Recomiendo:
0

Los otros crímenes del olvido

Fuentes: Rebelión

  I «El culto a la memoria no sirve siempre a las buenas causas y eso no puede sorprendernos. … no deja por ello de ser cierto que, recordando el pasado, se identifican con el verdugo, no con la víctima. … La memoria de la violencia pasada alimenta la violencia presente: ese es el mecanismo […]

 

I

          «El culto a la memoria no sirve siempre a las buenas causas y eso no puede sorprendernos.

… no deja por ello de ser cierto que, recordando el pasado,

          se identifican con el verdugo, no con la víctima.

          … La memoria de la violencia pasada alimenta la violencia presente: ese es el mecanismo de la venganza.

          … Mantener la memoria del mal sufrido puede conducir a las reacciones de venganza.»

Tzvetan Todorov 1

          «Un oprimido puede convertirse en un opresor. Y a menudo lo hace.»

          Primo Levi 2

          «Afirmar la propia identidad es, para todos y cada uno, legítimo. No debemos ruborizarnos si preferimos los nuestros a los desconocidos. Si vuestra madre o vuestro hijo fueron víctimas de la violencia, esos recuerdos os harán sufrir más que la muerte de gente desconocida, y procuraréis con ahínco mantener viva su memoria.

          Hay sin embargo mayor dignidad y mérito cuando se pasa de la propia desgracia o la de los íntimos, a la desgracia de los demás.

          Le preguntaban a ese notable escritor que es André Schwarz-Bart por qué se había vuelto, tras El último de los justos, libro que cuenta el genocidio de los judíos, hacia el mundo de los esclavos negros: «Un gran rabino a quien le preguntaron: ‘La cigüeña en judío (sic) fue llamada Hassida (afectuosa) porque amaba a los suyos, y sin embargo se la coloca en la categoría de las aves impuras. ¿Por qué?’, repuso: ‘Porque sólo dispensa su amor a los suyos'»

Tzvetan Todorov 3

 

Cuando las asociaciones judías de mi país, la DAIA y la AMIA, recuerdan todos los años, poniendo el acento en forma ostentosa en los 6 millones de judíos muertos durante la segunda guerra mundial, y la singularidad absoluta que le quieren adjudicar a tan trágico suceso, no puedo dejar de pensar que

«Murieron alrededor de 70 millones de personas durante la segunda guerra mundial, 16 millones eran soldados y 54 millones, civiles.»4

Y no puedo dejar de pensar que el ensañamiento desbordado de los oficiales y soldados alemanes, extraviados por una ideología de voluntad de poder, no se produjo sólo con sus conciudadanos de confesión judía

«… también asesinaron a millones de gitanos, católicos y prisioneros políticos, así como otros 3,5 millones de rusos, polacos y demás prisioneros civiles y militares en más de 30 Vernichtungslager (campos de exterminio) porque los judíos, los eslavos, lo gitanos e incluso los rusos fueron considerados Untermernschen, esto es, subhumanos que debían ser aniquilados de la faz de la Tierra»5

Y no puedo dejar de pensar, reitero, que de esos 54 millones de civiles, seguramente fallecieron en los bombardeos indiscriminados tanto de la facción del llamado Eje, como de la facción llamada de los Aliados.

«Murió un 10 por ciento de toda la población, civiles y militares, al este de Alemania: unos 35 millones de rusos, 6 millones de judíos, 5,6 millones de alemanes, 3 millones de polacos, 1,6 millones de yugoslavos y 2 millones de personas de otros países europeos.

En el lejano oriente murieron 11 millones de chinos, 1,3 millones de indonesios, 1 millón de vietnamitas, 2,5 millones de japoneses y casi un millón de soldados aliados.»6

Y tampoco puedo dejar de recordar –por el sesgo unilateral con que, en general, se tratan de relatar los trágicos y terribles acontecimientos de esa segunda guerra mundial–, que ocurrieron antes otros hechos tanto o más aterradores que los únicos que quieren imponernos, como los más perversos e indignos, más aún, como los únicos perversos e indignos.

