Si miramos en el espejo, ¿qué cara vemos?
* Robert Jensen es profesor de periodismo en la universidad de Texas en Austin y miembro del consejo del Third Coast Activist Resource Center. Es autor de «The Heart of Whiteness: Race, Racism, and White Privilege and Citizens of the Empire: The Struggle to Claim Our Humanity.» Para contactos escriba a: [email protected].