¿Cómo es posible que el país más poderoso del orbe se halle en manos de un delincuente, sin que algunas de las páginas de su Constitución (las consagradas a hablar de igualdad y derechos, democracia y justicia), hayan temblado con el viento huracanado del miedo, o al menos, una buena parte de la sociedad se […]
¿Cómo es posible que el país más poderoso del orbe se halle en manos de un delincuente, sin que algunas de las páginas de su Constitución (las consagradas a hablar de igualdad y derechos, democracia y justicia), hayan temblado con el viento huracanado del miedo, o al menos, una buena parte de la sociedad se haya ruborizado, por la vergüenza ajena y propia que supone ese protector del terrorismo universal llamado George W. Bush, auténtica plaga no sólo para la convulsionada historia de los EEUU, sino para todos los países del mundo?
Únicamente se me ocurre una respuesta: la incultura, el desencanto y el belicismo imperante en esa misma sociedad. Somos muchos millones los que pensamos que ahora más que nunca es preciso recordar (y meditar) frases como: «La cultura es la puerta de la libertad«, «La verdad os hará libres«, «Un pueblo culto es un pueblo libre«.
¿Cómo es posible que los distintos gobiernos de la nación más agresiva del planeta tierra hablen de conceptos como democracia, paz y defensa de la civilización, tras millones de asesinatos en guerras injustificables, en invasiones ilegales, comenzando por los genocidios de Hiroshima y Naghasaki, las brutales y millonarias matanzas en Corea y Vietnam, continuando con las cometidas en Irak (por dos veces) o Afganistán, siguiendo por los sangrientos regímenes dictatoriales promovidos y promocionados durante décadas en Brasil, Uruguay, Argentina, Venezuela, Chile, Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú, Paraguay, Honduras, El Salvador, Guatemala, Haití, Arabia Saudita, Filipinas, Corea del Sur, Nicaragua, protegiendo acciones terroristas contra Cuba, Angola, Panamá o Granada, apadrinando la tortura en campos de concentración, como en la ilegal base de Guantánamo y decenas de ciudades desde Bagdad a Manila, o entrenando mesnadas de asesinos en su propio territorio (Florida es el mayor campo de pruebas del terrorismo internacional)?.
Únicamente tengo una respuesta; la desinformación absoluta. El control de los medios de comunicación en todas sus vertientes. La amenaza constante hacia aquellos que no comulguen con el ideario de homicidas como George W. Bush, padrino iletrado de otros delincuentes como Condolezza Rice, Otto Reich, Roger Noriega, James Cason, Posada Carriles, Silvio Berlusconi, José Maria Aznar, Tony Blair, astutos paladines de la incultura y la violación de los derechos más elementales.
¿Cómo es posible que el gobierno de los EEUU se pase por debajo de los orígenes, todas y cada una de las votaciones que tienen lugar en la sede de las Naciones Unidas, excepto aquellas que le son favorables, sin que el resto de los ejecutivos «democráticos» del llamado primer mundo, alcen la voz denunciando los atropellos, sino más bien al contrario, sin siquiera atreverse a mencionar la ilegalidad de las más recientes canalladas que el mandatario psicópata ordena, e incluso reuniéndose alegremente con él en la Casa Blanca?
Únicamente brota como respuesta: el miedo, la cobardía, la doble moral, la pleitesía más abyecta y miserable, el temor, la carencia de criterio, la simulación constante, en fin, la miseria intelectual. «Págame bien, que yo obedezco«, es el refrán preferido de quienes no sienten la náusea, los que el lector supone y miles más. Por todo ello no es aventurado deducir que:
No es Bush quien ha dicho: «El futuro será mejor mañana«. Lo firma también Raúl Rivero.
No es Bush quien ha afirmado: «Un número bajo de votantes indica que hay menos personas que han ido a votar«. Lo asevera y lo disfruta José Luis Rodríguez Zapatero.
No es Bush quien declaró: «Tenemos que ganar esta guerra y todas, porque si no, podemos fracasar«. Lo repite diariamente Fernando Savater.
No es Bush quien soltó la frase: «La ilegimitidad es algo de lo que tenemos que hablar en términos de no tenerla«. La reitera constantemente «Soez» Valdés.
No es Bush quien pronuncia esta genialidad: «Estoy atento no sólo a preservar el poder ejecutivo para mí, sino también para mis predecesores«. Lo aplaude y comparte Mario Vargas Llosa.
No es Bush quien habla así: «Nosotros vamos a tener el pueblo americano mejor ilustrado del mundo«. Lo cacarea diariamente Rosa Montero. (Aplaude entusiasmado Muñoz Molina, desde su Instituto Cervantes neoyorquino).
No es Bush quien alza la voz y dice: «Estamos preparados para un imprevisto que pueda ocurrir, o no«. Lo celebra y justifica Javier Marías.
No es Bush quien afirma: «Los que enseñan son los únicos profesionales que pueden enseñar a nuestros niños«. Lo repite alegremente Mister Polanco, alias Capone, y lo corea la cohorte de esclavos que pastan en sus predios, sin un Espartaco que les pueda liberar, porque ellos son felices en su servidumbre.
¿Cómo es posible, en fin, que un personaje que permanece impasible y sonriente ante los miles de asesinatos que provoca su política homicida, un tipo inculto, estúpido, altivo y zafio, siga promoviendo su cruzada para apropiarse de todo el petróleo mundial, matando, bombardeando, masacrando, torturando, amenazando, causando más terrorismo aún que el que (dicen) se quiere evitar?.
Únicamente se me ocurre una respuesta: porque miles de intelectuales y profesionales de la pusilanimidad han bajado la testuz, han aceptado el precio de su silencio, callando cobardemente, con tal de que su cuenta corriente no llegue a escribirse en rojo.
De ellos y por culpa de ellos es la frase más genial de su presidente favorito: «Si hay agua en Marte es que hay oxígeno, y si hay oxígeno es que podemos respirar«. Y brota la ovación de los masturbadores de Bush, se llamen Fox o Blair, Uribe o Lagos, porque Mónica Lewinski huyó como alma que lleva el diablo cuando conoció al tejano. Todavía hay diferencias entre ella y los mentados políticos corruptos… a favor de la becaria, naturalmente.
Por tanto, existe una magnífica perspectiva: el sangriento payaso George, y su Condolezza, su Chemari, su Berlusconi, su Posada Carriles, en fin, los terroristas más odiados del planeta, bien pudieran irse a vivir a Marte.
Buen viaje, y ya sabéis, llevad como cronistas a esos otros mamporreros de la bomba y el crimen; a esos Periodistas sin Fronteras… morales que tan democráticamente justifican a las sangrientas mafias de Florida, Sicilia, Marsella, Londres, Moscú, Nueva York y Madrid.
Y pienso, como dice la canción de mi amigo Quintín Cabrera, que «Por esto y por mucho más, lo que el yanqui necesita, es una aumentada dosis de Jarabe Vietnamita«