Y lo recuerdo porque en un libro de Carlos Escudé, este autor argentino recientemente convertido al judaísmo, rememora los bombardeos de los Aliados, luego de terminada la conflagración y de haberse firmado el armisticio, a las ciudades alemanas de Hamburgo y Dresden, y narra con enfermizo fervor y regocijo, y considerándolo un «portento de Yahvé» (deidad cananea que de manera exclusiva fuera apropiada por el naciente judaísmo del siglo VI a. C.), relatándolo de la siguiente manera:

«Hasta muy recientemente Occidente fue obediente a estas pautas. El mejor testimonio no es tanto el muy trillado de Hiroshima y Nagasaki, como los menos conocidos bombardeos de las ciudades alemanas de Hamburgo y Dresden, durante la segunda guerra mundial.

Lo de Dresden fue entre el 13 y el 15 de febrero de 1945, después de la Conferencia de Yalta, cuando la guerra estaba en la práctica ganada. Posteriormente, en marzo y abril, fue bombardeada otras dos veces. La ciudad fue arrasada con bombas incendiarias contra la población civil, con el objetivo de ganar la posguerra enviando un mensaje tan elocuente que posteriormente ningún alemán osara atacar a las fuerzas de ocupación.

Primero se lanzaron grandes cantidades de bombas de alta capacidad explosiva que arrancaron los techos de las casas, poniendo al descubierto las maderas, fácilmente inflamables. Luego vinieron las bombas incendiarias, junto con otras bombas altamente explosivas que frustraban todo intento de apagar los incendios. Cuando el fuego hubo cubierto una gran superficie urbana, se desató una tormenta de fuego auto-sustentada, con picos de temperatura superiores a los 1.500 grados. El aire caliente de la superficie, más liviano, se disparaba hacia arriba, siendo reemplazado abajo por vendavales de aire menos caliente. Así se generó un infernal ventarrón huracanado que chupaba a la gente y la lanzaba al fuego.

Fue un portento digno de Yahvé.» 7

II

          «La conmemoración ritual no es sólo de escasa utilidad para la educación de la población cuando se limita a confirmar, en el pasado, la imagen negativa de los demás o su propia imagen positiva; también contribuye a apartar nuestra atención de las urgencias presentes, al tiempo que nos procura una buena conciencia a poco coste.

          Denunciar las debilidades de un hombre bajo Vichy logra que el «vigilante» actual aparezca como un valeroso combatiente por la memoria y la justicia, sin hacerle correr el menor riesgo y obligarle a asumir sus eventuales responsabilidades ante las angustias contemporáneas. Conmemorar las víctimas del pasado es gratificante, ocuparse hoy de ellas es más delicado.»

          Tzvetan Todorov8

Y, por qué señalo estos hechos, porque me siento indigno e incómodo con mi propia conciencia si no me sublevo ante los que pretenden imponernos, porque controlan y son dueños de medios de comunicación en mi país, y también, con necrofílicos museos de «holocaustos» instalados en los países que nada tuvimos que ver con esas masacres, y con ello, siento, que me quieren obligar a recordar sólo a los 6 millones de judíos, como si los demás seres humanos muertos, esto es, 64 millones de personas de carne y hueso, no hubieran existido. Y tampoco los muchos millones de africanos, americanos y asiáticos nativos, asesinados y masacrados por los conquistadores y colonialistas europeos, todos ellos, como veremos, enarbolando los textos del Antiguo Testamento, en particular la Torah, como arma de destrucción masiva.

Con lo que, mis compatriotas judíos, consuman, y eso me subleva, porque si lo acepto estoy asumiendo yo también, con mi silencio, ese doble crimen contra aquellos otros tan seres humanos como los 6 millones de judíos, los crímenes originales y este instalarlos en un olvido voluntario, y casi perverso, que no puedo aceptar.

Todos ellos fueron seres humanos, nuestros hermanos seres humanos, porque esa es la verdad primera y última, la del nacimiento y de la muerte, el ser seres humanos, y porque no debemos olvidarnos que una tarea que tenemos la obligación de asumir como fundamental, como lo pedía Victor Hugo, él mismo de confesión judía, es la de «deshonrar la guerra», porque con ello evitaremos que se produzcan nuevas masacres y millones de muertes inocentes.

