En algún lugar leí la frase «cuando migra la familia, migra el tejido social.» Mis pensamientos volaron hacia los muros de la muerte, hacia esa abertura que se convierte en llaga. Que nadie ve, que a quienes migran los consume.
Los recientes comentarios racistas de Donald Trump al referirse a los mexicanos y por añadidura a los latinoamericanos, (porque aquí cualquier latinoamericano para los anglosajones es mexicano) como violadores y demás, llaman a la segregación y a la violencia. Donald Trump no representa a Estados Unidos pero también es cierto que las mayorías opinan como él, estos comentarios se escuchan todos los días en cada esquina del país y quien lo niegue es porque no tiene la bravura (ni el deseo) para ver las cosas tal cual son. Y aquí no entra aquello de «todo depende del color del cristal con que se vea,» o que cada quién habla de como le fue en la fiesta. Es una realidad cruda; racista en toda su dimensión.
No hay que olvidar que el 73% de los estadounidenses no desean una Reforma Migratoria y apoya las deportaciones masivas. Se confirma todos los días que el racismo está vigente porque lo respiramos, tanto los afro descendientes como los indocumentados. Pero el mismo odio racial que siente Trump y millones de anglosajones lo sienten europeos, hay que ver a los franceses y su crueldad para tratar a los indocumentados, ni qué decir de España, Italia y Turquía. Ahí está Marruecos que despelleja vivos a los migrantes africanos que pasan por su territorio, las redes de trata para fines de explotación sexual y los envíos de cientos de niñas, adolescentes y mujeres a Europa para esa finalidad.
Hablemos de Chile que se cree anglosajón y discrimina a los migrantes caribeños por su color y a los peruanos y bolivianos por su origen de pueblo milenarios. Ahí está República Dominicana y su odio eterno a los haitianos pero aquí en Estados Unidos sí quieren un trato justo como inmigrantes. Igual Centroamérica que despedaza a sus propios hermanos pero las paga y bien caro cuando sus hijos cruzan México. México las viene a pagar en Estados Unidos.
Brincaron los mexicanos y con todo el derecho pero utilizan las mismas palabras de Trump para referirse a los centroamericanos que cruzan su país, los culpan de la violencia. No estoy defendiendo a Trump pero nos dolieron sus palabras porque nos refleja como sociedad racista. Ahí están los puertorriqueños que discriminan a los haitianos y dominicanos que llegan en balsas a su isla buscando Estados Unidos. Lo caucásico de los anglosajones muchos latinos arrogantes lo quieren tener, no se han visto en un espejo, la herencia milenaria no se puede negar aunque quieran.
Hay que analizar las leyes migratorias de nuestros países y el trato que dan los agentes de migración a los indocumentados y veremos que no distan tanto de la Patrulla Fronteriza y de la xenofobia anglosajona. La misma crueldad gringa tenemos en nuestros países.
Ahí está Europa dejando que los migrantes mueran ahogados en el mar para que no se les «infeste» el continente de negros, porque ellos son la supremacía blanca. Las palabras de Trump también las utilizan los españoles contra los inmigrantes «de tercera clase» que llegan a su país. Todo aquel que llegue sin documentos es tercera clase. Hay que escuchar a los franceses altaneros que votan por una ley que no les niegue «ir de putas» pero sí aprueban leyes anti inmigrantes.
Las palabras de Trump se escuchan en todas esas «señoras de casa» que tienen empleadas domésticas latinas, africanas, europeas. Las dicen los europeos que también son migrantes en Estados Unidos, que son dueños de restaurantes, de empresas de construcción, de lavanderías. Su ventaja es que son blancos y pasan por gringos. A los inmigrantes indocumentados afro descendientes les cae el doble, por negros y por indocumentados, pero también discriminan a los latinos porque los latinos somos vistos como lo peor de las migraciones en Estados Unidos: nulo grado de escolaridad, sin modales, todos de pueblo o de arrabal, eso sí buenos para el trabajo de mano de obra, buenos para poner el lomo hombres y mujeres por igual. Los trabajos más pesados los hacemos los latinos, no los europeos ni los afros, en todo caso ellos son nuestros patrones, los segundos al mando después de los estadounidenses.
Los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos discriminan de peor forma que los gringos a los inmigrantes centroamericanos, somos los parias de los migrantes para ellos, con esas mismas palabras de Trump nos tratan. El inmigrante suramericano se cree superior y para ellos los centroamericanos y mexicanos somos vacas del mismo corral; sin maneras. La vergüenza de los inmigrantes latinos en Estados Unidos.