Siento que no debemos aceptar sin elevar nuestra protesta humana, ese unilateralizar el recordatorio de un solo grupo humano, como es el caso de los judíos, y luego olvidar, relegando a las sombras de la oscuridad a los otros seres humanos. Cometer así un doble crimen, el real y el del olvido, que debemos evitar para no caer en el mismo error.

Y por eso estas líneas de protesta y recordatorio de los seres humanos que fueron masacrados durante la segunda guerra mundial, a los que agrego, porque también son ignorados y olvidados en nuestro país, los millones de asesinatos perpetrados contra los nativos de nuestro continente americano, del continente africano y del asiático, por los invasores y conquistadores europeos, y que David F. Stannard, en representación de nuestros compatriotas americanos, rememora así:

«La destrucción de los nativos (indians) de las Américas fue, por lejos, (far and away) el acto más masivo de genocidio de la historia del mundo. Es por ello, que un historiador ha dicho correctamente que lejos de las heroicas y románticas heráldicas que se acostumbra a usar para simbolizar los asentamientos europeos en las Américas, el emblema más congruente con la realidad sería levantar una pirámide de esqueletos.»9

Los ejemplos que, entre los muchos que aparecen en el libro de Michael P. Ghiglieri, nos pueden permitir comprender también por qué fueron esos dos gobiernos, los de Inglaterra y de Estados Unidos de América, quienes crearon y apoyaron el proyecto sionista de los europeos judíos, y siguen haciéndolo pese a las masacres que permanentemente perpetuaron ayer las bandas terroristas de europeos judíos y perpetúan hoy los actuales israelíes, sus descendientes, con el ejército de su Estado, contra los palestinos.

En el caso de los ingleses, relata Ghiglieri:

«La colonización británica, por ejemplo, fue extraordinariamente violenta: se aseguraron de que no sobreviviría ningún tasmanio y hoy no existe ADN tasmanio, ni siquiera diluido. En Tasmania sólo viven los descendientes de los vencedores».10

Y, con respecto a Estados Unidos de América, heredero de los ingleses, como veremos más adelante, escribe:

«… Estados Unidos es el país cuya historia está llena de xenofobia y genocidio, hasta un punto que le resultaba impresionante al mismísimo Adolf Hitler.

… Además de las docenas de guerras contra los indios que desencadenó el gobierno de Estados Unidos (conviene no olvidar las palabras del general Paul Sheridan: «El único indio bueno que ví estaba muerto»), los ciudadanos estadounidenses en general, especialmente los varones, se empleaban a fondo con frecuencia en la matanza de indios. Indios inocentes. Mujeres y niños indios asesinados mientras dormían en sus tiendas. Incluso indios portadores de banderas blancas. El sociólogo David T. Courtwright los explica del siguiente modo:

«Las armas y las tácticas utilizadas contra los indios sugieren un odio y un desprecio indiscriminado por parte de los anglo-americanos: bebidas y alimentos envenenados, mantas infectadas de viruela, cuerpos utilizados como trampas, perros lanzados sobre los cautivos y ejecución de heridos, mujeres y niños. Los indios de California «desnudos y salvajes» eran asesinados sin necesidad de pretexto y sin vacilación, a la vez que se trataba a las mujeres indias y a sus hijos con menos escrúpulos que a los perros callejeros. Algunos hombres blancos de California, según escribía indignado un misionero francés, el padre Edmond Venisse, «matan indios para probar sus armas». 11

Y para comprender mejor los fundamentos de la impiadosa actitud de los anglosajones, continuada como hemos visto por sus sucesores estadounidenses, nos referiremos al libro de R. S. Sugirtharajah La Biblia y el imperio. Exploraciones poscoloniales,12  donde el autor, en el subcapítulo titulado El Antiguo Testamento como arma de destrucción masiva, señala:

«El Antiguo Testamento se convirtió en un verdadero campo de batalla textual en el que las definiciones de la identidad nacional, la elección divina y los estereotipos sobre el enemigo se describían y se explicaban continuamente. La preponderancia de citas del Antiguo Testamento en los sermones puede atribuirse al gran número de párrafos que alientan la venganza patrocinada por el Estado. El Antiguo Testamento se utilizó como amplio argumento de autoridad.

Se extrajo el torrente de veneno xenófobo expresado en algunas partes del Antiguo Testamento y se utilizó como arma letal para potenciar el programa vengativo de los predicadores. En su devoción a los capítulos y versículos del testamento hebreo, los predicadores no se amilanaron ante las diferencias y las distancias culturales, históricas y políticas, y se adaptaron sin problemas a la mentalidad de las tribus hebreas. El contexto y significado original de los textos no importaba. Vieron su propio destino y realidad reflejados en las narraciones hebreas.

Recurrir a un supuesto pueblo elegido por Dios fue sin duda una proposición teológica muy atractiva para el clero victoriano, pero para los que no pertenecían a la estirpe elegida resultaba aterrador y fatídico.

La popularidad del concepto de Gran Bretaña como nuevo Israel, como nación favorecida con un destino divino, sirvió para inculcar la idea de que la reconquista de la India era una causa noble y un deber ineludible que Dios había impuesto a los ingleses y, por tanto, las brutales represalias eran una misión honorable de la que no podían evadirse los británicos. El aplastamiento de los rebeldes indios se convirtió en una causa justa y necesaria.

… En la imaginación de los predicadores la India se convirtió en el nuevo Canaán, con lo cual los indios podían ser destruidos y exterminados, como los cananeos. Mr. Gibbs describió la nueva línea dura: «Les entregó la tierra de Canaán, subyugando al pueblo que antes la habitaba, y los hizo responsables de la correcta administración del legado que les había confiado». [The Times, 8 de octubre de 1857, p.6, col. 1]

… A los israelitas se les había dicho que tenían el deber de destruir los altares cananeos y su culto idólatra, y los británicos tenían el deber de hacer lo mismo en la India. Un rabino judío, Mark, llegó al extremo de identificar los crímenes de los cipayos con los de los cananeos y, anticipándose al Kurtz de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, dijo a su congregación de la sinagoga de Margaret Street que los cipayos indios «debían ser exterminados».

Y también otros países europeos, fundamentándose en los mismos textos del Antiguo Testamento, conquistaron con iguales argumentos el resto del continente americano. Aunque con ideas y consignas similares, los colonizadores supieron encontrar en el Antiguo Testamento, aquellos textos que les permitieron esclavizar y masacrar poblaciones enteras de americanos nativos, bajo el pretexto de estar así cumpliendo los supuestos mandatos divinos expresados por Jhwh en esos textos:

«El tema de la «guerra justa» fue tratado en el «Requerimiento», que en el años 1513 siguió a las Leyes de Burgos. Se trata de une extraño documento inspirado y acaso redactado materialmente por Palacios Rubios, que debía servir para legitimar la conquista guerrera de las tierras americanas y la servidumbre de los indígenas.

El «precedente» invocado en el «Requerimiento» era la conquista de la Tierra Prometida por parte del pueblo de Israel, guiado por Josué, conquista que había comportado en algunos casos –como en el de Jericó- la eliminación física de los habitantes, y en otros –como en el caso de Gabaón– la reducción de estos a la esclavitud.» 13

III

          «Si no deseamos que el pasado regrese, no basta con recitarlo.

          El pasado podrá contribuir tanto a la constitución de la identidad, individual o colectiva, como a la formación de nuestros valores, ideales, principios, siempre que aceptemos que éstos estén sometidos al examen de la razón y a la prueba del debate, en lugar de desear imponerlos sencillamente porque son los nuestros.

          La sacralización del pasado le priva de cualquier eficacia en el presente; pero la asimilación pura y simple del presente al pasado nos ciega sobre ambos y provoca, a su vez, la injusticia».