Las palabras de Trump causaron revuelo por ser él un personaje conocido a nivel mundial, pero las repiten los mismos hijos de emigrantes latinos que nacieron en este país, y cuando ellos por Estados Unidos no son vistos ni como ciudadanos completos, en la papelería de la escuela dice: de origen latinoamericano. Esto no sucede con los europeos ni los asiáticos ni los africanos. Pero los vieran aplaudiendo las deportaciones masivas y apoyando que no se dé una Reforma Migratoria, son más Ku klux klan que los mismos anglosajones. Si vamos a hablar de doble moral los latinos no nos quedamos atrás.
Esas palabras de Trump las escucha uno en un juego de baloncesto, en una juego de fútbol, en la librería, en la parada de autobús y las gritan bien alto los legisladores y esos candidatos presidenciales conservadores, y atrás de las puertas los que se dicen ser defensores de migrantes. O esos «gringos de buen corazón» que nos dan trabajo porque saben que nos pueden explotar porque no tenemos derechos laborales. Frente a nosotros son los personajes comprensibles de nuestra situación pero cuando salimos de sus casas dan gracias a su Dios porque no nos verán la cara por lo menos durante la noche. Claro que sí.
Las palabras de Trump las dice el policía de migración español que viola a la niña que acaba de saltar la muralla, el jefe de estación migratoria en Italia que viola al niño de ocho años al que su madre se le ahogó en el mar porque la guardia costera dejó que se volteara la patera con docenas de migrantes africanos. Lo viola antes de deportarlo. Las repite el jefe de personal en Chile que contrata a la mujer indocumentada que para darle el trabajo le pide que le haga sexo oral y penetrarla por el ano.
Las repite y las grita el empleado del Instituto de Migración en México, que junto a los guardaespaldas del gobernador hace orgía con los cuerpos de las mujeres centroamericanas que cruzaron la frontera. Y las viola el gobernador y sus amigos empresarios. Esos mismos que tienen tratos con empresarios anglos. Las repetimos todos los que fingimos no ver lo grotesco de lo inhumano.
Y las repite el capitalino cuando el campesino migra a la capital. Las repetimos en nuestros países con las migraciones internas. ¿Doble moral? La tenemos todos.
De doble moral están hechos aquellos artistas latinos que triunfan en Estados Unidos y que son bien recibidos en la Casa Blanca, que claman según ellos que se respeten los derechos humanos en Venezuela y que acabe esa feroz dictadura, pero que con lo de Ayotzinapa se quedaron callados y con los recientes comentarios de Trump también, porque no tienen arte alguno, no tienen vena, no tienen dignidad, son parásitos.
Las palabras de Trump nos reflejan por dentro y por fuera, como países, como continentes y como mundo.
No importa el país, ni el continente, los inmigrantes indocumentados vivimos al margen de los Derechos Humanos, aprendemos a sobrellevar el día a día con los insultos, con la discriminación, con la inexistencia de derechos laborales, porque nuestra migración es forzada. Nadie migra sin documentos por aventura, la migración trae consigo una profunda necesidad de sobrevivencia. La búsqueda de las oportunidades para suplir las necesidades básicas nuestras y de los nuestros.
Le diría a Trump que no somos violadores, ni asesinos, ni asaltantes. Pero también se lo digo a todo aquel que no ha migrado, que no ha salido de la zona de confort, que ve llegar migrantes a su país ya sea de tránsito, de retorno y de llegada, tenemos que aprender a no estereotipar a las personas, juzgándolas y discriminándolas por no tener documentos, al final de cuentas un documento es un trámite impuesto por estos vulgares que se creen dueños del mundo y nos imponen las fronteras. Trump nos refleja a la perfección, no hay cómo ocultarnos. ¿Qué haremos nosotros en nuestros países de origen para que se legislen leyes que protejan a los migrantes y les otorgue documentos y derechos laborales? Trump parece estar lejos de las puertas de nuestras casas, pero al contrario está dentro, lo tenemos ahí mismo en el reflejo del espejo.
¿Qué haremos en nuestros países para detener la migración forzada? ¿Para que quienes lleguen sean recibidos con los brazos abiertos? ¿Para que los inmigrantes indocumentados no sigamos viviendo al margen de los Derechos Humanos? No olvidemos que todos somos un poco de Ku klux klan, la arrogancia de no haber salido de nuestra zona de confort nos hace creer que somos superiores y que tenemos más derechos que los nómadas por circunstancias…
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