          Tzvetan Todorov14

¿Por qué recordar todo esto? ¿Por qué? Especialmente y sobretodo, porque esos mismos argentinos judíos que hoy nos quieren obligar a recordar sólo a los muertos de confesión judía en la segunda guerra mundial, son los que ahora apoyan y defienden, contrariando y contradiciendo a Victor Hugo, los crímenes y asesinatos masivos y selectivos que está ejecutando inmisericordemente el ejército del Estado de Israel, con lo cual este ejército se asemeja a aquel otro ejército, al cual ellos acusan de crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Sin embargo, en la medida en que esos crímenes de guerra y de lesa humanidad los cometen los sobrevivientes de aquellas masacres de la segunda guerra mundial, y sus hijos, y algunos de nosotros los criticamos de la misma manera que lo hicimos con los imperialismos y luego con el nazismo y el fascismo, ellos nos denostan con la acusación estentórea y absurda, carente totalmente de sentido, porque tergiversan el significado de la palabra ‘semita’, considerándonos «anti-semitas», olvidando e ignorando, también intencionalmente, el verdadero sentido y significado de aquella palabra. Sentido y significado que nada tienen que ver con el que le quieren adjudicar perversamente, falseándola y difamándola.15

Con el agregado que también confunden e identifican a Jhwh, su deidad, con Dios, que deriva de Zeus, deidad griega, cuando esos términos corresponden a deidades absolutamente distintas, con atributos y características totalmente diferentes e incluso contradictorias y antagónicas.

A lo que, hecho que también ignoran intencionalmente, en los últimos tiempos se ha agregado, para horror de todos nosotros, la incorporación al ejército israelí, con jerarquía de oficiales de alta graduación y con mando sobre los soldados, a rabinos, cuya inclusión lo es para bendecir a los soldados que asesinan a niñas y niños palestinos, con el pretexto de que esos asesinatos, además de estar sancionados por mandatos de su deidad, Jhwh, con lo que pretenden darle carácter de sacralidad a los mismos, evitarían la aparición de supuestos futuros nuevos terroristas.

Cuando en realidad son palestinos patriotas que defienden su tierra usurpada por aventureros europeos judíos colonialistas, ellos sí terroristas confesos, asesinos y criminales, ambiciosos de poder, que encontraron el apoyo y la colaboración de la potencia imperial de aquella época, Inglaterra, que ambicionaba controlar ese territorio estratégico, y también de los banqueros que participaban de los beneficios y las ganancias sosteniendo financieramente las conquistas del imperio.16

Ya en 1900, John Atkinson Hobson, en su famoso libro Imperialism. A Study, denunciaba las ganancias que obtenían esos financistas detrás del trono:

«¿Puede alguien pensar en serio que algún Estado europeo sería capaz de desencadenar una guerra a gran escala, o de negociar un préstamo estatal sustancioso si la casa Rothschild y sus amigos se opusieran a ello?

No hay guerra, ni revolución, ni asesinato anarquista, ni ningún otro sobresalto político que no produzca ganancias a estas personas. Son como sanguijuelas que chupan beneficios de cualquier nuevo gasto forzoso y de cualquier perturbación repentina en el crédito público. Para los financieros que están en el secreto, la incursión de Jameson resultó muy provechosa, como puede verse comparando los valores de dichas personas antes y después del hecho. Los terribles sufrimientos de Inglaterra y Sudáfrica durante la guerra que se produjo como secuela del ataque de Jameson, han sido también una fuente de enormes beneficiosos para los grandes financieros que mejor han aguantado la devastación no calculada, y que se han resarcido de ella suministrando ventajosos contratos de guerra y eliminando del mercado de Transvaal a la competencia de menor magnitud.

Esas personas son las únicas que, sin duda, han salido ganando con la guerra, y la mejor parte de sus ganancias proceden de las pérdidas nacionales de su país de adopción, o de las pérdidas personales de sus conciudadanos.»17

Es dable recordar que la Declaración Balfour, del 2 de noviembre de 1917, que contara con el beneplácito de todo el gabinete del gobierno británico, le fue entregada en primer término a Edmund de Rothschild para que este la pusiera en conocimiento de la Federación sionista:

«Estimado Lord Rothschild,

El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo…

Le quedaré agradecido si pudiera poner esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista

Sinceramente suyo, Arthur James Balfour

También es necesario recordar que esa declaración había sido redactada por lord Balfour, quien había contado para la misma con la colaboración de lord Edmund de Rothschild y Chaim Weizmann y que luego de 6 borradores, acordaron la que finalmente fuera aceptada por el gabinete británico.18

Ayer, desde hace siglos, y sigue hoy, fueron todos los pueblos de los continentes los que sufrieron la cruel ambición de los conquistadores y colonialistas europeos, hoy son los palestinos los que sufren, ante el silencio cómplice del resto de la humanidad, convirtiendo entonces sus vidas y sus muertes, en paradigmática tragedia, y por eso quiero rescatarlos del olvido voluntario y malvado al que quieren relegarlo las «aves impuras».

IV

Y también me recuerdan mis lecturas de ese gran pensador y escritor que fue Antoine de Saint-Exupéry, quien en su libro Ciudadela, casi, así lo siento y lo vivo, haciendo un contrapunto con André Schwarz-Bart –quien relata la anécdota del rabino que señalé más arriba–, narra la preocupación del personaje de su obra –quien hereda el reino de su padre, la Ciudadela, por los mendigos y sus úlceras, y su esfuerzo por ayudarles a curarse de sus heridas, y dice así:

«Pues he visto extraviarse la piedad con demasiada frecuencia. Pero nosotros, que gobernamos a los hombres, hemos aprendido a sondar su corazón para otorgar nuestra solicitud sólo al objeto digno de mención. Pero niego esta piedad a las heridas ostentosas que atormentan el corazón de las mujeres, así como a los moribundos, y también a los muertos. Y sé por qué.

Hubo un tiempo en mi juventud en que tuve piedad de los mendigos y de sus úlceras. Contrataba curanderos para ellos y compraba bálsamos. Las caravanas me traían de una isla ungüentos a base de oro que recosían la piel sobre la carne. Así obré hasta el día en que comprendí que consideraban un lujo raro su pestilencia, al sorprenderlos rascándose y humectándose con fiemo como aquel que estercoliza una tierra para arrancarle la flor purpúrea.

Se mostraban uno a otro su podredumbre con orgullo, envaneciéndose de las ofrendas recibidas; pues quien ganaba más, se igualaba ante sí mismo al gran sacerdote que expone el ídolo más bello. Si consentían en consultar a mi médico, era con la esperanza de que su chancro le sorprendiera por su pestilencia y amplitud. Y agitaban sus muñones para tener un lugar en el mundo. Aceptaban los cuidados como un homenaje, ofreciendo sus miembros a las abluciones que los halagaban, pero apenas el mal se había borrado, se descubrían sin ninguna importancia, no nutriendo ya nada de sí, como inútiles, y se ocupaban en adelante en resucitar la úlcera que vivía en ellos.

Y, bien arropados nuevamente en su mal, gloriosos y vanos, volvían a tomar, escudilla en mano, la ruta de las caravanas y, en nombre de sus dioses sucios, exigían la limosna de los viajeros.»19

Y porque yo también, «hubo un tiempo en mi juventud», en que viví y me vi envuelto y atrapado en la piedad de esos recordatorios ostentosos, en los que participé durante mucho tiempo, pero mi conciencia moral y mi incesante búsqueda de la verdad, que aprendí de ese gran maestro del amor y la piedad, que fue Mahatma Gandhi, en mi largo caminar por los senderos de la India, me enseñaron, como a Saint-Exupéry, a negar

«Esta piedad a las heridas ostentosas que atormentan el corazón de las mujeres…

Y sé por qué.»

Porque no quiero sumarme a «la ruta de las caravanas y en nombre de dioses sucios», implorar piedad por unos pocos y convertirme yo también en un «ave impura», para ser sujeto, correcta y justamente, de la crítica moral del «notable escritor que es André Schwarz-Bart».

NOTAS

1. Tzvetan Todorov, Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX. Península. Barcelona. 2002. p. 193-207.

2. Primo Levi. Conversations et entretiens. Robert Laffont, 1998, p. 242. Citado por Todorov en la p. 200.

3. Tzvetan Todorov, Idem. p. 209. Esta anécdota sobre André Schwarz-Bart, indica Todorov, está citada en el libro de Alfred Grosser, Le crime et la mémoire. Flammarion, 1989, p. 230.

4. Michael P. Ghiglieri. El lado oscuro del hombre. Los orígenes de la violencia masculina. Tusquets Editores. Barcelona. 2005. p. 368, nota 24. 5 . Idem. p. 268-269. Estos datos los toma el autor del libro de J. W. Dower¸War Without Mercy, Pantheon, Nueva York, 1986, pp. 295-301.

6. Idem. p. 368.

7. Carlos Escudé. Carlos Escudé. La Guerra de los Dioses: Los Mandatos Bíblicos frente a la Política Mundial, Buenos Aires, Lumière, 2007, pp. 34-35. Y también, con respecto a nuestro continente americano, leer los libros de David E. Stannnard. The Conquest of the New World. American Holocaust, Oxford University Press. New York. 1992, así como de Bruce Johansen y Roberto Maestas. Wasi’chu. El genocidio de los primeros americanos. Fondo de Cultura Económica. México. 1982. Ver además el libro de Michael P. Ghiglieri, en el que se relatan las masacres de poblaciones enteras de asiáticos y africanos como consecuencia de las conquistas europeas, que desconocemos casi absolutamente.

8. Tzvetan Todorov. Op. cit. p. 210.

9. David E. Stannard. American Holocaust. The Conquest of the New World. Oxford University Press. New York. p. x.

10. Michael P. Ghiglieri. El lado oscuro del hombre. Los orígenes de la violencia masculina. Tusquets Editores. Barcelona. 2005. p. 264.

11. Idem. pp. 262-263. Para ampliar estos conceptos y la pretensión de los estadounidenses de considerarse ellos mismos como «el nuevo Israel», el nuevo «pueblo elegido» de Jhwh, la deidad del Antiguo Testamento, como antes lo hicieran los ingleses, pueden verse Conrad Cherry (ed.). God’s New Israel. Religious Interpretation of American Destiny. The University of North Carolina Press. 1998. Garry Wills. Under God. Religión and American Politics. Simon and Schuster. New York. 1990. Edward McNall Burns. The American Idea of Mission. Concepts of National Purpose and Destiny. Rutgers University Press. New Yersey, 1957. Albert K. Weinberg. Manifest Destiny. Quadrangle Books. Chicago. 1963. Peter Nabokov. Native American Testimony. Penguin Books. New York. 1999. Y la vasta bibliografía que puede encontrarse en las obras citadas.

12. R. S. Sugirtharajah, La Biblia y el imperio. Exploraciones poscoloniales. Ediciones Akal. Madrid. Pp. 93- 97.

13. Alberto Armani. Ciudad de Dios y Ciudad del Sol. FCE, México. 1982, pp. 31-32.

14. Tzvetan Todorov. Opus cit. p. 211.

15. Ver Étienne Balibar, Michel Warschawski, Judith Butller, Saad Chedid y otros. Antisemitismo. El intolerable chantaje. Editorial Canaán. Buenos Aires, 2009.

16. Idem, pp. 162-167. «La escena árabe 100 años después del Informe Campbell-Bannerman». Ver también J. Bowyer Bell. Terror Out of Zion. Avon Books. New York. 1978. Menahem Begin. Rebelión en Tierra Santa. Santiago Rueda Editor. Buenos Aires, 1951. Israel Shahak & Norton Mezvinsky. Jewish Fundamentalism in Israel. Pluto Press. London. 2004. Nur Masalha. Expulsión de los palestinos. Editorial Canaán. Buenos Aires. 2008. Id. La Biblia y el sionismo. Invención de una tradición y discurso poscolonial. Ediciones Bellaterra. Barcelona. 2008. Y la excelente bibliografía que se encontrará en esos mismos libros.

17. J.A. Hobson. Estudio del imperialismo. Alianza Editorial. Madrid. 1981. pp. 74-75.

18. Leonard Stein. The Balfour Declaration. ACLS Humanities. London-New York. 2008

19. Antoine de Saint-Exupéry. Ciudadela. EMECE Editores, S.A., Buenos Aires, 1951, p. 19.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.